lunes, 15 de julio de 2024

Rubén, cisne o búho en nuevas constelaciones


Alberto Baeza Flores

 

A José Coronel Urtecho, por su amistad en la Isla Española; a Pablo Antonio Cuadra, por sus poemas en “La poesía sorprendida”; a Ernesto Cardenal y a Ernesto Mejía Sánchez –y en ellos a la nueva poesía de Nicaragua- en el Primer Centenario del nacimiento de Rubén Darío.

 

 

Cisne o Búho. No sé.

La noche es tan confusa como tu alma de arcángel dolorido.

Te apoyas con tu luz en la puerta de nuestra América india, 

                                                                                          entredormida

y tu sombra se extiende iluminada de misterio

hacia el umbral del Paraíso.

 

Eres melancólico y distinto como tu país que se asoma

a todos los ojos del planeta,

De océano a océano como el aire errabundo,

y alzas la flor volcánica de Centroamérica que despierta

y donde nuestros pueblos ven madurar unitivas constelaciones.

 

París es niebla, ahora, junto a tu mesa del café pleno y solitario,

donde Verlaine se muere poco a poco de invierno y mansedumbre

o de brumosas horas melancólicas en busca de los lechos de ausentes 

                                                                                                             hospitales.

Tus ídolos están aún borrachos de infinito

y Grecia se sienta a conversar con ellos de cosas familiares.

Pero tú eres el que llegas y ya has partido a nuestra América,

el que te acabas de embarcar a nuestros países y te quedas en París

para beber otro poco de niebla o de nostalgia.

 

Rubén, como el asombro de los ángeles;

Darío, tu reino es todo de la tierra.

He visto otra vez el París que sufrías y cada día soñabas,

y he hablado con el Sena a ver si todavía se acuerda un poco de tu voz.

Viajo ahora en el tren –en tu tren de neblina invernal-

hacia el polvo silencioso de España.

Y veo los huesos de los siglos que tú nos enseñaste a ver,

y escucho la tos de eternidad de Quevedo y miro el párpado de oro

de Góngora insomne de relámpagos.

 

El tiempo ha roto los pedestales, pero lo que amabas está en algún sitio

del adiós o del reencuentro de las nubes fugaces,

mientras los astronautas imaginan el día que se abrirá

como una flor en Marte,

como una grieta de silencio, allá en Venus,

y la nueva poesía nos visita en forma de ostras de humo

que cruzan el espacio.

 

Te asomas ahora a un neblinoso balcón.

No sé si aún tiemblas ante los milagros que todavía te esperan

y lo que ves es que giran los siglos sin destruirse en su centro,

que cien años son apenas una bisagra.

Sé que me entiendes y que el tiempo está ciego de tanto espacio,

que el espacio anda mudo de tanto tiempo.

Sólo tú ves, más allá de las palabras secretas,

de qué manera tan simple vuelve a ordenarse la esperanza.



Cuadernos hispanoamericanos, 212-16, 1967, p. 629-30. 



martes, 25 de junio de 2024

Gastón Baquero: Recuerdos personales (fragmentos)

 


Si me detengo sobre este aspecto del pensamiento de Baquero es por la saña con que se le ha querido reducir a una caricatura grotesca del hombre de derechas, conservador y reaccionario (en 1963 Raimundo Lazo lo llama “escritor de ideas ultraconservadoras en su madurez”), al tiempo que contemporáneos suyos, altas figuras del liberalismo europeo y renegados del comunismo, se expresaban en sus obras con igual o mayor rechazo de una doctrina y una práctica perversas. Fueran André Gide (Regreso de la URSS, 1936), Arthur Koestler (El cero y el infinito, 1941), George Orwell (Rebelión en la granja, 1945), Richard Wright (El Dios que fracasó, 1949), Czeslaw Miłosz (El pensamiento cautivo, 1953). Pero Baquero era un mulato oriental, católico y homosexual al que sus opositores no le conceden el espacio de una polémica de ideas y toda discrepancia deviene en diatriba y descalificaciones.


                                                Pío E. Serrano

                                         Ensayo completo: Aquí



lunes, 17 de junio de 2024

La negritud en Gastón Baquero



Con la mirada, sin duda inteligente, con que se asomó al mundo, y a partir de las lecturas precoces de infancia y adolescencia que habrían de echar las bases de una sólida formación intelectual, se fue haciendo heredero de una tradición y unos saberes que eran naturalmente blancos y europeos. Si la cultura consiste no tanto en un volumen de información cuanto en una bien organizada estantería mental donde almacenar lo aprendido para que germine y dé fruto, Baquero fue adquiriendo temprano una cultura orgánica que es también un modo de integrar un continuo aprendizaje y sacarle reluciente provecho. Los referentes de esa cultura —el orden epistemológico que la amparaba— eran congruentemente occidentales, es decir, blancos, apenas rozados por las «tradiciones» de la otra raza que en Cuba no trascendían el folclore de los cultos animistas, amén de algunas representaciones en la pintura, en la música y en la poesía.


                                                           Vicente Echerri

                                                     Ensayo completo: Aquí




martes, 4 de junio de 2024

Gastón Baquero: el nombre y los seudónimos



 

En cuanto salió de Cuba, Baquero empezó a recibir premios y a publicar en la prensa española sus vitriólicas opiniones sobre el proceso cubano. Lo mismo convertía al Che en «correo del zar» del eje Pekín-Moscú, que hacía de Cuba ejemplo del triunfo de la política sobre la geopolítica o acusaba a Fidel Castro de tomar «continuamente benzedrina con coñac» para dar sus largos discursos. Lo que pasaba en Cuba le parecía un absurdo, un macabro experimento condenado a fracasar. El franquismo acabó y sus esperanzas también. Con los años, su pesimismo se agudizó y llegó la pesadumbre, una forma de melancolía semejante a la que vio en su querido Darío, «que con toda probabilidad tiene sus raíces en el mestizaje, en la mezcla de las sangres, en la precipitación un poco sofocada de las razas». Asumió su derrota con filosofía, como parte del destino americano y su sistema de castas y regionalismos, una superposición de las nuevas leyes a las antiguas y una sustitución de los viejos poderes por nuevas oligarquías. 

