viernes, 22 de diciembre de 2017

Balada del psicoanálisis



Lawrence Durrell


(Lunes)
Sueña que la persigue un negro presumido
Pero una caída de agua en el rostro de carbón obstruye el sueño.
Algo largo y enjuto como un cable,
Lento como un glaciar, frío como cosmético,
Algo en su interior susurra: "¡Grita!"

(Martes)
Sueña que la persigue un hombre en camisón,
Lawrence de Arabia vestido con una sábana,
Luego la encierran los tripulantes de un barco Liberty con
Pilas y pilas y pilas de carne enfriada
Mientras las voces repiten: "Come".

(Miércoles)
Sueña que está esposada a un empresario de bailes,
Que la persiguen alrededor de una pista de patinaje:
Engulle el anillo de compromiso de su dedo,
Cae en un charco pero no puede hundirse
Aunque sus prendas íntimas comienzan a encoger.

(Jueves)
Sueña que es reina de una montaña de corcho,
Demasiado caliente para caminar sobre ella, demasiado fría para usarla.
Desnuda, pincha con un tenedor de tostadas
Una estatua de Venus recostada:
No se cobran extras por el deterioro natural.

(Viernes)
Sueña que es un equipo de perros que arrastra al pobre Scott
De un tirón hasta los confines del polo,
Pero de súbito la nieve se vuelve ardiente,
y cuando llegan el polo es apenas un agujero vacío,
Un geyser que silba en una montaña de carbón.

(Sábado)
Sueña que es la reina de una civilización urbana,
Encantadora como Elena pero condenada a ajarse.
Bajo sus muslos fluyen los ríos capitales,
El Rin y el Valga mansos como aceite,
Hamlet le ofrece un florete embotado.

(Domingo)
¿Qué tiene ella, que nosotras no tenemos?
¿No es acaso feliz y además encantadora?
Sueña que su marido es un director de Banco
Encerrado en la jaula de los monos del Zoológico.
Éste es el cuadro clínico, pero ¿qué podemos hacer?



 Versión de la Revista REUNIÓN. Buenos Aires, Verano/1949. Se reprodujo en Revista de la Universidad de México, Enero-Febrero, 1963. p. 48. 

lunes, 18 de diciembre de 2017

Nueva versión de El cementerio marino



Eugenio Florit
                         
                           A la memoria de Mariano Brull y de Jorge Guillen

La obra del traductor no es más —no debe ser más— que un intento de aproximarse lo más amorosamente posible a la obra original que está frente a nosotros, en el idioma en que fue escrita. Muchos pormenores de fondo y forma se nos presentan al leer el texto. En poesía, especialmente, lo que atañe al ritmo y a la rima —al sentido interior de las palabras— a su música allí donde fue sentida y a la que tratamos de imitar en nuestra lengua.

Yo no he querido nunca buscar las consonancias presentes en la obra original, porque allí es en donde se produce más la famosa traición del traductor. El verso blanco nos ofrece mayor libertad para lograr un resultado menos «traidor». Por ello, en esta presentación del poema de Valéry no me he permitido —al igual que muchos de sus traductores—, el forzoso buscar de vocablos consonantes según en la forma francesa aparecen. Creo que para conservar del modo más honrado la idea poética de su autor es preferible —como ya lo han pensado así muchos de mis admirados colegas— ceñir el trabajo a la conservación de la idea y, hasta en muchos casos, las palabras originales cuando así conviene. Un modo respetuoso de mostrar nuestra devoción a su autor.

Como el acto de traducir el verso no se termina nunca, se advertirán en esta publicación de El cementerio marino algunos cambios, que después de su primera edición he ido pensando en mi deseo de hacer mi trabajo menos imperfecto de lo que pueda ser.

