Edición de Dolores Labarcena y voz de Pedro Marqués de Armas
domingo, 26 de diciembre de 2021
viernes, 24 de diciembre de 2021
Hacia Santiago
Luciano Erba
Me encuentro en los espacios intermedios
en un camino de tierra y arbustos
los ojos perdidos hacia los montes
no sé si cantábricos o gallegos
me encuentro sin rastro de etapas
de parada, de partida, de arribo
no encuentro fuentes ni cruces
ni robledales en el altiplano
apenas un girasol selvático
asoma en un campo de heno
no muy diferente de una huella
de neumático en el barro reseco,
del polvo, de todas las malezas,
de las grandes nubes sobre nosotros.
Verso Santiago
Mi ritrovo negli spazi intermedi
su una strada di terra e cespugli
a perdita d’occhio verso i monti
non so se cantabrici o galleghi
mi ritrovo senza traccia di tappa
di sosta, di partenza, di arrivo
non incontro fonti né incroci
né querce in gruppo sull’altopiano
uno stento girasole selvatico
spunta da un campo di biada
non meno diverso da un segno
di ruota nel fango riarso
dalla polvere, da tutti gli sterpi
dalle grandi nuvole sopra di noi.
Traducción de Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas
domingo, 19 de diciembre de 2021
Reunión de Colectivo
Antonio Armenteros
Primer Asunto:
Aparentaba un amanecer distinto, llovía y ninguno de nosotros se atrevió a desandar la provinciana ciudad, o a comprar reservas alimentarias suficientes para el resto del mes. Teníamos la televisión encendida durante la jornada, estábamos en huelga: protestábamos, porque si existen situaciones límites, también hay soluciones prácticas y no por capricho de jóvenes extranjeros alocados, sino por necesidad espiritual de una época dada, época que en su decadencia nos excluía con sus signos vitales cada vez más injustos y débiles. Agotamiento de la imaginación, de la capacidad creadora, de la receptibilidad del sistema educativo ruso y por estos motivos nosotros nos fuimos a protestar: Creamos una huelga. Por lo tanto aquella fecha para mí se convirtió en el día de La Comuna en Rusia, con principios básicos: Liberté, Egalité y Fraternité… Nadie se acordó de invitar al Amor.
El primer caso en ser analizado fue el de Sergito que hace unas semanas insiste en querer regresar a la isla y dejar inconclusos los estudios. A esta altura de la Asamblea ya habían intervenido varios de los miembros del Colectivo estudiantil y dos de los invitados –no convidados y sí impuestos por la Oficina de Educación Superior de Moscú. Solicité la palabra a la Presidencia alzando el brazo –me aburrían los patrones seudodemocráticos de nuestras reuniones, esa obligación calculadora, fría que se eriza ante el menor indicio de erosión o de autenticidad no paternalista.
–Compañeros... dije exponiendo las circunstancias de la anterior resolución de Sergio.
Concluí y me senté a escuchar los argumentos de los oficinistas sobre la imposibilidad de tipo ideológica en primer lugar –de carácter económico en segundo lugar– de aceptar las razones de Sergio junto a las nuestras. Aquellas expresiones estereotipadas de los burócratas ahondaron mi aversión a los teóricos y las doctrinas.
–No hay porque complacer al compañerito Sergio, no tenemos que tratarlo con indulgencia, nos resta solo entender y a su vez hacerle comprender que el Estado Revolucionario gastó en su viaje una gran cantidad de recursos, por lo tanto es inadmisible que un joven comunista se comporte como un turista burgués, o un millonario en viaje a Europa de placer y lo que puede resultar peor: ¡Que el Colectivo le permita regresar al país sin una actitud crítica y autocrítica sobre tal comportamiento, es ilógico observar que nosotros evadimos el esfuerzo revolucionario y la orientación comunista de avanzada que tal actitud exige! –No sé para los demás, pero para mí semejante galimatías era digno del cantinfleo más absurdo, el “pelado” aparecía ante nosotros de nuevo, los funcionarios tratan de explicar el caso de Sergito atrapados en las condiciones de la Guerra Fría, el pensamiento dogmático que determina el embrutecimiento y la cementación cerebral de muchos. Para estos ministrantes les era cara la idea de un Colectivo monolítico, con decisiones compactas. En medio de esta apetencia de rara unidad las contradicciones, ni las polémicas y mucho menos las ideas tienen cabida.
Sergio en los días de exámenes
posteriores recorrió cada una de las Repúblicas Soviéticas y, no se presentó en
el Instituto; tuvimos que organizar otra reunión a la carrera, está vez para
enviarlo de retorno a la isla. Ahora expulsado y triplicadas las refutaciones
económicas de los oficiales. En estos instantes Sergio es traductor de Inglés…,
a veces lo veo acompañado de su hijo y su perrito Rugai por los parques de
Miramar, por ahí en la vida corta:
Feliz.
Segundo Asunto:
En los siguientes casos no deseaba intervenir luego de observar cómo era que actuaban los funcionarios cubanos aliados con la dirección apócrifa del Colectivo. En los demás operaba el temor de la posible expulsión a Cuba, cual invisible espada de Damocles pendiendo sobre las cabezas, y nadie intervenía, ni opinaba. Los tres monitos sabios: No hablo, no oigo, no veo. El decano del Instituto –parte rusa– leyó un extenso manifiesto acusatorio sobre nuestros camaradas, los cuales serían nombrados, comenzó el conteo regresivo:
–Iremos caso por caso… –Explica
el inquisidor obeso y continuó:
–Higinio Álvarez, mal estudiante,
resumiendo anda desbocado detrás de nuestras muchachas.
Se refería a las muchachas rusas,
o sea el burócrata leía traduciendo literalmente al español las opiniones del
Rector del Instituto… ¿Acaso desean que ande apareándose o enamorándose de
camellas o cabras?
–Es falta de respeto y contestón. Leía el numerario y una alegre sonrisa ilumina su obeso rostro.
El azar posee sus propios mecanismos para imponerse, por idéntica falta a principios del siglo XVIII cubano, los amos esclavistas enviaban al cepo a sus esclavos. Bueno, la servidumbre rusa[1] no nos era extraña. Sabíamos que su único delito era haberle roto la cabeza a un ruso, con el bafle del equipo de música en una discoteca. El alumno ruso seguía a todas partes a Higinio desde que supo por boca de su amiga –concretamente novia en ruso– que el cubano constituía su nuevo amor. Lo empujaba sin motivo aparente por los corredores y las escaleras; cierta tarde incluso escupió a Higinio delante de todos –incluida la muchacha– y le gritó despectivo: ¡Chimpancé, sureño de mierda, vuelve a tu selva, salvaje! Se pone en movimiento el aparato democrático que a mí me parece demagógico:
Votación:
Medida Disciplinaria: Expulsión del Centro Educacional y de la URSS, por ende, del Colectivo. Se va para Cuba en el próximo vuelo de Cubana de Aviación.
Marcador: 1 X 0 –A favor del Decano.
– ¡Pedro Gonzáles! –Al escuchar
su nombre se levantó impelido por la voz del grueso funcionario, que pronuncia
su nombre con la fuerza del tañido de una campana.
–Mal estudiante, le faltó el respeto a una profesora.
