sábado, 8 de noviembre de 2014

La nouvelle ante la novela





José Luis Bobadilla


No me gusta el término novela corta o breve, porque a pesar de ser descriptivo, es desdeñoso. Prefiero la palabra francesa nouvelle, que no es la misma que roman (novela), y que distingue a las narraciones de una extensión mayor que la del cuento, pero que no alcanza el desarrollo de eso que llamamos novela. El cuento exige mediante pocos recursos narrativos, articular la expresión de una visión del mundo. La novela hace lo mismo, aunque extendiéndose demoradamente. Si el cuento es un deslizamiento fugaz, la novela pretende arraigarnos. En medio de estas dos formas, está la nouvelle. Cortázar la describió como el "género a caballo entre el cuento y la novela". Heredera formal del relato breve medieval, sentó probablemente sus bases hasta que Matteo Bandello, en su dialecto piamontés, escribió durante el Renacimiento los cuatro tomos con sus sobrias narraciones. Romeo y Julieta salieron de su pluma antes que Shakeaspere los inmortalizara.

Entre los siglos XVII y XIX, la novela ocupó el lugar preponderante de la narración. En muchos de sus ensayos, el excepcional escritor argentino Juan José Saer, opina que a partir de Flaubert, de Bouvard y Pécuchet, la narrativa importante del siglo XX -Henry James, Joyce, Proust, Musil, Woolf, Beckett, Rulfo, Borges, Onetti, los escritores del Nouveau Romain-, abandonaron la novela rebelándose contra ella. En cada uno de sus intentos de escritura generaron una nueva forma. La novela, circunscrita al ascenso de la burguesía, hoy sigue escribiéndose. Es un formato más o menos preciso, en donde anécdotas que varían muy poco unas de otras, dan a sus lectores la comodidad de decirles lo que esperan. Cumplen una promesa ateniéndose a los requerimientos del mercado editorial, ofreciendo según la ocasión o la moda, las novelas de vampiros jóvenes o las novelas "históricas", por ejemplo, de la independencia de México, para acompañar, por qué no, los festejos absurdos y nacionalistas de esa fecha. El "prestigio" de la novela, su relevancia por sobre el cuento y la nouvelle, ha propiciado además, un sinnúmero de obstáculos para quienes buscan practicar la narración desde otras perspectivas. Los concursos exigen un número de páginas casi siempre mayor a doscientos cincuenta. Las editoriales, las más poderosas, por su parte, salvo en los casos de escritores ya reconocidos, se rehúsan a publicar libros de extensiones menos abarcadoras. Si Henry James, maestro indiscutible de la nouvelle, diera a publicar hoy por primera vez Cuatro encuentros o cualquier otra de sus narraciones breves, seguramente sería despachado.

Dentro de la narrativa latinoamericana, la nouvelle ha dado prueba de su enorme flexibilidad y capacidad. Es una tradición ya infranqueable, que al igual que el cuento, permite articular sólidas narraciones donde la forma es todavía muy maleable. Desde Mariano Azuela, pasando por El juguete rabioso de Robert Arlt, Las hortensias de Felisberto Hernández, La amortajada de María Luisa Bombal, El pozoLos adiosesPara una tumba sin nombreTan triste como ella o La cara de la desgracia de Juan Carlos Onetti, La invención de Morel de Bioy Casares, incluso Pedro Páramo de Rulfo, La mujer desnuda de Armonía Somers, o más próximo en el tiempo a nosotros, El discurso vacío de Mario Levrero o Severina de Rodrigo Rey Rosa, publicado apenas hace unos meses, la nouvelle sigue siendo indiscutiblemente necesaria y habría que practicarla, promoverla y publicarla, así tuviera solamente sesenta y tres o noventa y un páginas. En una balanza hipotética, la novela carga su mayor peso, en el abuso de la inteligencia. Pero ésta, es solamente un elemento más entre muchos otros: "Narrar no es una operación de la inteligencia sola: es el cuerpo entero el que la realiza. Y la inteligencia no ocupa, en el todo, más que un lugar reducido. El medio natural de la narración es la somnolencia. En ese río espeso, la inteligencia, la razón, se abren a duras penas un camino, siempre fragmentario, tortuoso, arduo, entre las olas confusas de lo que James llamó the strange irregular rhythm of life. La somnolencia es positiva porque supone cierto abandono: abandono, sobre todo, de la pretensión de un sentido y, sobre todo, de un plan, rígidos, preexistentes".*

En México, la nouvelle también ha dado lo más propositivo de la narrativa. Los de abajo de Mariano Azuela y Pedro Páramo en la primera mitad del siglo XX, pero luego Farabeuf de Elizondo, La gaviota de Juan García Ponce, y en los últimos años la obra entera de Jesús Gardea (en imagen) y algunos libros de Héctor Manjarrez como El otro amor de su vida. El caso de Gardea es especial, pues no sólo se empeñó en escribir cuentos y nouvelles (no escribió una sola novela), sino que lo hizo singularizando en extremo cada una de las formas de sus narraciones, marcándolas al mismo tiempo con el hierro indeleble de su voz. De La canción de las mulas muertas (1981) a El biombo y los frutos (2001), publicada un año después de su muerte, cada una de sus nouvelles, fueron extremando su lenguaje aproximándose cada vez más a la poesía, desmarcando lo narrativo para darle un mayor espacio a la música de las palabras. Esto, desde luego, atomizó los sentidos, y como también dice Saer en algún otro texto, hizo que Gardea lograra conseguir la elaboración de un idioma inconfundiblemente personal dentro del territorio de nuestra lengua. Los últimos libros de Gardea no son fáciles para el lector. Buscan involucrarlo más allá de una anécdota. Le piden concentración y riesgo. Para leerlos se requiere de un esfuerzo de recreación, homólogo de algún modo al mismo acto de la escritura. Escribir y leer como un mismo ejercicio. Pero que sea alguien más elocuente, alguien como Juan Rulfo, quien dé la última patada a la novela de entretenimiento, la novela de consumo, la novela hecha para ganar dinero y engañar al lector haciéndolo sentir inteligente al decirle sencillamente lo que ya sabe, a lo largo de páginas y páginas: "Y cuando no pasa nada, para qué rellenar la nada. Muchos escritores lo hacen: se ponen a divagar, a hacer elucubraciones para rellenar los huecos de sus novelas; pero el resultado casi siempre es negativo y muy retórico. Luego vemos la causa de que muchas novelas se alargan y se alargan hasta convertirlas en verdaderos ladrillos. Eso es pura y simplemente falta de consideración al lector. Se le quiere entretener demasiado y como que se niegan a soltarlo, a dejarle su tiempo libre para que lea otros libros y a otros autores. Créame, a veces prefiero el cuento a la novela porque en este género el autor está obligado a sintetizar, a frenar el curso de la narración para no salirse de cauce. Igual hacen los poetas para no desbordarse; frenan y también tamizan las imágenes y van desprendiéndose de la viruta por el camino hasta dejar sólo el cogollo".** 



3 octubre 2011





*Saer, Juan José. "Narrathon". El concepto de ficción. México: Planeta, 1997. pp. 156 y 157.

**Vital, Alberto. Noticias sobre Juan Rulfo. México: Editorial RM y Universidad de Guadalajara, 2003. pp. 203


Tomado de La Tempestad



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