domingo, 28 de junio de 2020
domingo, 21 de junio de 2020
Estado de la poesía francesa en 1889
Teodoro
de Banville
I.
Lejos
está ya el tiempo en que un volumen bastaba a Teófilo Gautier para resumir y
describir el estado de la poesía, cuando en una Memoria dirigida al emperador
Napoleón III sin timidez ni arrogancia, se atrevía a alabar a su maestro, el
poeta de los Castigos. Actualmente
tales acontecimientos se han sucedido, tales revoluciones se han desencadenado,
tales cataclismos se han producido, que para hacer su historia serían menester
veinticinco volúmenes y hasta una enciclopedia. Ahora bien, no pudiendo decirlo
todo, debo atenerme a las principales indicaciones y a las líneas iniciales En
esta confusión, en este tumulto, en este acumulamiento de ruinas, de
vegetaciones, de despojos, de ramas y de hojas en desorden, hay que avanzar con
el hacha en la mano, como en un bosque virgen. Pero lo esencial es avanzar, pasar
adelante, siquiera tengamos que estropearnos los brazos y aun la cara.
Es repetir un lugar común reiterar esta verdad
incontestable: ningún siglo fue tan grande como el nuestro en poesía. Sin
contar los jóvenes cantores, los nuevos, los recién venidos, esta edad cuenta
treinta poetas acaso, de los cuales uno solo hubiera bastado para ilustrar una
época. Ábrese esta edad con Andrés Chenier, que nos muestra el cielo azul, los
dioses, los puros horizontes; Lamartine se cierne, vuela, se lanza al infinito
con las alas de la Inspiración y de la Plegaria; Musset canta con puro y divino
acento el dolor humano. No hablo de Víctor Hugo todavía, porque muy luego he de
hablar de él solo.
Así, grande por el sentimiento y por la idea,
artista más puro sin duda ninguna que sus predecesores, Teófilo Gautier es un
vidente, un sabio, un ingenuo, un cantor de la raza de Homero. Sainte-Beuve,
que se le adelanta medio siglo, expresa ya los matices, los sentimientos
delicados, las impresiones sutiles de que se preocupará más tarde la Poesía tan
ardientemente. Sus Pensamientos
tienen en sus alas ese polvo de azul y de púrpura que se ve en las alas de las
mariposas y la Musa puede tocarlos sin que esta púrpura se pegue a las puntas
de sus divinos dedos.
Y al lado de estos, ¡cuántos otros poetas
excelentes y encantadores! Beranger, Houssaye, Hegesippe, Moreau, sonriendo y
llorando, inclinado sobre la clara onda de Voulzie. Y al lado de ellos se oye
también cantar y gemir con lágrimas de amor a esa ilustre princesa, a esa
moderna Safo, a la gran Valmord.
II.
¿Y quién se atreverá, a decir que después de
ellos se ha debilitado la poesía? Amplio, puro, inteligente, desplegando las grandes
alas de su genio, Leconte de Lisle es un creador, ciertamente bien moderno,
pero cuyos poemas tan seguros están de la inmortalidad, como si el poeta
hubiera vivido en otro tiempo, teniendo en sí la varonil tristeza, la
sublevación, el desgarro de la vida moderna con la precisión que le enseñaron
Agripa de Aubigné y Regnier, sabiendo pintar con palabras la suntuosidad de las
telas, la singularidad de la belleza femenil, la triste voluptuosidad en la
calma y en el orden, el columpio de la agitada y halagüeña mar, un Baudelaire,
¿no sería por si solo toda el alma de un tiempo inquieto y complicado, ávido de
emociones deliciosamente divinas y que no logran ya encantar las ficciones
malamente llamadas clásicas?
Lo repito e insisto: no conozco época más
magnífica y poderosa que la nuestra. Extraordinariamente chistoso y lírico y al
mismo tiempo servido por una nulidad verdaderamente francesa, Augusto Bacquerie
bebió en la fuente de Shakespeare y su Tragaldabas,
una de las grandes comedias de este siglo, vivirá con la poesía además al lado
de Robert Macaire y de los Saltimbanquis. José María de Heredia se
hizo dueño del Soneto, se lo hizo suyo y dijo con su orgullo oriental: Este
poema es mío; amalgamó sus metales en su ardiente fragua y este forjador de oro
hace sus obras maestras con el entusiasmo y delicadeza de un Benvenuto.