Lo sabíamos, conocíamos que su delito consiste en haber entrado en horas no regulares al dormitorio de la pedagoga, invitado por ella misma. La educadora a su vez era la amante del Rector, el cual tuvo la pésima idea de visitar a la catedrática sin aviso previo, coincidiendo con Pedrito que a esa hora se hallaba en el inmueble. El monarca abrió la puerta con sus miles de llaves y se encontró con un cuadro digno del erotismo de Oscar Kokoschka, los tortolitos estaban desnudos sobre el piso, ya habían realizado el amor furiosamente en el lecho. Fueron rodando, rodando hasta llegar casi a los pies del Decano frente a la puerta. Un triángulo de expulsión/tensión amoroso. Se abre otra paradoja frente a los ojos burócratas mal entrenados. Pedro no se delataría, ni a él, ni a la profesora. El Rector no lo quería ver más en el Instituto. Un capítulo extraño: ¿Qué coño estábamos analizando? En los ojos de Pedro se encendió una lucecilla de temeridad y la turbiedad en aumento casi apagó su mirada. Se puso de pie y escuchó el paradójico veredicto:
Votación:
Medida Disciplinaria: Expulsión. Se va en el próximo vuelo de Cubana de Aviación.
Marcador: 2 X 0 –A favor del Decano. Otro regalo más del Emperador.
–Abel Pestano Almenares. –Apareció al fin un signo que nos indica la existencia de una madre entre nosotros. Figura controvertida, se cree o considera el líder natural –leía ahora el otro empleado bajito y calvo–, aconsejó e inculcó en sus condiscípulos la peregrina conjura de no asistir a las clases el día 10 de Octubre, fecha significativa en Cuba, pero que aquí en la URSS[2] no dice nada, aquí celebramos jubilosamente el Triunfo del Gran Octubre, por el nuevo calendario Gregoriano[3] en Noviembre. Su actitud de franco desafío y desacato a las autoridades educacionales compulsionó a nuestros camaradas soviéticos a solicitar nuestra intervención en tan delicado asunto y convocar esta reunión o asamblea urgente y bla, bla, bla… Comprendimos que viéndonos ignorados y encontrándonos abandonados por ambas directivas; luego de pasar hambre y no recibir estipendio alguno, decidimos por unanimidad designar a Abel, por su dominio del idioma ruso, como nuestro legítimo representante o Jefe de Colectivo –más tarde fue removido de su cargo por estos funcionarios aparecidos a última hora y contra de nuestras voluntades. Lo cual nos alecciona sobre el real irrespeto de las autoridades rusas y cubanas a nuestras librepensadoras decisiones.
Votación:
Medida Disciplinaria: Se va para Cuba en el próximo vuelo de Cubana de Aviación.
Marcador: 3 X 0 –A favor del Decano. Fin de la Reunión.
Tercer Asunto:
– ¿Dónde está el compañerito que
habló primero? Como al inicio levanté el
brazo disciplinadamente.
–Lo esperamos con los nuevos
jefes del Colectivo y el buró del Comité de Base de la UJC en el hotel. Se
dirigió hacia mí el grasoso ministrante, me miró con ojos sagaces, pero sin
verme en realidad, pues, cree que cuando se es joven, uno es sencillamente incapaz
de comprender las cosas.
Recuerdo el regreso de los muchachos cerca de las cuatro de la madrugada del hotel, violando el reglamento moral de la Residencia que fija como hora límite de ingreso la una del alba. Nos contaron chistes verdes dichos por el Rector y lo describían esperanzados de la siguiente manera: “El tipo es un vacilón, chévere de verdura. Aquello fue lata, lata, la gran comelata y todo gratis”. Al final los demagogos le entregaron a cada uno de ellos treinta rublos y enviaron los tuyos con ellos. No los aceptaste… “Havana Club siete años, Vodka Anillos Dorados, oye, tremenda cumbancha te perdiste, camaleón”. Jaranean felices.
En lo interno me sentía complacido por no haber participado en esa farsa del hotel y quedarme ayudando solidariamente a mis compañeros: Pedro, Higinio y Abel a empacar sus objetos. Sergio se iría después –dos o tres meses más tarde–, y le escribí una extensa carta a mi viejo donde intento explicar lo sucedido, la intromisión en nuestros asuntos de las largas manos del oso ruso.
Cuarto Asunto:
Abel, por ser hijo de no sé
quién, pero muy influyente, continuó sus estudios en París, ahora mal vive como
especialista en ballet. A veces llega una postal o una invitación a mi puerta
con su nombre bien claro: Abel. En ocasiones recuerdo que luego de aquella
reunión tuve que estudiar como nadie, pues, existen ciertas intervenciones,
ciertas frases, ciertas actitudes que un Rector o Decano, aunque no te acuse
directamente, no puede permitir.
Quinto Asunto:
Masia,
la rusalka que escucha mis desvaríos se inquieta, recordándome al Kafka de La muralla china: “Qué tortura la de ser
gobernado por leyes que se ignoran... ¿Por qué mejor no me expulsan y me
prohíben que haga preguntas?” Antes de perder por completo la noción de las cosas,
percibo cual si fueran retazos de películas ya observadas los signos desacordes
de aquel día y Masia me acaricia la cabeza diciéndome: “Ya pasará. ¡Todo pasa,
cariño!” Ella no podía medir el grosor del agujero que se había abierto en mí
alma. No tenía sentido alguno explicarle aquellos síntomas de la estupidez
humana, aun cuando se agregue que por lógica no puede entenderlo. En lo
sucesivo mi virtud esencial será moverme en Rusia con extrema prudencia.
Sexto Asunto:
FINAL.
Novovóronezh, Rusia, tierras negras central, 1989.
[1]Que
viene del latín servus, o sea
espécimen de contrato comercial y jurídico típico del feudalismo que imperó en
Rusia.
[2] Se refiere a la antigua Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas. Disueltas el 25 de diciembre de 1991 mediante un
intento de golpe de estado.
[3]El calendario Gregoriano vino a sustituir en 1582,
suplantando 4 al Calendario Juliano. En Rusia por ser un país de religión
ortodoxa y no querer reconocer la influencia de un Papa Católico como Gregorio
XIII en la reforma del antiguo calendario no se adoptó hasta 1918, luego del
triunfo de la Revolución de Octubre de 1917.
lunes, 13 de diciembre de 2021
Algo más que “la espuma: montón de nada que revienta en finos círculos” *
Caridad Atencio
Ojalá hubiera tenido la suerte de haber contado con algunos de los poemas
recogidos en el poemario La hija del reo [1]de Sonia Díaz Corrales para la
antología Sin mordaza,[2] que fue publicada recientemente, y
recoge poemas escritos por mujeres cubanas y brasileñas contra la violencia de
género, pues el tema de la mujer como un ser despojado de su condición legítima
asoma en la mayoría de sus textos, aunque también hace gala de un mundo
imaginativo y un discurso universal. Si pasamos revista a las maneras de todo
el libro, el discurso es íntimamente femenino, porque “hablando” de la mujer,
nos demuestra cómo la poesía es la autobiografía de la conciencia del hombre,
recordando a Wordsworth. En el cuaderno “se percibe una lectura inteligente y
dialógica con la tradición literaria hispánica y la cultura judeocristiana,
donde la poeta, en su avidez por iluminar lo que hay de oscuro e ininteligible
en su dimensión ontológica, descubre los puntos que la acercan o alejan de esa
tradición y cultura.”[3] Aquí se acusa al ser masculino de
sus iniquidades hacia la mujer, y es desautorizado por una voz que alcanza la
ironía:
SIERVA DE LA REINA
Yo soy quién trenza los
cabellos de la reina.
