Stephen Vicent Benet
No han abierto trincheras
en el parque —todavía.
Y no caen soldados desde
el cielo.
En el parque el día está
lindo y claro, brillante y cálido.
Los árboles están llenos
de hojas verdes, cargadas de verano.
Zumba un avión en lo alto,
pero nadie se asusta.
No hay por qué asustarse
en la ciudad hermosa y grande.
Que no fue edificada para
una guerra. Hay mucho
tiempo por delante.
En Noruega tenían tiempo
por delante, pero aquello cayó.
AI despertarse vieron los
aviones de las cruces negras.
Al despertarse oyeron los
cañones rodando por las calles.
Al principio no podían creerlo.
Era difícil de creer.
Si ellos habían sido
amables, y prósperos, e ingeniosos…
Si habían logrado hacer
artes dignas, y llevar vida honesta
y en paz por muchos años…
Parece que nada de eso fue
bastante.
Si allí había gentes que
escribían libros y que pintaban cuadros.
Y trabajaban, y llegaban
cansados a casa, con ganas de estar solos.
Si se habían reído de los
Césares falsos, que rugen
y echan espuma por la boca.
y echan espuma por la boca.
Si se habían reído de sus
aires, y del paso, y del brazo extendido…
Parece que nada de eso fue
bastante. Eso no era bastante.
Al despertar vieron los
aviones de las cruces negras.
Hay yerba en el parque. Y
los niños en la ancha pradera.
Al cuidado de unas monjas
sofocadas y apacibles.
Donde se da de comer a los
patos.
Están los niños negros y
los blancos y las solícitas maestras.
Que no cesan de contarlos
como si fueran pollitos.
Da mucho trabajo
Llevar al parque a tantos
niños;
Pero cuando hayan merendado
se marcharán para sus casas.
(Y eso que bien podrían
tener casas mejores en la rica ciudad).
Pero no habrá que
mandarlos a Kansas, o a Michigan
En un plazo de veinticuatro
horas,
Aturdidos, azorados,
abrazándose a sus juguetes rotos.
Llenando por cientos de
cientos los trenes oscuros
Para ponerlos a salvo,
para que puedan vivir y no se mueran.
Para que de algún modo no
se mueran, y vivan.
Eso sí siquiera se nos
ocurre. Hay mucho tiempo.
Sabemos que en Holanda
algunos niños tuvieron menos suerte.
Era difícil mandarlos a
otra parte de Holanda.
Es un país tan chico, y
aquello fue tan rápido..
Las bombas desde el cielo,
qué saben de los niños.
Los que ametrallan no
distinguen. En Rotterdam
Una cuarta parte de la
ciudad quedó hecha añicos
Y en ella había, como es
natural, edificios corrientes
Con las cosas usuales en
ellos, como gatos y niños.
Rotterdam era una ciudad
vieja y apacible,
Limpia, pulcra, llena de
flores
Pero parece que eso no era
bastante,
No fue bastante para
mantener a salvo a sus niños.
Todo acabó en una semana.
Y así acabó su libertad.
Aquí no hay todavía
sirenas de alerta en el parque.
Las ventanas que hay a su
alrededor aún tienen intactos los cristales.
El hombre que está sentado
en aquel banco lee un periódico en yiddish,
Y aunque parezca raro, no
van a matarlo por eso.
Ni a azotarlo siquiera, ni
a meterlo en la cárcel.
Todavía no; todavía no.
Se puede ser finlandés o
danés y ser americano
Se puede ser alemán o
francés y ser americano.
Judío, o europeo sucio,
negro, cochino irlandés —todos esos nombres
Con que nos insultamos —y
ser americano.
Estamos hechos a eso hace
ya rato.
Entra en la fonda de Joe y
di a los camioneros
Que eres de una Raza
Superior, y se reirán de tí.
“Qué es eso, tú,
¿jerizonza?
También yo aquí soy
extranjero, pero éste es un país libre.”
Es un país libre…
Claro que sí, que
reconozco nuestros defectos,
y cómo es la cosa por el otro lado,
La soga del que lincha, la
justicia comprada, las tierras baldías,
La escama de la hoja, el
gusano del trigo.
Los guardias con sus
porras, el ciclo gris de la beneficencia pública.
Toda la gran vergüenza de
nuestros corazones, y la gran desunión.
Pero yo sólo advierto que
como país, lo hacemos lo mejor que podemos.
Como país, yo creo que lo
hacemos.
En España trataron de
hacerlo, pero los tanques y los aviones
pudieron más.
pudieron más.
Allí lucharon bien, y
mucho tiempo.
Lucharon por ser libres,
pero parece que no fue bastante.
No tenían armamentos. Y
por eso perdieron.
