Lorenzo García Vega
Esta inaudita aparición en La Habana, la ciudad en ruinas, nos ilumina a todos.
Sentado en el banco de un parque, donde también está sentada la estatua de John
Lennon, el comisario bueno, el comisario amigo y sin rencor, Roberto Fernández
Retamar, tiene puesta la gorra de Trotsky, y en la mano ostenta el bastón del
pastor de ovejas.
¡Qué lindo es todo!
La paz, y sobre todo el tierno Comisario.
Pero lo que más maravilla, a los pies del Comisario con gorra
y con bastón (y esto en una luz de ruinas, iluminando el mediodía en ruinas, de
la ciudad en ruinas), es la presencia del tigre.
Un inaudito, inenarrable,
tigre posmodernista que, para nada, tiene que ver con ningún tigre soñado por
William Blake, pero que, eso sí, tiene la misma sonrisa que pudo tener aquel
dentista que, dicen, inventó la guillotina.
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