Simone Boué, profesora de Liceo y
compañera de E.M. Cioran durante más de 50 años, falleció ahogada en una playa
francesa el pasado verano. Dice Stendhal: "Hacen falta al menos 10 líneas
en francés para alabar a una mujer con delicadeza". Yo necesitaría muchas
más en español para hacer medianamente justicia a Simone en esta despedida. Era
inteligente, vivaz, irónica, discreta. Sobre todo era la elegancia misma, la
encarnación de ese chic parisiense que puede pasarse de pasarelas y que no se
adquiere derrochando dinero en casa de los modistas. A ella le bastaba -tenía
que bastarle porque eran pobres- con un pañuelo, una sencilla rebeca, con
cambiar de sitio una flor. En la casa minúscula de la rue de l'Odeon todo era
perfecto y humilde, como pintado por Vermeer. "¡Agáchese!", me decía
Cioran al entrar. "¡Cuidado con la cabeza, la puerta es muy baja!".
Parte del gozo de su hospitalidad generosa y cordial era oírles contar las
anécdotas a medias, lanzándose tiernas puyas: él criticando a Francia sin la
cual no podía vivir; ella, francesa a más no poder. Al final, cuando Cioran
empezaba a perder la cabeza, ella completaba, sin que se notaran sus balbuceos,
y hacía ambos papeles, el censor acerbo y la amable réplica. La vi por última
vez en junio, en el primer aniversario de la muerte de Cioran. "Por favor,
cuidado con la cabeza", me dijo al entrar. Me contó su amargura por una
biografía reciente de Cioran, no tanto por la insistencia escandalosa en sus
veleidades fascistas juveniles como por la pedante bobada de compararle ¡con
Wittgenstein! Luego nos despedimos y era para siempre. No sé quién será el
próximo inquilino del pequeño apartamento en el corazón del barrio latino; no
sé si sabrá que en esas tres habitaciones se vivió una tan larga y preciosa
historia de amor. Por favor, agachen la cabeza; y descúbranse-
El País, 30 septiembre de 1997
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