viernes, 14 de octubre de 2022

Máquina-bicho

 



Paulo Leminski


Los antiguos abrían bueyes para ver futuro en estructura de tripa: ejércitos en fuga, granizo, ríos en crecida, gente sangrando, espadas fuera de vaina, cosechas, ciudades incendiadas. Más reciente, separé en pedazos para que me admitieran en los círculos más allegados a las intimidades de la vida. Ciencia es eso, llegó allí, paró: navajas fueron precisas. Ya disequé mucho: la lámina cortó donde la cabeza debía entender, dividí en menudos para darme por satisfecho. Advierto que no hay bicho que yo entienda. Mayor el ojo, más denso queda, el tamanduá se tamanduíza con toda la fuerza: queriendo captar su verdad en un parpadear y en un cambiar de lente, aprehenderlo de entrada. Tal vez, empero, no vale la pena. Ninguno vale un cuadrado, un círculo, un cero. ¿Y a mí qué me interesa? De aquí a lo infinitamente grande o a lo infinitamente pequeño, la distancia es la misma, tanto da, poco me importuna. Allí canta la máquina-pájaro, allí pasta la máquina-anta: allí caga la máquina-bicho. No soy máquina, no soy bicho, soy René Descartes, por la gracia de Dios. Al enterarme deso, estaré entero. Fui yo quien hizo ese mato: salgan de él, puentes, fuentes y mejoras, periplos bugres y poblados batavos. ¡Yo expendo Pensamientos y yo extiendo la Extensión! Pretendo la Extensión pura, sin la escoria de vuestros corazones, sin el menstruo desos monstruos, sin las heces desos rezos, sin la brutalidad desas tesis, sin las bostas desas bestias. ¡Abajo las metamorfosis desos bichos, — camaleones robando color a la piedra! Polvos en seco: ¿en el huevo quién dio antes en el otro, un ala en la línea del gajo o un salto en busca de agasajo? No saben qué hacer de sí, insectos pegan la forma de la hoja; mimesis. ¿Y la forma? ¡Cosas de la vida! ¡Venid a mí, geometrías, figuras perfectas, — Platón, abre el corral de arquetipos y prototipos; Formas geométricas, embestid con vuestras aristas únicas, ángulos imposibles, hilos 25 invisibles a simple vista, contra lo bestial destas bestias, sus mentones barbudos, cuerpos contorsionados, picos embarazosos de explicar, cuernos confundidos por mutaciones, ojos en rodaja de cebolla! ¡Venid círculos contra tamanduás, cuadrados por tucanes, losanges verso tatús, bienvenidos! ¡Mi ingenio contra esos ingenios! ¡La sed que sume hiede que hambrea! Me falta realidad. Allá cabalga la pereza que más se me parece, más no puede la arcilla humana. Apenas alguien que sabe decir no. Desde verdes años, tentáronme el eclipse y la economía de los esquemas. Eximio de los más hábiles en los manejos de ausencias, busqué apoyo en los últimos reductos del cero. Fue la época en que más prestigié el silencio, el ayuno y el no. La geometría. Casi no pensar. Cuadrado es casi nada. Un círculo prácticamente falta, trazar una línea orilla el ocio: pensar un problema de geometría es desviar de un vuelo sin dar un nulo pío. Cuando geómetra, ser si a lo que hay de más nada. ¿Quién soy yo para cambiarlo? Esa araña geometrifica sus caprichos en la Idea desa tela: enmaraña la máquina de líneas y está esperando que le caiga a ciegas un bicho dentro: ahí trabaja, ahí cena, ahí huelga. Camina en el aire, susténtase a éter, obra de nada: no vacila, no duda, no yerra. Organiza el vacío avante, palpa, papa y palpita, resplandeciente en la nada donde se engasta y agárrase por la alhaja en que pena, desierto de rectas donde la geometría no corre riesgos pero se caga. Esta desolación del verde en este desierto lleno se está prevaliendo de mis hechos de armas y pensamientos. ¿Sabe con quién está hablando? Cultivé mi ser, me hice poco a poco: me constituí. Letras me nutrieron desde la infancia, mamé en los compendios y me abrevé de las nociones de las naciones. Compulsé índices y consulté episodios. Desaté el nudo de las actas, manipulé manuales e investigué tomos. Ojo nocturno y diurno, recorrí las letras en caminos: tropecé en las vírgulas, caí en el abismo de las reticencias, yací en las cárceles de los paréntesis, roté la muela de las mayúsculas, adelgacé el incordio de las interrogaciones, el florete de las exclamaciones me traspasó henchí de callos la mano hidalga doblando páginas. En descifrar enigmas fui Edipo; enrollar cogitaciones, Sísito; en multiplicar hojas por el aire, otoño. Frecuenté