Pedro Marqués de Armas
En Piñera, toda
ficción se ubica dentro de un paradigma legal que constituye, al mismo tiempo,
un extenso espacio literario que podría situarse entre Dostoyevski y Kafka.
Ubico la ficción piñeriana allí; incluso ficciones que apenas rozan lo
político, siempre mantienen su tensión con la ley. Observa la violencia (y esto
es lo principal) sin eludir máscaras: el carnaval, la música, las pendencias
domésticas y todo aquel circo del “vivir cubano”. Lo que se comporta como
género es, en definitiva, la realidad;
tragicomedia que, al repetir determinadas pautas, apenas requiere elaboración.
Piñera trafica
con el núcleo de ese género; y la prueba es que esa ciudad fluida, no menos que
el dinero o la mugre, debe apoyarse, indefectiblemente, en “pequeños relatos”
de carácter amplificador: rumores, anécdotas, personajes de época, etc.,
recordados justo por lo que suponen a escala criminal.
En este
sentido, es ejemplar el uso de la crónica roja. Se apoya en hechos criminales,
no tanto porque fueran vistos, o incluso leídos, como sí en virtud del rumor
que dejan en la red pública. Tales amplificaciones tienen por función, un poco,
tamizar y enmascarar la violencia, pero también mantenerla en la memoria.
Constituyen el crimen mismo, y a la vez, lo que resulta terrible, tienen una función
de olvido… Resultan el instrumento de una ideología que capta (también ella),
el núcleo de ese género organizado por la Ley.
Si esa
ideología pretende a toda costa el olvido, o por lo menos enmascarar o disuadir
sus crímenes, al escritor toca exaltar esa “confusa gesta”, ese “danzón ensangrentado”,
señalar su contubernio con la materialidad de las cosas.
Es esto lo que
podríamos llamar el relato Piñera. En una oportunidad dijo
sentirse tan realista, que no podía representar la realidad sino
desquiciándola, para de ese modo hacerla más
real y viva. También expresó (a propósito de Aire Frío) que no recurría al absurdo, a riesgo de convertir a
aquella familia suya (por extensión, la absurda familia cubana) en una entidad
razonable.
Realidad como género va a implicar, por tanto, el hecho de que la nada (la “nada-historia”) sea más bien “algo”. ¿Y de qué podía tratarse sino una manera de contar?
Realidad como género va a implicar, por tanto, el hecho de que la nada (la “nada-historia”) sea más bien “algo”. ¿Y de qué podía tratarse sino una manera de contar?
Para Virgilio
esa “nada” tiene que ver, no con el nihilismo europeo, sino con su devaluación, invento que ajusta a las coordenadas del “vivir cubano”. Cualquier
resistencia, acumulación, etc., el intento de crear una cultura como tal, en
esas condiciones, sólo puede llevar "a la morfología de la vaca o del
lagarto”. Creo que esta observación apunta a algo conceptual: nada menos que el
descubrimiento de una nueva manera de decir.
No es, por
supuesto, el modo de La isla en peso.
Allí Piñera formula, todavía, una pregunta en profundidad, perfectamente
respondida; pues aun cuando la respuesta es: “no hay origen”, “no hay
historia”, “no hay relato”, se trata de una arqueología del ser (nacional),
cuyo carácter programático en modo alguno se oculta.
Y es que esa
“nada” que habita el dominio de la realidad, y que resulta sorprendida en su
movimiento, no es sino el límite, el espectro vacío de
la Ley, rebajado a sus niveles ínfimos, o fantasmales, que son
precisamente los de una ficción soberana: esa que invierte la fuerza
persuasiva, o autorizadora, de su propio paradigma.
En una gran variedad de textos de Piñera aparece este elemento, es decir, la inversión de la verdad, del tipo lógico, incluso del anclaje metafísico. Muchas veces el escenario es el crimen, o bien el tribunal. Sus personajes están siempre, de alguna manera, atrapados en ese espacio, pataleando allí contra leyes, pero al mismo tiempo la voluntad del escritor es la de desquiciar ese marco legal, creando una serie de posibilidades. Así, los conflictos sólo son conflictos aparentes, y lo que a menudo se genera es una suerte de anti-conflicto.
Hay un rebajamiento, y a la vez un uso excéntrico, periférico, espectral, -en última instancia juguetón- de dicho paradigma criminal.
En Dostoyevski, por ejemplo, después de un largo recorrido policial, o psicológico, siempre vemos asomar cotas de salvación, o de perdón. El secreto, como condición narrativa, después de haberse tensado, se diluye. No es el caso de Piñera, donde ni siquiera existe el secreto, pues todo es puesto en superficie.
Los personajes de Piñera no tienen salvación: están atrapados en un presente absoluto concebido de hechos, y no de ideas; y de hechos que se están borrando, además, en el instante en el que acontecen… Es como si las cosas vividas se perdieran, o malograran, decía Piñera, al momento de realizarse, o de ser dichas, lo que supone una falta de acontecimientos, y, por tanto, de Tiempo.
Los personajes de Piñera se expresan, en definitiva, como figuras sub-legales. Hay un cuento que es paradigmático y concentra bien esto que trato de decir, “El Interrogatorio”: el acusado es eso que dice el juez, el acusado no es eso que dice el juez, tampoco eso que dice de sí mismo, después no es un acusado, ni nada por el estilo; pero igualmente sigue condenado ad eternum y de antemano, y poco cambia a pesar de que el juez diga, incluso llegue a decir, que tampoco se trata de un interrogatorio.
