Henri Michaux
A causa de la debilidad de mi
brazo, nunca hubiera podido ser verdugo. No hubiera cortado ningún cuello
limpiamente, ni incluso de cualquier otro modo. El arma, en mis manos, hubiera
chocado no sólo con el obstáculo imperial del hueso, sino también con los
músculos de la región del cuello de estos hombres acostumbrados al esfuerzo, a
la resistencia.
Un día, sin embargo, se presentó para morir un condenado con el cuello tan blanco, tan endeble, que se acordaron de mi candidatura para el puesto de verdugo; trajeron a condenados cerca de mi puerta y me ofrecieron matarlo.
Tan oblongo y delicado era su cuello, que hubiera podido cortarlo como una rebanada. Me di cuenta enseguida, era una verdadera tentación. No obstante, rehusé educadamente, dando efusivas gracias.
Casi enseguida, lamenté mi rechazo; pero era
demasiado tarde, el verdugo oficial ya le cortaba la cabeza. Se la cortó como
de ordinario, al igual que cualquier otra cabeza, según lo que acostumbraba con
las cabezas, desinteresado, sin ni siquiera ver la diferencia.
Entonces lo lamenté, sentí despecho y me
reproché haberlo rechazado como lo hice, deprisa y nerviosamente y casi sin
darme cuenta.
Traducción: Marta Segarra.
La noche se agita y Plume precedido por
Lejano interior, Barcelona, Círculo de Lectores, 1994, p. 225.
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