En los aposentos de la reina todo es húmedo.
En los salones la reina es un talismán.
Dentro de la reina hay una niña
dentro de la niña un reloj de arena
grande como un desierto.
La reina es un puente entre el rey y los soldados.
El árbol del jardín tiene tantos columpios como horcas.
El rey mató a la niña y la hizo reina.
En el desierto de la reina
sólo entramos ella y yo
ella porque es la reina
yo porque fui la niña
y ahora trenzo sus cabellos.
Cuando el rey era un hombre
(ahora sólo es el rey)
la niña lo esperaba de rodillas
en el salón de las estatuas.
Yo era una estatua de rodillas
y el rey un hombre
a punto de volver de la batalla
yo era una estatua hasta que el rey volvía.
Dentro del rey vive el hombre que ama la niña
dentro de ese hombre
hay un silencio férreo
el amor a veces es silencio
en el silencio se oyen mejor las voces
cuentan estas historias cuando la reina duerme
y la niña se tiende transparente dentro de ella
y la sierva de la reina espera que despierte
y pregunte con la autoridad de una reina
¿qué hicieron mientras yo dormía?
La niña y yo callamos
la reina sabe
estuvimos contando las gotas de arena
que caían del reloj
del desierto
del salón de las estatuas
mientras ella dormía
y el rey se preguntaba
¿para qué sirve una corona tan pesada?
El rey manda a escribir la palabra silencio
manda a ahorcar a los que escribieron
no puede acallar el grito de sus voces.
El rey llora como un hombre
y no come más que arena
le gusta su color
le gusta como raspa la garganta
le gusta comerse el alma de la reina
y así ella no se va
con sus fantasmas al desierto.[4]
Con el uso de elementos alegóricos va conformando un mundo personal que
puede ser tan íntimo como de cada mujer, para tratar de encontrarle sentido a
la existencia: los seres que conforman un reino en contraposición con los semas
puros que emanan de la figura de la niña. Con un lenguaje irónico son
expresadas una especie de violencia contenida que ejerce el hombre
inevitablemente sobre la mujer y la esperada sumisión, [5]pues la relación de pareja es como el
detonante que remarca las diferencias sociales que pesan sobre la
mujer. Se trazan metáforas sobre la comunicación en la pareja vista
por los ojos de una mujer. La poeta busca, añora un sitio donde construirse,
edificarse, levantarse, donde ella more en acomodo, en armonía, flujo
constante, quiere ser una “casa”, y no un ser despojado de su condición
legítima, como toda mujer – así alegoriza con el mundo de la casa que es todo,
y la nada que nos protege, que somos nosotros mismos-[6] y entonces dibuja el mundo
inevitable de las pérdidas ,donde hay como un hastío y un
reconocimiento de que la escritura se alimenta de la extrañeza,[7] o desolación ante los
imponentes retos de la existencia. Quizá la fuerza de este conflicto humano
haga auténtico un discurso íntimo que se conforma con un lenguaje al
uso en el que se habla de ángeles, alas, reloj de arena, pájaros, flores, sin
temor, y que echa mano con frecuencia a lo alegórico, en los que involucra los
conceptos de casa, árbol o de un puente colgante. Y los supera a ambos cuando
nos habla con detenimiento de las cumbres de la incomunicación,[8] o de los imprescindibles amparos,
rodeados de una profunda desazón, intrínseca de la vida femenina, vinculada
firmemente a un estigma social, y al dolor permanente que a esta circunstancia
acompaña, que implica el reconocimiento de un destino múltiple y maldito en la
existencia femenina: “Sobre la inercia/ las mujeres que soy pintan […]/ un
árbol solo en la llanura sola”.[9] La mujer como ser despojado de su
condición legítima es quizás el centro de este poemario que obtuvo el Premio de
la Crítica Literaria, alma que ve la intensidad de su nada en la multiplicidad
de formas en que se convierte: perfumes, olores, rosas, seres que en ella se
multiplican y que a la vista de otros se invisibilizan.[10]
La naturaleza de la mujer como ser disminuido por otros hace que hace que
ella, por compulsión social, llegue a crear su propio mal, y a creer que es
culpable del mismo.[11] A la mujer le han impostado una
naturaleza maldita. Ella es lo que se convierte en espuma, en lo que nadie
repara, lo que es esencia y está condenado a decir que es espuma, pero también
alguien que acepta el desafío, la voluntad de sobreponerse a esta iniquidad de
no ser considerada un ser legítimo, una vapuleada identidad que se adivina viva
y briosa en el fondo. Por eso redimensiona la cardinalidad de la mujer, redescubre
ese lugar legítimo que siempre ha sido suyo y el mundo no ha querido ver:
PUENTE COLGANTE
He deseado amar a un
hombre sobre un puente colgante
sobre el abismo mi cuerpo
sería el único sostén
la única cosa a la que se
hombre se aferrara
mi cuerpo sería la vida
y el puente un artificio
un modo para ejercer la
libertad
en el venir y el irse.
Un puente siempre lleva a
la otra orilla
al lado opuesto
a un puente no se llega
desde el miedo
desde la niebla sí.
Puedes estar ahora sobre
el puente
y no saber que lo
sostengo
que son mentiras las
amarras.
Ningún puente cuelga si
no lo sostiene una mujer
puedes estar mirando a la
mujer sin enterarte
no sabes que es un puente
donde habrás de amarla.
Si entraste en ese
espacio
debajo del cual la nada
pinta sus señales
si sabes definitivamente
de ese camino movedizo
es porque ella sobrevive
sobrevuela
sobreinventa
un lugar para tu paso.[12]
Incluso allí reconoce su papel crucial en el universo de la pareja sin
sonrojos, sin comedimientos, lo que dota de un doble significado la aseveración
que reza que si queremos tener un testimonio preciso y sincero del drama y la
tragedia de nuestro tiempo, debemos consultar a los poetas. Ellos han
experimentado el desequilibrio entre vida activa y vida contemplativa. Ellos
han sufrido, gritado y pagado por todos.[13] Ella, la poeta, ha resignificado al
hombre, genéricamente hablando, y su misión de fe, paz y libertad.
[1] - Verso de “Nicodemo”, La hija del reo.
[2] - Sonia Díaz Corrales. La hija del reo. Editorial
Letras Cubanas, La Habana, 2015, (Prólogo de Ileana Alvarez).
[3] -Sin Mordaza. Antología de poemas escritos por poetas
cubanas y brasileñas contra la violencia de género, Editorial LudGraf, Natal,
Brasil, 2021. Antologadoras: Christina Ramalho y Caridad Atencio.
[4] - Ileana Alvarez.” A un puente no se llega desde el miedo: Sonia
Díaz Corrales en La hija del reo”. Sonia Díaz Corrales. La hija
del reo, Editorial Letras Cubanas, La Habana 2015, p. 6.
[5] - Sonia Díaz Corrales. Ob. cit, pp. 11 – 12.