Y es que las leyes operan en Piñera para hacer posible la acción dramática -como en la comedia griega, aunque en su estilo siempre fatalmente moderno-; para hacerla posible por debajo de todo, como si se tratara de colar algo de menor consistencia que una capa de cebolla. Este por debajo, por supuesto, es también una forma de agujerear el teatro del absurdo, el teatro ontológico, etc. Aquello que desquicia queda subsumido a un rango tan ínfimo que cosas tan pesadas como el Estado, la Tradición, o el Absoluto –como máquinas ficcionales- solo pueden mostrar su inoperancia…
Se pueden señalar varios ejes de este orbe devaluado.
En Farsa Alarma… el asesino es un asesino a pesar suyo. Se considera el problema del castigo y la justicia, pero al final una musiquilla que se escucha (Danubio Azul), y que parece salir de ninguna parte, es suficiente para que los personajes devengan en sus inversos. El juez se convierte en anti-juez, el acusado en anti-acusado y la viuda en anti-viuda. Y todo en virtud de esa nota, ilocalizable, de esa pelusita musical. En Jesús también… Todo ocurre a su pesar, y del modo más gratuito, aun tratándose de un sacrificio y de una adoración…
Pero “El interrogatorio” es sin duda el ejemplo por excelencia, porque lo que se devalúa es el interrogatorio mismo y, por tanto, el principio en que se funda la ficción. Hay entonces, un manejo múltiple de la ley. Un modo polifacético, una máquina de construir/destruir ficciones, siempre constantemente devaluadas.
Piñera no avanza, como Art, tras un secreto; no pretende hacer estallar las estructuras sociales y/o ficcionales en boga, mediante el robo, el complot, y otras artimañas. Su obsesión es mostrar la ausencia de secreto, el rompecabezas vacío de la Ley.
En una gran variedad de textos de Piñera aparece este elemento, es decir, la inversión de la verdad, del tipo lógico, incluso del anclaje metafísico. Muchas veces el escenario es el crimen, o bien el tribunal. Sus personajes están siempre, de alguna manera, atrapados en ese espacio, pataleando allí contra leyes, pero al mismo tiempo la voluntad del escritor es la de desquiciar ese marco legal, creando una serie de posibilidades. Así, los conflictos sólo son conflictos aparentes, y lo que a menudo se genera es una suerte de anti-conflicto.
Hay un rebajamiento, y a la vez un uso excéntrico, periférico, espectral, -en última instancia juguetón- de dicho paradigma criminal.
En Dostoyevski, por ejemplo, después de un largo recorrido policial, o psicológico, siempre vemos asomar cotas de salvación, o de perdón. El secreto, como condición narrativa, después de haberse tensado, se diluye. No es el caso de Piñera, donde ni siquiera existe el secreto, pues todo es puesto en superficie.
Los personajes de Piñera no tienen salvación: están atrapados en un presente absoluto concebido de hechos, y no de ideas; y de hechos que se están borrando, además, en el instante en el que acontecen… Es como si las cosas vividas se perdieran, o malograran, decía Piñera, al momento de realizarse, o de ser dichas, lo que supone una falta de acontecimientos, y, por tanto, de Tiempo.
Los personajes de Piñera se expresan, en definitiva, como figuras sub-legales. Hay un cuento que es paradigmático y concentra bien esto que trato de decir, “El Interrogatorio”: el acusado es eso que dice el juez, el acusado no es eso que dice el juez, tampoco eso que dice de sí mismo, después no es un acusado, ni nada por el estilo; pero igualmente sigue condenado ad eternum y de antemano, y poco cambia a pesar de que el juez diga, incluso llegue a decir, que tampoco se trata de un interrogatorio.
Y es que las leyes operan en Piñera para hacer posible la acción dramática -como en la comedia griega, aunque en su estilo siempre fatalmente moderno-; para hacerla posible por debajo de todo, como si se tratara de colar algo de menor consistencia que una capa de cebolla. Este por debajo, por supuesto, es también una forma de agujerear el teatro del absurdo, el teatro ontológico, etc. Aquello que desquicia queda subsumido a un rango tan ínfimo que cosas tan pesadas como el Estado, la Tradición, o el Absoluto –como máquinas ficcionales- solo pueden mostrar su inoperancia…
Se pueden señalar varios ejes de este orbe devaluado.
En Farsa Alarma… el asesino es un asesino a pesar suyo. Se considera el problema del castigo y la justicia, pero al final una musiquilla que se escucha (Danubio Azul), y que parece salir de ninguna parte, es suficiente para que los personajes devengan en sus inversos. El juez se convierte en anti-juez, el acusado en anti-acusado y la viuda en anti-viuda. Y todo en virtud de esa nota, ilocalizable, de esa pelusita musical. En Jesús también… Todo ocurre a su pesar, y del modo más gratuito, aun tratándose de un sacrificio y de una adoración…
Pero “El interrogatorio” es sin duda el ejemplo por excelencia, porque lo que se devalúa es el interrogatorio mismo y, por tanto, el principio en que se funda la ficción. Hay entonces, un manejo múltiple de la ley. Un modo polifacético, una máquina de construir/destruir ficciones, siempre constantemente devaluadas.
Piñera no avanza, como Art, tras un secreto; no pretende hacer estallar las estructuras sociales y/o ficcionales en boga, mediante el robo, el complot, y otras artimañas. Su obsesión es mostrar la ausencia de secreto, el rompecabezas vacío de la Ley.
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