guerras y aduares; asiduo en el atrio de las basílicas, crucé mares, pisé el palo de los navíos, el mármol de los palacetes y la cabeza de las cobras. Estoy con Parménides, fluyo con Heráclito, 26 trasciendo con Platón, gozo con Epicuro, me privo estoicamente, dudo con Pirro y creo en Tertuliano, porque es más absurdo. Linterna en mano, toqué a la puerta de los volúmenes mendigándoles el sentido. Y en la noche oscura de las bibliotecas iluminábame el cielo la luz de los asteriscos. Maté uno a uno los bichos de la biblia. Me dixit magister quod ipsi magistri dixerunt: Thyphus dégli Odassi, Whilem Van der Overthuisen, Bassano di Alione, Ercole Bolognetti, Constantin Huyghens, Bernardino Baldi, Cosmas Indicopleustes, Robert Grosseteste et ceteri. Estoy en latín como esos bichos en la casa de fieras, golpeo la cabeza en las paredes, camino de muro a muro sumando millas. Diviso. Me senté a la mesa de los notables, distinguí la compañía de varones insignes, eso tal yo mismo nato y hecho. Un hombre hecho de armas y pensamientos. Mis virtudes, alibís, inmunidades y potencias: la náutica, la cinegética, la haliéutica, la poliorcética, la patrística, la didascalia, el pancracio, la exégesis, la heurística, la ascesis, la óptica, la cábala, la bucólica, la casuística, la propedéutica, fábulas, apoteosis, partenogénesis, exorcismos, soliloquios, panaceas, metempsicosis, jeroglíficos, palimpsestos, incunables, laberintos, bestiarios y fenómenos. Ceremonias me curvaron ante reyes y damas. La piedra de los templos me hirió la rodilla derecha. Horas mías en el oro de relojes perfectos. Me incliné sobre libros a ver pasar ríos de palabras. Todas las ramas del saber humano me ahorcaron, sebastián flechado por las dudas de los autores. Navegué con éxito entre la higiene y el bautismo, entre el catecismo y el escepticismo, la idolatría y la iconoclastia, el eclecticismo y el fanatismo, el pelagianismo y el quietismo, entre el heroísmo y el egoísmo, entre la apatía y el nerviosismo, y salí incólume hacia el sol naciente de la doctrina boa, entre el borde y el abismo. Mal emergido de los juegos pendientes en que consume puericia sus días, me di al florete, los ejercicios de la espada me absorbían entero. Maestros sorbí expertos en el arte. Mi pensamiento elaboraba láminas día y noche, posturas y maniobras, desgarrado en una selva de estoques, florete segando las flores del aire. Habité los diversos aposentos de las moradas del palacio de la espada. El primer florete que te cae a la mano exhibe el peso de todas las confusiones, el peso de un huevo, estertores de bicho y una lógica que cinco dedos adivinan. En los florilegios de posturas de las primeras prácticas, Vuestra Merced es bueno. La espada se da, su mano florece naturalmente en florete, la primavera flor de piel. Todavía de repente el florete vuelve y te muerde la mano. No hay más acierto; Vuesamerced no se halla más en aquel laberinto de posiciones, tajos, estocadas, altibajos, puntos y formas. Pásase adonde lo menos que acontece es el darse media vuelta y lanzar de sí el florete: ábrese un precipicio entre la mano y la espada. Ahora conviene firmeza. Muchos desandan, pocos perseveran. Vencido este lance, la práctica verdadera comienza. Es la segunda morada del palacio: muchos trabajos, poca consolación. Ahí el florete ya es instrumento. Largo dura. Un día, lejos de la espada, la mano se contorsiona en su entender y agarra la primera punta del filo, la Lógica. Vuesamerced ya es de casa, acceso a la cuarta morada. La conversación con el estilete es sin reservas. Lo propio desta morada es el menguado pensar: una geometría, lo mínimo de discurso. Tiene la mano la espada como a un huevo, los dedos tan flojos que no quiebren y tan firmes que no caiga. De que el mismo destino contempla vuesamerced y la espada — tú te enteras: entero está ahora. Aquí se multiplican corredores, quod vital sectabor iter? En lo concerniente a mi persona, escogí errado: llegué a pensar que yo era espada y desvariar en no precisarla. Las luces del entendimiento brujuleaban. No estaba lejos la medicina de mis males. Compuse el papel de esgrima en que metí a palabrería lo resultante de mi industria pasada. El texto escrito, no más me entendí en aquella artimaña. En edad de milicia puse entonces mi espada al