                                                                             
                                                  
                                                Ernesto Hernández Busto

                                                  Ensayo completo: Aquí





sábado, 1 de junio de 2024

Gastón Baquero: poeta periodista en cinco actos




Bien temprano, y desde antes, el jefe de redacción del más importante diario de la isla supo que los cañones estarían enfilados hacia él. Víctima de la rebambaramba de expropiaciones, pudo serlo del fusilamiento. En su defensa aparecen embajadores que le ofrecen asilo. El embajador de Ecuador le avisa de que piensan lincharlo. Sus compatriotas, “sus amigos”, brillaron por su ausencia. Ni una palmadita en el hombro, ni una palabra de sosiego, ¡palos y vituperios! Quien pudo, aunque no comulgara, se camufló con el decorado de las carrozas. El mulato había ascendido demasiado rápido. El negro, como le decían sotto voce algunos iscariotes literarios, viajaba, ganaba dinero, tenía propiedades. ¿Acaso podía perdonársele todos esos triunfos viniendo de abajo? 

                                                                          

                                                     Dolores Labarcena

                                                 Ensayo completo: Aquí



jueves, 30 de mayo de 2024

En la muerte de Rubén Darío

 


 

Rufino Blanco Fombona

 

 Mirad cómo un hombre de raza apolínea,

 ebrio de canto y sol,

 recoge la ofrenda, fragante y virgínea,

 del viejo solar español.

 

 Del viejo solar donde el árbol de vida

 reverdece a futuros de amor,

 y oculta en la copa garrida

 la pluma de la oropéndola y el nido del ruiseñor.

 

 Cuando el apolonida recoge el haz superno,

 el haz florido de emoción,

 como si en cada brizna palpitase un fraterno

 y dolorido corazón;

 

 el árbol solariego todo es aleo, cántico,

 miserere, querellas,

 porque murió el divino poeta trasatlántico,

 Rubén Darío, espigador de estrellas.



sábado, 25 de mayo de 2024

Huidobro de repente


Gonzalo Rojas

 

Increíble que el poeta más joven que nos haya nacido -paradigma del espíritu nuevo entre nosotros- este cumpliendo los cien años.

Ninguno más diáfano que él, más libre y seductor, para confirmar el non omnis moriar (no me moriré del todo) del viejo Horacio, ese otro hiperlúcido de hace dos milenios.

Las efemérides no cuenta en el caso del portentoso innovador, recién ido, Darío. En efecto, cuando este último vino a morir, el dieciséis en su Nicaragua natal, el planeta empezaba a dar vueltas a una velocidad nunca sonada y los poetas mismos saltaron fuera de órbita, de un antes a un después. Justo ese 1916 Vicente Huidobro -en ese juego oscuro de pasarse la centella- público en Buenos Aires otras claves para su poeta de fundación:

  -Que el verso sea como una llave que

   abra mil puertas-

en su primer viaje a Paris. No fue el único, por supuesto, en la germinación de nuestra verdadera autonomía poética. Ahí la Mistral, Vallejo, Neruda, para decir tres nombres: estallaban los volcanes.

Pero no se piense que este 1993 a medio alumbrar sea el año por excelencia de Vicente Huidobro -aunque se escriba de él un rio de alabanzas-, pues ya desde esas fechas de la Primera Guerra Mundial todos los años son los años de Vicente Huidobro en nuestra lengua. Personalmente vivo un dialogo con su espejo por lo menos desde 1933 -cuando empecé a leerlo casi niño-, unos cuatro años antes de conocerlo en persona en su departamento de la cuadra 23 de la Alameda en aquel Santiago placido y remoto.

Una y otra vez, a lo largo de medio siglo, he reconocido mi filiación con el espíritu convulso y lúcido a la vez del binomio 1938-1939, con sacudón de parto hasta en el orden geológico, sin olvidar el impacto estremecedor de la Guerra Civil española entre nosotros, que nos permitió ver de veras a la madre desde su rostro ensangrentado. Sin patetismo y a favor del distanciamiento, se me aparece así ese 38 fantasmal, ano critico de su propia Utopía, distante ya de aquel otro ciclo movedizo de 1920 cuando Chile empezó a ser más Chile y el epicentro de la mudanza en lo poético fue sin duda Huidobro, antipoeta y mago por derecho propio.

Pero la imantación huidobriana llego a su plenitud en el proceso del 38 y casi todos los poetas jóvenes de esos días registramos su influjo, y fuimos literalmente atrapados por una relación dialéctica con su persona y con su obra.

Por mi parte, me enganché con el proyecto parasurrealista de Mandragora sin mayor fascinación por el experimento y por ahí entre a la casa de Huidobro sin frecuentarla demasiado, remiso como soy a los círculos de adherentes ortodoxos.

Tampoco lo fue nunca él y cuando me aparte del equipo mandragórico entendió como nadie la disidencia anarca.

Déjenlo, le dijo a uno de mis detractores, si cabe el termino, a propósito de mi intraexilio del 42 en la cordillera de Atacama. Gonzalo es un loco que necesita cumbre.

Pocos como él supieron del riesgo y el desamparo y -visto ahora desde aquí, desde este cierre del siglo- ninguno como él fue cumbre más airosa y sembró más libertad en nuestra cabeza de muchachos.

Sin Huidobro no hubiera habido acaso ninguno de nosotros; ni un Anguita ni un Lihn, por nombrar a los invisibles de repente.