Francisco Copee, el gran dramaturgo, es al
mismo tiempo el que lleva la palabra por los que sufren, por los humildes, por
los abandonados, por los pobres, y este pintor exquisito de las tristes calles,
de los bulevares exteriores, de las niñas enamoradas, es también el brillante romántico
del Passant y con ruda y violenta
bravura ofrece sus labios al rojo, al sangriento beso de la historia.
Nada ha peligrado. Un paisaje, una escena
doméstica de Andrés Lemoyne, con sus detalles minuciosamente estudiados, vale
por los mejores cuadros de los flamencos. Sully Prudhomme, tan poéticamente
filósofo, arroba las almas con su canto puro como el sonido de una flauta y armonioso
como una voz de cristal. Entre los más jóvenes, he aquí a Francisco Fabié,
animalista de la raza de Barye, pintor de los campesinos y de la naturaleza, de
la familia de Millet. La lengua cómica del verso, que Racine buscaba ya en los Plaideurs, la voz que suena atrevida y valiente
en la obra artística del llorado Alberto Glatigny y aun después las quejas de
Valmore pudieron escuchar las de Malvina Blanchecotte que conmovían tiernamente
a Lamartine.
III.
Y todavía pudiera citar otros cien poetas,
todos ellos con invención, talento, habilidad de ejecución, el apetito de lo
moderno y la nostalgia de los países lejanos y de las edades desvanecidas; y en
primera línea, entre éstos, Juan Richepin y Mauricio Bouchor, ambos a dos jóvenes,
bien que ya hayan hecho una carrera ilustre.
Pero ¡ah! mientras me deleito así en admirar
nuestras riquezas, oigo alaridos, clamores, grandes gritos de dolor y
desesperación. -¡Todo está perdido! ¡Todo se hunde! He aquí a esos
revolucionarios, a esos jacobinos y nihilistas de la poesía, a los decadentes,
a los delicuescentes, a los simbolistas, a los instrumentistas de todos los
otros sublevados. Acabó el ritmo, la rima, todo lo que se adoraba: todo lo han
roto y pisoteado; sí; han pisoteado las reglas, como los caballos de los
bárbaros pisotearon la loba y sus cachorros. ¿Y quién tiene la culpa de todo esto?
El discreto, el audaz y paciente Víctor Hugo
había renovado, refundido, creado de nuevo la poesía. Para llegar al progreso
necesario e inevitable, bastaba que todos, amigos y adversarios, quisieran de
buena voluntad seguirlo, aprovecharse de sus conquistas, hacer otras a sus huellas
e imitar su espíritu pacificador. No sucedió así, por desgracia; mientras los
jóvenes en su fogosa impaciencia, querían inmediatamente y sin demora los
perfeccionamientos cuya realización exige años, la estúpida reacción clásica,
de cuya inepcia puede aun juzgarse por escritos recientes, se obstinaba en
combatir a Víctor Hugo.
Pero se me preguntará qué es lo que entiendo
por la palabra clásico, y se tendrá
razón, porque para entendernos bien, es preciso, ante todo, definir claramente
los términos.
Los modelos que preconizan los clásicos
persistentes y empedernidos, ¿son Corneille, Racine, Moliere, Boileau? De
ninguna manera, porque estos hombres son grandes genios, es decir lo que execra
muy particularmente el espíritu o la falta de espíritu académico y
universitario. Lo que ellos alaban con insistencia, lo que adoran rencorosamente
es la innoble, la abominable cola de Voltaire versificador, es la versificación
de los trágicos, de los idílicos, de los didácticos del siglo XVIII, muelle,
incolora, bivertebrada, sin sangre en las venas, y que se puede cortar
impunemente en tantos pedazos como se quiera, como los infusorios y la galleta.
IV.
Ciertamente, no era menester más. Bastaba ¡en
1888! sustraerse a la tiranía de Le Notre, a la cual no obedecen ya los
jardineros mismos. Las cosas han pasado en poesía, como habían pasado ya en
política. Negándonos la adjunción de las capacidades, se nos dio el sufragio
universal: de igual manera, rechazando las victorias de Hugo, el espíritu universitario
ha desencadenado la anarquía. Y bien, la anarquía; en hora buena: todo vale más
que la insulsez a que se llega por todos los caminos en nuestra lengua clara,
pero fácilmente seca, y a la que nos anima Moliere, porque este gran
combatiente aparenta ignorar que el énfasis forma parte de lo sublime y a
menudo hiere la frente descubierta y divina de Esquilo pretendiendo herir sólo
al marqués de Mascarilla.
