Rolando Sánchez Mejías
El Yuma es el padre de uno
de mis mejores amigos. El Yuma, como le llaman sus propios hijos, es un viejo
que aguanta con severidad la acumulación y cuantificación de los años y la
caída del pelo: su cabeza se alza hondamente despejada, como un hombre que
hubiera pensado mucho. Su hijo me explica que el Yuma, ahí donde yo lo veo,
viejo y pálido como una sombra anémica, nada adánica, se ha podido concentrar
durante cuarenta años en distintos proyectos que anota cuidadosamente en sus
libretas.
Al principio, durante la
década de 1960, tenía esperanzas de que sus proyectos se llevarían a cabo, como
la construcción de una vaquería que ordeñaba simultáneamente a la totalidad de
sus vacas, la demanda no fue atendida y el Yuma dejó el proyecto al margen y se
consagró al problema agrícola, inventando un tipo de arado de cincel que,
además de no invertir los panes de tierra, abría grietas aún más angostas que
los usuales arados de cincel, generando una infiltración más gratificante de
lluvia y aire; la demanda fue atendida pero justo cuando se iban a fabricar en
serie los arados de cincel para las provincias orientales, los tractores rusos
cubrieron la demanda, y el proyecto del Yuma se engavetó como el anterior.
–Decididamente –nos dice el
Yuma sentándose en la cama y moviendo un dedito en el aire– pensé que mis
proyectos deberían concentrarse en un grado de abstracción e indeterminación
tal, que yo no necesitase de la burocracia para su realización.
Entonces el Yuma avanzó un
grado más en la especulación, adentrándose, con plena conciencia, en una noche
oscura, y se guardó sus averiguaciones para sí mismo, y se fue volviendo un hombre
orgulloso, de un orgullo sobrio pero sostenido; cuando el Yuma te abre la
puerta es como si iniciase una ceremonia: sus ojos de metal gris, desvaído, y
cabeceando, de arriba abajo, mirando, de la cabeza a los pies, a quien osa
situarse ante él, no sabe uno si ante el Yuma se es paje o rey, si uno es
invitado a pasar o a lanzarse por las escaleras. Siguiendo los pasos del
científico francés André Voisin, que había visitado Cuba en la década de
1960 –inaugurando en la isla el método del pastoreo racional por división
y uso gradual de los cuartones–, el Yuma pensó que ciertamente el pastoreo
racional era lo mejor, tanto para las vacas como para el terreno, y tuvo su
primera “iluminación” al respecto cuando dedujo que la hierba era el eje de
aquellos dos polos –vaca y terreno–: eliminando la hierba de su ecuación, la
Idea del Yuma se amplificaba. Pero se dio cuenta de que el problema no era
eliminar, sino incluir, porque si la Idea se amplificaba en exceso, el conjunto
se hacía Nulo o Vacío, según sus argumentos. Decía:
–Mientras unos hacen
hincapié en el estacado, otros deberían hacer lo mismo, simultáneamente, en los
demás ángulos del problema. Hay que mantener la misma actividad en todas
partes.
También decía que los
errores de la política económica cubana, más que nada de la agraria, estaban
precisamente en la incapacidad de pensar el problema como una vasta
construcción cuyos detalles no debían ser olvidados; y concentró sus esfuerzos
en delimitar leyes de pastoreo aún más universales y a la vez más específicas
que las de Voisin: al menos en el papel, sus dibujos, a escala, producían tal
impresión. Según el Yuma, tanto Sartre como Voisin, “ese par de franchutes
endemoniados”, le habían hecho daño a la Revolución: el primero al ver en la
Revolución sólo un “problema de práctica y dialéctica”, además de haberle
traído mala suerte a la Revolución cuando vino a la Habana (“¿qué hacía ese
hombre de ojos extraviados en medio del cañaveral con un machete en la mano?”,
argumentaba el Yuma), el segundo intentando vincularse a la Revolución sólo a
través del pastoreo, sin saber, según el Yuma, que entre uno y otro contexto
–pastoreo y Revolución–, el espacio era mínimo y a la vez inhabitable. La forma
gradual en que Voisin había pensado el problema del pastoreo en Cuba estaba
justificada desde la ciencia, pero fracasaría justo en el momento en que uno o
más detalles del problema fueran olvidados por Voisin y por el gobierno “que le
había hecho caso a un savant de mierda ninguneando la experiencia de los
campesinos cubanos”.