[6] -“Escribir de una mujer de fuego
saliendo del borde de una llama
para que no la encuentre el hombre
que es un dedo
apuntando al pecho
a su sexo
a su espalda
a su demora
a sus manías
a sus labios
que son de hacer silencio.
“Pérdidas”, pp. 34 – 35.
[7] - Véase “Discurso sobre la pared”, p. 57- 59.
[8] -
Incertidumbre sobre la extrañeza
Hoy ha venido la extrañeza
a darme sus lecciones de podar la lengua
a llevar la libertad contra las cuerdas.
Y ya no recuerdo los días
de correr junto a ella
de lapidarla en el sofisma.
Guardo mis podridos girasoles
guardo mi día de hoy para otro día
guardo mis rotas
feroces mariposas entre las mismas páginas
de los mismos libros que releo
me guardo a mí misma como un reloj de arena
que no cesa de caer
aun de noche cuando duermo
o alucino que duermo
y por fin
descanso de todo
lo que se pudre aquí.
Pero…
¡Qué traición
dejar paso a la extrañeza
y callarse para siempre!
pp. 15 – 16.
[9] -“Una torre estas flores y
los pájaros
fue todo lo que tuve
cuando ustedes me encerraron
y describieron en mi rostro la locura
como se describen los paisajes.”
“Retrato de la florista”, p. 30.
[10] - “Las mujeres que soy”, p. 77.
[11] - Véase el poema “Poses para cruzar el campo minado”, pp. 20 –
21.
[12] -“¿Quién anda ahí?
¿Quién va deshaciendo los rostros de la sombra?
¿Quién le evita el dolor de este
último tramo hacia la luz?
¿Acaso ella misma va delante de sí
amontonando el humo
rasgando a manotazos su blancura?
“Apocalipsis para la infanta”, pp 40 – 41.
[13] - “Puente colgante”, pp. 71- 72.
[14] -Giuseppe Ungaretti. “¿Está viva o muerta la poesía
contemporánea?”. Entrevista con G. B. Angioleti, Ensayos literarios,
UNAM, México, 2000
Pintura de Hilma af
Klink.
viernes, 3 de diciembre de 2021
Golondrinas de París
Ramón Vasconcelos
Con los primeros fríos de noviembre se han
ido los últimos turistas cubanos.
Apenas
los árboles del Luxemburgo y el Bosque comienzan a desnudarse, nuestros compatriotas
toman la maleta y buscan el paquebot que lo devuelva al muelle de La Habana.
Es
lástima que todos los años se marchen tan pronto, porque traen con ellos la
rumbosidad, la alegría y el entusiasmo del trópico. Traen los brazos abiertos y
la radiación simpática del rayo de sol.
Los hoteleros no los pierden de vista. "¡Cubains!" (Pagan bien). Los garzones conocen su esplendidez. "Les cubains son tres gentils." En los espectáculos ocupan las primeras plazas. Se sabe que gastan, y que siendo metecos porque vienen de fuera con la cartera llena, no son rastacueros, porque no pretenden atraer la atención con el ridículo y el escándalo.
París, que tiene una clasificación sutil —y crematística— para las cosas, sitúa al cubano entre el argentino que lo provee de tangos llorones y el yanqui que lo aplasta con el dólar. Cubains, dice, sin decidirse a más. Y es bastante. Es el O. K., le droit de cité para el vecino y amigo de los Estados Unidos, que lo nutren, lo visten, lo calzan e influyen en su mentalidad y en sus finanzas. El francés tiene el deber de no exteriorizarse mucho sino a condición de que se exterioricen en igual medida los francos del prójimo. Sus sentimientos responden a las combinaciones del coffrefort.
El cubano, amigo del lujo, ocupa un sitio decente entre la clientela de Mariana. Además, Heredia dejó los Trofeos, puros y rutilantes como medallas de oro. Aún se recuerda un poco a Albarrán. Y acaso White no esté olvidado completamente. ¿Cuba? ¡No se está seguro del detalle geográfico, pero se tiene la certeza de que es una isla bella y ardiente en que se bailan danzas voluptuosas y en que los habanos auténticos humean como incensarios en todas partes, día y noche.
La intervención platónica de Cuba en la Gran Guerra se ignora. Si en vez de producir azúcar para los aliados hubiera enviado cuarenta mil hombres al frente contra los alemanes como se pensaba, de su sacrificio no quedaría constancia más que en los anales de la Legión de Honor y en las ofrendas periódicas de los turistas cubanos al soldado desconocido.
Es lástima que los cubanos escapen con los primeros fríos llevándose el calor de su cordialidad y el brillo de su opulencia.
Los ángulos de moda del bulevar no los confunden; los ateliers, cafés y rincones adorables de Montparnasse los acogen con gusto. Y si no los despiden cuando se marchan ni los reciben en la puerta cuando arriban, es porque no les alcanza el tiempo para hacerle los honores al ejército de muchachos que vienen anualmente de los más remotos países a revolucionar el Arte desde las mesas de La Rotonde, Le Dome y La Coupole.
Con la ausencia de los turistas cubanos enmudece el son de ciertos cabarets y se cierra la temporada de los banquetes.
Un "curro del Manglar", por muy descubanizado que esté, no deja de ser un tipo criollo de agradable recuerdo, sobre todo si nos saluda en compañía de un apache y un gitano adulterado.
Esa es la noción más completa que tienen de las costumbres de América. Pero los americanos tomamos represalias banqueteándonos en los restoranes parisienses y formando tertulias en las terrazas de los cafés.
A lo mejor nos tropezamos con un señor redondo como un balón. Es un camarada que ha aumentado de peso desde la última vez que le vimos. Se ha dedicado a organizar banquetes en el verano y a servir de "cicerone" por los restoranes famosos a los recién llegados.
—¿No conoce usted los templos de la culinaria francesa donde todavía oficia a conciencia el cordon bleu? El buen comer y el buen beber son tradiciones de Francia. Recuerde que Brillat-Savarin escribió aquí su Fisiología del Gusto. Recuerde que Montaigne calificó de ciencia la guía francesa. Recuerde que fue aquí también donde Vatel se atravesó el cuerpo con una espada por no haber llegado a tiempo el pescado que debía servir a Luis XIV —pescado que llegó por cierto en el momento preciso del suicidio—. Recuerde, en fin, que Francisco I y Enrique IV cuidaban tanto de su cocina como de sus Estados. Nombres célebres en las letras firmaron recetas de asados y pasteles. Rabelais dejó noventa y ocho dulces inventados por su apetito. Richelieu fue un consumado gourmet.
Tan calurosa y erudita alabanza a la cocina gala —enorme y delicada, según Verlaine—, lleva a cualquiera, sin remedio, a laToar d'Argent, especie de Santa Capilla del condimento y el vino añejo.
Hay también quienes toman venganza de América exagerando su parisianismo. París es bello; París es adorable —dicen— a pesar de la invasión de metecos, que todo lo echan a perder con su exotismo y su mal gusto. Ya no se corona a los poetas en los cafés literarios. ¡Lo que sería hallar una tarde de éstas a Musset bebiendo su ajenjo en el Café de la Regencia! ¡O a Verlaine, andrajoso y borracho, dormido en una mesa! ¡O a Paul Fort coronado en la Closerie de Lilas!