En Finlandia trataron de
hacerlo. La resistencia fue sagaz,
Hábil, inteligente,
mantenida por unos hombres libres.
(Pero esa resistencia está
ya terminada)
Nosotros, pueblo de buen
carácter, despertamos despacio.
(Ese es nuestro pecado, o
nuestra virtud). Nos gusta colocar
A un hombre en lo más alto
del poder para tirarle piedras luego.
No nos gusta la guerra, y
nos gusta decir lo que pensamos.
Estamos hechos a ello.
Hay ciertas palabras,
Nuestra y de los otros, a
las que estamos hechos
—palabras que hemos usado,
Y oído, y tenido que
recitar, y olvidado;
Que ya han cogido lustre
en el bolsillo; que nos hemos dejado en casa,
de recuerdo;
de recuerdo;
Que heredamos; que
guardamos en el último cajón;
En el baúl cerrado con
llave, en el fondo del espíritu de paz.
Libertad, Igualdad y
Fraternidad
A nadie se penderá,
rehusará o negará el derecho y la justicia.
Y estas verdades las
creemos evidentes.
Pero yo me pregunto: y si
esas palabras pasaran?
Y si pasan, y se van, y ya
no son más,
Y quedan desentrañadas y
borradas del mundo?
Estamos tan hechos a
ellas, que casi las olvidamos.
Lo mismo que olvidamos el
aspecto de nuestra propia casa,
Y eso que podríamos
recorrerla con los ojos cerrados.
No podemos ponerle precio
a la luz del sol, o al aire
Y si no podemos ponerles
precio a tales palabras
es que serán como ellos,
naturales.
Costó mucho comprarlas,
con pasión y con fe.
Fueron compradas con la
sangre, amarga y anónima,
De labradores, maestros,
zapateros e ilusos.
Que rompieron el viejo
orden y el orgullo de los reyes.
Y algunos no vieron el
fin, y muchos se cansaron,
Dudando algunos, otros
confundidos.
Fueron compradas por los
desarrapados del Molino de Valmy;
Por los peones de Lexington
con sus largos cañones ligeros
Y sus impasibles rostros
de la Nueva Inglaterra;
Por los férreos barones
que escribieron la Carta Magna
Para su propio férreo
derecho que no era para el pueblo,
Y que sin embargo ese
pueblo tomó en las manos
Y firmó con su propio
sudor.
Tardamos en comprar esas
palabras.
Tardamos tiempo en
comprarlas y nos costaron mucho dolor.
Desde entonces y para
siempre libres.
Desde entonces y para
siempre libres.
“Nadie puede ser
encarcelado, multado o muerto
hasta no haber sido
juzgado por sus iguales”.
“Para formar una Unión más
perfecta”.
Los otros también tienen
sus palabras, sus fuertes palabras,
Fuertes como los tanques;
como las bombas, explosivas.
El Estado lo es todo,
¡adorad al Estado!
El Caudillo lo es todo,
¡adorad al Caudillo!
¡La fuerza lo es todo,
¡adorad a la fuerza!
¡Adorad, humillaos, o
morid!
Yo volveré a mi casa
atravesando el parque.
Esto no es Londres o
París.
Esta es una ciudad alta y
brillante, el lugar afortunado.
El lugar donde siempre
sobró tiempo para todo.
Los muchachos en mangas de
camisa, aquí: las muchachas primaverales,
bien plantadas;
Los ciclistas, los niños
con sus aviones de juguete;
Los amantes tendidos en el
césped sin importarles las miradas ajenas,
Como si estuvieran en una
isla fuera del tiempo.
Los chicos callejeros,
mojándose con agua de la fuente
Entre los silbidos del
guardia.
Los idiotas que escriben
“Jimmy es un idiota” en los muros del túnel:
Todos ellos están bien seguros,
que nada va a pasarles.
Claro que nada les va a
pasar.
Anda a decirle a Frank, en
Union Square, que “los Yankees no vienen”,
como en la otra guerra.
Anda a contar el nuevo
chiste con el que los bolsistas
se ríen del Presidente.
se ríen del Presidente.
Cualquiera que sea. Que va
a servir de mucho.
Tienes tiempo de beberte
el “highball” —mucho tiempo
Anda a decirle al fuego
que queme sólo en otra parte.
Anda a decirle a los
aviones de bombardeo que se equivocaron de señal.
Al huracán, que pase por
el otro lado.
Anda a decirle al
terremoto que no haga temblar el suelo
En la noche ha sonado la
campana y el aire se estremece con ella.
No voy a poder dormir esta
noche cuando sienta pasar el avión.
Versión de Eugenio Florit
Lunes de Revolución, no. 33, 2 de noviembre 1959.