martes, 22 de octubre de 2024

Quizá la juventud es sólo esto

                                 


Sandro Penna

 

Quizás la juventud es sólo esto

perenne amar los sentidos sin arrepentirse.

 

Quizás la inspiración es sólo un grito

confuso. Pero entre las columnas de la ley, 

cada muchacho riendo se masturba.

 

Apoyo mi frente en la gélida

barandilla de la puerta. Mi noche 

siente desaparecer cada muchacho. 

 

Ardiendo completamente por la vida

vivo en ella feliz y disuelto.

No siento mi pena de amor

más de lo que no cura la herida.

 

Quizás es mejor sufrir que gozar.

Quizás todo es igual. Incluso la nieve

es más bella que el sol. Pero el amor…

 


Forse la giovinezza è solo questo

 

Forse la giovinezza è solo questo

perenne amare i sensi e non pentirsi.

 

Forse l’ispirazione è solo un urlo

confuso. Ma entro le colonne della

legge, ridendo si masturba ogni fanciullo.

 

Appoggio la mia fronte alla ringhiera

gelida del cancello. La mia notte

ascolta dileguare ogni fanciullo.

 

Arso completamente dalla vita

io vivo in essa felice e dissolto.

La mia pena d’amore non ascolto

più di quanto non curi la ferita.

 

Forse è meglio soffrire che godere.

O forse tutto è uguale. Anche la neve

è più bella del sole. Ma l’amore..

 

 

Versión Pedro Marqués de Armas


jueves, 26 de septiembre de 2024

Henry Michaux, “Ecuador Journal de Voyage”


Jorge Mañach


Un hombre que no sabe ni viajar ni llevar un diario ha compuesto este diario de viajes. Pero, en el momento de firmar, súbitamente tomado de miedo, se tira la primera piedra. Voila". Ese es todo el prefacio del autor. ¿Quién se atreverá, después de él, a tirarle piedra alguna, si precisamente el encanto magdalénico de este libro reside en su informalidad, en su desenfado, en su desentendimiento de todo lo convencional? Sólo así, sin cálculo ni técnica, se aseguran eficacia deleitante los viajes y los diarios. El viajero y el diarista avezados son insoportables. Michaux fue al Ecuador. Pasó allá un año. Volvió. Y dio a la estampa estos apuntes —prosa, verso— para la inteligencia del trópico sudamericano. Tienen ese sabor de presencia, esa intimidad incoherente —y sin embargo única— de los diarios. Desmenuzan el espectáculo de un ingenio europeo reaccionando ante el hecho natural superlativo de América, vengándose de su magnitud, tomándole el pelo. El anti-Chateaubriand. Pinchazos a lo sublime, para no caer en romanticismo. Y, todo ello, acentuado por ese moderno fastidio, por ese elegante desencanto moranesco de lo exótico: "ríen que la terre". Michaux mismo nos lo explica, páginas adentro. Se opera actualmente “la crisis de la dimensión”: “Sufrimos mortalmente, de la dimensión, del porvenir de la dimensión de que estamos privados, ahora que ya le hemos dado, hasta la saciedad, la vuelta a la tierra". Así, nada le impresiona demasiado a este europeo curado de magnitudes: los Andes, los volcanes, los ríos como mares, se le convierten en materia de humorismo. Los mismos peligros —minuciosamente descritos— de la América inédita, no lograrán, a lo sumo, sino irritarle un poco. Nada de robinsonismo en esa versión de aventuras. Ninguna concesión al énfasis del espectáculo. De su belleza, solamente algún leve registro. Y, sin embargo, no hay petulancia alguna, más bien una óptica nihilista, asistida por el famoso sentido francés de "la mesure". De cuando en cuando, alguna interpolación lírica—¿lírica?—, alguna boutade crítica. Un vejamen de lo exótico, doblado a veces de poesía, transido de humorismo, deletéreo casi de tan inteligente, en que se desalmidonan un poco todos los misterios del nuevo mundo. Un buen libro para el Sr. Chocano. Un libro de irritante gracia para nuestros mejores amigos de Quito.

 

Revista de Avance, IV, no. 41, dic. 15, 1928, p. 373. 

 

viernes, 6 de septiembre de 2024

El verdugo


Henri Michaux 


A causa de la debilidad de mi brazo, nunca hubiera podido ser verdugo. No hubiera cortado ningún cuello limpiamente, ni incluso de cualquier otro modo. El arma, en mis manos, hubiera chocado no sólo con el obstáculo imperial del hueso, sino también con los músculos de la región del cuello de estos hombres acostumbrados al esfuerzo, a la resistencia.

Un día, sin embargo, se presentó para morir un condenado con el cuello tan blanco, tan endeble, que se acordaron de mi candidatura para el puesto de verdugo; trajeron a condenados cerca de mi puerta y me ofrecieron matarlo. 

Tan oblongo y delicado era su cuello, que hubiera podido cortarlo como una rebanada. Me di cuenta enseguida, era una verdadera tentación. No obstante, rehusé educadamente, dando efusivas gracias.

Casi enseguida, lamenté mi rechazo; pero era demasiado tarde, el verdugo oficial ya le cortaba la cabeza. Se la cortó como de ordinario, al igual que cualquier otra cabeza, según lo que acostumbraba con las cabezas, desinteresado, sin ni siquiera ver la diferencia.

Entonces lo lamenté, sentí despecho y me reproché haberlo rechazado como lo hice, deprisa y nerviosamente y casi sin darme cuenta.


Traducción: Marta Segarra.