Atenea. Ciencia Arte y Literatura, núm. 467, 1993, pp. 64-66.


domingo, 5 de mayo de 2024

Soneto CXLVI



William Shakespeare


¡Pobre Alma mía! de mi barro centro,

del Tentador que te vistió burlada

¿por qué te afliges de escasez adentro

para ornar en tal lujo tu fachada?

 

Con tan breve alquiler ¿por qué tal gasto

haces en tu mansión que se derrumba?

gusanos la tendrán, será su pasto,

bien sabes que tu cuerpo va a la tumba.

 

¡Ay, Alma! él es tu siervo, su ruina

tu ganancia ha de ser. La pasajera

sombra da en precio de la luz divina;

 

sáciate adentro, sé muy pobre afuera

y a quien nos come comerás, de suerte

que acabará el morir, muerta la Muerte.



Traducción de Gabriel de Zéndegui 



miércoles, 1 de mayo de 2024

Ropas y músculos

 


Gabriel de Zéndegui

 

Cuando un joven sale del colegio con la cabeza llena del vaho irisado de las ilusiones y el corazón palpitante de abnegados impulsos pensando en los hombres de Plutarco, figúrase que el mundo será un anchuroso foro, cerrado por noble pórtico que detrás tiene la olímpica llanura; figúrase que los estadistas se parecerán al bello Alcibíades y los sabios a Platón de la robusta espalda; que los ciudadanos todos, discutiendo con calor sobre la industria, la guerra, la ciencia, el arte y la filosofía, agitarán desnudos brazos vigorosos, y que al sentarse dejarán entrever entre los pliegues elegantes de la toga las nervudas y blancas piernas.... Mas al cumplir los treinta años ya habrá tenido tiempo el colegial de convalecer de su error y de rectificar sus alucinaciones, de ver que la sociedad de hoy no tiene la natural grandeza de la helena, sino que más bien parece un colosal teatro Guignol en que casi todos los muñecos, estadistas y pensadores inclusive, movidos por grosero artificio, sin personalidad, chillan con la voz de falsete de Polichinela sus absurdas monsergas, sin saber ni lo que dicen, como las placas del fonógrafo; que en su mayoría esos pseudo-filósofos y políticos ocultan bajo el paño de Sedán un raquítico tórax o un vientre de batracio, y articulaciones amenazadas de tumores blancos, o de las concreciones de uratos de cal y soda, y que de este modo nada bueno podrán pensar ni disponer para los que tienen la desgracia de creerlos u obedecerlos. Ya, en fin, el colegial habrá leído libros que no se leen en la escuela, como el Sastre Sastreado de Carlyle, esa tremenda sátira de peregrinísimo estilo cuyas palabras repercuten en la inteligencia del lector como si fueran ecos de los golpes de piquetas revolucionarias violando sacras arcas y aras.

He aquí, en dos palabras, la filosofía del Sartor Resurtas, libro estupendo: todas las ceremonias, ritos, costumbres e instituciones que los hombres han creado, no son más que los vestidos que de tiempo en tiempo han arreglado para su adorno, comodidad o protección. Esos trajes, como las demás obras humanas, envejecen, se deshacen y ponen inservibles; y a pesar de los parches, remiendos y lavatorios que se le hagan, habrá que tirarlos, más tarde o más temprano, y que sustituirlos con otros nuevos. Y, por último, que muchos de los trajes que usan los hombres contemporáneos se encuentran en deplorable estado y no pueden servir por más tiempo. Esto lo escribe -¡y de qué modo!- el original profesor Teufelsdróckh (*) en un manuscrito abandonado por un desconocido en la puerta de Andrés Futteral (saco de pienso), vecino de la aldea de Eutepfuhl (charco de patos).

¡Ah! la filosofía del traje ¡qué cosa tan honda! De ella se desprende la miseria humana, su instinto adulador o de simiana imitación, cuando se deja imponer por el roi soleil, que era pequeñito de estatura, las peluconas de tres pisos y los tacones altos; y nos explicará también la correspondencia que existe entre las ideas y costumbres de un pueblo y su manera de vestirse: -cómo en las sociedades donde predomina el espíritu militar los trajes son breves y ceñidos al cuerpo, porque ese corte conviene a los hombres que deben hacer ejercicio; y que, en cambio, en las sociedades regidas por la teocracia es amplio y largo el traje, venerándose el talar más que ninguno, ya que a maravilla le sirve a gentes físicamente ociosas y abdominalmente desarrolladas....

Pero nosotros abandonamos a esas grandes inteligencias críticas, adivinadoras de la arcana relación entre los humanos actos, como las de Carlyle y Herbert Spencer, que parecen lanzar antorchas encendidas en la profundidad de una negra cripta donde se libra un combate por la luz, el trabajo de revelarnos por qué motivo, hoy, los hombres que se dicen elegantes usan esas botas puntiagudas de charol con taconazos que contrarían la anatomía y autonomía del pie, esos pantalones cuyo modelo fueron las patas del elefante, esos levitones, y esos tubos de chimenea sobre la cabeza… Dígannos esos sabios varones por qué las mujeres civilizadas se clavan aún anillos en las orejas; y se ponen esos talles de avispa -sólo el mentarlos nos estremece- y esos bultos por detrás que harían llorar de lástima, de dolor y rabia a un mozo ateniense… Queremos hoy ocuparnos de otra cosa: de la contradicción que existe entre los trajes modernos de la clase acomodada y la afición que se ha desarrollado generalmente por los ejercicios corporales.

No parece natural que quienes se visten con tantas piezas de ropa incómodas gusten al mismo tiempo de la independencia de los movimientos del cuerpo, hoy que rige la noción de la lucha por la vida, la supervivencia del más activo. Valga lo que valiere nuestra observación, vamos a ilustrarla con un ejemplo práctico. No recordamos haber visto ningún boxer inglés o americano, ni el mismo Sullivan, a ningún atleta profesional de circo, pista o gimnasio, que luciera bien en su traje de calle. Nos parecía que siempre andaban entorpecidos con sus faldones y con la pretina, que los brazos se les enredaban y las piernas se les trababan. En cambio ¡cuán gloriosos salían con kninckerbockers y nudo el torso! ¡cuánta gracia en sus movimientos al presentarse en la arena con sus jerseys ajustados, encarnados o azules, descubiertos los músculos vibrantes como apretados haces de cuerdas de violín!