Para destruir un pasado persistente, aunque
podrido, los jóvenes lo atacaron brutal y violentamente, sin respetar nada;
pero como dice Racine: Todo era justo entonces. Ello es cierto que, queriendo
renovar la poesía fueron demasiado perfilados y sutiles; pero ¿no tenían razón
en estar exasperados por la interminable revista de los bomberos clásicos,
insoportables, aunque muertos? Como agua encerrada y comprimida, el genio
poético rompió los tubos, los receptáculos, los diques: no vemos más que
desorden, despojos y escombros; pero el agua volverá buenamente a su nivel y
volverá a correr magnífica y limpia a los rayos del sol.
En suma, todas las reivindicaciones de los
recién venidos eran justas y lo son. Las resumiré rápidamente. Toda poesía es
música, y esta música, absolutamente ausente de la poesía clásica, es preciso
que resucite con sus voces, sus gritos de triunfo, sus sollozos y sus
murmurios. Todas las supuestas reglas que quieren cortar en el mismo punto el
ritmo del verso y el sentido de la frase son estúpidas, porque la lengua de los
versos existe desde el principio del mundo, y nunca se ha cortado la frase con
el ritmo, excepto bajo la tiranía del jardinero Le Notre. En todos tiempos,
salvo éste, el pensamiento y el canto han sido libres, independientes uno de
otro. Ved los derechos de una sola letra, de un tercio de palabra, de media
palabra en Píndaro. Ahora bien, para que un cocodrilo exista en esta cualidad
es indispensable que sea semejante e idéntico a otro cocodrilo del tiempo de
Amenolep o de Ramsés Sestesu-Ra. Por más que digáis ¡genio particular de la lengua
francesa! este genio no hará nunca que las carpas galopen en la llanura, ni que
los elefantes vuelen por los aires.
Una de las más justas reclamaciones tiene por
base una verdad que la novela moderna ha desconocido en su daño, y es esta:
Ahora que la imprenta existe desde hace siglos, y que cada ciencia tiene su
lenguaje especial, preciso y técnico, la poesía no podría ya, por ningún
título, ser didáctica, ni la ciencia ni la moral tienen que ver ya con las canciones.
Pintar impresiones de la naturaleza, estados del alma, detalles infinitos del
sentimiento, magnificencias de sonido y de luz, tal es el oficio de este gran
arte, que gana en altura y profundidad lo que pierde en extensión.
El primer poeta moderno que ha sentido todo
esto, solicitado por el alma musical, es Esteban Mallarmé. Después de él, el
delicado Verlaine ha querido emancipar el canto de toda materialidad, habiendo
proscrito hasta la rima, que es la vida, la idea, la energía del verso francés,
y de que tenemos rigorosamente necesidad para huir de la insulsez no teniendo
el recurso de las sílabas breves y largas.
No
sin razón acusa Verlaine a la rima de haber servido para muchas infamias y no
pocos crímenes; pero ¿no puede decirse lo mismo de todas las nobles armas? Sin
embargo, la espada viene a ser divina, cuando Aquiles la hace resplandecer al
sol para reconquistar a Elena, la de los hermosos cabellos; y el arco también
es divino, cuando Apolo se sirve de él para exterminar las hidras de los
apestados pantanos.
V.
No puede reprocharse a la Revolución de haber
sido demasiado impaciente ni de haber sabido reprimir el enojo que le inspiraba
el funesto y detestable espíritu universitario; y sin embargo, lo repito,
hubiera valido más creer en Hugo, seguirlo, obedecerlo y confiar en él, como
quiera que lo tenía todo hecho, todo trasformado y reunido en sus poderosas
manos. El encontró con toda su amplitud, con todo su arranque y gracia esta
música del verso que nuestra alma quiere y reclama. Es propio de la estrofa
lírica llegar de un golpe a su perfección, y el Hugo de las Orientales es tan grande y completo como
el de las últimas obras.