La noche se agita y Plume precedido por Lejano interior, Barcelona, Círculo de Lectores, 1994, p. 225.



domingo, 1 de septiembre de 2024

Vidas de escritores fatales



Nueva entrega de Potemkin ediciones. Literatura de cajón: vidas de escritores fatales rescata las trayectorias de tres figuras importantes del siglo XX hoy olvidadas, así como obras principalísimas de estos autores. De Étienne Moreau, novelista, dramaturgo y ensayista francés nacido en Pamiers en 1897 y radicado en Barcelona hasta la caída de la Segunda República -cuyo legado sigue en disputa por sus herederos-, recuperamos la pieza teatral en cinco actos Paraninfo de los estados limítrofes, absurdo pleno con toques futuristas, escrita en los años cincuenta y que ha resistido la prueba del tiempo. Silvano Russo, poeta italiano que navegó al margen de las principales corrientes del novecientos, con vínculos en su juventud con el Grupo 63, y sin dudas una de las voces más irónicas de la Emilia-Romaña, pasó casi toda su vida fuera de su país donde solo recientemente comienza a ser reconocido. Por último, el poeta y cónsul cubano Diwaldo Salom y Andraca de la generación de Arpas Amigas, tal vez el más olvidado entre los bardos de la isla, muerto por inmolación en Palma de Mallorca en 1928, y al que devolvemos con total exhaustividad al lugar que merece en la poesía hispanoamericana. Seguro que esta selección no defraudará.



viernes, 30 de agosto de 2024

El sombrero de Zequeira

 

Francisco Morán

                                                             para Pedro Marqués de Armas


Por la puerta de ayer de Monserrate

traje las joyas y el manto de la piña,

el reloj de la Habana, la lampiña

fuente de la sed y el disparate.

 

Traje la pompa y el aire que me abate,

el hedor de la muerte, la rapiña,

los ojos asustados de la niña

por un viejo color de escaparate.

 

Por la puerta de ayer de la Tenaza

llevé el agua a las quintas, la modorra,

los triunfantes despojos habaneros,

 

e instalé mi locura en las terrazas,

en la ciudad incesante que se borra

cada vez que me pongo este sombrero.



miércoles, 14 de agosto de 2024

La educación por la piedra

 

Para la Feria del Libro

 

                                                        A Ángel Crespo

 

Hojeada, la hoja de un libro retoma

lo lánguido vegetal de hoja hoja,

y un libro se hojea o se deshoja

como bajo el viento el árbol que lo dona;

hojeada, la hoja de un libro repite

fricativas y labiales de vientos antiguos,

y nada finge viento en hoja de árbol

mejor de lo que el viento en hoja de libro.

Sin embargo, la hoja, en el árbol del libro,

más que imitar al viento, lo profiere:

la palabra en ella urge a voz, que es viento,

o ventolera, que barre la podredura a cero.

 

Silencioso: sea cerrado o abierto,

incluso lo que grita adentro, anónimo:

sólo expone el lomo, puesto en el estante,

que apaga en pardo todos los lomos;

modesto: sólo se abre si alguien lo abre,

y opuesto tanto al cuadro en la pared,

abierto toda la vida, como a la música,

viva apenas en cuanto vuelan sus redes.

Pero a pesar de eso y a pesar de lo paciente

(se deja leer donde quieran), severo:

exige que le extraigan, o interroguen;

y jamás exhala: cerrado, lo mismo abierto.

 

 

Para a Feira do Livro

                                                       

                                                        A Ángel Crespo

 

Folheada, a folha de um livro retoma

o lânguido vegetal de folha folha,

e um livro se folheia ou se desfolha

como sob o vento a árvore que o doa;

folheada, a folha de um livro repete

fricativas e labiais de ventos antigos,

e nada finge vento em folha de árvore

melhor do que o vento em folha de livro.

Todavia, a folha, na árvore do livro,

mais do que imita o vento, profere-o:

a palavra nela urge a voz, que é vento,

ou ventania, varrendo o podre a zero.

 

Silencioso: quer fechado ou aberto,

incluso o que grita dentro, anónimo:

só expõe o lombo, posto na estante,

que apaga em pardo todos os lombos;

modesto: só se abre se alguém o abre,

e tanto o oposto do quadro na parede,

aberto a vida toda, quanto da música,

viva apenas enquanto voam as suas redes.

Mas apesar disso e apesar do paciente

(deixa-se ler onde queiram), severo:

exige que lhe extraiam, o interroguem;

e jamais exala: fechado, mesmo aberto.


                                           Ver o bajar libro entero Aquí



sábado, 10 de agosto de 2024

Ferdydurkistas

  


Virgilio Piñera 


Ferdydurke produjo en los círculos de la élite polaca una fuerte conmoción. Según el juicio de un crítico: “admiración rayana en la idolatría”. Aquí en Buenos Aires, en pequeños grupos, esta obra despertó una curiosidad inusitada. En mi sentir (y creo que para las quince o veinte personas que ayudaron a su traducción) la lectura de una página más me confirmaba que Ferdydurke estaba a la par de las cumbres de la literatura contemporánea. El hecho de sacrificar largos meses en la difícil, casi ímproba versión de Ferdydurke, quitará, supongo, a mis palabras todo sabor de barato elogio. Por otra parte, como ningún libro teme más, odia más y presta más valor al juicio humano que éste, conviene hablar con sinceridad.

Ferdydurke es un libro de choque, de combate. Estas humorísticas aventuras de un hombre infantilizado constituyen un escándalo literario, pero escándalo de la más alta seriedad. Atacando ¡y con qué audacia! ciertas básicas falsificaciones del mundo actual que hasta ahora se nos escapaban, Ferdydurke nos procura una especie de alivio psíquico, o dicho de otro modo, representa una descarga.

