sábado, 27 de abril de 2019

domingo, 21 de abril de 2019

Entomología de la cigarra


                                                                          
                                                                          A Ramón López Velarde
                                                                México, 13 de noviembre de 1919

Mi querido amigo:

¿Vio usted en Social de La Habana unos poemas míos que llamo “ideográficos”, dos madrigales y una “Impresión de la Habana”? Pues bien, ellos son los avant coureurs de toda una obra, más de treinta poemas que integrarán mi próximo volumen: Los ojos de la máscara. Hace muchos años leí en la Antología griega de Planudes, que un poeta heleno había escrito un poema en forma de “ala” y otro en forma de “altar”; supe por mis estudios chinos que en el templo de Confucio se canta cierto himno cuyos caracteres escriben, con el movimiento de su danza, los coreógrafos sobre el pavimento. Por fin vi aquello de Jules Renard: “les fourmis, elles sont: 3333333333”:… con lo que sugiere tan admirablemente la inquieta fila de hormigas. En New York hace 5 años hice los “Madrigales ideográficos”. Luego vi algunos intentos semejantes de pintores cubistas y algún poeta modernista. Pero no eran más que un balbucir. Mis poemas actuales son franco lenguaje; algunos no son simplemente gráficos sino arquitectónicos: “La calle en que vivo” es una calle con casas, iglesias, crímenes y almas en pena. Como la “Impresión de la Habana”, es ya todo un paisaje. Y todo es sintético, discontinuo y por tanto dinámico; lo explicativo y retórico están eliminados para siempre; es una sucesión de estados sustantivos; creo que es poesía pura…

Lo que me dice de la ideografía me interesa y me preocupa. Le parece a usted convencional… ¿más convencional que seguir expresándose en odas pindáricas, y en sonetos, como Petrarca?… La ideografía tiene, a mi modo de ver, la fuerza de una expresión “simultáneamente lírica y gráfica”, a reserva de conservar el secular carácter ideofónico. Además, la parte gráfica sustituye ventajosamente la discursiva o la explicativa de la antigua poesía, dejando los temas literarios en calidad de “poesía pura”, como lo quería Mallarmé. Mi preocupación actual es la síntesis, en primer lugar porque sólo sintetizando creo poder expresar la vida moderna en su dinamismo y en su multiplicidad; en segundo, porque para subir más, en llegando a ciertas regiones, hay que arrojar lastre… Toda la antigua mise en scène, mi vieja guardarropía, ardió en la hoguera de Thais convertida…

Cinco años permanecí absolutamente desinteresado de los viejos modos de expresión, buscando otros más idóneos para mis nuevos propósitos. ¡Un lustro! La entomología moderna ha descubierto que la cigarra permanece diecisiete años en un limbo subterráneo antes de surgir y cantar su himno al sol, que estremece el éter primaveral y perdura en las noches del trópico…

Si usted, mi querido amigo, no fuera tan grande poeta, si en su obra no manifestara un ejemplo tan encantador de liberación personal, tomaría a mal esa frase suya: “Dudo que la poesía ideográfica se halle investida de las condiciones serias del arte fundamental”. Estas condiciones y ese arte, ¿no serán, en último análisis, el respeto a la tradición que nos abruma, nos iguala, impidiendo con la tiranía de sus cánones, la diferenciación artística de las personalidades?…

Más bien creo, y me lo confirma su actitud expectante [sic], en que aún no tiene usted documentación abundante para hacer un juicio definitivo. Además, mi poesía ideográfica, aunque semejante en su principio a la de Apollinaire, es hoy totalmente distinta; en mi obra el carácter ideográfico es circunstancial, los caracteres generales son más bien la síntesis sugestiva de los temas líricos puros y discontinuos, y una relación más enérgica de acciones y reacciones entre el poeta y las causas de emoción… Mis libros Un día Li-Po le explicarían mis propósitos mejor que esta exégesis prematura…

                                                                                          José Juan Tablada


Obra poética. Ramón López Velarde, Ed. Crítica, ALLCA XX, 1998, p. 300. 

jueves, 18 de abril de 2019

José Juan Tablada



Ramón López Velarde


Yo, que me senté a la mesa de sus buenos tiempos cocineros, acabo de mirarlo comer un aséptico platillo de chícharos. Luego, con su venia, recogí de los originales que desplegaba en su cuarto de hotel, como un contrabandista sus tesoros, estos apuntes: “¡Sin amargura os cantará el poeta, llevándose la mano a los riñones, ¡oh frutas de mi dieta!”