servicio de príncipes, — estos gemelos y los Heeren XIX de la Compañía de las Indias. Largué los floretes para tomar la pluma, y porfían discretos si la flor o la pluma nos autorizan más a las eternidades de la memoria. Hoy, ya no florecen en mi mano. Metí números al cuerpo y era esgrima, números a las cosas y era ciencia, números al verbo y era poesía. Ancoré la cabeza llena de humareda en el mar deste mundo de humos donde moriré de tanto mirar. ¿Juzgar duele? Arapongas golpeen hierros en el calor, en el presente, ya no hay más guerra, que así mal llamo a esas prestaciones de mercenarios cuya bravura se compra a diez tostones y diez tostones vale. Ni a esa copia cada vez mayor de gente que venciendo combates más por el número que por el denuedo o altos cometidos — llamaré guerrero. ¿Ese concurso todo de bombardas por ventura no borró las líneas de los blasones, insignias y divisas, en un báratro de estrépitos donde se enmarañan 28 personas, cualidades y estados? Huelgo en recordar un caso digno de porvenir que conviene la pluma y la tinta arrebátenlo de los azares de la memoria para la carta, sitio más seguro. Buen combate combatí en Hungría, yendo a los tumultos de la sucesión del Palatinado. Un cuerpo de hidalgos, todos del mayor mérito y nacimiento, topó con nosotros en el abrir de la planicie magiar. De nuestra parte, CCCXIII, todo a favor. Mediríamos armas, estipulando el uso tan sólo de blancas. Primores de proezas se hicieron ahí. Mucho tengo escrito desde entonces, y si por mucha pluma se virase pájaro hace ya mucho habría volado mi mano derecha. Las letras de lo escrito marchitando las flores vivas del pensar, el alfabeto lapida los estertores de las aristas de los sentidos: el arte gráfico cristaliza el manuscrito en arquitectura de signos, pensamiento en superficie mensurable, raciocinio ponderable, así muriendo en gradas, desde los esplendores agónicos del pensar vivo hasta las obras completas. Máquinas vi increíbles: el espejo ustator, la eolipila de Athanasius Kircher. La luz de cirios y candelas que un cono capta a incidir en un círculo de vidrio con dibujos a la manera del zodíaco, el haz de luz desenrollando la imagen por sobre una pared blanca: Padre Athanasius acciona la rueda para dar vida al movimiento, almas agitan brazos frenéticos entre las llamas del infierno o los electos giran en torno del Padre, — linterna mágica a colar sombras en la caverna platónica. ¿Qué decir del artefacto de aquel tal de Pascal, cuya sola mención es maravilla y pasmo de las gentes? A pedido de la Academia de Ciencias, sometí y sometí el laberinto de piezas y morrallas que digitadas calculan, a todos los rigores del escrutinio: le experimenté la eficacia todo un día y no se engañó una sola vez. ¡Bizarros tiempos estos en que una fábrica poco mayor que cajita de música hace el oficio del entendimiento humano! El reloj de Lanfranco Fontana está entre los dédalos máximos que los intelectos desa era, quimerizando, pudieran arquitectar: no contento con mostrar y sonar las horas, acusa el movimiento de los planetas y adivina eclipses. Lidié con la obstinación de la aguja magnética contra el Norte, persiguiendo un meridiano. Otras callo para no alarmar el mundo de las varias que temo un día nos cerquen. Máquina considerado este cuerpo, Leonardo aquel ingenio tan agudo cuanto artífice sutilísimo ¿no compuso un automáta semoviente a manera de humano? El día vendrá en que pongan altares a un dios-máquina, — Dios, la máquina de una sola pieza. Estas bestias hacen cualquier cosa de las máquinas de que hablo: ¿cuál la finalidad destas arquitecturas tortuosas? ¿Provocarme pasmo, maravilla o risa? Perdido busca la persona perdida años atrás, ¿ser-tan-as? ¿Cómo era incluso el nombre de aquel río de quien decían horrores de la amnesia que daba a la hora señalada, bebida su agua? No juegues… ¿Incluso? ¡Qué bien, mamá, mira, estoy huérfano! Quien desaparece no enmohece. Atrás, dejo un ser perfecto en el desafío de la cara desos bichos: repto. No interpresto mis monstruos por ningún oro deste mundo: los coloco en una letargia analgésica raramente interrumpida por accesos de furia asesina. Se manifrustran desde las columnas de Hércules a las colinas de Miércoles, ¡sólo buscar bien en los ortos de los espiridiones! Aquí no hay medios de repugnancia.