Artísticamente, es obra de una riqueza enorme. El lector mismo se dará cuenta de la calidad de esta poesía violenta y baja, del brillo y la profundidad de este teatro grotesco y locamente humorístico, de la amplitud y fuerza del estilo, y sobre todo, de tantos y tantos descubrimientos artísticos y psicológicos diseminados en sus páginas. El ultramodernismo de Gombrowicz, por juntarse con la sencillez de espíritu, espontaneidad y frescura de alma, se vuelve vital y natural. Nada de los estériles refinamientos que caracterizan al arte moderno. Aquí un hombre contemporáneo, realista y cuerdo, dotado de fuerte personalidad, busca y encuentra sus propios medios de expresión. Y esto le basta.

Mirado Ferdydurke por su lado intelectual constituye una revisión de todo nuestro modo de ser cultural. Se puede estar o no de acuerdo con las sorprendentes tesis de Gombrowicz, pero no cabe duda de que Ferdydurke apunta y acierta a uno de los más drásticos y sensibles nervios de nuestra cultura. Y es una revisión especialmente valiosa para Hispanoamérica -clásico continente de la inmadurez.

Resulta difícil prever la suerte de este mensaje entre nosotros, sobre todo cuando no nos llega de París… Creo, sin embargo, que con estas breves líneas no hago otra cosa sino disparar el primer tiro en la batalla que tarde o temprano van a librar los ferdydurkistas de Hispanoamérica. Téngase bien presente que en el caso de este libro no se trata de una novela más.

 

Texto de solapa a Ferdydurke de Witold Gombrowicz, Buenos Aires, Argos, 1947.


martes, 6 de agosto de 2024

Juventud de Ferdydurke

 

Witold Gombrowicz


Quiero concluir el relato sobre mi pasado argentino. Ya he descrito el estado de espíritu en que regresé de La Falda a Buenos Aires.

En aquel entonces me hallaba a miles de kilómetros de la literatura. ¿El arte? ¿Escribir? Todo eso se había quedado en el otro continente, como detrás de un muro, muerto… y yo, “Witoldo”, acriollado ya, aunque de vez en cuando aún me presentaba como escritor polaco, era solo uno de tantos expatriados que hospedaba esta pampa, despojado hasta de la nostalgia del pasado. Había roto… y sabía que la literatura no podría procurarme en esta Argentina agraria y ganadero ni situación social ni bienestar material. Entonces, ¿para qué? Sin embargo, en la segunda mitad del año 1946 (pues el tiempo sí corría), encontrándome, como tantas veces, con los bolsillos totalmente vacíos y sin saber dónde obtener algún dinero, tuve una inspiración: le pedí a Cecilia Debenedetti que financiara la traducción de Ferdydurke al español, reservándome seis meses para hacerlo. Cecilia asintió de buena gana. Me dediqué entonces al trabajo, que se efectuaba así: primero traducía como podía del polaco al español y después llevaba el texto al café Rex donde mis amigos argentinos repasaban conmigo frase por frase, en busca de las palabras apropiadas, luchando con las deformaciones, locuras, excentricidades de mi idioma. Dura labor que comencé sin entusiasmo, solamente para sobrevivir durante los meses próximos; mis ayudantes americanos también lo encaraban con resignación, como un favor que había que hacer a una víctima de la guerra. Pero, cuando teníamos traducidas algunas páginas, Ferdydurke, libro ya muerto para mí, que yacía sobre la mesa como cualquier otro objeto, empezó de repente a dar signos de vida… y percibí en los rostros de los traductores un interés creciente. ¡Más tarde, ya con evidente curiosidad, comenzaron a penetrar en el texto!

Pronto la traducción comenzó a atraer gente y algunas sesiones se vieron colmadas de asistentes. Pero quien tomó el asunto a pecho, como algo propio, que ocupó la “presidencia” del “comité” formado por algunos literatos para dar la última redacción, fue Virgilio Piñera, escritor cubano recién llegado al país. Sin su ayuda y la de Humberto Rodríguez Tomeu, también cubano, quién sabe si se hubieran salvado las dificultades de esta –como calificó la crítica- notable traducción. Evidentemente no era por casualidad que Piñera y Rodríguez Tomeu, dos “niños terribles” de América, hastiados hasta lo indecible, hastiados y desesperados ante las cursilerías del savoir vivre local, pusieran sus afanes al servicio de esta empresa. Olfateaban la sangre. Anhelaban el escándalo. Resignados de antemano, a sabiendas de que “no pasaría nada”, de antemano vencidos, estaban sin embargo hambrientos de lucha post mortem. Se advertían en ellos las terribles debilidades de la aristocracia espiritual americana, crecida rápidamente, alimentada en el extranjero, que no encontraba en su continente nada en qué apoyarse. Pero –y no fueron pocos los americanos de este tipo que encontré- la muerte les daba una vitalidad particular, al aceptar el fracaso como algo inevitable tenían una capacidad de lucha digna de envidia. Humberto Rodríguez Tomeu se vistió, frente a la llovizna de conferencias, recitales poéticos y demás actos culturales, con un impermeable, impregnado de un humor mortalmente impávido. El alma trágica de Virgilio Piñera se manifestó con fuerza poco común en su novela La carne de René, publicada algunos años después, obra en la que la carne humana aparece sin posibilidad de redención, como servida en un plato, como algo totalmente carente de cielo. ¿A qué se debe, en última instancia, el sadismo de esta carnicería, tan hondamente americano que para la América no oficial, oculta, dolorida, podría servir casi de himno? ¿No sería ése el dolor del americano culto que no logra encontrar su propia poesía… el cual, enfurecido por no ser lo bastante poético, se vuelve contra las fuentes de la vida, blasfemando?