Dan ganas de decirle a estos admiradores nostálgicos de un París que ya se ha ido para siempre y han visto a través de Rubén Darío y Gómez Carrillo:
—Es indudable que no se ven ahora poetas que exhiban sus harapos y su beodez pollos cafés ni genios que mueran en los hospitales públicos. Pero esto no es un mal. La mitad del París que ustedes añoran no existe y la otra mitad no ha existido nunca. París se moderniza y cambia como todo en el mundo. Cada día derriba un edificio viejo y una idea anacrónica, y de esto se felicitan los franceses. ¿Por qué, en vez de cuidarse de los hombres y las cosas de París, que clava los alfileres de su esprit en el advenedizo y el meteco, no le prestan atención a las cosas y los hombres de Quezaltenango (Guatemala) o de Yaguajay (Cuba)?
Entonces, ¿para qué residir en Lutecia? Desdeñar la América y lo americano viste bien y da cierta importancia. Una fotografía hecha en París y publicada en América es de eficacia decisiva. Por esto, cuando un compatriota niega su concurso a un banquete, se le hace cambiar de criterio con sólo mostrarle la cámara fotográfica y decirle:
—Habrá retrato.
Es un truco que no falla.
Bulevar. Iluminaciones sobre el Sena, La Habana, Cultural S. A., 1938, pp. 175-182.
miércoles, 1 de diciembre de 2021
La naturaleza a la escuela
Julio Camba
—Hoy he visto un personaje que parecía exactamente un cuadro de usted —le dijo un día a Whistler una de sus admiradoras.
Y el gran pintor, con la mayor tranquilidad del mundo, le respondió:
—No me sorprende. Desde que yo empecé a pintar la naturaleza ha hecho progresos notabilísimos...
—¡Qué frase magnífica! —le decía, días después, Oscar Wilde a Whistler. Me gustaría infinito que se me hubiese ocurrido a mí.
A lo que Whistler cuentan que repuso:
—No te preocupes, Oscar. Ya se te ocurrirá...
Y, en efecto, de aquella frase parece que fue de donde el autor del «De profundis» sacó su célebre paradoja de que la naturaleza imita al arte y de que los crepúsculos del Támesis no son, o no serán, más que una copia de las decoraciones del Covent Gardem; pero, dejando a un lado esta cuestión de paternidad, lo indudable es que, si la naturaleza no imita al arte, por lo menos el arte nos enseña a ver la naturaleza y que, al enseñarnos a verla, la modifica de una manera sustancial ante nuestros ojos. De otro modo: no es que el señor a quien le hacen un retrato en el que predominan tales o cuales valores de su fisonomía, que hasta entonces habían pasado generalmente inadvertidos, tenga que someterse a un régimen o que imponerse al menor esfuerzo para parecerse al retrato que le hicieron y aprovechar así el dinero que invirtió en él. No. Sin que el modelo necesite hacer esfuerzo alguno, todo el mundo, en lo sucesivo, empezará a verlo tal y como lo vio el artista y, a condición de que éste haya estado acertado en su interpretación, el señor del retrato ya no volverá nunca a ser lo que era.
En esta forma, y no en otra, es como tantos señores acaban por parecerse a sus propios retratos, como los paisajes naturales copian o recuerdan casi siempre los de los paisajistas y como toda la naturaleza, en fin, viene imitando el arte desde el día remotísimo en que éste se puso a darle lecciones en la cueva de Altamira.
«El arte es una esclavitud —dice Wells—. Yo prefiero contemplar el salto de un pez o el vuelo de un pájaro a la mayor obra de arte antigua o contemporánea.»
Pero, cuando el célebre escritor hace esta afirmación, ¿está completamente seguro de que los peces y los pájaros que él pueda contemplar no son, en cierto modo, unas creaciones artísticas?
Vivimos en un mundo deformado por siglos y más siglos de civilización y de cultura, donde los pájaros y los peces han perdido, por decirlo así, toda su naturalidad y donde sólo algún artista extraordinario logra muy de tarde verlos a su manera en vez de verlos a la manera de los otros artistas.
La Vanguardia, 26 de julio 1949, p. 4.
sábado, 27 de noviembre de 2021
Incursión
Pedro Marqués de Armas
A medida que te adentrabas
en
la noche
de
populosos gineceos
Yoshivara
japonés
o
cerámico muro alejandrino
emergía
lenta y bamboleante
la
Venus negra de Baudelaire
Qué
oscura debió resultarte
esa
incursión
por
otro lado
nada
excursionaria
para
entreverlo todo
“a
la luz violeta de Goya
el
macabro”
De
tanto impostado satanismo
te
despertó (y esto
como
todo lo anterior
según
propias palabras)
la
cuchillada en plena jeta al guapo
tabernario
y el grito
de
punta a punta
de
las cloróticas
pintarrajeadas
hetairas
En
la accesoria sonaba un madrigal
que
hablaba de puñales
justificando
tus imágenes
en
tanto (buena montura
mejor
montaje) en zapaticos
ideográficos
taconeaba
Madame
Rouge
Pero
solo la Venus negra tenía la clave
solo
ella a la luz de los carbones
en
esa tu noche sifiliaria
espesa como un parapeto
(De la serie Homenaje a
José Juan Tablada)
sábado, 13 de noviembre de 2021
El interrogatorio
Virgilio Piñera
¿Cómo se llama?
-Porfirio.
¿Quiénes son sus padres?
-Antonio y Margarita.
¿Dónde nació?
-En América.
¿Qué edad tiene?
-Treinta y tres años.
¿Soltero o casado?
-Soltero.
¿Oficio?
-Albañil.
¿Sabe que se le acusa de haber dado
muerte a la hija de su patrona?
-Sí, lo sé.
¿Tiene algo más que declarar?
-Que soy inocente.
El juez entonces mira vagamente al
acusado y le dice:
-Usted no
se llama Porfirio; usted no tiene padres que se llamen Antonio y Margarita;
usted no nació en América; usted no tiene treinta y tres años; usted no es
soltero; usted no es albañil; usted no ha dado muerte a la hija de su patrona;
usted no es inocente.
-¿Qué soy entonces? –exclama el
acusado.
Y el juez, que lo sigue mirando
vagamente, le responde:
-Un hombre
que cree llamarse Porfirio; que sus padres se llaman Antonio y Margarita; que
ha nacido en América; que tiene treinta y tres años; que es soltero; que es
albañil; que ha dado muerte a la hija de su patrona; que es inocente.
-Pero estoy
acusado –objeta el albañil-. Hasta que no se prueben los hechos, estaré
amenazado de muerte.
-Eso no
importa –contesta el juez, siempre con su vaguedad característica-. ¿No es esa
misma acusación tan inexistente como todas sus respuestas al interrogatorio?
¿Cómo el interrogatorio mismo?
-¿Y la sentencia?
-Cuando
ella se dicte, habrá desaparecido para usted la última oportunidad de
comprenderlo todo -dice el juez; y su voz parece emitida como desde un
megáfono.
-¿Estoy, pues, condenado a muerte?
-gimotea el albañil-. Juro que soy inocente.
