Pedro Marqués de Armas
Escribía cartas a Radio Francia Internacional
(o Radio Exterior de España) con la ilusión
de que fueran leídas por aquellas “amables
presentadoras” para él tan familiares
que se convirtieron
en su último solaz
A veces cuando más lo esperaba
saltaban su nombre pero ¡qué alegría!
si acusaban recibo y enviaban saludos
al oyente fiel que las instruía con historias
(un tanto) anómalas que sin embargo
enderezaba al trasladar a ese estilo suyo
ordenado y convencional
La muerte repentina de Voisin poco antes
de su última conferencia en La Habana
el curioso destino de unas piezas de Gundlach
extraviadas del museo de Segunda Enseñanza
la ruta de los últimos auténticos manatíes
por los cayos del norte el secreto
(amor) de Enriqueta Faber
y tantas otras
de valor local
Aunque no acusaran recibo
se sentaba
oyente fiel
a su hora
esperando señal
Un verano y otro
qué agrado el suyo
o qué largo silencio
si pasaban
de él
En esa su hora
nada podía
sacarlo
de ahí
Ni mi madre bailando el San Vito
ni el motor de aspas del El Bosque
ni el trasiego ruidoso de escrip
(tores) con ganas de hablar
de Derrida.
Un día le vi meter literal
mente la cabeza en la radio
y el oído
en el dial
Fundido a su Zenith
riente (de 1933) él
tan íntimo
adquirió un aspecto Un
–Heimlich
sonreía como el Hombre de Arenas
como el avestruz que me sonrió
en Italia –una vez– como todo
lo que sonríe
a sabiendas