El Yuma, cuyos abuelos eran
de Castilla, creía que Voisin, “un bastardo de la Experiencia Ilustrada”,
quería dejar en ridículo al sistema agrario cubano que tenía sus bases, según
él, en la experiencia castellana. Los franceses, argumenta el Yuma, al no poder
hacer una Revolución radical en su país, tratan de hacerla afuera, inventando,
según el Yuma, Leyes Generales que aunque no sirvan en su país, habrían de
servir en otros. El Comandante, dice el Yuma refiriéndose a Castro, aun
haciendo referencia en el discurso por las honras fúnebres de Voisin en 1964 a
“las leyes de la naturaleza como un conjunto”, nunca comprendió a fondo “la
naturaleza total del cubano”, en cambio sí había comprendido a fondo “lo peor
del cubano”, explotando, no sin eficacia “ciertas debilidades congénitas del
cubano y de la Historia cubana”, sin embargo, al no comprender la Naturaleza de
Cuba como un conjunto, a saber, argumenta el Yuma contando con los dedos, “el
suelo, la humedad, el clima, la fauna, la flora”, no había calado hasta el
fondo en la compleja dimensión del problema. Dice el Yuma que a diferencia del
Comandante, Mao sí comprendió la Naturaleza de China, pues había aplicado
cuatro o cinco ángulos y aristas del problema a la vez. Para el Yuma, sólo es
posible “una política correcta” cuando se aplican simultáneamente “múltiples
cuestiones del problema, no una sola, ni varias por separado”. Si vas a violar
las Leyes de la Historia, argumenta el Yuma, tienes que violar también las
Leyes de la Naturaleza. Para el Yuma, ése era el problema: que el Comandante
conocía a fondo sólo algunos aspectos de la naturaleza del cubano, tales como
su irresponsabilidad, su espíritu quijotesco, su cualidad de mentiroso y su
agresividad inveterada; aspectos que astutamente utilizó, aunque sólo para
crear destrucción. Según el Yuma, Mao, que era un taoísta en una parte de su
yo, tenía en cuenta, incluso para fusilar a un centenar de personas, varios
aspectos del Cielo y de la Tierra.
–¿Cómo vas a fusilar a cien
personas –nos explica el Yuma– si el Cielo, cuando lo consultas, no te ha concedido
esa gracia? Para fusilar hay que saber si lloverá o no lloverá.
Aseveraba, por otro lado,
que Voisin y el Comandante hacían una buena pareja, el primero quería elevar
las Leyes de la Naturaleza al altar de las leyes de la Historia, y el segundo quería
invertir el proceso: de la Historia hacia la Naturaleza. Voisin, por otra
parte, quería redimir primero a la tierra, luego a las vacas y por fin a los
hombres. No es que la mentalidad de Voisin no fuera simultánea, en la cabeza de
Voisin, la Redención atrapaba las tres cuartas partes del proceso en un solo
conjunto, sin darse cuenta, explica el Yuma, que el conjunto es incompleto
porque le faltan las demás partes de la Historia y de la Naturaleza, y ponía
como ejemplo de antecesor legítimo de Voisin y de Fidel Castro al general
mallorquín Valeriano Weiler, que en el siglo xix, para ganar la guerra contra
el ejército cubano, encerró al 80% de la población dentro de alambradas.
–Encerró a las vacas y a la
población –explica el Yuma–. Y junto al 60% de la población, murió un 25% de
vacas.
Para el Yuma, Voisin se
había encontrado en el Comandante al “loquito” que él siempre había buscado
para llevar a Gran Escala las leyes del pastoreo intensivo y racional, y el
Comandante, que no sabía nada de vacas ni de terrenos, había encontrado en el
francés al “loquito” que sólo actuaría en una porción mínima del problema, como
un ventrílocuo del Comandante, pero a pequeña escala.
–Porque al Comandante –dice
el Yuma– no le gusta que la gente meta las narices en la resolución del
Problema Completo.
Voisin hizo “esfuerzos
ingentes” en dirección al problema de cómo lograr que las vacas comieran más y
mejor hierba explotando gradualmente la tierra, y su muerte en 1964, explica el
Yuma, fue prematura mirándolo desde el punto de vista del Proceso General, pues
no se sabe qué habría logrado Voisin si hubiera vivido diez años más, aunque el
Yuma duda que hubiera logrado nada en una década más, porque el Comandante, al
ver que el francés se habría vuelto loco queriendo meter las Leyes del Pastoreo
en las Leyes de la Historia, sin contar con él, con el Comandante, lo habría
eliminado.
–¡Cataplum! –exclama el
Yuma levantándose de la cama donde estamos sentados, y nos dice, tocándose la
cabeza con un dedo:
–¿Cómo se puede meter un
acontecimiento dentro de otro acontecimiento? ¡En eso tenía razón el
Comandante!
Tomado de Hotel Telégrafo
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