He visto en Florencia, en los
primeros días de la ocupación aliada, a un general inglés. Estaba -caso raro-
en pie y borracho. Era maravilloso. Alto, delgado, enjuto, casi excesivamente
purasangre, andaba apoyando su vacilante persona en un bastoncito de
empuñadura, según me pareció, preciosa. Cada viandante podía convertirse para
él, sin quererlo, en un enemigo, hacerle –cosa grave para
cualquiera; para un inglés, y un inglés de su rango, mortal- perder el
equilibrio. Pero, incluso en aquellas condiciones, ¡qué porte, qué estilo!
Apenas se sostenía, como el Imperio inglés. Pero se sostenía.
Traducción de Ángel Crespo
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