 Traducción de Reynaldo Jiménez


 Catatau. Una novela-idea, Buenos Aires, Descierto, 2014. 


miércoles, 12 de octubre de 2022

Máquina-pájaro



Paulo Leminski


Los antiguos abrían bueyes para ver un futuro en estructura de tripa: ejércitos huyendo, granizo, ríos desbordados, gente sangrando, espadas fuera de la vaina, cosechas, ciudades quemadas. Más recientemente, corté algunos trozos para que me admitieran en los círculos más próximos a las intimidades de la vida. La ciencia llegó allí, se paró: fueron necesarios cuchillos. Ya disequé un montón: la lama cortó por donde la cabeza debía comprender, dividí los menudos para estar contento. Adelanto que no hay bicho que yo entienda. Cuanto más grande el ojo, más denso se vuelve, el oso hormiguero se hormigueriza del todo: queriendo captar su verdad en un abrir y cerrar de ojos y en un cambiar de lente, pescar en el aire. Pero quizá no valga la pena. Ninguno vale un cuadrado, un círculo, un cero. ¿Y a mí que me importa? De aquí a lo infinitamente grande o a lo infinitamente chico la distancia es la misma, tanto da, poco importa. Canta la máquina-pájaro, pasta la máquina-tapir: caza la máquina-bicho. No soy máquina, no soy bicho, soy René Descartes, por la gracia de Dios. Al enterarme de esto me vuelvo entero. Fui yo el que fabricó esta selva: salgan de ella puentes, fuentes y mejoras, periplos de indios bravos o aldehuelas de Baviera. ¡Expendo Pensamientos y extiendo la Extensión! Pretendo una Extensión pura, sin la escoria de vuestros corazones, sin el menstruo de esos monstruos, sin las heces de esas reses, sin la brutalidad de esas tesis, sin la bosta de esas bestias. ¡Abajo las metamorfosis de esos bichos, camaleones robando el color de la piedra! Polvos en seco: en el huevo, ¿quién encontró primero al otro, un ala parecida a un gajo o un tirón en busca de agasajo? No saben qué hacer de sí mismos, los insectos toman la forma de la hoja: ¿Y la forma? ¡Cosas de la vida! ¡Venid a mí, geometrías, figuras perfectas, Platón, abre el corral de arquetipos y prototipos; Formas geométricas, embestid con vuestras aristas únicas, ángulos imposibles, filos invisibles a simple vista, contra lo bestial de estas bestias, sus barbillas barbudas, cuerpos retorcidos, picos difíciles de explicar, cifras embarazadas de mutaciones, ojos de rodaja de cebolla! ¡Venid, círculos contra los osos hormigueros, cuadrados en lugar de tucanes, losanges en vez de tatús, bienvenidos! ¡Mi ingenio contra esos ingenios! ¡La sed que se suma a la fe que hambrea! Me falta realidad. Ahí cabalga la pereza más parecida a mí, pero no vence a la arcilla humana, que sabe decir no? Desde los años más verdes, me tentaron el eclipse y la economía de los esquemas. Eximio, con la mayor habilidad para 316 manejar ausencias, busqué apoyo en los últimos reductos del cero. Fue la época en que más prestigié el, silencio, el ayuno y el no. La geometría. El casi no pensar. El cuadrado es casi nada. Un círculo prácticamente falta, traza una línea al borde del ocio: pensar un problema de geometría es desviar de un vuelo sin decir Pío. Para el geómetra, el ser se reduce a la mínima nada. ¿Quién soy yo para alterarlo? Esa araña geometriza sus caprichos en la Idea de esa tela: enmarañada la fábrica de líneas y está esperando que le caiga a ciegas un bicho: ahí trabaja, ahí cela, ahí descansa. Anda por el aire, se sustenta del éter, obra a partir de la nada: no vacila, no duda, no erra. Organiza el vacio por delante, palpa, papa y palpita, resplandece en la nada donde se engasta y se agarra de la alhaja en que pena, desierto de rectas donde la geometría no corre riesgos pero es cagada. Esa desolación del verde en este desierto atiborrado se está nutriendo de mis hechos de armas y pensamientos. ¿Sabes con quién estás hablando? Cultivé mi ser, me hice de a poco: me constituí. Las letras me alimentaron desde la infancia, mamé en los compendios y me abrevé en las nociones de las naciones. Consulté índices y comparé episodios. Desaté el nudo de las actas, manoseé manuales y saqueé tomos. Ojo nocturno y diurno, empalmé las letras formando calles: tropecé en las comas, caí en el abismo de las reticencias, yací en las cárceles de los paréntesis, hice rodar las piedras de molino de las mayúsculas, adelgacé el nudo gordiano de los signos de interrogación, el florete de las exclamaciones me traspasó, encallecí la mano hidalga pasando páginas. Por descifrar enigmas fui un Edipo: por hacer