-No; acaba usted de ser absuelto. Pero veo con infinito horror que usted se llama Porfirio; que sus padres son Antonio y Margarita; que nació en América; que tiene treinta y tres años; que es soltero; que es albañil; que está acusado de haber dado muerte a la hija de su patrona; que es inocente; que ha sido absuelto, y que, finalmente, está usted perdido.
domingo, 7 de noviembre de 2021
La visita
Guillermo Cabrera Infante
El hombre no estaba ahí y de pronto estaba ahí. Debía
haberlo visto cuando entró pero no lo vi. Después de una peritonitis por
ruptura de la vesícula, con un catéter a través del pene, una sonda en la
herida y dos botellas goteando agua y antibióticos allá arriba y detrás de mí,
no estaba preparado para nada que no fuera oír cómo ella contaba un cuento de
su niñez allá en el Escambray.
Pero con quince kilos menos todavía era reconocible por mi
barba y mi bigote y las gafas de aro de metal que son ya como una tarjeta de
visita. Sólo que era yo el que recibía la visita ahora.
El hombre, que había empujado la puerta sin siquiera tocar,
se instaló, sin pedir permiso, en la banqueta donde ella descansaba los pies,
casualmente junto a la única puerta. Al otro lado de la cama estaba el timbre
para llamar a la enfermera de turno pero quedaba fuera de mi alcance ahora. El
hombre sonrió una extraña mueca de convidado de piedra. Iba vestido, pude
notar, correctamente y por un momento pensé que era otro médico, con un traje
sin embargo que no podía llevar ningún médico inglés porque era de una seda
(era verano) que brillaba barata, como si quisiera al llevarlo dar la falsa
impresión de ser importante. Fue, por supuesto, casi decisivo.
Cuando se sentó ella le preguntó quién era porque también creía que era otro médico: un especialista más de visita. Hubo tantos alrededor de la mesa de operaciones donde había quedado infectado por un estafilococo áureo, una bacteria de quirófano que se comporta como un virus oportunista.
—Who are you?— preguntó ella de nuevo.
—Yo soy un cubano
—dijo el visitante inesperado.
Enseguida ella y yo supimos que era un cubano, casi un
cubanazo por su desenfado y sus ojos maliciosos debajo de las gafas calobares, que se aclaraban ahora a la baja luz del cuarto.
—Pero
¿cómo supo que estábamos aquí?
—Señora, yo lo sé todo.
—¿Cómo supo que estábamos
en este hospital?
Era el Cromwell Hospital, donde me habían ingresado del Chelsea-Westminster Hospital para combatir la infección aislándome.
—Ah, fue muy fácil.
Fui a los bajos de su casa y le pregunté a la vecina del sótano en qué hospital
estaba él (señalando) ahora.
Así había hecho y así le habían dicho después de
declararse, enfático, muy buen amigo mío y sabido que había sido trasladado a
otro hospital. La mentira crecía creíble todavía:
—Me dijo
que él se estaba muriendo.
Miriam Gómez lo
encaró de frente.
—No, él no se está
muriendo. Se le reventó la vesícula y tuvo después una infección.
El visitante era insistente y sabía inglés.
—Pero en la puerta
dice que él está muy mal y que en este cuarto no se puede entrar.
—Solamente tiene un
microbio fecal que puede contagiar a otros enfermos.
—Pero las enfermeras
vienen siempre con delantal de plástico y guantes. Es lo que dice ahí.
—Yo estoy aquí sin
delantal ni guantes —dijo ella decisiva. El visitante cambió de conversación
cuando vio su resolución.
—Yo los vi a ustedes
en el concierto de Rivera.
Como si hicieran falta más credenciales llamó Rivera a Paquito, como lo conoce todo el mundo, menos sus enemigos de Cuba. Luego, de pronto musical, preguntó:
—¿No fueron ustedes
a oír a la Orquesta Aragón?
Sabía por qué quería
saber: la Aragón es una orquesta oficial.
—Nosotros no vamos a
esas cosas.
—Ya veo.
—¿A qué vino usted
aquí?
—Señora, soy un
testigo de Jehová y vengo a ayudar a su marido a pasar al otro mundo—y
metiendo la mano en un bolso-sobre de cuero dijo: —Tengo aquí un librito para
que él vea lo que pasa en el más allá cuando uno deja este mundo.
Casi dijo "este valle de lágrimas", pero con un
ademán siniestro de su mano derecha me extendió un librito rojo. Que ella,
rápida, interceptó y puso enseguida fuera de mi alcance en la mesita de noche
para decir:
—¿Pero ustedes no
fueron los que le llenaron la Plaza a Fidel Castro pidiendo el fin del embargo?
—Nosotros,
señora, no hemos ido a ninguna parte —dijo y se puso de pie para irse como
había venido el hombre que estuvo ahí y de pronto no estaba. Pero había
cometido un error: habló demasiado y demasiado pronto. Ella, tan ágil como se
lo permitió la banqueta, abrió la puerta pero no vio a nadie. Ahora apartó la
parafernalia médica y fue a la ventana, con tiempo para ver salir a la calle a
nuestro visitante y dar palmaditas en la espalda a un acompañante que vestía
con el atuendo que hizo popular entre la diplomacia cubana Robertico Robaina
cuando era ministro de Relaciones Exteriores. Sólo que éste no era Robaina, a
quien en España llamaron el Embajador de la Salsa: la suya era otra misión,
pero también era un agente a la moda de los años sesenta.
Ahora ella se movió hacia la puerta y el pasillo, donde se
encontró por una casualidad más divina que humana con la enfermera-jefe, que se
movía ignorante de todo. Ella le informó que nuestra habitación había sido
allanada por un obvio ajeno: an alien, dijo ella. "¡No puede ser!", dijo la
enfermera-jefe. "Ahí no está autorizado a entrar nadie más que nuestras
enfermeras cubiertas. ¡Imagínese el peligro que corremos de regar la infección
que padece su marido!"
—Nosotros hemos corrido algo peor que un peligro de infección. ¡Ha sido un peligro de exterminio!
Entonces la enfermera-jefe se dirigió rápida al servicio de seguridad del hospital y regresó con uno de los guardas.
Los visitantes nada bienvenidos habían penetrado sin saberlo
en un sancta sanctorum árabe: el hospital donde van todos los
jeques a morir. Había un servicio de vigilancia por control remoto que
alcanzaba a todo el lobby. Allí, frente a la recepción. ¿Quién estaba
atrapado por el video? Nada menos que nuestro visitante con su carnal, a quien daba la señal del deber cumplido —pulgar arriba— y
el video los delataba. Ella los reconoció enseguida: "¡Son esos dos
hombres! Pero sólo uno vino arriba". Alguien que vio la película dijo que
de haber sido un hitman profesional, al estilo de Bullitt, nos habría acribillado con una pistola con silenciador y
habría salido por la puerta más próxima, tan tranquilo. Mi médico de cabecera
disintió: "Una almohada en la cara habría sido más eficaz. De haber estado
usted solo". Pero no era la obra de un profesional al estilo de El padrino: era un funcionario del ministerio del miedo: su misión no
era matar, sino asustar.
De todas formas, vino un policía regular avisado por la
seguridad del hospital y ella le relató todo: la visita inesperada, las
amenazas veladas, la impostura, la cara de peligroso del falso testigo de
Jehová que había dejado, además del librito rojo, una tarjeta de visita ¡de una
peluquería! El policía se fue para volver, autorizado por Scotland Yard, a
ordenar que me cambiaran de habitación. Viajé en mi cama con ruedas hasta la
habitación 222, justo enfrente del servicio diurno de enfermeras. También me
cambiaron de nombre: ahora me llamaría, para el hospital y todos sus servicios,
Christian Smith.
