Pedro Gómez Valderrama
Cuando el virrey subió a su
coche con la virreina, para dirigirse al baile en casa del marqués, el criado
mulato se quedó escondido en un rincón del patio, hasta que cesaron todos los
ruidos del palacio. Sacó entonces una inmensa llave, y abrió la puerta del
salón central. Encendió una antorcha y se situó ante el gran tapiz que adornaba
el fondo del salón, y que representaba una hermosa escena de bacantes y
caballeros desnudos.
El mulato extendió las manos y
acarició el cuerpo de una Diana que se adelantaba sobre el tapiz. Murmuraba en
voz baja, hasta que de pronto gritó:
-¡Venid! ¡Danzad!
Los personajes tomaron
movimiento y fueron descendiendo al salón. Comenzó la música del sabbat, y la
danza de los cuerpos en medio de las antorchas. Ante el mulato, los personajes
del tapiz iban cumpliendo el rito de adoración al macho cabrío.
Diana permanecía a su lado,
besándole de vez en cuando con golosa codicia.
Después de consumidas las
viandas del banquete, vino el momento de la fornicación, hasta que sonó el
canto del gallo y los personajes se fueron metiendo uno tras otro en el tejido.
Sólo quedaron, trenzados en el suelo, Diana y el mulato, al cual encontraron a
la mañana siguiente desnudo y muerto en el suelo con unos desconocidos pámpanos
manchados de sangre en la mano. Diana no estaba en el tapiz.
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