Nestor Almendros
Conocí
a Reynaldo -también le llamaban Rey-, como quien dice, "acabado de llegar
del Mariel". Yo ya sabía de él, naturalmente. Lo había incluso leído en
traducciones francesas antes de que se exiliara. Su leyenda de escritor
disidente, de rebelde perseguido dentro de Cuba, había atravesado las fronteras.
Al
verle me sorprendió que la fama no hubiese hecho mella en él. En su físico y en
su comportamiento seguía siendo un campesino cubano, un guajiro de tierra
adentro. Así siguió siendo durante los 10 años en que vivió en la mayor
metrópoli del mundo: Nueva York. Nunca adquirió, y siempre me llamó la
atención, los modales mundanos que se supone son necesarios para vivir en la
gran ciudad. Este era -sea dicho de paso- uno de sus encantos, la autenticidad,
su arma secreta de conquista.
Arenas
es sin duda el más grande entre todos los intelectuales surgidos en Cuba con el nuevo régimen
de Castro. El único, diría, que se puede codear con los grandes escritores
surgidos en la Cuba republicana (burguesa, dirían los comunistas). Me refiero a
escritores como Lezama, Cabrera Infante, Novás Calvo...
Porque
Arenas sólo puede explicarse como una anomalía, como un fenómeno que escapa a
las reglas. Para empezar, ¿cómo se puede entender que un campesino nacido en un
villorrio de mala muerte, hijo de una mujer ignorante y humilde y de padre
desconocido, llegase a ser reconocido mundialmente, traducido y publicado en
las lenguas más importantes? Anomalía también que, después de haber obtenido un
premio literario oficial dentro de Cuba, no se hubiese aprovechado Arenas, como
tantos otros, de las ventajas y privilegios que el régimen ofrece a los
artistas que se doblegan y se someten. En su lugar, Arenas se atrevió a lo
insólito: desafiar a las autoridades culturales de la isla enviando, sin
consulta, nuevos manuscritos al extranjero. Esta insolencia acabaría costándole
la cárcel.
Desde
dentro
¿Qué
otro intelectual cubano de talla conocemos que se atreviese a tanto? Una gran
parte de los creadores artísticos de la isla se adaptó vergonzosamente,
convirtiéndose inclusive en censores colaboracionistas. Otros aprovecharon
viajes al extranjero para exiliarse y atacar al régimen desde fuera y sin
peligro. Casi solo, Rey desafió desde dentro.
Y
es que Reynaldo Arenas fue uno de los hombres más valientes que he conocido,
como el propio suicidio lo atestigua, ya al final del camino.
Al
llegar al exilio podía, como muchos otros, haberse dedicado exclusivamente a su
obra literaria y alejarse de la cuestión cubana. Es sabido que hasta hace pocos
años, paradójicamente, el régimen de Fidel Castro gozaba de las simpatías del
mundillo intelectual y universitario de Occidente. Los concursos literarios no
veían con buenos Ojos a los exiliados cubanos; las editoriales, tampoco.
En
los países occidentales, una neutralidad discreta era lo que convenía a
un exiliado cubano si quería ser aceptado por la intelligentsia del
mundo libre. Precisamente porque captó de inmediato esa monstruosa subversión
de valores, Reynaldo Arenas arremetió sin cuartel, muchas veces, contra
aquellos que debieron haberle acogido y apreciado.
Izquierda
de salón
Pagó
un precio muy alto. Su arriesgada actitud lo colocó en la mirilla de esa
caterva de seudointelectuales bien pensantes de una confortable izquierda de
salón.
Mientras
escribía una ingente obra literaria, no sólo por la calidad de lo escrito, sino
por el número de sus volúmenes -caso poco frecuente en las letras cubanas-, no
sé dónde encontraba tiempo para desplegar una intensa actividad política contra
la tiranía en Cuba.
Arenas
fundó y animó revistas disidentes, escribió cientos de artículos, organizó
manifestaciones callejeras, participó en congresos incansablemente en varios
países y sobre todo fue autor de la idea genial de exigir un plebiscito en la
isla, para el que se recogieron más de 200 firmas de figuras de estatura
internacional. Con la campaña del plebiscito, el castrismo quedó herido de
muerte, finalmente descalificado ante la misma intelligentsia que
antes lo ensalzó.
En
estos días, en Japón hay gente que se apresta a recordar a Reynaldo Arenas. Se
me ha pedido un texto sobre Reynaldo para acompañar el homenaje nipón,
posiblemente tan relacionado al valor intelectual de Arenas como a la
admiración que desde esa cultura se siente por quien no sólo hace su vida, sino
que tiene también el callado valor de terminarla.
Me
complace que esté surgiendo esta especie de culto. Sé que por
México está ocurriendo igual. Allí, como en el corrido de José Alfredo Jiménez,
hay gente capaz de reconocer que Arenas "no tuvo trono ni reina,"
pero sigue siendo el rey".
Un
rey excesivo en su pasión de libertad, desmesurado en su genio, en su furia y
en su amor por su tierra. Siempre he pensado, por ejemplo, que, de haber
contado los cubanos de la disidencia no con uno, sino con tres hombres del
temple de Reynaldo Arenas, ya Fidel Castro no estaría en el poder.
Tomado de El País, 11 de junio, 1991.
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