sábado, 31 de enero de 2015

Muerte de Ignacio Felipe Semmelweis



Guido Ceronetti


¡Ah cuántos muertos demasiado excavados
Cuántos cadáveres de madres ofendidas
Por mi escalpelo, ciudad de larvas, 
Tu relámpago infecto castiga!
Sobre la boca de la Melancolía
Que me torcía con su rabia ha puesto
Hambre a un Enigma triste y desmoronado
Con sus manos, a la víctima quejumbrosa
Feroces garfios. Muero.
Ah Skoda, Skoda. Tu consumada 1
Mano clínica como un pensamiento
Que acompaña, grave bondad, sentir
Posarme los ojos táctiles sobre el pecho,
Más dulce me es que el rostro de una mujer.
Dime: ¿por qué no dejamos
Aquellos úteros enfermos morir?
¿Querer que la vida perdure
No es crimen, Skoda? ¿No muero impío
Por extraer tantas vidas?
¿Por qué hay un mal en dar la vida
Como en quitarla? ¿Y el dolor
En la ardiente víscera materna
no lo propago yo también dando aire,
Vigilando los lechos donde lo quemaba
La fiebre vomitada por su parto?
¿Por qué cada acto del hombre es malo
Sumado al mal en el incendio humano?
La sabiduría de un hombre que delira
Esta aquí desplegada, la rota lámpara
Suspendida en mi oscuridad, tropieza
Con su peso descolgándose
Sobre mojados escalones: llévame
Del subterráneo a los juegos de los jardines.
Mi bramido apagado, aferra ya,
Purgada caricia, esta mano especial:
Símbolo del bien que se precipita
A sí mismo en el lamento que lo atrae.




1 Skoda fue el gran clínico de la escuela médica vienesa, maestro y protector de Semmelweis. Cuando S. estaba muriendo presa del delirio, por septicemia, estaba a su lado el viejo maestro Skoda. 



Traducción de Pedro Marqués de Armas


La distanza poesie 1946-1996, Bur Rizzoli, 2010, p. 158-59. 




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