Se dirá quizás que esos hombres se visten por lo general de cualquier modo y a cualquier precio en los almacenes de ropa hecha del Bowery, o en la Rag Fair de Middlesex Street de Londres. Bien, ¿y qué? Siempre su cuerpo sano, su cuerpo diestro y bello vale más que la ropa fina de los metafísicos gotosos y estadistas doctrinarios y cenceños del día. Y cuidado, que ese cuerpo así cultivado es el mismo que tanto se aplaudía en las fiestas panateneas, que se conservan cinceladas por Fidias en el friso del Partenón; ese cuerpo elástico y recio sabía entender y aplaudir a Pericles, el brioso sportsman, cuando hablaba sin dar un solo grito ni hacer un solo gesto desde las gradas de ese propio Partenón, que mandó fabricar para desesperarnos de envidia.

El profesor Teufelsdróckh tiene en su manuscrito un pasaje bellísimo donde se cotiza el precio del traje que encima nos ponemos, todo compuesto de despojos: -de la piel curtida de los becerros, del producto de la tonsura de los carneros, de la saliva de los gusanos, de la piel de perros ahogados o envenenados, con que cubrimos por vanidad, que abrigan, nuestras manos, órganos cuasi divinos, dígalo Galeno. Pregúntanos el alemán atrabiliariamente qué sería "de esas pomposas ceremonias, coronaciones regias, recepciones, etc.; etc.;" si por potencia de una varita mágica de súbito cayeran.... ¿lo digo?... las ropas todas de la compañía dramática que las representa, y los duques, los grandes, los obispos, los generales, y sus señoras, la misma personalidad ungida, todos los hijos de sus respectivas madres, quedarán de repente sin siquiera la camisa puesta? No sé si reír o llorar. Imaginaos desnudo al duque de Sopla-Pajas perorando ante una Cámara de Lores todos desnudos también y el banco de la oposición, el ministerial, las tribunas, con gente en cueros ¡Infandum! ¡infandum!...

Mal, muy mal parecería la corte de ese modo, y el Parlamento asimismo; pero nuestros atletas parecerían bien. El filósofo de la ropa, ¿cómo es que en todo su libro no ha dicho que el traje de músculos que la naturaleza ha puesto sobre el esqueleto de nuestra especie, es invariable tanto como bello? Es una inconsútil vestidura blanca y enrojecida en ocasiones por el torrente interno de la sangre: bien vale la pena de que se cuide como ningún otro traje artificial, aunque fuera bordado de oro y perlas, ya que no podemos mudarlo sino con la vida.

Y demos fin al articulillo éste diciéndole a los lectores que se vistan como les dé la gana, poco nos importa; pero ¡por Dios! que debajo del paño de Sedán o de la grosera chamarreta, se sienta un tórax firme y amplio, la plancha dura y corrugada del vientre, los brazos de hierro; y bajo la funda del pantalón de baile o de trabajo, un par de piernas como las del veloz Aquiles, el hijo de Peleo!

 

(*) Cualquiera que sepa alemán dirá lo que significa esta palabra literalmente traducida.

 

La Habana Elegante, 12 de abril de 1891, p. 7.

 

sábado, 27 de abril de 2024

Multifacético como un poliedro


Gastón Baquero


De los varios octavios paz que hay en Octavio Paz me quedo con el poeta Octavio Paz. Multifacético como un poliedro polisémico, como un verso de Mallarmé, este mexicanísimo don Octavio encierra en su corpachón de hombre recio y bien plantado el proteísmo en vivo, el giraldillo de alma despierta en carne viva.

Tengo recuerdos personales de otros mexicanos de mirada al mundo: José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet. De Octavio paz tengo los recuerdos-cicatrices de sus grandes poemas de juventud y leídos a su vez en mi juventud bulimiosa de poesía.

Leer Piedra de sol es como ser invitado a un banquete donde el plato principal es alma hispanoamericana cocida a fuego lento. Vocación y pasión del hombre hispanoamericano es entremeterse en el Mundo, asistir a sus guerras y a sus fiestas, a sus odios y a sus amores. Vallejo se entrecruza aquí con Neruda, y Salomón de la selva se abraza con Porfirio Barba, y León de Greiff guiña el ojo a Eliot y a Bretón al mismo tiempo. De Piedra de sol se viaja hacia Semillas para un himno, viendo asomarse a la ventana A Vicente Huidobro. Luego el atlético Octavio Paz pega un salto empujado por el surrealismo de traje americano, que es dos veces surrealista. Se entra alucinadamente en la lectura de la prosa de ¿Águila o sol? con sus aforismos finales, rodrigón indispensable para seguir Octavio Paz adentro y disfrutar de Ladera este o/y el prodigio de puro poema que es Blanco, un trabajo fulgurante que lleva de la mano al Reino Poesía aun al más negado a descubrir cuánta belleza hay en palpar lo que da del vacío y de la nada. Tantas “lecturas” tiene un poema merecedor de su nombre.

La magnitud de la poesía de Octavio Paz se ve como opacada por los otros resplandores de este creador incesante, el del proteísmo alucinante. El ensayista Paz, el colaborador tenaz en periódicos y revistas, el padre de Taller ayer y de Vuelta hoy, el conferenciante, está-en-todas-partes-Paz, no dejan ver en su exacta dimensión la poesía de este gigante de gestos suaves y palabras amables. Tantas cosas hace y es Octavio Paz, que literalmente puede decirse que es la voz, la conciencia, la palpable y carnal presencia de México. Para un poeta grande esto puede resultar -como ha resultado ya- en el caso dañino para el conocimiento y el reconocimiento cabal de su poesía.

