sábado, 16 de julio de 2022

Sonetos de Reinaldo Arenas

 


De modo que Cervantes era Manco

 

De modo que Cervantes era manco;

sordo, Beethoven; Villon, ladrón;

Góngora de tan loco andaba en zanco.

 ¿Y Proust? Desde luego, maricón.


Negrero, sí, fue Don Nicolás Tanco,

y Virginia se suprimió de un zambullón,

Lautrémont murió aterido en algún banco.

Ay de mí, también Shakespeare era maricón.

 

También Leonardo y Federico García,

Whitman, Miguel Ángel y Petronio,

Gide, Genet y Visconti, las fatales.

 

Ésta es, señores, la breve biografía

(¡vaya, olvidé mencionar a san Antonio!)

de quienes son del arte sólidos puntuales.


 

Tú y yo estamos condenados

 

Tú y yo estamos condenados

por la ira de un señor que no da el rostro

a danzar sobre un paraje calcinado

o a escondernos en el culo de algún monstruo.

 

Tú y yo siempre prisioneros

de aquella maldición desconocida.

Sin vivir, luchando por la vida.

Sin cabeza, poniéndonos sombrero.

 

Vagabundos sin tiempo y sin espacio,

una noche incesante nos envuelve,

nos enreda los pies, nos entorpece.

 

Caminamos soñando un gran palacio

y el sol su imagen rota nos devuelve

transformada en prisión que nos guarece.

 


Todo lo que pudo ser, aunque haya sido

 

Todo lo que pudo ser, aunque haya sido,

jamás ha sido como fue soñado.

El dios de la miseria se ha encargado

de darle a la realidad otro sentido.

 

Otro sentido, nunca presentido,

cubre hasta el deseo realizado;

de modo que el placer aun disfrutado

jamás podrá igualar al inventado.

 

Cuando tu sueño se haya realizado

(difícil, muy difícil cometido)

no habrá la sensación de haber triunfado,

 

más bien queda en el cerebro fatigado

la oscura intuición de haber vivido

bajo perenne estafa sometido.

 


¿Qué es la vida? ¿Un folletín?

 

¿Qué es la vida? ¿Un folletín?

¿Una especie de emblema azucarado?

¿Un estornudo dado en el trajín

de la cola para optar por un candado?

 

¿Qué es la vida? ¿Una emboscada?

¿Una caverna donde no hay confín?

¿O el insulto anunciado en un clarín

el encuentro de la nada con la nada?

 

¿Qué es la vida? ¿Un caos varado?

¿Una suerte de trusa enjabonada?

¿Una araña agazapada en el bombín?

 

¿O es quedarse así, solo y callado

mientras pasa distante la jornada

y, sin haberla agrandado, llega al fin?


 

También tenemos el Ministerio de la Muerte

 

También tenemos el Ministerio de la Muerte.

Amplios pasillos dan hacia la muerte.

Altos archivos se ocupan de la muerte.

Hay jefes y subjefes de la muerte.

 

Hay muchas formas de aplicar la muerte.

Tenemos la muerte por muerte sin muerte.

También, la muerte y luego la masmuerte.

Y la muerte que es muerte y sobremuerte.

 

Muerte es también la muerte sin más muerte

que verme, aunque vivo, entre la muerte.

Muerte es la muerte que no siendo muerte

 

sólo inculca en tu andar ansias de muerte.

Muerte es nuestra muerte pues con muerte

tratamos de aplazar el instante de la muerte.

 

 

No es por Hamlet que muere la suicida

 

No es por Hamlet que muere la suicida,

que es por el río que pasa murmurando,

siempre entre barbacanas carcomidas,

la horrible trama del porqué y el cuándo.

 

No es por amor que realiza la partida

hacia las aguas que la van precipitando,

sino porque ataviada ya y en la comida

una mosca ante su nariz pasó volando.

 

Ofelia entre las aguas va dormida,

piensan algunos que la van mirando.

