domingo, 9 de marzo de 2025

Levania


Sergio Solmi

 

                       Quinquaginta millubus miliarum Germanicorum

                       in aeteris profundo sita est Levania insula.

                       Joannis Kepleri, Somnium seu de astronomia lunari (1634)

 

 

                              ...Quizás

aterricé en Levania en una sepulta

existencia anterior, y era el cono

del eclipse, que la helada abrió  

en la negra senda de los espíritus. Los ungüentos

de Fiolxhilda, la esponja embebida en agua

bajo las fosas nasales, el suave resuello

rodando en el sueño, el cauto descenso

a las cavernas secretas, el horrible

rayo vengativo al que escapar, encuentro

oscuramente.

 

            Y fue por esto, quizás

que nunca la lámpara fiel, o la exangüe

novia de Endymion en ella vi,

ni la solitaria cazadora, cuando

la miraba de niño entre las casas

brotar en blanca llama y alta entre los signos

ascender en el cielo; sino el acantilado,

arrojada en el éter inaccesible

la isla extrema, centinela insomne

tendida a las olas interminables. Y la ansiedad

agitó mi corazón por alcanzarla

-hipogrifo, bala, nave espacial-

para sacar el silencio de su luz.

 

      ...Era el confín, el mundo

de lava y roca, el mineral ciego,

el punto fijo opuesto a la insensata

fantasía de las formas. Era el cero

que todo cálculo explica, era el concreto,

blanco, perforado, calcinado fondo

del ser.

 

     Y a menudo desde las supremas

     murallas de Levania el verdeante

planeta contemplaba, la vaga sombra

de océanos y bosques, los iridiscentes

manantiales de la vida impetuosa

y fugaz -ascendiendo por el borde

de sus cráteres convulsos, vagando

por la orilla de sus mares muertos.

 

 

Levania

 

                       Quinquaginta millubus miliarum Germanicorum

                       in aeteris profundo sita est Levania insula.

                       Joannis Kepleri, Somnium seu de astronomia lunari (1634)

 

 

                                 …Forse

a Levania approdai nella sepolta

esistenza anteriore, ed era il cono

dell’eclissi, che l’algida schiudeva

nera via degli spiriti. Gli unguenti

di Fiolxhilda, la spugna infusa d’acqua

sotto le nari, l’affannoso morbido

rotolare nel sogno, il cauto scendere

nelle segrete caverne, l’orrendo

vindice raggio a sfuggire, ritrovo

oscuramente.

 

                  E fu per questo, forse

che mai la fida lucerna, o l’esangue

sposa d’Endimione in essa io vidi

nè la solinga cacciatrice, quando

la miravo fanciullo tra le case

sgorgare in bianca vampa e ratta ai segni

ascendere dal cielo. Ma la rupe

nell’inaccesso etere scagliata

l’isola estrema, sentinella insonne

protesa ai flutti interminati. E l’ansia

mi sommuoveva il cuore di raggiungerla

-ippogrifo,proiettile,astronave-

d’attingere al silenzio del suo lume.

 

      …Era il confine, il mondo

di ferro e roccia,il minerale cieco

il punto fermo opposto alla insensata

fantasia delle forme. Era lo zero

che ogni calcolo spiega, era il concreto,

bianco, forato, calcinato fondo

dell’essere.

 

     E sovente dai supremi bastioni

     di Levania il verdeggiante

pianeta ho contemplato, l’ombra vaga

di oceani e di foreste, della vita

impetuosa e fuggevole le polle

irridescenti - risalendo l’orlo

dei suoi convulsi crateri, vagando

lungo la sponda dei suoi mari morti.

 


Versión: Pedro Marqués de Armas



miércoles, 5 de marzo de 2025

A precio de silencio

 


De la mano de Felipe Lázaro, y con un riguroso prólogo de Odette Alonso, además de tres exhaustivos ensayos de Elena M. Martínez, Perla Rozencvaig y Mabel Cuesta, sale a la palestra una segunda edición de Indómitas al sol. Cinco poetas cubanas de Nueva York (Editorial Betania, 2025). Esta antología recoge un selecto quinteto de la lírica contemporánea y transnacional cubana: Magali Alabau, Alina Galliano, Lourdes Gil, Maya Islas e Iraida Iturralde.
Más allá de los disímiles estilos e imaginarios personales de estas reconocidas voces de la diáspora, tres tópicos recurrentes -memoria, desarraigo y resistencia- dan rienda suelta a un goloso mosaico donde el denominador común es el exilio. Compilación que invita al lector no ya a regresar a la “Heimat”, sino más bien a un lugar acrónico y difuminado, donde casa y territorio no son más que un espacio cósmico, erótico, a menudo doméstico, no menos mental. 
La probada calidad de estas poetas, todas de dilatada y paciente obra -a precio de silencio-, aportan todavía más valor a esta certera antología.   
                                                                          