Para tales espíritus, Ferdydurke podría resultar atractivo. En lo que a mí se refiere, no había leído el libro desde hacía siete años, estaba borrado de mi vida. Ahora lo leía de nuevo, frase tras frase… y sus palabras carecían para mí de importancia. La Nada de las palabras, la Nada de las ideas, problemas, estilos, actitudes, aun la Nada de la Rebelión, la Nada del Arte. ¡Palabras, palabras, palabras!... Todo eso no lograba curarme, el esfuerzo sólo me hundió más en el verdor de mi inmadurez. ¿Para qué había enfrentado una vez más esta inmadurez sino para que me arrastrara consigo? En Ferdydurke están en pugna dos amores y dos tendencias; una hacia la madurez y otra hacia la inmadurez eternamente rejuvenecedora… el libro es la imagen de alguien que, enamorado en su madurez, pugna por la madurez. Más, era evidente que no lograba sobreponerme a ese amor ni civilizarlo, y él, agreste, ilegal, secreto, me devastaba igual que antes, como una fuerza prohibida. Y… ¡qué impotencia la del verbo frente a la vida!

Sin embargo, ese texto inocuo para mí, se volvía eficaz con el mundo exterior. Frases para mí muertas, renacían en otros… ¿de qué otro modo podía explicar que de repente el libro se volviera valioso y cercano a esta juventud literaria?... Y eso no sólo como arte, sino como acto de rebelión, de revisión, de lucha. Comprobaba en esos jóvenes que había tocado puntos de la cultura sensibles y críticos, y a la vez veía como ese ardor que, aislado en cada uno de ellos, no hubiese durado a lo mejor mucho, empezaba a consolidarse entre ellos por el efecto de una excitación y una reafirmación recíproca. Pues bien, si eso ocurría con ese grupito, ¿por qué no tendría que repetirse con otros cuando Ferdydurke fuera publicado? ¿Podría tener el libro aquí en el extranjero la misma repercusión que en Polonia, o quizás aún mayor? Mi libro era universal. Uno de los escasos libros capaces de conmover al lector de calidad más allá de las fronteras nacionales. ¿Y en París? Descubrí que la carrera mundial de Ferdydurke no pertenecía sólo a la región de los sueños (cosa sabida pero que yo había olvidado). 


Traducción: Sergio Pitol


Diario argentino, Adriana Hidalgo editora S. A.,  2001. 


lunes, 15 de julio de 2024

Rubén, cisne o búho en nuevas constelaciones


Alberto Baeza Flores

 

A José Coronel Urtecho, por su amistad en la Isla Española; a Pablo Antonio Cuadra, por sus poemas en “La poesía sorprendida”; a Ernesto Cardenal y a Ernesto Mejía Sánchez –y en ellos a la nueva poesía de Nicaragua- en el Primer Centenario del nacimiento de Rubén Darío.

 

 

Cisne o Búho. No sé.

La noche es tan confusa como tu alma de arcángel dolorido.

Te apoyas con tu luz en la puerta de nuestra América india, 

                                                                                          entredormida

y tu sombra se extiende iluminada de misterio

hacia el umbral del Paraíso.

 

Eres melancólico y distinto como tu país que se asoma

a todos los ojos del planeta,

De océano a océano como el aire errabundo,

y alzas la flor volcánica de Centroamérica que despierta

y donde nuestros pueblos ven madurar unitivas constelaciones.

 

París es niebla, ahora, junto a tu mesa del café pleno y solitario,

donde Verlaine se muere poco a poco de invierno y mansedumbre

o de brumosas horas melancólicas en busca de los lechos de ausentes 

                                                                                                             hospitales.

Tus ídolos están aún borrachos de infinito

y Grecia se sienta a conversar con ellos de cosas familiares.

Pero tú eres el que llegas y ya has partido a nuestra América,

el que te acabas de embarcar a nuestros países y te quedas en París

para beber otro poco de niebla o de nostalgia.

 

Rubén, como el asombro de los ángeles;

Darío, tu reino es todo de la tierra.

He visto otra vez el París que sufrías y cada día soñabas,

y he hablado con el Sena a ver si todavía se acuerda un poco de tu voz.

Viajo ahora en el tren –en tu tren de neblina invernal-

hacia el polvo silencioso de España.

Y veo los huesos de los siglos que tú nos enseñaste a ver,

y escucho la tos de eternidad de Quevedo y miro el párpado de oro

de Góngora insomne de relámpagos.

 

El tiempo ha roto los pedestales, pero lo que amabas está en algún sitio

del adiós o del reencuentro de las nubes fugaces,

mientras los astronautas imaginan el día que se abrirá

como una flor en Marte,

como una grieta de silencio, allá en Venus,

y la nueva poesía nos visita en forma de ostras de humo

que cruzan el espacio.

 

Te asomas ahora a un neblinoso balcón.

No sé si aún tiemblas ante los milagros que todavía te esperan

y lo que ves es que giran los siglos sin destruirse en su centro,

que cien años son apenas una bisagra.

Sé que me entiendes y que el tiempo está ciego de tanto espacio,

que el espacio anda mudo de tanto tiempo.

Sólo tú ves, más allá de las palabras secretas,

de qué manera tan simple vuelve a ordenarse la esperanza.



Cuadernos hispanoamericanos, 212-16, 1967, p. 629-30. 



martes, 25 de junio de 2024

Gastón Baquero: Recuerdos personales (fragmentos)

 


Si me detengo sobre este aspecto del pensamiento de Baquero es por la saña con que se le ha querido reducir a una caricatura grotesca del hombre de derechas, conservador y reaccionario (en 1963 Raimundo Lazo lo llama “escritor de ideas ultraconservadoras en su madurez”), al tiempo que contemporáneos suyos, altas figuras del liberalismo europeo y renegados del comunismo, se expresaban en sus obras con igual o mayor rechazo de una doctrina y una práctica perversas. Fueran André Gide (Regreso de la URSS, 1936), Arthur Koestler (El cero y el infinito, 1941), George Orwell (Rebelión en la granja, 1945), Richard Wright (El Dios que fracasó, 1949), Czeslaw Miłosz (El pensamiento cautivo, 1953). Pero Baquero era un mulato oriental, católico y homosexual al que sus opositores no le conceden el espacio de una polémica de ideas y toda discrepancia deviene en diatriba y descalificaciones.


