Mario Levrero
XV
Dicen
que van a cazar conejos, pero se van de pic-nic. Bailan alrededor de una vieja
victrola, se besan ocultos tras los árboles, pescan o fingen pescar mientras
dormitan; comen y beben, cantan cuando
vuelven al castillo en un ómnibus alquilado que siempre resulta demasiado pequeño
para todos. Los conejos aprovechan los restos de comida. También es frecuente
que los falsos cazadores, borrachos, olviden su victrola. Entonces los conejos
bailan hasta el amanecer, a la luz de la luna, al son de esa música alocada y
antigua.
XXVII
Llegamos
al bosque en numerosa y bien pertrechada expedición. Lo primero que advertimos fue
el enorme cartel que decía «PROHIBIDO CAZAR CONEJOS». Nos miramos azorados, nos
sonrojamos como adolescentes, suspiramos con resignación, nos dimos media
vuelta y regresamos, muy tristes, al castillo.
XXXI
Con
la piel de conejo, convenientemente curtida, nos fabricamos guantes sedosos
para acariciarnos el cuerpo desnudo en nuestra soledad. Nuestros niños juegan a
las bolitas con los ojos. Los dientes de conejo son maravillosas cuentas para
los collares y pulseras de nuestras mujeres. La carne la comemos. Con las
tripas, fabricamos cuerdas para nuestros instrumentos musicales; nuestra música
es profunda y triste. El esqueleto del conejo lo forramos con la felpa blanca,
y en el interior colocamos un mecanismo movido a cuerda: son juguetes que
imitan a la perfección los movimientos del conejo. Los domingos vendemos estos
juguetes en la feria, y con el dinero podemos comprar balas para nuestras
escopetas de cazar conejos.
XXXVII
Para
cazar conejos hay que sacar un permiso especial, que cuesta mucho dinero. En un
pequeño mostrador con caja registradora que hay a la entrada del bosque, un
conejo gordo, de lentes y con aire de cansada resignación nos va entregando uno
a uno los permisos de caza, a cambio del dinero.
Pero
también, y para defenderse de los cazadores, los conejos han creado un
impresionante aparato burocrático. Al cazador que desea obtener el permiso (y sin
permiso es imposible cazar conejos, porque se cae en manos de los
guardabosques), le obligan a presentar multitud de papeles; cédula de
identidad, certificado de buena conducta, vacuna antivariólica, carnet de salud,
recibos de alquiler, agua y luz; certificado de residencia, certificado
negativo de la dirección impositiva, carnet de pobre, libreta de enrolamiento,
pasaporte, constancia de domicilio, certificado de nacimiento, constancia de
bachillerato, autorización para el porte de armas, declaración de fe
democrática, certificado de primera comunión, constancia de jura de la bandera,
libreta de matrimonio, licencia para conducir, constancia de estar al día en el
impuesto de Enseñanza Primaria, certificado de defunción, etcétera.
L
La
mayor dificultad que se presenta, aun para el cazador más avezado, es poder
distinguir a primera vista la diferencia entre un conejo y una gallina. Como
las gallinas abundan más que los conejos, y en una proporción realmente
alarmante, con demasiada frecuencia terminamos comiendo los detestables caldos
de gallina seguidos de gallina a la portuguesa y arroz con menudos de gallina,
en lugar de los sabrosos conejos a la brasa que son nuestro deleite y nuestra
razón de vivir.
El
cazador se engaña casi siempre por la semejanza de los pelitos de las patas de
unos y otras, de las orejitas sedosas y romas, y sobre todo por el colorido de las
alas y ese tono apagado de los enormes colmillos de marfil. En cambio es muy
fácil distinguirlos en el laboratorio: la reacción al papel tornasol muestra
que la saliva de la gallina tiene un pH mucho más elevado que la saliva del
conejo. Pero aunque muchos opinen lo contrario, un bosque no es lo mismo que un
laboratorio, y seguimos comiendo gallina y acumulando rencor contra la vida.
XCI
Cuando
en el cine de mi barrio exhiben alguna hermosa y delicada película sobre
conejos, la sala se llena de estos repugnantes animales de olor nauseabundo y
que estropean las alfombras con sus patas engradadas. Mastican ruidosamente sus
zanahorias mientras se exhibe el film, lo comentan en voz alta con total
despreocupación por los otros espectadores, hacen chistes groseros y ríen
estrepitosamente durante las partes más sublimes. Lo peor de todo es escuchar sus
comentarios, mientras salen poniéndose el sobretodo o del brazo de sus conejas.
«Me pregunto dónde está el mensaje» —suelen decir.
Epílogo
En
total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes. Había cazadores
solitarios y había grupos de dos, de tres o de quince. Todos los detalles
habían sido previstos. Teníamos un plan completo. Llegados al bosque inmenso,
el idiota levantó una mano y dio la orden de dispersarnos. Laura iba desnuda.
Otros llevaban las manos vacías. Y escopetas, puñales, ametralladoras, cañones
y tanques. Teníamos sombreros rojos. Era una expedición bien organizada que
capitaneaba el idiota. Fuimos a cazar conejos.
(fragmentos)
Marzo
1973
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