rodar cogitaciones un Sísifo: por multiplicar hojas en el aire un otoño. Entré en guerras y en tolderías: asiduo en el atrio de las basílicas, crucé mares, me encaramé al palo de los navíos, sobre el mármol de los palacios y la cabeza de las cobras. me quedo con Parménides, fluyo con Heráclito, trasciendo con Platón, disfruto con Epicuro, me privo estoicamente, dudo con Pirro y creo en Tertuliano, porque es más absurdo. Linterna en mano golpeé a la puerta de los volúmenes, mendigándoles un sentido. Y en la noche oscura de las bibliotecas me iluminaba el cielo la luz de los asteriscos. Maté uno a uno los bichos de la biblia. Me dixit magister quod ipsi magistri dixerunt: Thyphus degli Odassi, Whilem Van der Overthuisen, Bassano di Mione, Ercole Bolognetti, Constantin Huyghens, Bernardino Baldi, Cosmas Indicopleustes, Robert Grosseteste et ceten. Estoy en el latín como esos bichos en casa de fieras, golpeo la cabeza contra las paredes, camino de muro a muro, sumando millas. Diviso. Me senté a la mesa de los notables, acompañé a varones 317 insignes, así soy yo, nacido y hecho. Un hombre hecho de armas y de pensamientos. Mis virtudes, coartadas, inmunidades y potencias: la náutica, la cinegética, la haliéutica, la poliorcética, la patrística, la didascalia, el pancracio, la exégesis, la heurística, la ascesis, la óptica, la cábala, la bucólica, la casuística, la propedéutica, fábulas, apoteosis, partenogénesis, exorcismos, soliloquios, panaceas, metempsicosis jeroglíficos, palimpsestos, incunables, laberintos, bestiarios y fenómenos. Me curvé con ceremonia ante reyes y damas. La piedra de los templos me hirió en la rodilla derecha, horas mías en el oro de relojes perfectos. Me incliné sobre libros a ver pasar ríos de palabras. Todos los ramos del saber me cautivaron, sebastián flechado por las dudas de los autores. Navegué con fortuna entre la higiene y el bautismo, entre el catecismo y el escepticismo, la idolatría y la iconoclastia, el eclecticismo y el fanatismo, el pelagianismo y el quietismo, el heroísmo y el egoísmo la apatía y el nerviosismo y emergí incólume frente al sol naciente de la buena doctrina, entre el precipicio y su borde. Sin haber renunciado aún a los brincos en que la infancia consume sus días, me di al florete, los juegos de espada me absorbieron del todo. Extenué a maestros duchos en tal arte. Mi pensamiento afilaba láminas día y noche, trabajaba posturas y estocadas, desgarrado en una maraña de espadines, un florete recogió las flores del aire. Habité aposentos diversos del palacio de la espada. El primer florete esgrimido exhibe el peso de todas las confusiones, el onus de un huevo, estertores de bicho y una lógica que adivinan cinco dedos. En los florilegios de las posturas de las primeras prácticas, Vuestra Merced es bueno. La espada se da, la mano florece naturalmente en florete, primavera a flor de piel. Pero de repente el florete vira y te muerde la mano. Nada más incierto; Vuestra Merced se pierde en un laberinto de posiciones, tajos, punzadas, deposiciones, puntos y formas. A partir de ahí lo menos que puede suceder es que uno se dé vuelta y arroje lejos el florete: se abre un abismo entre la mano y la espada. Sin embargo hay que mantenerse firme. Muchos se echan atrás, pocos perseveran. Vencido este lance comienza la verdadera práctica. Es la segunda morada del palacio: muchos trabajos, poco consuelo. Pero entonces el florete ya es un instrumento. Largo, se prolonga. Un día, lejos de la espada, la mano se contorsiona al comprender y toca la primera punta del filo, la Lógica. Vuestra Merced ya es de la casa, admitido a la cuarta morada. La conversación con el estilete ya es sin reservas. Lo característico de esta morada es el menguado pensar: una geometría de mínimo discurso. La mano sostiene la espada como si fuera un huevo, dedos 318 tan flojos que no lo quiebren y tan firmes que no caiga. De que Vuestra Merced y la espada contemplan el mismo destino, usted se entera: entero está ahora. Aquí se multiplican los corredores, ¿quod vitae sectabor iter? Al no pensar en mi persona elegí mal: di en pensar que yo era una espada sin entender que precisaba de ella. Las luces del entendimiento parpadeaban. Pero el remedio para mis males no estaba lejos. Redacté el tratado de esgrima en que expuse los resultados de mi industria. Pero al escribir, dejé de entenderme a mí mismo en aquella artimaña. Entonces, ya que me encontraba en edad del servicio