Insisto, en el momento de redactar este saludo que quiere ser auspicioso en los ochenta años de Octavio Paz, en que no debemos dejarnos distraer por los numerosos octavios paz de Octavio Paz, porque en realidad él es un caso más, doloroso por cierto, del intelectual hispanoamericano y español -pensemos en Ortega- triturado y torturado por las obligaciones y servidumbres extrapoéticas.

A este poeta hay que rescatarlo, precisamente ahora que estrena sus ochenta primaveras, de los cien otros quehaceres que estorban al creador, que merman su libertad, aunque esta le fuese acordada “bajo palabra”.

Quien escribió los poemas de Octavio Paz, bien exento está de pelear en otros frentes. Cierto que Hispanoamérica está huérfana de Guías, pero ya está bien de sacrificar a sus mejores hijos ante el altar vacío de dioses y de luz. El poeta grande al castillo vigía de sus poemas. Quede lo demás, las batallas pequeñas, para quienes no tienen el don de la palabra liberadora. Al Moloch de la historia currente pidamos que nos devuelva el poeta. Que de los varios octavio paz nos quedemos -se queda el Mundo- con el egregio Octavio Paz, el Poeta.



Tomado de Gastón Baquero. Geografía literaria (1945-1996), ed. de Alberto Díaz-Díaz, Madrid, Huerga y Fierro Editores, S.L.U., 2010. 

 

miércoles, 10 de abril de 2024

José Juan Tablada traducido por Samuel Beckett


  

LOS GANSOS


Por nada los gansos

tocan alarma

en sus trompetas de barro.


The geese on their

clay trumpets sound

false alarms.

 

LA TORTUGA


Aunque jamás se muda,

a tumbos, como carro de mudanzas

va por la senda la tortuga.

 

Although he never stirs from home

the tortoise, like a load of furniture,

jolts down the path.

 

HOJAS SECAS


El jardín está lleno de hojas secas

nunca vi tantas hojas en sus árboles

verdes, en primavera.

 

The garden is thick with dry leaves:

on the trees I never saw

so many green, in spring…

 

LOS SAPOS


Trozos de barro,

por la senda en penumbra

saltan los sapos.

 

Lumps of mud, the toads

along the shady path

hop…

 

MARIPOSA NOCTURNA


Devuelve a la desnuda rama,

nocturna mariposa,

las hojas secas de tus alas.

 

Restore to the bare bough,

nocturnal butterfly,

the dry leaces of your wings!

 

EL RUISEÑOR


Bajo el celeste pavor

delira por la única estrella

el cántico del ruiseñor.

 

The nightingale beneath

the awe of heaven raves

its psalm to the sole star.



                              De Un día…Poemas sintéticos, 1919.


HONGO


Parece la sombrilla

este hongo policromo

de un sapo japonista.

 

The multicolored mushroom seems

a Japanese toad´s

parasol.


LIBÉLULA


Porfía la libélula

por emprender su cruz transparente

en la rama desnuda y trémula…

 

The dragonfly strives patiently

to fasten its transparent cross

to the bare and trembling bough.

 

VUELOS


Juntos, en la tarde tranquila

vuelan notas de Ángelus,

murciélagos y golondrinas.

 

Mingled, in the quiet evening,

chimes of angelus and bats

and swallows fly.


 SANDÍA


¡Del verano, roja y fría

carcajada,

rebanada

de sandía!

 

Red cold

guffaw of summer,

slice

of watermelon!


                              De El jarro de flores, 1922.

 

martes, 9 de abril de 2024

Samuel Beckett, traductor de poesía mexicana

 



Gastón Baquero


Llevaba tiempo el Nobel sin posarse en la frente de alguien absolutamente indiscutible y exento de presiones ambientales, raciales o políticas. Ya que parece que dejarán morir a Ezra Pound sin el premio -en el fondo, está pagando una interpretación demasiado literal del poema del Cid y de sus lecturas juveniles de los clásicos españoles-, alegra que, por lo menos, el premio no vaya a uno de esos señores de quienes hay que buscar explicaciones e intrusiones extraliterarias: que si el año pasado dieron a Rusia su disgusto, que si la raza amarilla está disgustada, que si a Borges no se le puede dar porque, igual que Rómulo Gallegos, no aplaude la tiranía cubana…

Samuel Beckett es lo que podemos llamar un Nobel sin muletas, un Nobel por sí mismo, por su sola e imponente obra. Personalmente debo confesar que Samuel Beckett es una de las pocas personas que me dan miedo. Desde que vi en París “Esperando a Godot”, decidí dos cosas con este hombre: no perderme ninguno de sus libros y no permitirle nunca “entrar” en mi mundo interior. Viene de Kafka en ciertos aspectos, pero en Kafka hay siempre una teología, una grandeza del hombre, aun cuando sea víctima de fuerzas terribles e inexorables. En Beckett, la humillación del hombre ante el vacío, la aturdida condición del pobre ser humano, pedalea en torno a un absurdo tan devastador y absoluto, que resulta terriblemente penoso admitirlo.