Los visitantes no volvieron al hospital, por supuesto. Pero
si ustedes creen que mi fallido impostor se había conformado sólo con mi miedo,
se equivocan. Dado de alta, al día siguiente de regresar a casa estaba tocando
mi timbre y pidiendo que le abrieran la puerta. "Señora", dijo una
voz por el intercomunicador, "somos los cubanos que fuimos a ver a su
marido al hospital y le llevamos el librito rojo. ¿Se acuerda? ¿Ya lo ha
leído?" "No, yo no lo he leído, pero al hospital no fueron dos, subió
uno solo". "Sí, es verdad. Nada más que subí yo solo. Pero ahora
somos dos. ¿Nos puede abrir la puerta?" "¡No!", dijo ella.
"No voy a abrirles la puerta", dijo y corrió hacia la ventana: frente
a la entrada estaban los dos visitantes, mirando para todas partes.
Días después vino un inspector de Scotland Yard,
quien tras identificarse —carnet y chapa— preguntó por los detalles de los
visitantes: estatura, aspecto y al ser un policía inglés también preguntó por
el acento del agente que habló. Pidió, además, ver el librito rojo y tomó nota
en una libretica negra antes de irse. No volvimos a ver a ninguno de los
visitantes.
Tomado de Letras Libres, 31 de mayo, 2000.
viernes, 5 de noviembre de 2021
En principio sí
Patricio Pron
UNO. Un
oyente llama a una cadena de radio de la antigua Unión Soviética y pregunta:
“¿Es verdad que Grigori Grigoriewitsch Grigoriew ha ganado un automóvil en el
campeonato de obreros de Moscú?” La respuesta oficial es “En principio sí;
pero, primero, no fue Grigori Grigoriewitsch Grigoriew sino Wassili Wassiljewitsch
Wassiljew; segundo, no fue en el campeonato de obreros de Moscú sino en el
festival del deporte de la granja colectiva de Gamsatschiman; tercero, no fue
un auto sino una bicicleta; y, cuarto, no es que la ganó sino que se la
robaron.” A pesar de su brevedad, la historia caracteriza muy bien el divorcio
entre las palabras y su significado, que es característico de los regímenes
totalitarios, especialmente del paraíso de los trabajadores; también es
particularmente representativa de un cierto tipo de humorismo soviético, cuyos
materiales eran la desesperación y el cinismo, que gozó de una gran popularidad
durante décadas. A ese humorismo soviético le debemos algunos grandes chistes
(“¿Por qué se ha encarecido tanto la vida en la urss? Porque ha dejado de ser
un artículo de primera necesidad”), pero también una muestra del tipo de
descontento que inspiró a alguno de los grandes escritores satíricos del
periodo. “Aquí tenemos sentido del humor, pero es que lo necesitamos mucho”,
sostuvo un ciudadano soviético en cierta ocasión; de ese humor y de esa
necesidad surge la obra de Sławomir Mrożek.
DOS. Mrożek
nació en la localidad polaca de Borzecin en 1930 en el seno de una familia
católica y su adolescencia transcurrió durante la Segunda Guerra Mundial; de
acuerdo a su testimonio, estudió arquitectura durante seis meses, arte durante
dos semanas y lenguas orientales durante un año, aunque solo para demorar su
ingreso al ejército. A pesar de obtener cierto éxito como periodista y
dibujante satírico, Mrożek decidió convertirse en escritor hacia finales de la
década de 1950. En sus palabras, “mi sensación más importante en los años
inmediatamente posteriores a la guerra era una de claustrofobia. Yo no estaba
interesado en escribir historias así llamadas realistas y con una relación
estrecha con la realidad y los hábitos locales. Yo anhelaba algo que estaba más
allá”. En 1956 escribió su primera obra de teatro, El profesor,
pero su prestigio internacional como dramaturgo se debe a obras posteriores
como En alta mar, Strip-tease (ambas de 1961) y,
especialmente, Tango (1965); excepto por estas tres,
publicadas en 1968 en un solo volumen por Centro Editor de América Latina en
Buenos Aires, la totalidad de sus 42 obras de teatro permanece inédita en
español. Mejor suerte ha corrido su narrativa, que Acantilado viene publicando
desde 2001 en volúmenes como Juego de azar (2001), La
vida difícil (2002), Dos cartas (2003), El
árbol (2003), El pequeño verano (2004), La
mosca (2005), Huida hacia el sur (2008) y El
elefante (2010, publicado originalmente por Seix Barral en 1969).
Mrożek debió abandonar Polonia en 1963 y vivió en el extranjero hasta 1997. En
2003 le fue otorgada la Legión de Honor del gobierno francés. A fines de 2010
la editorial polaca Wydawnictwo Literackie publicó parte de su diario, más de
dos mil páginas escritas entre 1962 y 1999 que se anuncian como una oportunidad
única de acceder a una intimidad ya revelada parcialmente el año anterior con
la publicación de su correspondencia del período comprendido entre 1963 y 1975.
Mrożek vive actualmente en el sur de Francia.
TRES. “Existe
algo humillante y restrictivo en un autor que hipoteca su creación solo porque
hay alguien que le golpea y que le oprime”, afirmó el autor polaco en una
ocasión. Sin embargo, buena parte de su obra parece funcionar como una reacción
a esa opresión y tiene como tema el comportamiento humano bajo las condiciones
de alienación y abuso de poder de los sistemas totalitarios. A pesar de que su
obra es vinculada recurrentemente con el teatro del absurdo, cuyas principales
características fueron enunciadas por el crítico teatral Martin Esslin en 1961,
Mrożek nunca parece haberse sentido cómodo en la compañía de autores como
Samuel Beckett, Eugène Ionesco, Harold Pinter y Jean Genet; para el polaco, “el
término se correspondía con cierta parte de la realidad del teatro de hace
cuarenta años pero eso es todo. Por una parte, le estoy muy agradecido [a
Esslin] por haberme incluido en su libro porque me hizo más conocido, o menos
desconocido, en Europa Occidental; pero, al mismo tiempo, no me siento muy
cómodo con él porque la suya es una etiqueta que se queda pegada para siempre.
No importa donde haya estado en los últimos cuarenta años, cada entrevista ha
comenzado con Martin Esslin, su libro ha sido leído en todas las universidades
en todas partes del mundo y para todos los críticos, el término se ha
convertido en un mantra […]. Así que supongo que para mí es bueno porque soy
conocido de alguna manera gracias a él, pero malo porque no tiene ningún sentido:
no hay ninguna obra que encaje exactamente en esa categoría”.
CUATRO. A
pesar de sus objeciones al término, sin embargo, las piezas que Mrożek escribió
durante la década de 1960 parecen adherir fácilmente al teatro del absurdo, en
el sentido de que los incidentes que narran carecen principalmente de lógica y
no se integran a ninguna narrativa articulada, sus personajes no poseen
motivaciones racionales y el mundo narrado tiene el carácter de una pesadilla.