                                                Pío E. Serrano

                                         Ensayo completo: Aquí



lunes, 17 de junio de 2024

La negritud en Gastón Baquero



Con la mirada, sin duda inteligente, con que se asomó al mundo, y a partir de las lecturas precoces de infancia y adolescencia que habrían de echar las bases de una sólida formación intelectual, se fue haciendo heredero de una tradición y unos saberes que eran naturalmente blancos y europeos. Si la cultura consiste no tanto en un volumen de información cuanto en una bien organizada estantería mental donde almacenar lo aprendido para que germine y dé fruto, Baquero fue adquiriendo temprano una cultura orgánica que es también un modo de integrar un continuo aprendizaje y sacarle reluciente provecho. Los referentes de esa cultura —el orden epistemológico que la amparaba— eran congruentemente occidentales, es decir, blancos, apenas rozados por las «tradiciones» de la otra raza que en Cuba no trascendían el folclore de los cultos animistas, amén de algunas representaciones en la pintura, en la música y en la poesía.


                                                           Vicente Echerri

                                                     Ensayo completo: Aquí




martes, 4 de junio de 2024

Gastón Baquero: el nombre y los seudónimos



 

En cuanto salió de Cuba, Baquero empezó a recibir premios y a publicar en la prensa española sus vitriólicas opiniones sobre el proceso cubano. Lo mismo convertía al Che en «correo del zar» del eje Pekín-Moscú, que hacía de Cuba ejemplo del triunfo de la política sobre la geopolítica o acusaba a Fidel Castro de tomar «continuamente benzedrina con coñac» para dar sus largos discursos. Lo que pasaba en Cuba le parecía un absurdo, un macabro experimento condenado a fracasar. El franquismo acabó y sus esperanzas también. Con los años, su pesimismo se agudizó y llegó la pesadumbre, una forma de melancolía semejante a la que vio en su querido Darío, «que con toda probabilidad tiene sus raíces en el mestizaje, en la mezcla de las sangres, en la precipitación un poco sofocada de las razas». Asumió su derrota con filosofía, como parte del destino americano y su sistema de castas y regionalismos, una superposición de las nuevas leyes a las antiguas y una sustitución de los viejos poderes por nuevas oligarquías. 

                                                                             
                                                  
                                                Ernesto Hernández Busto

                                                  Ensayo completo: Aquí





sábado, 1 de junio de 2024

Gastón Baquero: poeta periodista en cinco actos




Bien temprano, y desde antes, el jefe de redacción del más importante diario de la isla supo que los cañones estarían enfilados hacia él. Víctima de la rebambaramba de expropiaciones, pudo serlo del fusilamiento. En su defensa aparecen embajadores que le ofrecen asilo. El embajador de Ecuador le avisa de que piensan lincharlo. Sus compatriotas, “sus amigos”, brillaron por su ausencia. Ni una palmadita en el hombro, ni una palabra de sosiego, ¡palos y vituperios! Quien pudo, aunque no comulgara, se camufló con el decorado de las carrozas. El mulato había ascendido demasiado rápido. El negro, como le decían sotto voce algunos iscariotes literarios, viajaba, ganaba dinero, tenía propiedades. ¿Acaso podía perdonársele todos esos triunfos viniendo de abajo? 

                                                                          

                                                     Dolores Labarcena

                                                 Ensayo completo: Aquí



jueves, 30 de mayo de 2024

En la muerte de Rubén Darío

 


 

Rufino Blanco Fombona

 

 Mirad cómo un hombre de raza apolínea,

 ebrio de canto y sol,

 recoge la ofrenda, fragante y virgínea,

 del viejo solar español.

 

 Del viejo solar donde el árbol de vida

 reverdece a futuros de amor,

 y oculta en la copa garrida

 la pluma de la oropéndola y el nido del ruiseñor.

 

 Cuando el apolonida recoge el haz superno,

 el haz florido de emoción,

 como si en cada brizna palpitase un fraterno

 y dolorido corazón;

 

 el árbol solariego todo es aleo, cántico,

 miserere, querellas,

 porque murió el divino poeta trasatlántico,

 Rubén Darío, espigador de estrellas.



sábado, 25 de mayo de 2024

Huidobro de repente


Gonzalo Rojas

 

Increíble que el poeta más joven que nos haya nacido -paradigma del espíritu nuevo entre nosotros- este cumpliendo los cien años.

Ninguno más diáfano que él, más libre y seductor, para confirmar el non omnis moriar (no me moriré del todo) del viejo Horacio, ese otro hiperlúcido de hace dos milenios.

Las efemérides no cuenta en el caso del portentoso innovador, recién ido, Darío. En efecto, cuando este último vino a morir, el dieciséis en su Nicaragua natal, el planeta empezaba a dar vueltas a una velocidad nunca sonada y los poetas mismos saltaron fuera de órbita, de un antes a un después. Justo ese 1916 Vicente Huidobro -en ese juego oscuro de pasarse la centella- público en Buenos Aires otras claves para su poeta de fundación:

  -Que el verso sea como una llave que

   abra mil puertas-

en su primer viaje a Paris. No fue el único, por supuesto, en la germinación de nuestra verdadera autonomía poética. Ahí la Mistral, Vallejo, Neruda, para decir tres nombres: estallaban los volcanes.

Pero no se piense que este 1993 a medio alumbrar sea el año por excelencia de Vicente Huidobro -aunque se escriba de él un rio de alabanzas-, pues ya desde esas fechas de la Primera Guerra Mundial todos los años son los años de Vicente Huidobro en nuestra lengua. Personalmente vivo un dialogo con su espejo por lo menos desde 1933 -cuando empecé a leerlo casi niño-, unos cuatro años antes de conocerlo en persona en su departamento de la cuadra 23 de la Alameda en aquel Santiago placido y remoto.

