viernes, 26 de agosto de 2022

Una desesperada vitalidad




Pier Paolo Pasolini


(Borrador en “curso” en lenguaje jergal,

común, de los antecedentes: Fiumicino, el viejo

castillo y una verdadera primera idea de la muerte.)

 

Como en una película de Godard: solo

en una máquina que corre por las autopistas

del Neocapitalismo latino –de vuelta del aeropuerto-

[allá dejé a Moravia, puro entre sus maletas]

        solo, “piloteando su Alfa Romeo”

        bajo un sol inenarrable en rimas

        no elegíacas de tan celestial

        el sol más hermoso del año

como en una película de Godard

        bajo aquel sol que se desvanecía inmóvil,

        único,

        el canal del puerto de Fiumicino

        –una lancha de motor entrando desapercibida

        –los marineros napolitanos cubiertos de harapos 

        –un accidente de auto, con poca gente alrededor…

 

Como en una película de Godard –redescubrimiento

del romanticismo en la sede

de un cínico y cruel neocapitalismo-

al volante

por la carretera de Fiumicino,

he aquí el castillo (qué dulce misterio

para el guionista francés,

en el vibrante sol sin fin, secular,

 

esta bestezuela papal, con sus almenas

sobre los setos y viñedos de la fea campiña

de campesinos esclavos)…

 

–soy como un gato quemado vivo,

aplastado por la rueda de un camión,

colgado de una higuera por los muchachos,

 

pero al que todavía le quedan seis

de sus siete vidas,

como una serpiente reducida a caldo de sangre,

una anguila a medio comer

 

–la mejillas hundidas bajo los ojos abatidos,

el escaso cabello desgreñado sobre el cráneo,

los bracitos flacos como los de un niño

–un gato que no revienta, Belmondo

que “al volante de su Alfa Romeo”

en la lógica del montaje narcisista

se deprende de la secuencia para insertarse

en Sí mismo:

en imágenes que nada tienen que ver

con el aburrimiento de las horas en fila…

con el lento resplandor de muerte de la tarde…

 

La muerte no está

en la imposibilidad de comunicar

sino en ya no poder ser comprendidos.

 

Y esta bestezuela papal, no exenta

de gracia –el recuerdo

de las rústicas concesiones patronales,

inocentes, en el fondo, como eras inocentes

las resignaciones de los siervos-

bajo el sol de los siglos,

por miles de tardes,

aquí, el único huésped,

 

esta bestezuela papal, amurallada,

agachada entre arbustos y marismas,

campos de pepinos, terraplenes,

 

esta bestezuela papal blindada

por contrafuertes del dulce color naranja

de Roma, agrietados

como construcciones de etruscos o romanos,

está a punto de no poder ser comprendido.

 


(fragmento)

 

 Versión Pedro Marqués de Armas (2019)



jueves, 4 de agosto de 2022

Crimene pessimo

 


Juan Goytisolo


Una primera entrevista con el Che, organizada por la Casa de las Américas, quedará en la nada: la persona encargada de acompañarte se extravía, llegáis al Ministerio de Industria resollando y el ordenanza os informa de que despacha con otros y justifica el plantón con vuestro lamentable retraso. 

Te contentarás de momento con examinarle desde la tribuna de invitados, durante las grandes festividades revolucionarias. Fidel está en el poder, él, solamente acampa. A diferencia del primero, evita con irónico distanciamiento cualquier tentación de servilismo y lisonja. Sus subordinados le admiran y temen: le aureola un carisma evidente y parece defenderse de él atrincherándose en un refugio erizado de pullas y bromas.    

Cuando finalmente podrás verle será fuera de Cuba, en Argel, adonde has ido invitado con un grupo de simpatizantes franceses a las ceremonias conmemorativas del primer aniversario de la independencia. Che Guevara está allí, de vuelta de un largo viaje a la URSS y Jean Daniel tiene la idea de un magnífico scoop: entrevistarle para L’Express sobre esta nueva y sin duda instructiva experiencia. Telefoneas al embajador “Papito” Serguera y os cita en la embajada la noche misma. Acudirás con puntualidad escarmentada, pero os hará esperar a su vez en una sala de muebles modestos y en cuya mesa central, de patas bajas, rodeada con un sofá y dos butacas, destaca señera la edición de barata de un libro: un volumen de obras teatrales de Virgilio Piñera. Apenas el Che y Serguera aparecen, antes de saludaros y acomodarse en el sofá, aquel repetirá tu además de coger el libro y, al punto, el ejemplar del desdichado Virgilio volará por los aires al otro extremo del salón, simultáneamente a la pregunta perentoria, ofuscada dirigida a los allí reunidos quién coño lee aquí a ese maricón? 

¿Presentiste entonces lo que ocurriría, lo que iba a ocurrir, lo que estaba ocurriendo a tus hermanos de vicio nefando, de vilipendiado crimene pessimo y, junto a ellos, a santeros, poetas, ñáñigos, lumpens, ociosos y buscavidas, inadaptados e inadaptables a una lectura unicolor de la realidad, a la luz disciplinada, implacable, glacial de la ideología?   


En los reinos de taifa, Seix Barral, Barcelona, 1986, p. 174-75.