Mas para llegar a ser lo que es ahora el
alejandrino, que entre nosotros reemplaza el hexámetro heroico y debe servir
para la tragedia, para la comedia y el drama burlesco, exigía muchos otros
esfuerzos. Materialmente demasiado corto con sus doce sílabas, sólo con el más
prodigioso artificio llega a ser tan amplio como es necesario, y al mismo
tiempo ligero, atrevido, rápido, ágil, prestándose a todas las libertades y a todos
los cortes, debe, sin dejar de ser grande, plegarse a todos los sobresaltos, a
todas las fantasías y a todas las gracias. Inspirándose en los antiguos, en los
grandes franceses del siglo decimoquinto, y también en los maestros del
renacimiento, hubo de invertir Víctor Hugo más de medio siglo en crear, en perfeccionar,
en hacer superior a todo, este instrumento poderoso y extraordinario que hace
todos los milagros y al que nada resiste.
El alejandrino era bello, sólido y rico en
las Hojas de Otoño y Luz y sombra. ¡Cuánto más no lo sería en
las Contemplaciones, donde se parece
a un río caudaloso! En el Torquemada, y en el Fin de Satán, llega a una fuerza, a una majestad, a una flexibilidad que no se sospechaba; pero su expresión definitiva está en
ese Teatro en libertad, donde es variado, diverso, inmenso,
infinito como la naturaleza. Allí
tiene la fuerza del gigante y la gracia infantil, la fronda de la encina secular y la gentileza de la florecilla recién
abierta. Como la lengua de La Fontaine, hace hablar a todos los seres de la
manera que les es propia.
Amigos y enemigos, nadie ha estudiado
bastante, ni bastante conocido ni consultado a Víctor Hugo. Todo lo que
queremos tenía para nosotros; todo lo que reclamamos, todo nos lo daba: conciliaba
el esplendor y la regla, la libertad y la ley. No había más que fiarse de él;
pero todavía es tiempo. Es menester, no imitar a aquella águila, lo que sería
absurdo, sino seguirla también, hacia donde nos sea posible, y ya sería
bastante para entrar en la verdad y en la luz.
La
Ilustración Artística, Barcelona, Año 7, núm. 418, 30 de diciembre 1889, pp.
436-38.
sábado, 20 de junio de 2020
Elegía
Theophile Gautier
¡Virginidad del alma arrebatada!
¡Ensueños de esperanza y alegría!
Si sois del corazón la flor amada,
¿por qué morís antes que muera el día?
¿Por qué le niega el temblador rocío
sus perlas argentadas a las flores,
y la anémona, expuesta al viento frio,
pierde al llegar la tarde sus colores?
¿No veis la onda que al nacer tan pura
arrastra en cieno inmundo su pureza,
y en azulado cielo nube oscura
empañar el fulgor de su belleza?
¡Esa es la ley del mundo; ley sombría
que al corazón le roba sus engaños!
¡Que hace durar la rosa un solo día
y al fúnebre ciprés vivir cien años!
Traducción de Antonio Sellén.
Revista contemporánea, Madrid, T. III, abril-mayo 1876, p. 349.
Humo
Theophile Gautier
A Francisco Flores García
Entre árboles, allá lejos,
cerca de oscura montaña
vése una triste cabaña
del Poniente a los reflejos.
La zarza obstruye el dintel,
el muro se desmorona,
cruje el techo y se amontona
la blanca nieve sobre él.
De aquel confuso montón,
de aquella espantosa cueva,
el azul humo se eleva
volteando en tirabuzón.
Quizá en su incesante vuelo,
de algún alma infortunada
en el tugurio encerrada,
lleva noticias al cielo.
Traducción de Aniceto Valdivia (Conde Kostia).
Madrid Cómico, 6 de marzo 1881, p. 5.
domingo, 14 de junio de 2020
La lluvia está en mí
D. H. Lawrence
La lluvia está en mí. Cae,
cae y fluye,
más allá de la memoria.
El mar está en mí. Golpea,
ay golpea tan profundo,
tan impenetrablemente
oscuro,
y de repente brota en un
albor nevado,
cual leopardos de nieve
que se yerguen
trizando enfurecidos las
paredes del alma;
luego de nuevo ruedan
partiendo rumorosos
con un eterno duelo de
sibilante rabia.
Resuena el viejo mar en el
fondo del hombre.
(1929)
There is rain in me
There is rain in me,
running down, running
down, trickling
away from memory.