                                                                    Dolores Labarcena



jueves, 27 de febrero de 2025

La novela después del fin del mundo



Mario Lavagetto

                                        

                 Podemos fingirnos inconscientes, pero, ¿conscientes? 

                                                                                                        Tejio

 

«La guerra, que a todo el mundo infundió tanta inquietud, a mí me concedió una paz profunda, turbada -pero no destruida por disgustos, dolores, miedos de toda clase (...) Antes de la batalla de Caporetto, con un catalejo veía el Hermada en llamas. Además, vivía en una parte de la ciudad, junto a los astilleros y las estaciones de hidroaviones y submarinos, en la que caían bombas día y noche (...). Y, sin embargo, nunca en mi vida tuve tanta paz. Pasaba muchas noches en un sótano, pero era un sótano tranquilo e igualmente tranquila estaba la fábrica y el mundo entero, por carecer de clientes. La industria se había ido a paseo y entre la literatura y yo sólo se interponía el violín, coadyuvado por una época dolorosa e imperiosa».

Cuando acabó la guerra y el violín quedó abandonado, Svevo se encontró frente a frente con la literatura y en 1919 comenzó a escribir La conciencia de Zeno: «Fue un momento de inspiración intensa, arrolladora». El guion es tan hábil, que inspira cautela: Svevo hace todo lo posible para acreditarlo e imponerlo a todos cuantos colaboraron, directa o indirectamente, en el redescubrimiento del «escritor ignorado» y de repente reconocido por Joyce y que, durante más de veinte años, había esperado, como el genio de Las mil y una noches, a que alguien lo salvara y lo volviera a sacar a la luz. Casi parece que adivinase la fortuna y la productividad del caso literario que comenzó a cobrar forma a partir de 1925. (…)

Cuando Joyce, en 1924, recibió La conciencia de Zeno, respondió enviando cuatro direcciones: Larbaud, Crémieux, Eliot y Ford Madox Ford. Aún no había acabado de leer la novela y su juicio, muy rápido, es el único que puso por escrito. Le interesaban, según dijo, dos cosas: el tema del tabaco y el «tratamiento del tiempo».

Treinta años después, Alain Robbe Grillet, al incluir La conciencia de Zeno en una antología ideal de los arquetipos del nouveau roman, observó: «El tiempo de Zeno es un tiempo enfermo». No es arbitrario indicar en esa «enfermedad» la especificidad de ese «tratamiento del tiempo». Y, como si Svevo hubiera inventado, a su vez y a semejanza de uno de sus personajes, un específico apto para alterar la percepción del tiempo y del espacio. La annina, el fármaco del doctor Menghi, produce una vertiginosa aminoración de los ritmos vitales que acaba dilatando la percepción de los fenómenos: su efecto, anota Menghi, «¡superaba hasta mis esperanzas más atrevidas!» Más adelante, protegiéndose tras un tono abierta y prudentemente irónico o delegando toda responsabilidad en el redivivo Zeno, Svevo propondría una explicación cotidiana, anecdótica, de la relatividad: «Un hombre con pulsaciones lentas, un latido por minuto, por ejemplo, vería alzarse el sol por una parte y desaparecer por la otra con la rapidez de un fuego artificial». Desde luego, no vale la pena subrayar que de ese modo las conclusiones de Zeno contrastan con las alcanzadas por el inventor de la annina. Lo que cuenta no son, desde luego, las «teorías», sino quien las formula por persona interpuesta y se ve asediado por el problema de una posible y experimental patología del tiempo. En efecto, Svevo, en su función de narrador, parece haber inoculado en el cuerpo de su narración dosis variables de annina o de su antídoto, el alcohol Menghi.(…)