Una y otra vez, a lo largo de medio siglo, he reconocido mi filiación con el espíritu convulso y lúcido a la vez del binomio 1938-1939, con sacudón de parto hasta en el orden geológico, sin olvidar el impacto estremecedor de la Guerra Civil española entre nosotros, que nos permitió ver de veras a la madre desde su rostro ensangrentado. Sin patetismo y a favor del distanciamiento, se me aparece así ese 38 fantasmal, ano critico de su propia Utopía, distante ya de aquel otro ciclo movedizo de 1920 cuando Chile empezó a ser más Chile y el epicentro de la mudanza en lo poético fue sin duda Huidobro, antipoeta y mago por derecho propio.

Pero la imantación huidobriana llego a su plenitud en el proceso del 38 y casi todos los poetas jóvenes de esos días registramos su influjo, y fuimos literalmente atrapados por una relación dialéctica con su persona y con su obra.

Por mi parte, me enganché con el proyecto parasurrealista de Mandragora sin mayor fascinación por el experimento y por ahí entre a la casa de Huidobro sin frecuentarla demasiado, remiso como soy a los círculos de adherentes ortodoxos.

Tampoco lo fue nunca él y cuando me aparte del equipo mandragórico entendió como nadie la disidencia anarca.

Déjenlo, le dijo a uno de mis detractores, si cabe el termino, a propósito de mi intraexilio del 42 en la cordillera de Atacama. Gonzalo es un loco que necesita cumbre.

Pocos como él supieron del riesgo y el desamparo y -visto ahora desde aquí, desde este cierre del siglo- ninguno como él fue cumbre más airosa y sembró más libertad en nuestra cabeza de muchachos.

Sin Huidobro no hubiera habido acaso ninguno de nosotros; ni un Anguita ni un Lihn, por nombrar a los invisibles de repente.


Atenea. Ciencia Arte y Literatura, núm. 467, 1993, pp. 64-66.


domingo, 5 de mayo de 2024

Soneto CXLVI



William Shakespeare


¡Pobre Alma mía! de mi barro centro,

del Tentador que te vistió burlada

¿por qué te afliges de escasez adentro

para ornar en tal lujo tu fachada?

 

Con tan breve alquiler ¿por qué tal gasto

haces en tu mansión que se derrumba?

gusanos la tendrán, será su pasto,

bien sabes que tu cuerpo va a la tumba.

 

¡Ay, Alma! él es tu siervo, su ruina

tu ganancia ha de ser. La pasajera

sombra da en precio de la luz divina;

 

sáciate adentro, sé muy pobre afuera

y a quien nos come comerás, de suerte

que acabará el morir, muerta la Muerte.



Traducción de Gabriel de Zéndegui 



miércoles, 1 de mayo de 2024

Ropas y músculos

 


Gabriel de Zéndegui

 

Cuando un joven sale del colegio con la cabeza llena del vaho irisado de las ilusiones y el corazón palpitante de abnegados impulsos pensando en los hombres de Plutarco, figúrase que el mundo será un anchuroso foro, cerrado por noble pórtico que detrás tiene la olímpica llanura; figúrase que los estadistas se parecerán al bello Alcibíades y los sabios a Platón de la robusta espalda; que los ciudadanos todos, discutiendo con calor sobre la industria, la guerra, la ciencia, el arte y la filosofía, agitarán desnudos brazos vigorosos, y que al sentarse dejarán entrever entre los pliegues elegantes de la toga las nervudas y blancas piernas.... Mas al cumplir los treinta años ya habrá tenido tiempo el colegial de convalecer de su error y de rectificar sus alucinaciones, de ver que la sociedad de hoy no tiene la natural grandeza de la helena, sino que más bien parece un colosal teatro Guignol en que casi todos los muñecos, estadistas y pensadores inclusive, movidos por grosero artificio, sin personalidad, chillan con la voz de falsete de Polichinela sus absurdas monsergas, sin saber ni lo que dicen, como las placas del fonógrafo; que en su mayoría esos pseudo-filósofos y políticos ocultan bajo el paño de Sedán un raquítico tórax o un vientre de batracio, y articulaciones amenazadas de tumores blancos, o de las concreciones de uratos de cal y soda, y que de este modo nada bueno podrán pensar ni disponer para los que tienen la desgracia de creerlos u obedecerlos. Ya, en fin, el colegial habrá leído libros que no se leen en la escuela, como el Sastre Sastreado de Carlyle, esa tremenda sátira de peregrinísimo estilo cuyas palabras repercuten en la inteligencia del lector como si fueran ecos de los golpes de piquetas revolucionarias violando sacras arcas y aras.

He aquí, en dos palabras, la filosofía del Sartor Resurtas, libro estupendo: todas las ceremonias, ritos, costumbres e instituciones que los hombres han creado, no son más que los vestidos que de tiempo en tiempo han arreglado para su adorno, comodidad o protección. Esos trajes, como las demás obras humanas, envejecen, se deshacen y ponen inservibles; y a pesar de los parches, remiendos y lavatorios que se le hagan, habrá que tirarlos, más tarde o más temprano, y que sustituirlos con otros nuevos. Y, por último, que muchos de los trajes que usan los hombres contemporáneos se encuentran en deplorable estado y no pueden servir por más tiempo. Esto lo escribe -¡y de qué modo!- el original profesor Teufelsdróckh (*) en un manuscrito abandonado por un desconocido en la puerta de Andrés Futteral (saco de pienso), vecino de la aldea de Eutepfuhl (charco de patos).

