Carlos Drummond de
Andrade
Estimado Alipio:
Ayer por la noche, al
salir usted de mi departamento, adonde vino en busca de sabiduría griega y sólo
encontró un coñac y un gato llamado Crispín, decidí pasar por escrito lo que le
dijera. ¿Lección de escepticismo? No. Eso uno lo aprende solo. La única cosa
que se puede remotamente concluir de lo que conversamos es: no vale la pena
practicar la literatura, si ella contribuye a agravar la falta de caridad que
traemos desde la cuna.
Por eso, y porque no adelantaría nada, no le doy consejos. Le
doy anticonsejos, hijo mío. Y si lo llamo hijo perdone: es costumbre de la
gente madura. Podría llamarle hermano, tan semejante somos, a pesar del tiempo
y de los pormenores físicos: ambos cultivamos lo real ilusorio, que es un bien
y un mal para el alma. Poco queda por hacer cuando no nacemos para los negocios
ni para la política ni para el oficio de las armas. Nuestro negocio es la
contemplación de la nube. Que por lo menos ello no nos torne demasiado
antipáticos a los ojos de los coetáneos absorbidos por preocupaciones más
seculares. Recoja pues estos apuntes. Alipio, y sepa que lo estimo:
I. Sólo escriba cuando del todo no pueda
dejar de hacerlo. Y siempre se puede dejar.
II. Al escribir, no piense que va a
derribar las puertas del misterio. No derribará nada. Los mejores escritores
consiguen apenas reforzarlo, y no exija de sí tamaña proeza.
III. Si permanece indeciso entre dos
adjetivos, deje fuera ambos, y use el sustantivo.
IV. No crea en la originalidad, está
claro. Pero no vaya a creer tampoco en la banalidad, que es la originalidad de
todo el mundo.
V. Lea mucho y olvide lo más que pueda.
VI. Anote las ideas que tenga en la
calle, para evitar desarrollarlas. La casualidad es mal consejero.
VII. No se sienta orgulloso si le dicen
que su nuevo libro es mejor que el anterior. Quiere decir que el anterior no
era bueno.
VIII. Pero
si le dicen que su nuevo libro es peor que el anterior, puede ser que le digan
la verdad.
IX. No responda a los ataques de quien no
tiene categoría literaria: sería perder el tiempo. Y si el atacante tuviera
categoría, no ataque, pues tiene otras cosas que hacer.
X. ¿Cree que su infancia fue maravillosa
y merece ser recordada en todo momento en sus escritos? Sus compañeros de
infancia ahí están, y tienen opinión diferente.
XI. No salude con humildad al escritor
famoso, ni al escritor oscuro con soberbia. A veces ninguno de ellos vale nada,
y en la duda lo mejor es ser atento para con el prójimo, incluso si se trata de
un escritor.
XII. El portero de su edificio
probablemente ignora la existencia, en el inmueble, de un escritor excepcional.
No juzgue por eso que todos los asalariados modestos sean insensibles a la
literatura, ni que haya obligatoriamente escritores excepcionales en todos los
edificios.
XIII. No
saque copias de sus cartas, pensando en el futuro. El fuego, la humedad y las
polillas pueden inutilizar su cautela. Es más simple confiar en la falta de
método de esos tres críticos literarios.
II
Aquí le mando, joven Alipio, otras
grageas de supuesta sabiduría, para completar así la instrucción que le
suministré.
XIV. Procure hacer que su talento no
ofenda el de sus compañeros. Todos tienen derecho a presumir genialidad
exclusiva.
XV. Haga fichas de lectura. Las
papelerías aprecian ese hábito. Las fichas absorberán su exceso de vitalidad y,
no usadas, son inofensivas.
XVI. Si siente propensión hacia el gang literario, instálese en el seno de
su generación y ataque. No hay policía para ese género de actividad. El castigo
son sus compañeros y luego el tedio.
XVII. No se juzgue más honesto que su
amigo porque sabe identificar un elogio falso, y él no. Tal vez usted sea
apenas más duro de corazón.
XVIII. Evite disputar premios
literarios. Lo peor que puede suceder es que los gane, otorgado por jueces a
los que usted y su sentido crítico jamás premiarían.
XIX. Su vanidad asume formas tan
sutiles que llega a confundirse con la modestia. Haga una prueba: proceda
conscientemente como vanidoso, y verá cómo se siente.
XX. Sea más tolerante con el
fanfarronismo de su amigo; casi siempre esconde una deficiencia, y sólo
impresiona a otros fanfarrones.
XXI. En cuanto a su propio
fanfarronismo, éste se enfriará si usted observa que, en la hipótesis más
cristalina, es objeto de tolerancia ajena.
XXII. Antes de reproducir en la
solapa de su libro la opinión del cofrade, piense, primero, que él no autorizó
su divulgación; segundo, que la opinión puede ser mera cortesía; tercero, que
usted no admira tanto a su cofrade.
XXIII. Procure ser justo con los
otros; si fuera muy difícil, bondadoso; en el peor de los casos, elusivo.
XXIV. Opinión duradera es la que se
mantiene válida por tres meses. No exija mayor coherencia de los otros ni se
sienta obligado intelectualmente a tanto. Y proceda a la revisión periódica de
sus admiradores.
XXV. Procure no mentir, a no ser en
los casos indicados por la cortesía o por la misericordia. Es arte que exige
gran refinamiento, y usted será recibido allí dentro de diez años, si llega a
ser famoso; y si no llega, no habrá valido la pena.
XXVI. Déjese fotografiar con placer,
sin llamar a los fotógrafos; no rechace dar autógrafos i se mortifique si no se
los piden. Homero no dejó cartas ni retratos, Baudelaire dejó unos y otros. Lo
esencial sucede con otros papeles.
XXVII. Usted tiene un diario para
explicarse: ¿se encuentra tan confundido? Para justificarse: ¿su conciencia
anda medio turbia? Para proyectarse en el futuro: ¿se juzga tan extraordinario?
XXVIII. Trate a las corporaciones con
cortesía, pues algún día puede ingresar en una; con indiferencia, pues lo más
probable es no ingresar nunca.
XIX. Aplíquese a no sufrir con el
éxito de su compañero, incluso admitiendo que él sufra por el suyo. Por
egoísmo, ahórrese cualquier especie de sufrimiento.
XXX. Una buena combinación moral es
la del orgullo y la humildad; ésta nos absuelve de nuestras flaquezas, aquél
nos impide caer en otras. En cuanto a los santos escritores, es de suponer que
fueran canonizados a pesar de su condición literaria.
XXXI. Sea discreto. Es lo más cómodo.
Traducción: Inti García Santamaría
El poeta y su trabajo / 17 –otoño 2004.
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