De mis simpatías con los versos de Valéry puedo ahora recordar que ya en mi libro Doble acento, escrito entre 1930 y 1936, y publicado en La Habana al año siguiente con el conocido prólogo de Juan Ramón Jiménez, ya, digo, hay unos versos titulados «Elegía distante» (ocho estrofas de cuatro versos alejandrinos cada una, y de rima libre, que llevan el epígrafe del comienzo del poema de Valéry). Lo conocía ya por la traducción que mi grande y buen amigo Mariano Brull me regaló en 1931, al año siguiente de su publicación en París. En aquellos versos míos recordaba yo el pequeño cementerio de Port-Bou (Gerona) que conocía, alto sobre un risco de aquellos montes y no tan cerca, aunque sí sobre el Mediterráneo que saltaba sobre las tumbas del de Séte. De suerte que ahora, al ocurrírseme esto de la traducción del poema francés, no fue nada lejano o improvisado, sino que lo que en ella funcionó fue el recuerdo y amor de aquel pueblo catalán en el que transcurrieron mi infancia y primera juventud. Puede, así, verse cómo el mar aquel de tales años míos no se me quedó, por Gracia de Dios, en la sombra del olvido.

Agradezco mucho a mi amigo Ladislao F. Duranza las fotocopias de algunas de las traducciones al español de este poema -Jorge Guillen, Alfonso Rubio, Emilio Gaseó— con otros importantes documentos sobre el mismo, todo lo cual me ha servido para atreverme a hacer esta versión que ofrezco.


El cementerio marino*

Techo tranquilo, senda de palomas,
Que palpita entre pinos y entre tumbas;
El Mediodía exacto en él se enciende
El mar, el mar que siempre en sí comienza.,
¡Qué recompensa, tras un pensamiento,
Es contemplar la calma de- los dioses!

¡Qué pura obra de fulgor absorbe
Tantos diamantes de invisible espuma!
¡Y cuánta paz parece aquí alcanzarse!
Cuando sobre el abismo el so! reposa
—Puras labores de una eterna causa-
Relumbra el tiempo y el saber es sueño.

Firme tesoro, templo de Minerva,
Suma de calma y lúcido secreto,
Agua que tiembla y Ojo que en ti guardas
Bajo un velo de llamas tanto sueño.
¡Oh, mi silencio... Edifica en mi alma,
Mas, Techo, colma de oro las mil tejas!

Templo del Tiempo, junto en un suspiro:
A esta pureza asciendo y me descanso
De mi mirar marino rodeado;
Y así a los dioses en suprema ofrenda,
Ese sereno centelleo siembra
Un desdén soberano en las alturas.

Como la fruta en gusto se disuelve,
Como en delicia múdase su ausencia
En una boca en que su forma muere,
De mi humo futuro el aire aspiro
Y el cielo canta al alma consumida
El cambio de riberas rumorosas.

¡Cielo cierto y hermoso, he aquí mi cambio:
Después de tanto orgullo y tanta extraña
Ociosidad, aunque llena de fuerzas,
A tu brillante espacio me abandono,
Por mansiones de muerte va mi sombra
Que me aprisiona en su moverse frágil.

Expuesta el alma a antorchas del solsticio,
Yo te respeto, admiro, la justicia
De la luz, la de armas sin piedad;
Te vuelvo, pura, a tu lugar primero.
¡Mírate!... Aunque la luz que se devuelve
En su lugar deja una triste sombra.

Para mí solo, solo en mí, en mí mismo
Cerca del corazón, fuente del verso,
Entre el vacío y el suceso puro,
De mi interior grandeza espero el eco:
¡Amarga, oscura y sonora cisterna
Que porvenir vacío ofrece al alma!

¿Sabes, falso cautivo del follaje,
Golfo roedor de estas frágiles rejas
—Secretos deslumbrantes a mis ojos—
Qué perezoso cuerpo aquí me arrastra,
A esta tierra de huesos qué le atrae?
Es un fulgor que ahí piensa en mis ausentes.

Cerrado, sacro, ardiendo sin materia,
Casco de tierra a la luz ofrendado,
Me place este lugar lleno de antorchas,
Formado de oro y piedra y umbríos árboles
Que tanto mármol tiembla en tantas sombras.
¡El mar fiel duerme aquí entre mis tumbas!