There is ocean in me,
swaying, swaying, o so
deep
so fathomlessly black
and spurting suddenly up,
snow-white, like snow-leapords rearing
high and clawing with rage
at the cliffs of the soul
then disappearing back
with a hiss
of eternal salt rage;
angry is old ocean within man.
(1929)
Traducción de Gastón
Baquero
miércoles, 10 de junio de 2020
A los pintores. Sobre los Estados Unidos considerados como un paisaje
Richard Howard
No un edificio, sino esta tierra; no una jaula,
estas aguas: el país es un cuerpo
y como tal hay que tratarlo:
cuando el tiempo está claro,
piensa en el pasado;
en el porvenir cuando turbio. Así hicieron los hombres
hasta lograr una metrópolis
a partir de residuos: hojas, paja, botellas
flotantes, cajas vacías, todo un continente
al que, como a toda otra cosa,
no se puede pedir que abandone de golpe sus harapos
para quedar desnudo,
a sol y sombra expuesto. Tiempo
-tiempo costó para juntar en los estanques vastos
hasta los comienzos, esqueleto
y cartílagos, arterias
y vesícula: si nuestro Sublime no va más allá
de algunas cosas como latas
de cerveza y tenedores plásticos, éso no es
todo lo que podemos decir, ni es ése
el Dios en que en verdad confiamos.
Quien crea transformando
conoce al fin esta alegría:
nosotros mismos -el Maestro
de la Aserción Calificada así lo quiso-,
nosotros mismos fuimos creados
por todo lo que hubo que soportar,
hasta dominar el pasado: un acuerdo
con la realidad no es
forzosamente agradable,
pero quizás haya en el mundo,
alrededor nuestro, ciertas cosas (¿es una playa una cosa?
¿un río entre farallones rojos ?) que apacigüen,
como cualquier ruina es capaz de hacerlo,
o como los ritos funerarios de Foción,
digamos así, en la distancia...
Quizás no haya diferencia
entre nosotros, entre el Dios
y su Templo -ése sería el triunfo,
la intacta cosa americana,
nuestro Maestro de Dogmática
Duda apela al valor para renovarse.
Tenemos otro Maestro, oíganlo –
no es, por cierto, ni calificado
ni dogmático, es simplemente un hombre que está allí,
en la escena: "Aquí, un buen día,
en medio de la arena y de la sal
una brisa constante sopla desde el mar,
brilla el sol, huele a junco, rumor
de olas, entre el silbido
y el rugido, se entrelazan,
blanco lácteo, las crestas. Ocioso
me bañé, un paseo desnudo por la costa,
tibia y gris, como antaño.
Mis compañeros a lo lejos,
en aguas más profundas (con amenazas
dignas de Júpiter contra los dioses
los llamé, como desde Homero)".
Porque hasta Walt requiere un dios
-requiere a Homero, al Homero de Pope,
para hacer de cada momento algo más que un hecho
simple, algo que perturba como una mosca,
que zumba y no canta.
¿Hemos dicho ya todo lo que teníamos que decir?
¿Estamos ya aquí como en nuestra casa,
nuestro lugar es éste? Siguiendo los límites
entre los Estados, una vista aérea dio a Gertrude
Stein su visión propia, "con razón
estuve siempre por el cubismo
y por todo lo que vino después."
Líneas rectas ("compáralas con las otras,
con esas que avanzan por donde quiera:
nada más limpio y nítido
que los mapas de América"); de los nombres indios
nadie sabe; sólo se reconocen;
de los latinos ¿quién se acuerda?
Ni siquiera nos recordamos
a nosotros mismos, sólo el barrio
en que vivíamos, lo que allí aprendimos
(¿un pantano, es una cosa? ¿y lo que el sol hace
con las ventanas del poniente cuando,
cristal por cristal, las va alumbrando?).
Hasta qué punto pertenecemos al pasado
lo sabemos sólo cuando hemos trabajado
para sobrevivir y prescindir de él.
A la altura del cuerpo,
hasta que caiga donde pueda, sabemos
cuál es la lección de nuestros esfuerzos:
Quien crea algo nuevo, tiene que aniquilar
algo viejo. En lo que construimos,
en lo ya construido, en el trabajo mismo
hay ya otro trabajo que trata de aflorar.