Pero de lo que me propongo hablar en esta pequeña nota de actualidad no es del “caso” Beckett, ni de su significación en las letras contemporáneas (es uno de los autores más imitados, más saqueados y, por lo mismo, de los menos citados), sino de un aspecto poco conocido suyo: el de traductor de poesía escrita en lengua española. A Beckett se le debe nada menos que la traducción de toda una antología de poesía mexicana. Se cumplía así un deseo de la UNESCO, que encarga a grandes figuras unas traducciones, consciente de que el solo nombre de los autores hispanoparlantes, en algunos casos, no dice bastante a los lectores europeos. Así, “Enriquillo” del dominicano Galván (una de las novelas más proespañolas escritas en América) fue traducida por Robert Graves, y las poesías de Gabriela Mistral fueron traducidas por el gran poeta negro americano Langston Hughes. Para la poesía mexicana se escogió a Samuel Beckett. Estimo que sus traducciones resultan muy literales, acaso por afán de fidelidad, que éste es un problema eterno de la traducción, y más en poesía. De la meticulosidad con que trabajó este libro Beckett nos da cuenta, primero, esa fidelidad asombrosa, ese “al pie de la letra” que se observa, y luego, su declaración de que el texto fue revisado por Gerald Brenand. (A ese se le debe, como es sabido, uno de los libros más bellos sobre Andalucía, el titulado “Al sur de Granada, donde, entre otras cosas, hallamos rastros de la visita de Virginia Woolf a España.) pero la poesía es la poesía, y una traducción lo que puede entregar es una noticia del rumbo que se encierra en el poema, pero casi nunca del poema mismo.

Veamos una pequeña muestra de Beckett traductor en un fragmento del conocidísimo soneto "No me mueve mi Dios para quererte", que es habitual en América adjudicarlo a Miguel de Guevara, el michoacano. Donde el poeta pone: "No me tienes que dar porque te quiera, / pues aunque lo que espero no esperara, / lo mismo que te quiero te quisiera"; Beckett traduce: "I need no gift of thee to make me love thee, / for though my present hope werw all despair, / as now I love thee I should love thee still". Y otra vez comprobamos la fidelidad en el famoso piropo de don Francisco A. de Icaza a Granada: "Dale limosna, mujer, / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada"; aquí Beckett pone: "Woman, give him alms, / for in life there is nothing / so terrible as being / eyeless in Granada." Los tropiezos mayores están, lógicamente, al llegar a poetas como Ramón López Velarde, uno de los seis u ocho poetas-poetas que ha dado nuestra América. Pero de todos los autores sale Beckett mostrando por lo menos una enorme voluntad de acertar, y una seriedad absoluta en su oficio. Creo que éstas son características constantes de toda su obra. La elección de poemas fue obra de Octavio Paz. No hay más que decir. 



martes, 2 de abril de 2024

Octavio Paz

 

José Lezama Lima

 

En el chisporreo del remolino

el guerrero japonés pregunta por su silencio,

le responden, en el descenso a los infiernos,

los huesos orinados con sangre

de la furiosa divinidad mexicana.

El mazapán con las franjas del presagio

se iguala con la placenta de la vaca sagrada.

El pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta

y la convierte en un caracol sangriento.

En Río el carnaval tira de la soga

y aparecemos en la sala recién iluminada.

En la Isla de San Luis la conversación,

serpiente que penetra en el costado como la lanza,

hace visible las farolas de la ciudad tibetana

y llueve, como un árbol, en los oídos.

El murciélago trinitario,

extraño sosiego en la tau insular,

con su bigote lindo humeando.

Todo aquí y allí en acecho.

Es el ciervo que ve en las respuestas del río

a la sierpe, el deslizarse naturaleza

con escamas que convocan el ritmo inaugural.

Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.

La voz ordenando con la máscara a los reyes de Grecia,

la sangre que no se acostumbra a la tenaza nocturnal

y vuelve a la primigenia esfera en remolino.

El sacerdote, dormido en la terraza,

despierta en cada palabra que flecha

a la perdiz caída en su espejo de metal.

El movimiento de la palabra

en el instante del desprendimiento que comienza

a desfilar en la cantidad resistente,

en la posible ciudad creada

para los moradores increados, pero ya respirantes.

Las danzas llegaron con sus disfraces

al centro del bosque, pero ya el fuego 

había desarraigado el horizonte.

La ciudad dormida evapora su lenguaje,

el incendio rodaba como agua

por los peldaños de los brazos.

La nueva ordenanza indescifrable

levantó la cabeza del náufrago que hablaba.

Sólo el incendio espejeaba

el tamaño silencioso del naufragio.



lunes, 1 de abril de 2024

Octavio Paz, lector de Freud

 


Rubén Gallo


De todos los libros publicados por Freud, el que más influencia tuvo en México fue Moisés y la religión monoteísta. Frida Kahlo lo leyó y en 1945 pintó un cuadro –Moisés– que intenta darle una forma pictórica a los argumentos de Freud sobre la historia del judaísmo. Unos años después, a fines de la década de los cuarenta, un Octavio Paz muy joven se topó con el Moisés de Freud y, al igual que Kahlo, se propuso crear una nueva obra inspirada por esta lectura. El diálogo que Paz entabló con Freud culminó con la publicación, en 1950, de El laberinto de la soledad.

En una entrevista con Claude Fell, Paz recordó la fuerte impresión que le causó Moisés y la religión monoteísta. “El estudio de Freud sobre el monoteísmo judaico”, contó, fue el detonador de su reflexión sobre ese “mundo de represiones, inhibiciones, recuerdos, apetitos y sueños que ha sido y es México”. La revelación de Paz es una invitación a leer El laberinto de la soledad como una versión mexicana del Moisés y la religión monoteísta de Freud.

El laberinto de la soledad es un ensayo acerca de la identidad mexicana, uno de tantos libros acerca del carácter nacional publicados en la primera mitad del siglo XX. Paz fue el primero en usar las ideas freudianas para explicar la cultura mexicana. En ocho capítulos, El laberinto... analiza varios “mitos” mexicanos, desde la popularidad de las máscaras hasta el Día de Muertos, y ofrece una perspectiva general de la historia del país, desde la Conquista hasta la década de 1940.

