domingo, 2 de noviembre de 2014

Tartamudeo cubano




Damián Tabarovsky


Cintio Vitier no gozaba de buena reputación. Su conservadurismo estético va de la mano del hecho de haberse convertido en uno de los poetas oficiales de la Cuba de Castro (no se convirtió en poeta oficial pese a ser estéticamente conservador, sino al contrario, precisamente por eso). Recuerdo ahora un drástico ensayo de Antonio José Ponte sobre Vitier (¿dónde lo leí? ¿En el Diario de Poesía?) y muchas otras discusiones en el mismo sentido. Mi posición no es muy lejana a la de Ponte, pero matizada por un solo aspecto: cierta desmesura –tal vez involuntaria– que aparece en el texto clave de su obra, que por supuesto no es su poesía ni su narrativa –muy menores– sino un ensayo: Lo cubano en la poesía. Publicado en 1958, unos meses antes de la Revolución (la edición que yo tengo, de 2002, está prologada por Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba entre 1997 y 2012), la desmesura a la que aludo reside no sólo en el título sino en la pregunta misma: la búsqueda de la “presencia, la evolución y las vicisitudes de lo específicamente cubano en nuestra poesía”. Por mi parte, la sola idea de preguntarme por “lo argentino” en la poesía me aterra, y tal vez por eso, porque lo opuesto me atrae, me produce cierta envidia la forma liviana en la que Vitier formula su pregunta y esgrime sus respuestas. Obviamente, más allá de la esforzada prosa de Vitier, y más allá de su pálido deseo, lo cubano –como lo argentino, lo boliviano, etc.– adopta diversas formas, muchas veces antagónicas. Lo cubano –como lo argentino, lo boliviano, etc.– es un combate de tradiciones.

Llegando al presente, encuentro dos formas en que lo cubano se expresa (aunque por supuesto hay muchas más). A una, podríamos llamar “lo cubano for export”, cuyo máximo publicista es Leonardo Padura. Adoptando la prosa populista y antiintelectual de buena parte del policial negro contemporáneo, su Cuba es la de los lugares comunes del privilegiado (daiquiri, jineteras, toquecillos de crítica social). Dejo este punto aquí para avanzar sobre otro tipo de cubaneidad, a la que podríamos llamar “locura cubana”. Virgilio Piñera, proscripto durante décadas por homosexual y por disidente –hoy, años después de muerto, reivindicado desde el Estado– sería su principal exponente en la segunda mitad del siglo XX. Juan Carlos Flores (La Habana, 1962) es su continuador más extremo. El contragolpe (y otros poemas horizontales), editado por Letras Cubanas en 2009, es una pequeña proeza que recuerda a Ponge, pero también la violencia angustiosa de un tartamudo queriendo expresarse. Porque esos pequeños poemas en prosa funcionan bajo el modo de la repetición, del que no logra avanzar, del que, cuando avanza, descarrila. En un poema llamado “Mea culpa por Tomás”, escribe: “Tomás, niño venido de la Unión Soviética, a quien nosotros llamábamos ‘cabeza de bolo’. Porque se alimentaba mejor que nosotros, a golpear a ‘cabeza de bolo’, porque se vestía mejor que nosotros, a golpear ‘a cabeza de bolo’, porque tenía mejores juguetes que nosotros, a golpear a ‘cabeza de bolo’, porque sacaba mejores notas que nosotros, a golpear a ‘cabeza de bolo’, para que ninguna niña lo mirase, a golpear a ‘cabeza de bolo’. Creo que frente a Tomás, todos nos sentíamos un poco checos”. ¿Habrá leído Flores El niño proletario?


Tomado de Perfil.com



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