¡Ah! la filosofía del traje ¡qué cosa tan honda! De ella se desprende la miseria humana, su instinto adulador o de simiana imitación, cuando se deja imponer por el roi soleil, que era pequeñito de estatura, las peluconas de tres pisos y los tacones altos; y nos explicará también la correspondencia que existe entre las ideas y costumbres de un pueblo y su manera de vestirse: -cómo en las sociedades donde predomina el espíritu militar los trajes son breves y ceñidos al cuerpo, porque ese corte conviene a los hombres que deben hacer ejercicio; y que, en cambio, en las sociedades regidas por la teocracia es amplio y largo el traje, venerándose el talar más que ninguno, ya que a maravilla le sirve a gentes físicamente ociosas y abdominalmente desarrolladas....

Pero nosotros abandonamos a esas grandes inteligencias críticas, adivinadoras de la arcana relación entre los humanos actos, como las de Carlyle y Herbert Spencer, que parecen lanzar antorchas encendidas en la profundidad de una negra cripta donde se libra un combate por la luz, el trabajo de revelarnos por qué motivo, hoy, los hombres que se dicen elegantes usan esas botas puntiagudas de charol con taconazos que contrarían la anatomía y autonomía del pie, esos pantalones cuyo modelo fueron las patas del elefante, esos levitones, y esos tubos de chimenea sobre la cabeza… Dígannos esos sabios varones por qué las mujeres civilizadas se clavan aún anillos en las orejas; y se ponen esos talles de avispa -sólo el mentarlos nos estremece- y esos bultos por detrás que harían llorar de lástima, de dolor y rabia a un mozo ateniense… Queremos hoy ocuparnos de otra cosa: de la contradicción que existe entre los trajes modernos de la clase acomodada y la afición que se ha desarrollado generalmente por los ejercicios corporales.

No parece natural que quienes se visten con tantas piezas de ropa incómodas gusten al mismo tiempo de la independencia de los movimientos del cuerpo, hoy que rige la noción de la lucha por la vida, la supervivencia del más activo. Valga lo que valiere nuestra observación, vamos a ilustrarla con un ejemplo práctico. No recordamos haber visto ningún boxer inglés o americano, ni el mismo Sullivan, a ningún atleta profesional de circo, pista o gimnasio, que luciera bien en su traje de calle. Nos parecía que siempre andaban entorpecidos con sus faldones y con la pretina, que los brazos se les enredaban y las piernas se les trababan. En cambio ¡cuán gloriosos salían con kninckerbockers y nudo el torso! ¡cuánta gracia en sus movimientos al presentarse en la arena con sus jerseys ajustados, encarnados o azules, descubiertos los músculos vibrantes como apretados haces de cuerdas de violín!

Se dirá quizás que esos hombres se visten por lo general de cualquier modo y a cualquier precio en los almacenes de ropa hecha del Bowery, o en la Rag Fair de Middlesex Street de Londres. Bien, ¿y qué? Siempre su cuerpo sano, su cuerpo diestro y bello vale más que la ropa fina de los metafísicos gotosos y estadistas doctrinarios y cenceños del día. Y cuidado, que ese cuerpo así cultivado es el mismo que tanto se aplaudía en las fiestas panateneas, que se conservan cinceladas por Fidias en el friso del Partenón; ese cuerpo elástico y recio sabía entender y aplaudir a Pericles, el brioso sportsman, cuando hablaba sin dar un solo grito ni hacer un solo gesto desde las gradas de ese propio Partenón, que mandó fabricar para desesperarnos de envidia.

El profesor Teufelsdróckh tiene en su manuscrito un pasaje bellísimo donde se cotiza el precio del traje que encima nos ponemos, todo compuesto de despojos: -de la piel curtida de los becerros, del producto de la tonsura de los carneros, de la saliva de los gusanos, de la piel de perros ahogados o envenenados, con que cubrimos por vanidad, que abrigan, nuestras manos, órganos cuasi divinos, dígalo Galeno. Pregúntanos el alemán atrabiliariamente qué sería "de esas pomposas ceremonias, coronaciones regias, recepciones, etc.; etc.;" si por potencia de una varita mágica de súbito cayeran.... ¿lo digo?... las ropas todas de la compañía dramática que las representa, y los duques, los grandes, los obispos, los generales, y sus señoras, la misma personalidad ungida, todos los hijos de sus respectivas madres, quedarán de repente sin siquiera la camisa puesta? No sé si reír o llorar. Imaginaos desnudo al duque de Sopla-Pajas perorando ante una Cámara de Lores todos desnudos también y el banco de la oposición, el ministerial, las tribunas, con gente en cueros ¡Infandum! ¡infandum!...

Mal, muy mal parecería la corte de ese modo, y el Parlamento asimismo; pero nuestros atletas parecerían bien. El filósofo de la ropa, ¿cómo es que en todo su libro no ha dicho que el traje de músculos que la naturaleza ha puesto sobre el esqueleto de nuestra especie, es invariable tanto como bello? Es una inconsútil vestidura blanca y enrojecida en ocasiones por el torrente interno de la sangre: bien vale la pena de que se cuide como ningún otro traje artificial, aunque fuera bordado de oro y perlas, ya que no podemos mudarlo sino con la vida.

Y demos fin al articulillo éste diciéndole a los lectores que se vistan como les dé la gana, poco nos importa; pero ¡por Dios! que debajo del paño de Sedán o de la grosera chamarreta, se sienta un tórax firme y amplio, la plancha dura y corrugada del vientre, los brazos de hierro; y bajo la funda del pantalón de baile o de trabajo, un par de piernas como las del veloz Aquiles, el hijo de Peleo!

 

(*) Cualquiera que sepa alemán dirá lo que significa esta palabra literalmente traducida.

 

La Habana Elegante, 12 de abril de 1891, p. 7.