Pero, ¿cómo se relaciona El laberinto... con el Moisés... de Freud? A pesar de que la temática de ambos libros no podría ser más distinta –uno es un libro acerca de la identidad mexicana; el otro, un análisis acerca del surgimiento del monoteísmo– hay una serie de semejanzas sorprendentes entre los dos. Freud escribió Moisés... durante la década de los treinta; Paz escribió El laberinto... pocos años después, en la década de los cuarenta. Ambos son libros escritos en el exilio: Freud terminó su libro en Londres; Paz elaboró la mayor parte de su ensayo en París, mientras trabajaba en la embajada mexicana. Tanto Moisés... como El laberinto... son autobiografías veladas; ambos autores analizan la identidad cultural desde una posición marginal: Freud vivía en un país de habla alemana pero se consideraba a sí mismo un “judío sin dios”; Octavio Paz nació en México, pero pasó parte de su infancia y un periodo muy importante de su vida adulta viviendo en el extranjero –una experiencia que, como relata en Itinerario, le valió ser acusado de ser extranjero en su propio país–. Ambos, Moisés... y El laberinto... son exploraciones de una subjetividad compleja, que no encaja dentro de los paradigmas ortodoxos de la identidad nacional, cultural o religiosa.

Pero hay una diferencia decisiva entre los dos libros: El laberinto... es el primer gran libro de Paz, mientras que Moisés... fue el último de Freud. El primero es una obra de juventud –Paz tenía 36 años cuando publicó El laberinto...–, y el segundo fue un testamento, una despedida escrita por un hombre de 83 años que se estaba muriendo de cáncer. Las diferencias de estilo y de tono entre ambos libros constituyen un buen ejemplo de lo que Edward W. Said ha de nido como el “estilo tardío”.

A diferencia de Kahlo, Paz se enfocó en las ideas teóricas, en la interpretación psicoanalítica que Freud hizo de la civilización –un proceso marcado por traumas, represiones y ansiedades inconscientes–, y aplicó este modelo al análisis de la historia de México.

Paz adaptó la noción freudiana de transmisión logenética, la posibilidad de que los recuerdos y los traumas puedan ser transmitidos inconscientemente de una generación a la siguiente. En Moisés, Freud propone que cada individuo posee una “herencia arcaica... que comprende... huellas mnemónicas de las vivencias de las generaciones anteriores”, una “propiedad heredada” que “solo precisa ser reanimada, pero no adquirida”. En su ensayo Paz aplica esta idea a la historia mexicana al analizar la persistencia de huellas inconscientes –principalmente la soledad, el tema central del ensayo– desde la Conquista hasta el siglo XX. Al igual que las ruinas mnemónicas de Freud, la soledad parece ser una condición heredada, que elude a la consciencia y produce efectos psíquicos terribles.

El laberinto de la soledad sigue el argumento de Moisés y la religión monoteísta de manera muy cercana. Hay tres conceptos clave que Paz toma del ensayo de Freud en su análisis de la historia mexicana: el complejo de Edipo, el concepto de Geistigkeit (es decir: la idea de que hay un avance en la intelectualidad) y, por último, la teoría del malestar en la cultura.

La lectura que hizo Paz de Moisés y la religión monoteísta es parte de una tendencia más amplia: en la primera mitad del siglo XX un gran número de intelectuales latinoamericanos usaron el psicoanálisis como modelo para pensar la identidad nacional. Figuras como el mexicano Samuel Ramos, los peruanos Honorio Delgado y José Carlos Mariátegui o el argentino Ezequiel Martínez Estrada buscaron en los escritos de Freud las herramientas conceptuales para analizar la historia y la cultura de sus naciones. En esos años, el psicoanálisis se ubicó como el modelo preferido para sondear la cultura nacional, para diagnosticar sus patologías y proponer soluciones terapéuticas. Pero el caso de México es único: solamente en nuestro país la identidad nacional fue pensada con base en un texto sobre el judaísmo. El laberinto de la soledad bien pudo haberse llamado El laberinto de la soledad judía


Letras Libres, 26 de enero de 2020 (versión breve del capítulo “Monoteísmos” del libro Freud en México: historia de un delirio, FCE, 2014). 


viernes, 22 de marzo de 2024

La casa del loco

 

Cristina Annino

 

Entro lentamente en la casa del loco;

no abro las persianas, no quito el polvo.

Llego a su cuarto que todavía duerme

en la mañana demasiado aire para ojos

de pálido doliente marrón. Miro

la nuca rígida y el cuerpo que no siente

siquiera el pijama. 

Me siento a su lado y le traigo el asfalto

limpiándolo del ruido, del olor del mes,

del peso de la gente.

Intento no abrumarlo con nada;

su cuerpo vacío es una habitación: sueños

soplan en pompas de viejo dolor.

¿Qué es la razón? Llego y me acuesto

al pie de su cama como a una planta

y entra dentro de mí, del loco, casi

cable eléctrico, una blanca, cansada,

atroz vitalidad.

 

La casa del folle

 

Entro piano nella casa del folle;

non apro le persiane, non tolgo la polvere.

 Arrivo ala sua camera che ancora dorme

 nel mattino troppa aria per occhi

 di dolente marrone pallido. Guardo

 la nuca rigida e il corpo che non sente

 neppure il pigiama.

 Mi siedo accanto e gli porto l'asfalto

 ripulendolo del rumore, da l'odore del mese,

 dal peso de la gente.

Cerco di non affollarlo di niente;

il suo corpo vuoto è una stanza: sogni

vi soffiano dentro bolle di vecchio dolore.

 La ragione cos'è? Arrivo qui e mi stendo

al piede del suo letto come a una pianta

ed entra dentro di me, dal folle, quasi

fune elettrica, una bianca, stanca

atroce vitalità.