No podemos por menos de admirar, una vez más, la habilidad y la prudencia de Svevo, que ha transformado el lugar común en hipótesis y lo ha inscrito al final de la novela como una constelación extrema: como para señalar que la última palabra escrita es -para el lector- también el último fragmento del mundo que Zeno Cosini ha construido y desintegrado él mismo, conclusión apocalíptica sólo en apariencia, porque -como ha observado Jan Kott refiriéndose a Beckett y no a Svevo- «el fin del mundo provocado por una enorme bomba es sugerente, pero grotesco (...) Sería un final de comedia bufa». Para Svevo, es el fin de una novela ambigua y difícilmente calificable y es también la brillante solución de un problema narrativo, tal vez el más espinoso de todos los problemas técnicos que debe afrontar un narrador: despedirse de sus lectores, aun cuando éstos, criados en régimen de incredulidad, ya no se parezcan al público que se apretujaba en torno al fuego y quería saber más, conocer la historia más allá de la historia, allende el límite extremo de la narración.

 

Prefacio a “La conciencia de Zeno” de Italo Svevo.


sábado, 22 de febrero de 2025

Del vino y la vejez



Giovanni Orelli


Los libros sobre el vino están entre los más numerosos en el catálogo de la biblioteca universal. La razón es obvia: desde los tiempos de Noé ha hecho más felices los días de los hombres y de los dioses. No se entrará aquí siquiera al pórtico de esta “catedral vinícola”. Está la Biblia (de Noé a las bodas de Canaán), está la poesía antigua (de Alceo a Horacio), la un tanto más próxima a nosotros, elegantísima, civilísima novela de Giovanni Boccaccio, Decamerón, VI, 2 (Cisti fornaio), y, pasando de Redi y Manzoni (entre otros) la prosa de Gadda, por su dantesco Zavattari… No quisiera dejar fuera los varios elogios del Melot y dos libritos medibles en milímetros, bellos por el contenido, dos libritos de Scheiwiller, Proverbios sobre el vino, 1968, y sobre todo el delicioso Elogio del vino de Gina Lagorio, 1986, que comienza así: “Es para preocuparse: últimamente me han interrogado casi más sobre el vino que sobre la literatura…”. El librito es de lectura obligatoria.

Traigo sin más una historia que recomendaría a los lectores de la buena literatura. Me refiero al “formidable” (diré porqué formidable) relato que tiene por título (no puede ser más irónico) Vino generoso de Italo Svevo. Estoy un poco pesimistamente inclinado a pensar que incluso para Svevo, en los años que llevamos del siglo XXI, años de escasa lectura, especialmente ligados al inevitable “éxito” del día, incluso para Svevo, como para Verga, e inclusive para Manzoni, se aplica el “unius libri” del autor: como mucho La conciencia de Zeno, Los malagana de Verga, Los novios de Manzoni, nunca Historia de la columna infame, nunca La lupa, nunca Vino generoso.

No es que los lectores más atentos de Svevo, mencionemos solo dos nombres, Debenedetti y Mario Lavagetto, hayan dedicado mucho espacio a esta historia; pero algunas de sus páginas sobre “la senectud” en Svevo, sobre la entropía psíquica, que Freud indicaba como característica de la vejez, son esclarecedoras: “La vejez, para Svevo, es una edad ‘salvaje’, intemperante, privada de reservas, ‘bárbara, melancólica y coqueta’, como le pareció a Proust, y sin embargo dispuesta a jugar la última mano con intactos apetitos y con una especie de impenetrable y enigmática crueldad”. (Mario Lavagetto, en Introducción a Svevo para el volumen de Einauddi editado por él, Turín, 1987).

Vino generoso es la última mano (expresión del juego de cartas) para el protagonista de la historia. Que habla en primera persona. Que ama el vino. Pero la Santa Alianza de Médico de Familia y Mujer, lugar central de la Sagrada Familia, ha impuesto vetos decisivos. Si ya para los antiguos el vino podía ser el néctar de los dioses, también pudo causar la ruina de Polifemo.

Pero ocurre algo nuevo: “Se casaba una sobrina de mi mujer, a esa edad en que las niñas dejan de ser tales y degeneran en solteronas”. Así comienza la historia. Luego no hará de esto un tramo de vida. Aquel matrimonio entra en su vida porque por una vez (“estábamos en la cena de vísperas de la boda”) “Mi mujer había conseguido del doctor Paoli que esa noche me permitieran comer y beber como a todos los demás”.

En última instancia, el protagonista del relato podría adoptar las palabras de Kafka: yo soy como el ratón doméstico al cual, una vez al año, se le permite correr sobre la alfombra del salón. “Y me comporté igual que esos jovenzuelos a quienes les dan las llaves de casa por primera vez”. En otro símil, “tuve la sensación de correr y saltar como un perro liberado de su cadena”.

