Antonio Paniagua
A Mario Vargas Llosa el personaje
de Madame Bovary le persigue. De hecho la esposa del médico rural ha dejado en
el autor de 'La ciudad y los perros' una huella más perdurable que muchas
personas de carne y hueso. Como pago a esta deuda el premio Nobel dedicó todo
un riguroso ensayo, 'La orgía perpetua', a analizar la novela universal de
Flaubert. Para Vargas Llosa, a partir de 'Madame Bovary' cambiaron muchas cosas
en la literatura.
Ya no bastaba el vuelo de la
imaginación para seducir al lector: tan importante o más eran la técnica, el
dominio de las palabras, la arquitectura narrativa o el empleo del tiempo,
aspectos en los que Flaubert demostró su maestría. Fiel a esta devoción por una
obra capital, Vargas Llosa firma el prólogo de una nueva edición de este
clásico de la literatura que ahora recupera la editorial Siruela. La nueva
versión, traducida por Mauro Armiño, incluye tres pasajes recientemente
descubiertos en los manuscritos originales y que fueron expurgados para evitar
el celo de las autoridades.
La novela, que fue publicada en
'La Revue de Paris' en 1856, era escandalosa para la época. Palabras como
'adulterio', 'concupiscencia' o 'concubina' eran tabúes para los editores.
Flaubert se rebeló contra esa forma de censura patrocinada por sus propios
amigos, Maxime du Camp y Louis Bouilhet, y exigió la aparición del texto
completo. Con todo, el escritor hubo de ceder y consintió algunas supresiones.
El miedo de los editores no era baladí. Al final acabaron cumpliéndose sus
augurios y Flaubert y los editores fueron denunciados por «ofensa a la moral
religiosa» y «ultraje a las buenas costumbres».
Si bien el padre de 'Madame
Bovary' fue absuelto, no tuvo la misma suerte Charles Baudelaire, quien fue
condenado por el mismo delito cuando entregó a los lectores 'Las flores del
mal', toda una afrenta para los biempensantes. Ingredientes morbosos no
escasean en la obra de Flaubert. De hecho, la novela es una sabia combinación
de rebeldía, sexo, violencia y melodrama. Cuenta la historia de Emma Roualt, casada
con el médico Charles Bovary y poseedora de un espíritu inquieto y romántico,
azuzado por las aventuras galantes de las novelitas de amor que lee de manera
voraz. Pero Emma tiene la desgracia de vivir en Yonville, un pueblo aburrido de
Normandía incapaz de ofrecerle la elegancia, el refinamiento y el apetito de
belleza que la protagonista anhela. Emma es desgraciada porque no se resigna a
su suerte, no le compensan los paraísos aplazados que promete la religión y
quiere una vida en plenitud en el momento presente.
¿Por qué esa saña de la censura?
En la novela de Flaubert, aunque emboscado, está muy presente el sexo. Una
sombra de sensualidad tiñe de malicia muchos episodios. Hay quien contempla con
temblor las prendas íntimas de Emma, otro adora sus guantes, su marido desahoga
su frustración reverenciando los objetos que a su esposa le hubiera gustado
poseer. Es sabido que Flaubert era un fetichista contumaz. Entre cartas y
prendas de su amante, Louise Colet, el escritor guardaba las chinelas que ésta había
calzado en su primera noche de amor. Como le cuenta a ella en sus cartas, a
menudo sacaba el calzado para acariciarlo y besarlo.
Más allá de estos chismes, el
talento de Flaubert alcanza su cúspide con esta novela. «Para muchos, 'Madame
Bovary' inaugura la novela moderna y sienta las bases de la gran revolución
narrativa que protagonizarían años más tarde un Marcel Proust, un James Joyce,
una Virginia Woolf, un Franz Kafka y un Thomas Mann», escribe Vargas Llosa,
quien tras leer la novela tomó enseguida a Flaubert como modelo de escritor,
además de seguir enamorado de Emma.
El autor francés se empeñó en
hacer de cada frase una creación perfecta. Por eso sometía cada oración y cada
palabra a la prueba del oído: si leída en voz alta la prosa no chirriaba, entonces
merecía imprimirse. Pero si algo, si una cacofonía, un bache narrativa, una
pausa estropeaba el conjunto, el escritor era implacable. Revisaba no solo las
palabras, sino también las ideas. «Eso hace que 'Madame Bovary' nos parezca un
objeto autosuficiente, en el que nada falta y nada sobra, como en una sinfonía
de Beethoven, un cuadro de Rembrandt o un poema de Góngora», sostiene el
escritor peruano.
Flaubert fue de los primeros en
descubrir que para dar la impresión de que las historias tienen vida propia la
ficción debe ser soberana, algo que logró mediante la invisibilidad del
narrador y la precisión en el lenguaje. Resulta paradójico, pero el escritor
llegó a odiar a la más perfecta de sus criaturas. Le enfurecía ser recordado
sólo por ser el padre de 'Madame Bovary'. Le sublevaba tanto esa asociación
automática que llegó a expresar en público su deseo de quemar todos los
ejemplares de la novela para evitar que su fama fuera engullida por el
personaje.
Tomado de El correo.com
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