Severo Sarduy
Flor, en guayabera y con un tirolés que le disimula la bola de billar,
recorre desde hace ya mucho rato su zona de la calle Zanja, gastando tacón y aceras.
Con la noche, cae ella del dólar al peso, de la cama al catre, del whisky al
café con leche, del yes al sí. La ve pasar «G» y se queda como si viera llover.
Y ella, sádica, le sonríe.
Sin embargo, a «G» se le moja
todo cuando ve que se acercan las Peripatéticas. Vestidas de cuero negro de la
cabeza a los pies, aman los cascos antes citados con fotos en colores de Elvis
Presley, medallas de James Dean, autógrafos de Paul Anka, mechones de pelo de
Tab Hunter, huellas digitales de Pat Boone y «medidas» de Rack Hudson.
¡Qué bien que les queda todo!
Paradas en una esquina, en plena oferta y demanda ante un afiche de pasta Gravi
(la reina de las cremas dentales), quedan entre el cepillo de dientes gigante y
la espiral rosada.
Se acerca el General. Con una publicidad así, ¿cómo va a resistirlas?
Auxilio (QUE, CON SU JACKET DE CUERO NEGRO, ESTA SUDANDO -temperatura
media de la «ínsula» 25 grados-): -¡Qué calor!, ¿verdad? General: -Parece que
va a llover.
(RISITAS DE PARTE Y PARTE)
Como a un reino en cielos según sus nieves y pájaros, así ha dividido la
acera en zonas Carita de Dragón a los efectos de trabajo. Se pasea por bares y
billares con un bonete negro, un cinto de piel de rinoceronte y una tableta de
marfil en las manos. Sentencioso, se autonombra El Muy Anciano. Señala con un signo.
de tiza las fronteras del Barrio -un afiche de Gravi, la cartelera del cine, la
sombra del lumínico del tren de lavado, las nombra según su especie, y luego
pasa en bicicleta, abriendo un cofrecito a los impuestos. Es chulo de nacimiento,
es socio de la jara. Sabe, dónde están y cómo se llaman todos los números y
todas las yerbas. Trafica, pero ni juega ni fuma. Esquiva el azar y el fuego.
«Dirigir lo Ilusorio es renunciar a él -profiere-, y así, dueño-de-toda posible-ciencia
recorre las zonas vendiendo boletos, cigarrillos de gajo y hasta sobrecitos de
«azúcar refino» (para consumir productos nacionales -dice). Otorga nirvanas, salmodioso.
Lo llaman los adeptos Cielo de Cien Arco Iris, Monte de Flores y Frutos,
Rostro. El entra cantando en los fumaderos y deja en las pipas y los samovares una
córnea anaranjada como la del pico de un tucán. Donador de Estanques de Jade,
desaparece: un olor resinoso en el aire.
G. recorre esas estaciones, atraviesa esas' cortinas concéntricas, se
hunde en esos caracoles de humo preguntando por el sentido de su ser. Busca a
Flor, busca a Flor, y paga la «fuma» entre risitas burlonas. En esas barracas
de bambú crujiente le brindan los más añejos fermentos; le ofrecen, para que
chupe del «secreto», los canutos humeantes que se ramifican desde las pipas. Se
niega.
-Llevo ya todos los alcoholes dentro.
Acaba de consumar con las Dos -y juntas-, la impostura que suponéis.
Cierto es que tal destino se perpetró sádicamente y que aún en los momentos de mayor sofoco (que los tuvo, vestido como estaba con la casaca
y los calzones), G. no cesó de interrogar: G. (LA HOJALATA SUENA, CON EL
VAIVEN.) -¿Dónde está la Emperatriz, mi locura, mi culito lunado? y las
Peripatéticas (A DUO): -La Emperatriz es un espejismo, un trompe-l’ oeill, una
flor in vitro.
Y G. (FUSTIGANDOLES EL TRASERO CEROSO): -La Ming existe. La he visto en
el bosque (Y UN CINTAZO) la he
visto en escena (Y OTRO). ¿En dónde se
ha escondido dejándome con gemido? Y las
Pintarrajeadas: -La Ming es una ausencia pura, es lo que no es. No hay
respuesta. No hay agua para tu sed.
ETC.,
ETC.
¡Qué inquisición, mis Ranitas! Le habéis hecho pagar al gallego veinte
dólares -service non compris más el hotel y la cena, esa leche caliente con
canela que adoráis-.
Las Cejudas: -Ah, sí, inquisición la suya. Con el calor que hace y con
su manía combinatoria. Se agotó en los Posibles.
Yo: -Pues no lo parece. Miren. Avanza hacia la zona Eng.
Las Ojito (AGITANDO GRANDES ABANICOS DE NACAR y CAREY): -Si, pero no va
a ejercitarse -¿con qué?- (RISOTADAS). Se le ha ocurrido que así como nosotras
dividimos nuestra zona, ya que cuando una fatiga sus encantos lidiando entre plumas,
la otra los refresca reclutando entre vitrinas, así María divide la suya con
Flor de Loto. Busca en María la mediación, el ente.