 


Versión: Pedro Marqués de Armas


jueves, 7 de marzo de 2024

Una hora con Freud

 

Michael Ignatieff

 

Aquel otoño Berlin hizo una visita al más famoso refugiado de la Europa nazi, Sigmund Freud. La mujer de Freud estaba emparentada con un amigo de la familia, Oscar Phillip. A través de este intermediario, Isaiah quedó en ir a la casa de Mansfield Gardens un viernes por la tarde en octubre de 1938. Le abrió la puerta el propio Freud, que le invitó a pasar a su célebre despacho con las estatuillas y figuritas egipcias y griegas dispuestas ya sobre cualquier espacio libre de su escritorio y en las vitrinas y estanterías. Cuando Freud le preguntó a Berlin a qué se dedicaba, e Isaiah le respondió en alemán que intentaba enseñar filosofía, Freud le respondió con sarcasmo: “Entonces pensará que soy un charlatán”. No estaba nada lejos de la verdad, pero Berlin protestó: “Doctor Freud, ¿cómo puede pensar una cosa así?” Freud entonces señaló hacia una figurilla que había sobre la chimenea. “¿Adivina de dónde es?” Cuando Berlin le dijo que no tenía ni idea, Freud contestó: “Es de Megara. Veo que no es usted pretencioso”. A continuación le explicó que había llegado hasta Londres gracias a la intercesión de la princesa Marie Bonaparte e inquirió si Isaiah tenía algún conocimiento sobre los miembros de la familia real griega. Cuando éste dijo que no, Freud respondió: “Veo que no es usted un esnob”.

Concluida esta parte del interrogatorio, Freud empezó a reflexionar en voz alta sobre la posibilidad de establecerse profesionalmente en Oxford. Berlin dijo que con seguridad los servicios del doctor Freud estarían muy solicitados en un lugar como Oxford, y mentalmente imaginó una placa de latón discreta y bruñida en alguna puerta de Oxford que rezara “Dr. Freud, consulta de 2 a 4 de la tarde” y una fila de neuróticos de dos kilómetros de longitud.

En ese momento la esposa de Freud, una mujer dulce de setenta y tantos años, entró con un gesto divertido e irónico en la cara y preguntó: “Usted conoce a mi primo Oscar. ¿Es un judío practicante?” Berlín dijo que lo era. Ella continuó: “Toda mujer judía desea encender las velas del Sabat los viernes por la noche, pero este monstruo”, y señaló a su marido, “lo prohíbe. Dice que es superstición”. Freud asistió gravedad burlona y dijo: “La religión es superstición”. Claramente, aquello era una broma entrelazada en el tejido mismo de su matrimonio.

Después de esto, los Freud, su nieto Lucian y Berlin tomaron el té en el jardín, en una atmósfera que, según recordaba Berlin, era pura Viena circa 1912. El anciano Freud estaba en la etapa penúltima de su cáncer de mandíbula, pero no dio una sola muestra de dolor, malestar o lamentación. Cuando hubieron tomado el té, Berlin se marchó, con el sentimiento de haber pasado una hora en compañía no de un genio, pero sí de un viejo doctor judío, inteligente, malicioso y sabio.


Traducción: Eva Rodríguez Halffter


Isaiah Berlin. Su vida, Taurus, 1999, pp. 129-30.

 

sábado, 2 de marzo de 2024

Estacas


Luis Miguel Nava 


Mis huesos están encajados en el desierto, no hay uno sólo en mi cuerpo que se escape.

Clavados todos en la arena del desierto, unos tras otros, alineados.

Sería absurdo hablar de esqueleto.

La piel fue entretanto enterrada, algunos ya han caminado sobre ella. ¿Quién diría? La piel, antes izada, una bandera, casi una corona.

El viento se apoderó de mis vértebras. El sol mismo que entre ellas brilla es descarnado, un sol desierto, donde el desierto penetró.

Quizás podríamos lavarlo, este desierto, quién sabe, o amarrarlo, amordazarlo. La piel garantiza el espacio, el resto luego se verá.

 

Estacas


Os meus ossos estão espetados no deserto, não há um só no meu corpo que lhe escape.

Cravados todos eles na areia do deserto, uns a seguir aos outros, alinhados.

Seria absurdo falar-se de esqueleto.

A pele foi entretanto soterrada, há quem já tenha caminhado em cima dela. Quem diria? A pele, outrora hasteada, uma bandeira, quase uma coroa.

O vento apoderou-se-me das vértebras. O próprio sol que entre elas brilha é descarnado, um sol deserto, onde o deserto penetrou.

Talvez pudéssemos lavá-lo, este deserto, quem sabe, ou amarrá-lo, amordaçá-lo. A pele garante o espaço, o resto logo se veria.


Traducción: Pedro Marqués de Armas 


miércoles, 14 de febrero de 2024

AUDI, FILIA ET INCLINA, AUREM TUAM

 

 Azarías H. Pallais 

 

Silencio. Boca cerrada.

En las ramas del oído,

oyes la voz encantada

de Jesús Labio Florido.

 

Oyes. Divino parlar!

y vuelas con siete vuelos

increíble, por el mar,

por la tierra y por los cielos.

 

Soy primer adelantado

de nueva geografía.

Deslumbrado, deslumbrado,

estoy viendo. No sabía,

 

que nada supo de viajes,

aquel viajero Simbad;

que los útiles encajes

de los cuentos de Bagdad,

 

se deshacen al tocar.

Ya no cuentes, Sharazada,

porque ahora todo el mar,

todo el mar, es como nada.

 

Retozo de niños, Argos.

Y retozaba Jasón

sobre los mares amargos.

Quien no lo sabe. Colón

 

es otro niño que juega.

Sus Indias Occidentales

busca jugando. Navega,

sometido a las plurales

 

suertes, babor, estribor,

barlovento, sotavento.

Juega, juega jugador

para que huelan a cuento,

 

las historias de tu vida.

Yo ahora soy aviador

de siglos, por la florida

boca de Nuestro Señor.

 

Más que Lindbergh, siete vuelos,

para volar y volar,

como nadie, por los cielos,

por la tierra y por el mar.


Julio Valle Castillo: Poetas modernistas de Nicaragua, Editorial Nueva Nicaragua, pp. 287-89.