Uno de estos días, el general Lucio Blanco llamaba a Rafael López “el gato en la leña”. Recojo la definición en un estricto sentido para decir que aquí donde hay ese gato, donde Díaz Mirón es el puma y donde González Martínez es el búho, Tablada es el ave del paraíso. Como tal, induce a error a los que lo juzgan personaje de frivolidad y de moda. Porque la química de sus colores y el secreto de su dibujo se esconderán sin remedio a los hojalateros que, con sus pitos de agua, se asoman a la línea de fuego de la poesía.

La misma cosa se ha negado al autor de “Ónix” en la vida y en el arte: cordialidad. Examínenlo con ojos sociales o políticos los que así quieran. Quienes posean conciencia literaria, carecen de derecho para ignorar la emoción que palpita desde la alborada del Florilegio hasta Li-Po. Verdad que Al sol y bajo la luna contiene más de una página de decaimiento; pero también otras culminantes, como aquella, ya divulgada: “Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida”... Un día... es, simplemente, un libro perfecto, no sólo por su médula vital, sino por la victoria que las modalidades expresivas consiguen sobre la crasa dicción de la ralea. Si los grandes poetas son aquellos que ejecutan el círculo vicioso de la vida, como Campoamor, cuando decía: "Las hijas de las madres que amé tanto, me besan hoy como se besa a un santo", habrá que concluir que Tablada escaló esa categoría, pues ejerce la facultad serpentina de alcanzarse a sí mismo. Entresaco de mis recuerdos un volantín de los que echa a andar cada vez que le viene en gana: “Taumaturgo grano de almizcle, en el teatro de tu aroma el pasado de amor revives”. (Un día).

Ciertamente, la Poesía es un ropaje; pero, ante todo, es una sustancia. Ora celestes éteres becquerianos, ora tabacos de pecado. La quiebra del Parnaso consistió en pretender suplantar las esencias desiguales de la vida del hombre con una vestidura fementida. Para los actos trascendentales -sueño, baño o amor-, nos desnudamos. Conviene que el verso se muestre contingente, en parangón exacto de todas las curvas, de todas las fechas: olímpico y piafante a las diez, desgarbado a las once; siempre humano. Tal parece ser la pauta de la última estética libre de los absolutismos de la perfección exterior.

Dentro de semejante inspiración, Tablada experimenta nuevas rutas. Extravagancia, declaran algunos. Es posible. Por lo que a mí toca, me sostengo curioso, oliendo la pólvora sin humo del portalira y haciendo votos porque el tema de la excentricidad no ciegue a los visitantes del laboratorio ni los encolerice. Nada más amargo que tratar a empellones los asuntos del espíritu.

En prosa y en verso ha tenido el estilo espadachín, sin el cual el literato moderno se expone a ser arrollado por las turbas. En verso y en prosa, su numen significa el agua de contra-cólera para los atacados de vulgaridad atmosférica.

Las sustancias de su química pueden perder o salvar a los lectores, según la disposición de alma con que se acerquen. El practicante estulto o bajo perecerá en la belleza explosiva de un hipnotismo de lo cromático, al convencerse de Carolina Otero o de la Pestet, en Florencia.

En nuestra lírica, sus frascos son, acaso, los verdaderos endiablados, y el cerebro que ha suprimido las calaveras en las etiquetas está, de seguro, amasado en rojo, merced a una plétora de claveles.

Loor a la musa de la falda guinda.

Mañana, al caer, conforme a sus propias palabras, "como pesado tibor y al deshojarle al viento el pensamiento como una flor" (Li-Po), alzarán el grito de que hemos perdido un poeta de arte eximio, un fruto que nos envidiará la madurez de los cenáculos europeos. Mientras eso ocurre -y ojalá yo no lo contemple-, José Juan Tablada, en plenitud de lira, resiste a lo obtuso y se renueva, por innominado sortilegio, en el estanque de la diplomacia. Acumula, sin cesar, el mineral que se defiende de los óxidos de los siglos; sobre la fábula retentiva en que se basa la inmortalidad, repetirá la sentencia de Paul Fort: "Los Reyes Magos están sepultados en mi jardín".