¡Ahuyenta, perra espléndida, al idólatra!
Mientras solo, en sonrisa de pastor
Apaciento corderos misteriosos
—Albo rebaño de tranquilas tumbas—,
Aléjame las prudentes palomas,
Los vanos sueños, los curiosos ángeles.

El porvenir, aquí, sólo es pereza;
El claro insecto escarba en sequedades;
Todo quemado, mustio, sube al aire,
A yo no sé qué esencia rigurosa...
La vida es vasta, como ebria de ausencias
Y es dulce el amargor, claro el espíritu.

Los muertos se hallan bien en esta tierra
Que recalienta y seca su misterio.
Fijo en lo alto, el alto Mediodía
Se piensa en sí, y a sí mismo se ajusta...
En ti yo soy el cambio más secreto,
La cabeza total y su diadema.

Sólo yo puedo detener tu angustia.
Mi contrición, mis dudas, mis afanes,
Defectos son de ése tu gran diamante...
Mas en su noche de pesados mármoles
Un pueblo incierto entre raíces de árboles
Ya lentamente se abrazó a tu suerte.

Allí, fundidos en espesa ausencia,
La roja arcilla se sorbió lo blanco
Y el don de vida se pasó a las flores.
¿Dónde están las palabras de los muertos,
Su arte original, sus almas únicas?
La larva teje donde fue la lágrima.

Los gritos de muchachas con cosquillas,
Ojos, dientes y humedecidos párpados,
Seno cautivador que en fuego juega,
Sangre que brilla al labio que se entrega;
Dedos que acogen últimas caricias;
Todo ¡en la tierra llega a su destino!

Y tú, alma mía, ¿aún esperas el sueño
Que ya no tenga este color de engaño
Que la onda y oro ante mis ojos muestran?
¿Aún cantarás cuando vapor ya seas?
¡Todo huye! Es vana mi existencia
Y la santa impaciencia también muere.

Seca inmortalidad, negra y dorada:
Consoladora tú, de horrendos lauros,
Que en seno maternal cambias la muerte,
Bella mentira de piadoso engaño:
¿Quién no conoce y quién no los rechaza
Ese cráneo vacío en risa eterna?

Padres profundos de cabezas hueras
Que bajo el peso de las paletadas
Tierra sois ya, y confundís mis pasos:
El roedor gusano verdadero
No está en aquel que duerme tras la losa:
¡Vive de vida y no me deja nunca!

¿Amor, tal vez, tal vez odio a mí mismo?
Tan cerca siento lo íntimo que muerde,
Que cualquier nombre puede convenirle.
¡Qué importa! El mira, quiere, sueña, toca,
Ama mi carne y hasta en el lecho
Yo vivo de vivir en su dominio.

¡Zenón, cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has traspasado con tu flecha alada
Que vibra y vuela, y que no vuela ya!
¡Nazco del son y mátame la flecha!
¡Ah, el sol! ¡Qué sombra de tortuga al alma
Cuando, inmóvil, Aquiles va en carrera!

¡No, no! ¡En pie, en el tiempo futuro!
¡Rompe, cuerpo, esta forma pensativa!
¡Bebe, mi pecho, este nacer del viento!
Una frescura que este mar exhala
Me vuelve el alma... ¡Oh poderoso mar!
¡Corramos a la onda en salto alegre!

¡Oh, sí, gran mar tan lleno de delicias,
Piel de pantera y clámide horadada
Por mil y mil imágenes del sol!
Hidra total, de tu carne azul ebria,
Que te muerdes la cola refulgente
En confusa pareja del silencio.

¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!
Abre y cierra mi libro el aire inmenso.
La ola en polvo hace brillar las rocas.
¡Volad, volad, páginas deslumbradas!
¡Romped, olas alegres, el tranquilo
Techo donde las velas picotean!

 *El texto original francés de estos versos, publicados por primera vez en la Nouvelle Revue Franjaise el 1.° de junio de 1920, lleva, en griego, el siguiente epígrafe: «Alma mía, no aspires a la vida inmortal. Apura antes bien, el imperio de lo factible.» Píndaro, Piticas III.


 Tomado de Cuadernos Americanos, núm. 491, mayo de 1991, pp. 43-48.