Un ejemplo de ello puede encontrarse en su pieza En alta mar, en la
que tres hombres (Mały, Średni y Gruby; literalmente, el Pequeño, el Mediano y
el Gordo), que han encontrado refugio en un bote tras un naufragio pero carecen
de provisiones, discuten acerca de cuál de ellos debe ser comido por los otros
dos; la absurda conversación que sostienen en torno a cuál es la solución más
“justa” al problema, no solo sirve para demorar la misma sino también para
revestirla de un supuesto carácter racional a pesar de no ser más que el
resultado de la ley del más fuerte, que en este caso está del lado de Gruby, el
Gordo. Aunque En alta mar recuerda a piezas clásicas del
teatro del absurdo como Esperando a Godot (1952) y, por tanto,
su adscripción al género parece indiscutible, el descontento de Mrożek con esa
atribución parece provenir del hecho de que (como observa el crítico polaco Tadeusz
Nyczek) el humorismo absurdo de su obra no surge de una adhesión
explícita al existencialismo sino de una reflexión personal en torno a las
condiciones específicas de vida en Polonia durante el comunismo. “Polonia
pertenece a los países en los que el balance entre el destino individual y el
de la nación no se presenta equilibrado”, afirmó Mrożek en otra entrevista,
justificando involuntariamente la hipótesis de Nyczek, “Hay demasiada
historia y muy poca felicidad”.
CINCO. En
ese sentido, quizás el origen del humorismo absurdo de la obra, no solo
dramática, del autor de En alta mar deba encontrarse en el
hecho de que Mrożek comenzó su carrera como escritor en la redacción del
periódico Dziennik Polski, para el que escribió, entre 1950 y 1954,
artículos que solían conformar las demandas de un periodismo ideológicamente
correcto y constructivo a tono con esos tiempos de construcción del socialismo.
No está claro que Mrożek se haya sentido realmente cómodo con esa tarea, pero
lo que sí está claro es que la obligación de disimular las carencias, no solo
materiales, de la sociedad polaca de posguerra mediante un lenguaje
monopolizado por el Estado, parece haber sido fundamental en la constitución de
su estilo. La obra narrativa del escritor polaco tiene como tema subterráneo la
existencia de contradicciones y opuestos que el Estado totalitario disimula
mediante un hábil uso del lenguaje. Este uso subvierte los términos antitéticos
de razón y sinrazón, cultura y naturaleza, tradición y progreso, orden y desorden,
abundancia y carestía, progreso y atraso, ficción y realidad, adecuándolos a
los fines de perpetuar el régimen que les da origen, y Mrożek tiende a hacer lo
mismo con fines satíricos. Así, en su historia “La evolución del ciudadano”, el
director de una estación meteorológica es reprendido por las autoridades, que
lo acusan de “parcialidad”, “un tono pesimista” y “derrotismo” por informar de
lluvias persistentes poco antes de la cosecha; al regresar a su casa decide
adecuar sus informes a lo que se espera de él. “La lluvia ha cesado por
completo, aunque, de hecho, lo que se dice llover nunca ha llovido”,
escribe; a partir de ese momento, vende los aparatos de medición y se
da a la bebida. En “De viaje”, las autoridades reemplazan el telégrafo por empleados
que se gritan los despachos unos a otros a lo largo de kilómetros y kilómetros
de carretera; de acuerdo a uno de los personajes, el sistema funciona: “No se
avería con las tormentas y nos ahorramos la madera.” En “El elefante”, las
autoridades del zoológico reemplazan al paquidermo (que no pueden adquirir) por
tres mil conejos, pero después ponen “remedio a las deficiencias de forma
planificada”, aunque recurriendo a la chapuza de un elefante hinchable.
SEIS. Un
chiste muy popular en la Unión Soviética enumeraba los cinco preceptos a los
que los escritores nativos debían atenerse: “No piense. Si piensa, no hable. Si
piensa y habla, no escriba. Si piensa, habla y escribe, no firme. Si piensa,
habla, escribe y firma, después no se queje.” Mrożek encontró en ese marco la
posibilidad de escribir una literatura realmente política y a su vez eludir a
la censura mediante el recurso de arrebatar al Estado totalitario su uso
monopólico de la palabra; operando como un Estado productor de ficciones,
Mrożek reveló que solo mediante una violencia brutal sobre el lenguaje podían
disimularse los contrastes que presidían la vida cotidiana bajo el comunismo y
las contradicciones evidentes entre las motivaciones internas y externas de los
actos de los ciudadanos soviéticos (al respecto existe un gran chiste de la
época: “El secretario del politburó pregunta a su subalterno en una reunión:
‘Camarada Rabinovich, ¿tiene usted alguna opinión en relación a este tema?’
‘Tengo, pero no estoy de acuerdo con ella’, responde Rabinovich”). Mrożek
demostró que los valores que presidían las acciones en el comunismo no tenían
vinculación lógica con los fines que supuestamente legitimaban, y que su
adopción por parte del Estado totalitario solo tenía como finalidad dificultar
la creación de otros que supusiesen un alejamiento del camino ya trazado. Para
Tadeusz Nyczek, “la estabilización de las zonas rurales, la guerra devastadora,
la inspiración revolucionaria del comunismo y, finalmente, el escape del
infierno de la ingenuidad: todo esto tuvo una influencia decisiva sobre la
naturaleza de la creatividad de Mrożek. Al sentirse despedazado él mismo,
Mrożek decidió convertirse en un espejo roto de la realidad fracturada del
socialismo en Polonia. Este espejo roto empezó a reflejar la vida polaca en sus
docenas de formas fragmentadas, en su lenguaje ridículo, en su comportamiento
del revés y en el absurdo de vivir en un cubo de basura que la propaganda
definía como la alegría de construir una patria socialista”.
SIETE. Uno
de los mejores relatos de Mrożek es “La petición”. En él, un anciano indigente
escribe una solicitud a las autoridades para que le otorguen poder sobre el
mundo; lo absurdo de su pedido se ve aumentado por el puñado de argumentos
ridículos con los que lo justifica y revela su impotencia física y mental, pero
también expresa uno de los temas centrales en la obra de su autor: la
disociación entre la realidad y lo que se dice y se piensa de ella que aparece
en el “en principio sí” con el que comienzan muchos chistes soviéticos. En
realidad, el anciano del relato no desea obtener un poder universal sino
simplemente recuperar el control sobre su vida y sobre el lenguaje con el
narrar su propia experiencia, que le ha sido arrebatado por el Estado al que
ahora recurre. Al igual que en otros relatos del escritor polaco, el tema aquí
es la inutilidad (al tiempo que la absoluta necesidad) de hacer algo para
recuperar el control de nuestras vidas y nuestro derecho a narrar el mundo con
unas palabras que nos pertenezcan. Aunque el Estado totalitario al que Sławomir
Mrożek se opuso a lo largo de su vida ha caído hace algo más de veinte años,
sus esfuerzos por restituir la palabra a quienes ni siquiera eso tienen poseen
una actualidad desusada en los países del antiguo bloque socialista y en todos
los otros. Al leer a Mrożek sentimos la tentación de reír, pero nuestra risa es
una de ansiedad y amargura ante lo que un Estado totalitario puede hacer con
sus ciudadanos, y en esa constatación hay un recuerdo pero también una
advertencia para los tiempos por venir.
Tomado de Letras Libres, 31
de marzo de 2011.