Ya pasa del otro lado del anuncio de Gravi. Sofocado, pero con una moral
muy alta. Está en zona Eng. María ha dejado de su primer recorrido de la noche
un perfume de jazmín y nenúfar; en el rocío del asfalto están escritos sus
pasos, en las vitrinas el roce de su gasa, en el aire el destello caoba de su
moño trenzado con perlas.
Pasa Carita de Dragón. Detrás viene María. G. la aborda, la corteja. La
invita a un daiquirí en el bar de Ambos Mundos, a otro, y entonces le confiesa que
es un adepto a los números, a las permutaciones. De ahí su fascinación de “teatro”,
de espejos. Quiere el doble, el simétrico, el ludión que pasa del otro lado de
la escena para darse a sí mismo la réplica -tú y yo-, que se vira como un
guante.
Ella comprende muy bien, pero no dice ni sí ni no. Se tapa la cara con
sus collares de bambú. Detrás de ellos sonríe. El temblor de las cuencas es
como el de una sumadora de azabache. Sus ojos son dos huecos de alcancía, dos
linternitas mecánicas. Ahora las pone en “faro”: es que se acerca un marinero.
Parte con él. Le dice a G. que pospone, que “después de todo al míster
le intereso yo sola”, que mañana ya se verá.
G. saltó sin impulso. Jiribilla. -¿Por dónde lo soplaron?- La banqueta
se quedó girando. Ya estaba en la calle cuando sintió que lo agarraban por un
brazo. Era el camarero. No había pagado.
La ve hundirse entre letras. Números inflados, rojos. Bandas de tela
blanca que son muros. Ya es un laúd malinés. Un pájaro del trópico asiático del
otro lado de un río. De cenizas de rosa.
(REDOBLE DE PALILLOS)
Es el de sus pasos. Militares, claro está. ¿Oye las gaitas de una marcha?
¿Recibe voces de mando? María se le va -serpiente en agua-; él, al trote. A
toda máquina. Despega. Lebrel tras perdiz de hojalata, tigre tras torcaza a sí
mismo fijada. Le rechinan los fémures. Sabuesco. Con la lengua afuera. Gamo
mojado. Franja de aros dispersos. Deja líneas negras. Perro de la Grey Hound.
Dragón de la Shell.
Ella, allá, lejos. En la llama, la arma como un rompecabezas, la dibuja
uniendo números. La huele -ron, canela, azúcar prieta-; sí, la huele: el mirón es
miope.
Como en un teatro cuando el actor exclama: “¡Oh, he aquí la aurora!”, y
se encienden al unísono todos los spots dorados, así, de golpe, cae la noche
habanera. G. perdido. María es esa humedad, esa ausencia de pájaros, el gong de
la Opera, su estampido -reverberación de tamborines, címbalos mohosos- y las
sombras sucesivas que deja en el aire: serpientes batallando entre vidrios, orquídeas
pudriéndose, tifón, piedras de anís creciendo en las botellas, guerra de
jaguares birmanos.
Aporía del Acto, María es el Deseo, la Ausencia de Flor. G.: una gallinita
ciega. Tantea en el vacío, la va a tocar, si salta sobre ella, la agarra.
-¿Pero qué pasa, hombre? ¡Ya no se puede vivir en esta ciudad! Había
atrapado a la cantante del Picasso Club, que salía de la pista. La vuelve a ver.
Allá va. Ahora sí, ella. Se pierde en las tiendas, entre globos de papel
encendidos. Olor a lukum. Zigzaguea G. Se sigue a sí mismo. Foto movida, va
casi entero, más pálido, tras su propio cuerpo, y otra vez, borroso, detrás... y otra vez. Es un
ejército. Se miran en un espejo y retroceden: rostros verdinegros, oliváceos,
toronja, yerba seca; barbas piramidales de caracoles de astracán, de estambre
negro, de fibras marrón; manchas grises de corcho, algas. Se ven cosidos de
medallas y bandas tricolor, de cintas y galones; se ven recortados sobre damascos,
sobre encajes toledanos; se ven recompuestos con pedazos de cortinas, con abejitas
de oro y flores de lis, con tapices de rosas y manzanas y serpientes flamencas.
Sí, dan un paso atrás: no es para menos. ¡El honor de la marina!
Lola, Lola
la la la la la
Ich bin die
fesche Lola
-¿Qué fue?
Que persiguiendo a María & al americano, rebotando entre parabanes, G.
ha venido a dar a este café-cantante. Se tira en un sillón de mimbre –acuden cantonesas
con pencas de guano y pantuflas-, pide un "cuba-libre". Al fin los
tiene: están allí, frotándose con música, junto a la pianola de la orquesta de
Charleston... María, bajo los faroles azules de petróleo, las manos abiertas
contra la espalda del boy, guiña el ojo a un mulato de ojos verdes tocador de
marimba. Johnny Smith la atrae por la cintura. Es muy sonriente, pelirrojo y
pecoso, trae un pantalón de lona blanca que le aprieta las nalguitas y esa
camisa amapola fluorescente que permitió a G. distinguirlo contra noche y
miopía.