Infelices, desconocen la embestida

 

que un pez a sus nalgas le va dando.

Triste final, después que ya no hay vida

el placer de vivir va disfrutando.

 

Epigrama

 

              A la columnista; digo, calumnista, de un periódico hispano en el estado de la Florida

 

Sus escritos, señora Nurka o Nurko,

más que en español están en turco.

¿El tema? Siempre el mismo: nada, nada.

¡Y al pie su horrible foto engalanada!

 

En eso de decir nada es usted terca

(como en lo de esparcir el venenito),

es la mista terquedad conque la puerca

año tras año nos ofrece algún puerquito.

 

No se puede precisar cuál es el surco

que calienta su semilla envenenada

o si cobra aquí o al lado de la cerca.


Y en esto francamente me bifurco:

¿Pues cómo puede el señor de la mesada

pagar cual río lo que es sólo una alberca.



jueves, 7 de julio de 2022

La irradiación de Madame Sabatier

 


Roberto Calasso


Madame Sabatier era una bella mantenida, que recibía escritores y artistas los cuales podían corresponderle (como Flaubert) con billetes de gran galantería e incluso con mezquina acidez masculina (como los Goncourt, que la calificaron de “cantinera para faunos”). Otros compartían ocasionalmente su cama. Probablemente Madame Sabatier ostentaba la alegría, la salud y la inescrupulosidad como una profesión. Sabía que debía ser así para mantener en pie su teatro. Baudelaire, que la amaba, pero demostró en ocasiones no querer una relación de hecho con ella –tal vez solo para no complicar todavía más la madeja en que vivía enredado- fue el único que captó aquello que se podría llamar el secreto de Madame Sabatier (que es pues el mismo de Rita Hayworth en Gilda y muchas otras): “Es duro oficio el de ser bella mujer, / Es el trabajo banal / De la bailarina loca y frívola congelada / En una sonrisa maquinal”. Tal vez durante muchos siglos muchas mujeres, de legendaria o en cualquier caso celebrada belleza, esperaban un poeta que nombrase aquella sensación que vivían y callaban cada día. Tal vez por miedo de topar con la mirada maliciosa del primer hombre o -todavía peor- de la primera mujer no tan bella que se hubiera atrevido mencionar.   

Mientras sus otros adoradores –y no los más insignificantes, sino Gautier y Flaubert- dirigían a Madame Sabatier afectos pesadamente alusivos, Baudelaire le dirigió un día el elogio más delicado que –se puede presumir- le fuera dado acoger en su rico repertorio. Y no fue en verso, sino en la prosa de una carta anónima que acompañaba el poema más tarde titulado La Antorcha Viviente: “Por otra parte has estado sin duda tan saciada, tan abrumada por la adulación que solo una cosa puede halagarte ahora, y es saber que haces el bien -aun sin saberlo-, incluso durmiendo, simplemente viviendo”. Solo el poeta de las flores del mal habría podido definir con tal inmediatez algo todavía más difícil de nombrar: una flor del bien. También él de una reputación impecable.

La irradiación de Madame Sabatier debió ser en verdad benéfica. En los mismos días de aquella carta, Baudelaire se veía obligado a empeñar sus ropas para seguir adelante. Pero no por ello descuidaba su costumbre de confiar ciertos libros a los mejores encuadernadores de la época, como Lortic y Capé. Cuando ofreció a la madre una copia de la poesía de Poe, le recomendó enseguida entregarla, de parte suya, a “M. Capé, encuadernador de la Emperatriz, calle Dauphine”. Añadía algunas recomendaciones (sobre todo de no doblar los márgenes), y concluía: “En cuanto a la ligadura, Capé conoce mis ideas”. El cuidado y atención a lo superfluo, aun cuando carecía de lo necesario: regla de vida del dandy, similar a una regla monástica.  


Ciò che si trova solo in Baudelaire, Adelphi, 2021, p. 73.