 

sábado, 27 de abril de 2024

Multifacético como un poliedro


Gastón Baquero


De los varios octavios paz que hay en Octavio Paz me quedo con el poeta Octavio Paz. Multifacético como un poliedro polisémico, como un verso de Mallarmé, este mexicanísimo don Octavio encierra en su corpachón de hombre recio y bien plantado el proteísmo en vivo, el giraldillo de alma despierta en carne viva.

Tengo recuerdos personales de otros mexicanos de mirada al mundo: José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet. De Octavio paz tengo los recuerdos-cicatrices de sus grandes poemas de juventud y leídos a su vez en mi juventud bulimiosa de poesía.

Leer Piedra de sol es como ser invitado a un banquete donde el plato principal es alma hispanoamericana cocida a fuego lento. Vocación y pasión del hombre hispanoamericano es entremeterse en el Mundo, asistir a sus guerras y a sus fiestas, a sus odios y a sus amores. Vallejo se entrecruza aquí con Neruda, y Salomón de la selva se abraza con Porfirio Barba, y León de Greiff guiña el ojo a Eliot y a Bretón al mismo tiempo. De Piedra de sol se viaja hacia Semillas para un himno, viendo asomarse a la ventana A Vicente Huidobro. Luego el atlético Octavio Paz pega un salto empujado por el surrealismo de traje americano, que es dos veces surrealista. Se entra alucinadamente en la lectura de la prosa de ¿Águila o sol? con sus aforismos finales, rodrigón indispensable para seguir Octavio Paz adentro y disfrutar de Ladera este o/y el prodigio de puro poema que es Blanco, un trabajo fulgurante que lleva de la mano al Reino Poesía aun al más negado a descubrir cuánta belleza hay en palpar lo que da del vacío y de la nada. Tantas “lecturas” tiene un poema merecedor de su nombre.

La magnitud de la poesía de Octavio Paz se ve como opacada por los otros resplandores de este creador incesante, el del proteísmo alucinante. El ensayista Paz, el colaborador tenaz en periódicos y revistas, el padre de Taller ayer y de Vuelta hoy, el conferenciante, está-en-todas-partes-Paz, no dejan ver en su exacta dimensión la poesía de este gigante de gestos suaves y palabras amables. Tantas cosas hace y es Octavio Paz, que literalmente puede decirse que es la voz, la conciencia, la palpable y carnal presencia de México. Para un poeta grande esto puede resultar -como ha resultado ya- en el caso dañino para el conocimiento y el reconocimiento cabal de su poesía.

Insisto, en el momento de redactar este saludo que quiere ser auspicioso en los ochenta años de Octavio Paz, en que no debemos dejarnos distraer por los numerosos octavios paz de Octavio Paz, porque en realidad él es un caso más, doloroso por cierto, del intelectual hispanoamericano y español -pensemos en Ortega- triturado y torturado por las obligaciones y servidumbres extrapoéticas.

A este poeta hay que rescatarlo, precisamente ahora que estrena sus ochenta primaveras, de los cien otros quehaceres que estorban al creador, que merman su libertad, aunque esta le fuese acordada “bajo palabra”.

Quien escribió los poemas de Octavio Paz, bien exento está de pelear en otros frentes. Cierto que Hispanoamérica está huérfana de Guías, pero ya está bien de sacrificar a sus mejores hijos ante el altar vacío de dioses y de luz. El poeta grande al castillo vigía de sus poemas. Quede lo demás, las batallas pequeñas, para quienes no tienen el don de la palabra liberadora. Al Moloch de la historia currente pidamos que nos devuelva el poeta. Que de los varios octavio paz nos quedemos -se queda el Mundo- con el egregio Octavio Paz, el Poeta.



Tomado de Gastón Baquero. Geografía literaria (1945-1996), ed. de Alberto Díaz-Díaz, Madrid, Huerga y Fierro Editores, S.L.U., 2010. 

 

miércoles, 10 de abril de 2024

José Juan Tablada traducido por Samuel Beckett


  

LOS GANSOS


Por nada los gansos

tocan alarma

en sus trompetas de barro.


The geese on their

clay trumpets sound

false alarms.

 

LA TORTUGA


Aunque jamás se muda,

a tumbos, como carro de mudanzas

va por la senda la tortuga.

 

Although he never stirs from home

the tortoise, like a load of furniture,

jolts down the path.

 

HOJAS SECAS


El jardín está lleno de hojas secas

nunca vi tantas hojas en sus árboles

verdes, en primavera.

 

The garden is thick with dry leaves:

on the trees I never saw

so many green, in spring…

 

LOS SAPOS


Trozos de barro,

por la senda en penumbra

saltan los sapos.

 

Lumps of mud, the toads

along the shady path

hop…

 

MARIPOSA NOCTURNA


Devuelve a la desnuda rama,

nocturna mariposa,

las hojas secas de tus alas.

 

Restore to the bare bough,

nocturnal butterfly,

the dry leaces of your wings!

 

EL RUISEÑOR


Bajo el celeste pavor

delira por la única estrella

el cántico del ruiseñor.

 

The nightingale beneath

the awe of heaven raves

its psalm to the sole star.



                              De Un día…Poemas sintéticos, 1919.


HONGO


Parece la sombrilla

este hongo policromo

de un sapo japonista.

 

The multicolored mushroom seems

a Japanese toad´s

parasol.


LIBÉLULA


Porfía la libélula

por emprender su cruz transparente

en la rama desnuda y trémula…

 

The dragonfly strives patiently

to fasten its transparent cross

to the bare and trembling bough.

 

VUELOS


Juntos, en la tarde tranquila

vuelan notas de Ángelus,

murciélagos y golondrinas.

 

Mingled, in the quiet evening,

chimes of angelus and bats

and swallows fly.


 SANDÍA


¡Del verano, roja y fría

carcajada,

rebanada

de sandía!

 

Red cold

guffaw of summer,

slice

of watermelon!


                              De El jarro de flores, 1922.