militar, puse mi espada al servicio de los príncipes gemelos, y de los Heeren XIX* de la Compañía de las Indias. Pero arrojé los floretes para empuñar la pluma. Porfían discretos: si la flor o la pluma nos autorizan mejor a las eternidades de la memoria. Hoy ya no florecen en mi mano. Hice números con el cuerpo y fue esgrima, números con las cosas y fue ciencia, números con el verbo y fue poesía. Anclé la cabeza llena de humo en el mar de este mundo de humos donde moriré de tanto mirar. ¿Jugar duele? Aunque los charlatanes se batan acalorados, hoy en día ya no existe la guerra, que así mal llamo a esas prestaciones de mercenarios cuya bravura se compra por diez centavos y vale diez centavos. Ni a ese conjunto cada vez más mayor de gente que, venciendo combates más por el número que por el denuedo o los altos compromisos, llamaré guerrero. ¿Acaso ese concurso de cañonazos no borró el dibujo de los blasones, insignias y divisas en un báratro de estrépitos donde se confunden las personas, las cualidades y los estados? Me alegra recordar un caso digno de ser recordado para que la pluma y la tinta lo libren de los azares de la memoria en un sitio más seguro: en una carta. Buen combate combatí en Hungría, en los tumultos de la sucesión del Palatinado. Un cuerpo de hidalgos, todos del mayor mérito y más alto nacimiento, topó con nosotros al comienzo de una planicie magiar. Por nuestra parte, CCCXIII, todos de pro. Mediríamos nuestras armas, estipulado el uso sólo de blancas. Ahí se hicieron primores de proezas. Mucho escribí desde entonces, y si por mucha pluma naciese un pájaro ya hace tiempo habría volado de mi mano derecha. Si las letras del escrito marchitan las flores vivas del pensamiento, el alfabeto lapida los estertores de las aristas de los sentidos: el arte gráfico cristaliza el manuscrito en arquitectura de signos, pensamiento en superficie mensurable, raciocinio ponderado, muriendo gradualmente desde los esplendores agónicos del pensar vivo hasta las obras completas. Máquinas he visto increíbles: espejo ustator, la eolipila de Athanasius Kircher. La luz de los cirios y candelas es captada por un cono e 319 incide en un círculo de vidrio con diseños a manera de zodíaco mientras el haz despliega una imagen sobre una pared blanca: el Padre Athanasius acciona una rueda para dar vida al movimiento, las almas agitan sus brazos frenéticos entre las llamas del infierno o los elegidos giran en torno al Padre - la linterna mágica introduce las sombras de la caverna platónica. ¿Qué decir del artefacto de un llamado Pascal, cuya sola mención es maravilla y pasmo de las gentes? A pedido de la Academia de Ciencias manejé una y otra vez el laberinto de piezas y menudencias que apretadas con los dedos calculan con todos los rigores del escrutinio: experimenté su eficacia un día entero y no se equivocó ni siquiera una vez. ¡Tiempos bizarros éstos en que una máquina poco mayor que una caja de música ejerce las operaciones del entendimiento humano! El reloj de Lanfranco Fontana es uno de los logros máximos de los intelectos de esta época que construye quimeras: no contento con mostrar y dar las horas, acusa el movimiento de los planetas y adivina eclipses. Lidié con la obstinación de la aguja magnética que persigue el meridiano hacia el Norte. Otras cosas callo, de las variadas que temo un día nos cerquen, para no alarmar al mundo. Considerando este cuerpo como una máquina, Leonardo, aquél ingenio tan agudo y artífice sutilísimo, ¿no compuso acaso un autómata semoviente a la manera de los humanos? Vendrá el día en que se erijan altares a un dios-máquina: Dios, la máquina de una sola pieza. Estos monstruos hacen cualquier cosa con las máquinas de que hablo: ¿cuál es el propósito de estas retorcidas arquitecturas? ¿Provocar pasmo maravilla, o risa? El perdido busca a una persona perdida años atrás; ¿va a encontrarla? ¿Cómo era el nombre de aquel río del que decían horrores acerca de la amnesia que producía a la hora en que se bebía su agua? No me acuerdo ¿de veras? ¡Qué bien, mamá, mira, soy huérfano! Lo que desaparece no se enmohece. Dejo atrás un ser perfecto al desafiar de frente estos bichos: repto. No cambio mis engendros por ningún oro del mundo: los dejo en un letargo analgésico raramente interrumpido por accesos de furia asesina. Saltan desde las columnas de Hércules a las colinas de miércoles, ¡sólo por encontrar dónde nacen las espirales! Aquí ningún procedimiento es despreciable.