Marzo de 1920


Obras. Ramón López Velarde. Biblioteca Americana, FCE, Ciudad de México [1971], Ed. Electrónica, 2017.

lunes, 15 de abril de 2019

Una nota sobre Tablada




Carlos Pellicer


En la geografía poética de Tablada las ideas han regresado a su punto de partida: el poeta vino del Oriente y acaba de retornar a él. Ganges y Pagodas, el Buda fastidiado de la misma flor; China y su inacabable lista de novedades centenarias, los poetas japoneses, Nao nostálgicas y el México asiático. Después pagó su tributo a París y Yanquilandia le absolvió más tarde. Últimamente otros viajes y ahora, espiritualmente ha tornado al sagrado Himalaya.

Recordemos al poeta: Yo lo recuerdo en Colombia, en la dulce y amada Colombia. La gran altura de Bogotá lo obligó a refugiarse en un hermoso rincón de los Andes, a mil metros de altura. Yo hacía en Bogotá un "sutil" bachillerato y con frecuencia recibí invitaciones del poeta para ir a visitarle. Un día me envió unos preciosos "hai kai" escritos en grandes hojas vegetales y unas sentencias de muerte contra cierta bailarina que había escandalizado a México con sus falsos escándalos. Una de las veces que tuve el placer de visitar al poeta en el Hotel de la Esperanza, había terminado ya su admirable libro "Un día…" Me hizo el honor de leérmelo y gocé como pocas veces del encanto de las cosas más bellas y sencillas. Decía por ejemplo:

   Tierno saúz
   casi oro, casi ámbar,
   casi luz...

Y otro:

   Pavo real, largo fulgor,
   por el gallinero demócrata
   pasas como una procesión.

Y otro:

 El jardín está lleno de hojas secas. Nunca vi tantas hojas en sus árboles verdes, en primavera.

Y este otro:

 Por nada los gansos
 tocan alarma
 con sus trompetas de barro.

A la brevedad de las formas japonesas unía el agudismo de Jules Renard. Los líricos procedimientos de Apollinaire, Cendrars y Reverdy le entusiasmaban por esos días. Confieso que a mí esos poemas en forma de paseos en carretela me parecían bien, de lejos. Casi todos los breves poemas del libro "Un día" son perfectos. La impresión que ellos me causaron me hizo escribir más tarde "Exágonos", de próxima publicación y dedicados a Tablada. A mi pecadora retórica de entonces dio el poeta dos o tres golpes y la puso "Knock-out". En su conversación he hallado siempre enseñanzas y sugestiones dignas del gran artista que hay siempre en él.

Algunas veces subía a Bogotá. En una de esas ocasiones se le ocurrió guisar un prodigioso platillo oriental para una cena diplomática en la Legación de México. El poeta acababa de ser nombrado por esos días Encargado de Negocios en Caracas. La cena fue magnífica. El platillo fue alabado en varios idiomas, pero ocasionó a su autor una indigestión de primera. Solamente él se enfermó. Así, por sus propias manos. Otra vez, en uno de esos breves días que se pasaba en Bogotá, íbamos por la calle Real atropellados por un ventarrón loco. Pasaron dos lindas mujeres cerca de nosotros y vimos una barbaridad de cosas. Tablada improvisó así:

  Mujeres que vais por a calle
  con el viento por delante,
  el viento es un dibujante
  que no perdona detalle.

Artista suntuoso y exquisito, cultivó siempre la forma como sabio orífice. Sus mejores ejemplos son el poema Onix que Lugones tanto alabó. Hoy el poeta canta en los más claros y sencillos tonos, y como el viajero que rindió raros placeres y halló después en su quinta natal las emociones más puras y hondas, así este poeta admirable que ha sido siempre generoso abanderado vuelve al vaso de agua de la pura belleza, reflexivo y sencillo como la noche en el campo. Vuelve a su Oriente. Pero no es ya el Oriente decorativo y sensual de la Torre de porcelana y del puente de jade. Es el bosque teosófico, la alta emoción de las orillas misteriosas, el pensamiento de la sacra esperanza.