Lo ayudamos aniquilando; no estamos como en casa
en este clima literal,
terreno sin metáfora, sin
referencia a la preferencia:
las hojas son demasiado verdes, las rocas
demasiado rojas, el mar que nos rodea
es un mar de blasfemias silenciosas.
Todo es demasiado nuevo para nosotros,
y, de cierto modo, también demasiado viejo:
no estamos seguros: lo sabemos.
Conocer es nuestra esperanza, cuando miramos
por la ventana, a lo lejos, por encima
del farallón.
Cambiamos, y nuestro propio cambio
cambia lo que miramos: este cuerpo amado,
corrupto, que se extiende.
Traducción Severo Sarduy
Revista de la Universidad de México, junio 1984.
sábado, 6 de junio de 2020
El pueblo ha de perdurar
Carl Sandburg
El pueblo que aprende y desatina perdurará.
Le engañarán, le venderán, le volverán a vender
y volverá a la tierra a nutrir sus raíces;
el pueblo tan extraño en renovarse y regresar,
que no podemos reírnos de su capacidad de aguante,
el mamut descansa entre sus dramas ciclónicos.
El pueblo tan a menudo dormido, cansado, enigmático,
es un vasto conglomerado de unidades que dicen:
“Me gano la vida.
Gano bastante para ir tirando
y eso me lleva todo el tiempo.
Si tuviera más tiempo.
haría más por mí
y tal vez por los otros.
Leería y estudiaría
y discutiría las cosas
y averiguaría…
Eso lleva tiempo.
Ojalá tuviera tiempo.”
El pueblo tiene dos caras: es
trágico y es cómico:
héroe y rufián: fantasma y
gorila que
gime con su boca de gárgola:
“Me
compran y me venden…como si
fuera un juego…
un día me soltaré…”
Después de haber sobrepasado
Las márgenes de la necesidad
animal,
La torva línea de mera
subsistencia,
Entonces llegó el hombre
Al ritual más profundo de sus
huesos,
A las luces más livianas que
cualquier hueso,
Al momento de pensar en las
cosas,
A la danza, a la canción, al
cuento,
A las horas entregadas al
ensueño,
Después de haber marchado.
Entre las infinitas limitaciones de los cinco sentidos
y los anhelos sin fin del hombre por lo eterno
el pueblo se agarra al insulso imperativo de comer y trabajar
mientras tiende la mano, cuando se presenta la coyuntura,
hacia las luces que están más allá de la prisión de los cinco
sentidos,
recuerdos más duraderos que el hambre y que la muerte.
Y este tender la mano es cosa
viva.
Los alcahuetes y mentirosos lo han violado y hollado.
Pero aún está vivo este tender
la mano
para alcanzar luces y
recuerdos
El pueblo conoce la sal del
mar,
la fuerza de los vientos
que azotan las esquinas de la
tierra.
Toma el pueblo la tierra
de tumba de descanso y cuna de
esperanza.
¿Quién más habla por la
Familia Humana?
El pueblo está a tono y paso
con las constelaciones de la
ley universal.
El pueblo es policromo,
es espectro y es prisma
apresado en movible monolito,
un órgano de temas que varían,
un clavilux de poemas de color
en donde el mar ofrece niebla
y la niebla se disipa en
lluvia
y el ocaso del Labrador se
reduce
a un nocturno de estrellas
claras,
sereno en el rocío disparado
de la aurora boreal.
El cielo de altos hornos está vivo.
El fuego rompe en blanco y zigzaguea
disparado en metálico crepúsculo.
El hombre tarda mucho en llegar.
El hombre todavía triunfará.
Aún puede el hombre marchar hombro con hombro con su
hermano:
Este viejo yunque se ríe de tanto martillo roto.
Hay
hombres que no se venden.
Los
nacidos en fuego se hallan bien en el fuego.
Y las
estrellas no hacen ruido.
No se
puede impedir que el viento sople.
El
tiempo es el gran maestro.
¿Quién
vive sin esperanza?
En lo oscuro con un gran fardo de penas el pueblo marcha.
En la noche, con una paletada de estrellas encima
para siempre, el pueblo marcha:
“¿Adónde?
¿Y ahora qué?”
Traducción Eugenio
Florit
Antología de la poesía norteamericana contemporánea, Unión Panamericana,
1955, p. 17-20.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)