Fragmento de Catatau, traducción de Roberto Echavarren. 


Medusario. Muestra de Poesía Latinoamericana, FCE, 1996. 



lunes, 10 de octubre de 2022

Lo que pasó, ¿pasó?

 


  Paulo Leminski



   Antiguamente, se moría.

1907, digamos, aquello sí

  que era morir.

Moría gente todo el día,

  y moría con mucho placer,

ya que todo el mundo sabía

  que el Juicio, al final, vendría,

y todo el mundo iba a renacer.

  Se moría prácticamente de todo.

De enfermedad, de parto, de tos.

  Y aun se moría de amor,

como si amar fuese mortal.

  Para morir, bastaba un susto,

un paño al viento, un suspiro y ya,

  se iba nuestro difunto allá

a la tierra de los pies juntos.

  Cumpleaños, boda, bautismo,

 Morir era un tipo de fiesta,

  una cosa de la vida,

como ser o no ser convidado.

  Los lamentos eran costumbre,

pero los daños pequeños.

  Descansó. Se fue. Dios lo tenga.

Siempre alguien tenía una frase

  que rebajaba aquello más o menos.

Tenía cosas que mataban, seguro.

  Pepino con leche, un aire clavado,

maldición de vieja o amor mal curado.

  Tenía cosas que tienen que morir,

cosas que tienen que matar.

  La honra, la tierra y la sangre

mandó mucha gente para aquel lugar.

  ¿Qué más podía un viejo hacer,

en los idos de 1916,

  salvo coger neumonía,

dejar todo a los hijos

y volverse fotografía?

Nadie vive para siempre.

  Al final, la vida es un upa.

No da para mucho más.

 ¿Quién lo mandó a no ser devoto

  de San Ignacio de Acapulco,

el Niño Jesús de Praga?

  El diablo anda suelto.

Aquí se hace, aquí se paga.

  Almorzó y se afeitó la barba,

tomó un baño y salió al viento.

  No tiene nada que reclamar.

Y ahora, vamos al testamento.

  Hoy, la muerte es bien difícil.

Tiene recursos, tiene asilos, tiene remedios.

  Ahora, la muerte tiene límites.

Y, en caso de necesidad,

  la ciencia de la eternidad

inventó la criónica.

  Hoy, sí, personal, la vida es crónica.

 


O que passou, passou?


   Antigamente, se morria.

1907, digamos, aquilo sim

   é que era morrer.

Morria gente todo dia,

   e morria com muito prazer,

já que todo mundo sabia

   que o Juízo, afinal, viria,

e todo mundo ia renascer.

   Morria-se praticamente de tudo.

De doença, de parto, de tosse.

   E ainda se morria de amor,

como se amar morte fosse.

   Pra morrer, bastava um susto,

um lenço no vento, um suspiro e pronto,

   lá se ia nosso defunto

para a terra dos pés juntos.

   Dia de anos, casamento, batizado,

morrer era um tipo de festa,

   uma das coisas da vida,

como ser ou não ser convidado.

   O escândalo era de praxe.

Mas os danos eram pequenos.

   Descansou. Partiu. Deus o tenha.

Sempre alguém tinha uma frase

   que deixava aquilo mais ou menos.

Tinha coisas que matavam na certa.

   Pepino com leite, vento encanado,

praga de velha e amor mal curado.

   Tinha coisas que tem que morrer,

tinha coisas que tem que matar.

   A honra, a terra e o sangue

mandou muita gente praquele lugar.

   Que mais podia um velho fazer,

nos idos de 1916,

   a não ser pegar pneumonia,

deixar tudo para os filhos

    e virar fotografia?

Ninguém vivia pra sempre.

   Afinal, a vida é um upa.

Não deu pra ir mais além.

   Mas ninguém tem culpa.

Quem mandou não ser devoto

   de Santo Inácio de Acapulco,

Menino Jesus de Praga?

   O diabo anda solto.

Aqui se faz, aqui se paga.

   Almoçou e fez a barba,

tomou banho e foi no vento.

   Não tem o que reclamar.

Agora, vamos ao testamento.

   Hoje, a morte está difícil.

Tem recursos, tem asilos, tem remédios.

   Agora, a morte tem limites.

E, em caso de necessidade,

   a ciência da eternidade

inventou a criônica.

   Hoje, sim, pessoal, a vida é crônica.