Este elegante y conocido apunte de Pellicer apareció en La Habana, en la revista Carteles (vol. VIII, núm. 16, 19 de abril de 1925, p. 22). En México fue publicado en La Antorcha, Año I, núm. 24, el 14 de marzo de 1925, p. 21; y, un mes más tarde en El Universal Ilustrado, 28 de mayo de 1925, pp. 55-56. Se reprodujo luego en Vuelta, núm. 123, febrero de 1987, pp. 68-69.


miércoles, 10 de abril de 2019

El Conde de Kevenhüller




Giorgio Caproni


(“El Conde de Kevenhüller es el signatario de un gran AVISO, fechado en Milán el 14 de julio de 1792, exhortando a la población a una “cacería general” contra una “bestia feroz, de color ceniciento todo moteado de negro, que está infestando el campo del Ducado”).


Efecto inmediato

      El AVISO del Conde fue recibido
casi con frenesí.

      La sangre siempre da alegría.
El asesinato es exultación.
Matar, un paso de danza
que roza la liturgia.

En vano

      También yo me armé.
                                             También yo
me uní a la “cacería general”.

      Batí palmo a palmo,
tenazmente, la red
densa del campo -la maraña
de la maleza.

                        La sed
me atenazaba.

                                 Tenía
el rostro en llamas.

                                     En ninguna parte,
con el corazón a punto de estallar,
descubrí el más mínimo rastro.  

Despecho

      Tiré el fusil.
                            Volví
-con rabia- a la hostería.

      La Bestia, o había huido,
o no existía.

                      (¿El Conde
-¡diablos!- alucinaba?)

La lámina

      Me senté junto
(bien junto)
a mí.

         En el helado
paraje, no había
ni un alma.

                   Era de noche.

      En penumbras.

                                   Una lámina
afiladísima -cortante
casi- era el único testimonio
superviviente
del día.

               Más allá de la cortina
batiente, oscurecía
a ojos vista.

                         La habitación
-en breve- estaría negra.

      Me apreté cada vez más junto
(cada vez más junto)
a mí.

           Alegre
por mi orgasmo, me puse
-atento- a escuchar
-con una sonrisa- mi llanto.

      (¿El eco de una minueteante pajarera?…

       ……

      Estaba oscuro.
                                 Era de noche.)

El barranco

      No, el Conde no alucinaba.
Por el contrario, había tenido olfato, el Conde.

      Día: 14 de julio.
Año: entre la Flauta Mágica,
en Viena, y, en París, el Terror.

      En él, ni el más mínimo error
de cálculo.

                     Aunque no existiera,
la Bestia estaba.

                                 Existía,
y era apremiante.

                                 En el corazón.

      Entre los árboles.

                                   Sobre el puente,
apuñalado y tembloroso.

      Salido de mi madriguera,
yo miraba- en el linchamiento
de la mente- el paisaje.

      Ante mis ojos, un barranco.

      El barranco de un aluvión.

      El barranco de la razón.

Sabio apóstrofe

               ¡Quietos! Total,
               no darán nunca en el blanco.

               La Bestia que están buscando
               está dentro de ustedes.


Sólo yo

      La Bestia asesina.

      La Bestia que nadie vio nunca.

      La Bestia que subterráneamente
-falsamente canina-
cada día te elide.

      La Bestia que te vivifica y mata…

      ……

      Sólo yo, con un nudo en la garganta,
sabía. Estaba tras la Palabra.


Desesperanza

      Me lancé una vez más
cabeza abajo.
                           A la aventura.

      En mi loco jadear,
incendié el río.
                            La bóveda
del bosque.
                      La labranza.

      Me quebré el cuello.

                                     En vano.

      En vano intenté atravesar
el muro del miedo.

Entre paréntesis

      ¿Miedo de qué?

                                   ¿De la Bestia
que -según el Conde- “infesta
el Campo”?

                           Miedo
-más bien- de mi no tener miedo,
yo, perdido en el Bosque.

Estrambote

      … La flecha
de odio.

                 La flecha
de amor.

                     La trenza
de la bella lombarda,
que obedeciendo al Conde
de Khevenhüller (sola
mujer entre machos a la cabeza
de la jauría sanguinaria)
canta exaltada y dispara
en el bosque.

                          (Pero al aire.)



    (Fragmento de El Conde Kevenhüller, 1986).


    Versión: Pedro Marqués de Armas