Las que cantan y se menean y cabalgan pelicanos de madera pintada y
murciélagos de tela en la tarima del fondo son las Baby Face. ¡Cómo han
cambiado esas niñas! ¡Hay que ver como el Secreto de las Transformaciones hace
oprobios! Son obesas de vientre gomoso coronadas de sombreros con faisanes
entre frutas de oro, barcos de plumas, almenas. Son barbudas de un circo
mongol. Los cuatro pies paralelos repican contra las tablas y levantan un polvo
amarillo. Gritan: "Lola, Lola". Entonces aparecen por las puertas
laterales la Chong y la Si Yuen -porque las Sebáceas no han querido renunciar a
sus apariciones anteriores, tan bellas las encuentran, y siguen en la Opera- vestidas
de pedazos de tela rojos y oro, rubias como muñecas, ardientes de alcohol, los
ojos azulísimos envueltos en franjas negras, tristes musas de Klimt. Bailan un
pas de deux, envueltas en una misma guirnalda. Fascinado por esa simetría danzante
G. no ve que las Rollizas se abren, dejan pasar a la Eng y al Johnny y vuelven
a cerrarse, uniéndose en la línea media, como los postigos de un tríptico.
(BLACK OUT)
Aux. und Soc: -¡No! Somos la luz. Simplemente nos hemos convertido en su
ausencia. Ahora somos sus islas. ¡Mira!
Sí, el techo, el piso y las paredes son discos rojos, azules y amarillos
que giran a toda máquina y se cortan unos a otros y se encienden y se apagan y
son de otro rojo y otro violeta y estallan y vuelven a cortarse. Hasta que el
General se aprieta los ojos.
Se lanza contra una pared y la atraviesa.
Está del otro lado.
Es un reservado oscuro, con olor a humo de Camel mentolado. Cuatro sofás
de cuero en los ángulos. Espejos. En una pared que ilumina una lamparita blanca,
un hombre pinta. Enfrente -G. los ve reflejados-, María y il rosso se besan;
están sentados uno al lado del otro y miran la pared (donde el fresco se va
definiendo). Se acarician y sonríen. Él le muestra su sexo, rosado y
perfectamente cilíndrico. El glande es un caracol o una cúpula rayada en blanco
y en el amapola fluorescente de la camisa, como un caramelo o un reguilete.
María lo toca con la punta de los dedos. Risita. Le muestra ahora sus senos,
igualmente decorados; una espiral amarilla parte de los pezones y se pierde en
el pecho; le muestra su ombligo: pintada, la reproducción en miniatura de un
tondo cóncavo. Johnny se pega contra el vientre para verlo. Un mar embravecido ocupa
casi toda la media esfera -líneas continuas en tinta negra, como las vetas de
un árbol-, en él se distingue apenas una barca. A la derecha un farallón, rocas
que ciñe la espuma, un cielo con cuños rojos.
María (MUY ORGULLOSA): -Bonita cosa, ¿verdad?
Johnny asiente con la cabeza.
María (PROFESORAL): -El original atribuido a LI SUNG, que vivió entre
1166 y 1243, según este tiempo, se llama: «En un bote», y es una hoja de un
álbum en forma de abanico, dibujada en tinta y color sobre seda.
Johnny: -How I would Iike to have one!
María (SEÑALANDO
EL PINTOR): -Es él quien lo hace, Carita de Tortura, muy antiguo maestro
en las artes simétricas del placer y el horror de los ojos: Pintura y Tortura
chinas.
G.: Pero ¿qué pasa?
Son las Dueñas-de-Todo-Aparecer que se vengan de G. (cf: los golpes y los cintazos en aquel
desatino, ¿se acuerdan?) y se
manifiestan como Luz fría. Sí, un gran
neón circular ilumina el reservado. Los tórtolos dan un salto y se visten. G. aparece en toda su impostura: estaba en su nirvana el mirón y, de la pura contemplación, ya había pasado a la praxis da solo. Se olvidaba de Flor. ¿La
superponía (y él al míster) en
aquel dúo?
Carita de Tortura se ha puesto de pie (a la verdad que tiene una cara
que da miedo: cejas de espada; franjas verdes y naranja le recorren la frente y
bordean los ojos, negras que se vuelven flores los pómulos y la nariz; la boca
es de tigre).
Ya frente a G. lo increpa, agitándole las manos manchadas de pintura
frente a la cara.
-¿Pero qué rayos hace usted aquí, mirón, crápula?
G. marcha atrás.
Y Carita: -Deme acá esa mano.
Le toma de un tirón la mano derecha.
-Vaya, para que aprenda.
Y le
arranca una uña.
Nuevo Mundo, no 16, octubre de 1967, pp. 24-32.
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