Versión M. Varón de Mena



Ideolágrimas

 


    Paulo Leminski



    el agua que me llama

en mi desagua

    la llama que me amarga 

 

a água que me chama

em mim deságua

    a chama que me mágua

 

                                     ***


dos hojas en la sandalia

 

el otoño

también quiere andar

 


duas folhas na sandália

 

o outono

também quer andar

 

                                       ***

     la estrella candente

me cayó aún caliente

    en la palma de la mano

 


    a estrela cadente

me caiu ainda quente

    na palma da mão


                                           ***

    nada me disuade

todavía voy a ser

    el padre de los hermanos Karamazov

 


    nada me demove

ainda vou ser

    o pai dos irmãos Karamazov


                                            ***

en el espejo

                      de un vistazo

el color del sueño

                                de ayer

 


no espelho

                     de relance

a cor do sonho

                            de ontem


                                         ***

    roba la flor

al crepúsculo color fruta

    pájaro tecnicolor

 


    furta a flor

ao crepúsculo cor de fruta

    pássaro tecnicólor

 

                                       ***


    la lluvia es rala

crezcan con fuerza

    lenguas de vaca

 

    a chuva é fraca

cresçan com força

    línguas-de-vaca

 


                                            ***

 

            las cosas están negras

 

           una lluvia de estrellas

           deja en el papel

           esta charca de letras

 

 

          as coisas estão pretas

 

          uma chuva de estrelas

          deixa no papel

          esta poça de letras



Versiones M. Varón de Mena



domingo, 9 de octubre de 2022

Aviso a los náufragos

 


 

Paulo Leminski


    Esta página, por ejemplo,

no nació para ser leída.

    Nació para ser pálida,

mero plagio de la Ilíada,

    alguna cosa que calla,

hoja que vuelve al gajo,

    mucho después de caída.


    Nació para ser playa,

quién sabe Andrómeda, Antártida

    Himalaya, sílaba sentida,

nació para ser última

    la que no nació todavía.

 

    Palabras traídas de lejos

por las aguas del Nilo,

    un día, esta página, papiro,

habrá de ser traducida,

    al símbolo, al sánscrito,

a todos los dialectos de la India,

   habrá de decir buenos días

a lo que se dice solo al oído,

   habrá de ser la aguda piedra

donde alguien dejó caer el vidrio.

   ¿No es así como es la vida?

 


Aviso aos náufragos


    Esta página, por exemplo,

não nasceu para ser lida.

    Nasceu para ser pálida,

um mero plágio da Ilíada, 

    alguma coisa que cala,

folha que volta pro galho,

    muito depois de caída.


    Nasceu para ser praia,

quem sabe Andrômeda, Antártida

    Himalaia, sílaba sentida,

nasceu para ser última

    a que não nasceu ainda.


    Palavras trazidas de longe

pelas águas do Nilo,

    um dia, esta pagina, papiro,

vai ter que ser traduzida,

    para o símbolo, para o sânscrito,

para todos os dialetos da Índia,

    vai ter que dizer bom-dia

ao que só se diz ao pé do ouvido,

    vai ter que ser a brusca pedra

onde alguém deixou cair o vidro.

    Não é assim que é a vida?



Versión M. Varón de Mena



sábado, 8 de octubre de 2022

Paulo Leminski


 

Haroldo de Campos 


Fue en 1963, en la Semana Nacional de Poesía de Vanguardia, en Belo Horizonte, que Paulo Leminski apareció, dieciocho o diecinueve años, un Rimbaud curitibano con físico de judoca, midiendo versos homéricos como si fuese un discípulo zen de Bashô, el Señor Banano, recién salido del templo neopitagórico del simbolista filelénico Darío Veloso.

Noigandres, como faro poundiano, lo recibió en la plataforma de lanzamiento de Invenção, lampiro-más-que-vampiro de Curitiba, chispeante de poesía y vida. Ahí comenzó todo. “Caipira cabotino” (como dice afectuosamente Julinho Bressane) o plurilingue parroquiano cósmico, como preferiría yo sintetizar en ideográfica fórmula de contrastes, ese caboclo polaco-paranaense supo, muy precozmente, deglutir el pau-brasil oswaldiano y educarse en la piedra filosofal de la poesía concreta (hasta hoy en el camino de la literatura brasileña), piedra de fundación y de toque, imán de poetas-poetas.

Desde las primeras invenciones a Catatau, desde la poesía contraventora y lírica (pero siempre construida, conocida, de fabbro, de hacedor) hasta el verso verde-verdura de la canción trovadoresca-popular, Leminski viene lloviendo en el endomingado picnic sobre la hierba en que se convirtió la poesía neoacadémica brasileña, dividida hoy entre institucionalizadas marginalidades plácidas y exploradores orfeónicos, de medallitas y brazaletes. Y es bueno que llueva, con piedras y zarzas y barro. ¡Evoé Leminski!

  

                                                                                       Sao Paulo, junio de 1983


Traducción M. Varón de Mena


Texto publicado en la primera edición de Caprichos e relaxos (1983), tomado de Paulo Leminski. Toda poesia (Companhia Das Letras, 2013, pp. 394-95.