En la primera parte de la historia, el protagonista desempeña su comedia, su papel de bebedor empedernido: bebe demasiado, habla demasiado, e incluso discute con alguno de los invitados. Estamos muy lejos de la “tragedia” del tipo de Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Allí no es el vino sino el más deletéreo tequila y la mezcalina: “No bebo por glotonería, sino para hacer llevadera la vida tal como nos la venden”, dirá Lowry, quien pagará la cuenta prematuramente.

La esposa (y la hija) de nuestro bebedor no le proporcionan la medicina adecuada, si es que alguna le dan. Manzoni advertía con razón, hablando de las señoras Prassede, de las que el mundo está demasiado lleno, que para hacer el bien antes hay que conocerlo. (Los novios, XXV). “Ella todavía no lo sabe y está convencida de saberlo”, dice el protagonista refiriéndose a la novia. Con el vino, las cosas no son sencillas. “Todavía recuerdo que Giovanni (uno de los invitados, no muy querido por el protagonista) dijo: -Pero déjalo beber. El vino es la leche de los viejos”. Ni siquiera los clichés llevan muy lejos.  

La habitual comedia familiar se pone peor cuando se acaba la fiesta. De vuelta a la realidad doméstica. Que incluye las píldoras prescritas.

“Mi esposa me entregó la caja de las pastillas. ¿Son éstas? -pregunté con una máscara de hielo en la cara. (…) Me tragué la pastilla con un sorbo de agua y me produjo un ligero alivio. Besé a mi esposa en la mejilla maquinalmente. Fue un beso como para acompañar a las pastillas”.

La historia de los besos “matrimoniales” es, en Svevo,  un capítulo en sí, hilarante. Por citar solo un ejemplo, en La conciencia de Zeno, cuando Zeno recibe el beso de su futura suegra por haber elegido a Augusta (tras las respuestas negativas de las candidatas mejor clasificadas, Ada y Alberta): “No habría escapado de ese beso aunque me hubiera casado con Ada”.

Pero quiero abreviar y pasar de la comedia al momento, si puedo llamarlo así, trágico. El malestar provocado por el exceso de vino, el conflicto (físico) con la cama. En la descripción “fenomenológica” de este conflicto Svevo es genial. Pero el clímax se alcanza con el sueño-íncubo. En el sueño atroz, después del rescate mental de un amor de juventud, he aquí una cueva con una casa de cristal para meter a alguien, el holocausto: ¿quién?

¿La novia? ¿el parlanchín Giovanni? ¿El doctor? ¿La esposa? Anna (¿el posible amor juvenil?). No, la caja de muerto es para ti. La analogía (el término es impreciso) con el relato de Kafka Ante la ley (no, no lo resumo, son menos de dos páginas estrepitosas) es quizás plausible.

De frente al terrible ultimátum, el protagonista renunciará al vino (¿vida?). Nadie querrá entrar al féretro en su lugar. Ni siquiera Emma, la hija, que habría podido reinventar la entrega de sí a la antigua, generosa, única Alcesti. Pero aquí Svevo tiene un último punto irónico. Cuando en el sueño-íncubo el impío bebedor suplica por su hija Emma, su mujer se equivoca diciéndole: “Estabas invocando a tu hija. ¿Ves cómo la quieres?”

Como conclusión, terrible, ésta de Svevo: “¿Cómo podemos obtener el perdón de nuestros hijos por haberles dado esta vida?». Pero “todavía no saben nada”. La vejez es el turpis senectus. Porque sabe. Si no están ya decrépitos.

 

Traducción: Pedro Marqués de Armas


Prefacio a Vino Generoso, Casagrande, 2008. 


viernes, 7 de febrero de 2025

Rembrandt

 



Vladimír Holan

 

Rembrandt lo intuía… Y él sabía

que la pared estallada, la uva agrietada, la mujer-mujer,

que aquí no son abismos,

no pueden ser señales.


Rembrandt lo sabía… Y él sentía

qué pasaba para que la comida más simple

servida en la fuente más cara

se diera siempre unida al ideal

sobre los brillos de la mosca mortuoria.


Rembrandt lo intuía… Y él sabía

que las almas están entre ellas y sí mismas,

que por lo tanto puede que entre sí no escapen,

pero que el genio es el presente perpetuo…

 


Traducción Clara Janés