domingo, 5 de mayo de 2024

Soneto CXLVI



William Shakespeare


¡Pobre Alma mía! de mi barro centro,

del Tentador que te vistió burlada

¿por qué te afliges de escasez adentro

para ornar en tal lujo tu fachada?

 

Con tan breve alquiler ¿por qué tal gasto

haces en tu mansión que se derrumba?

gusanos la tendrán, será su pasto,

bien sabes que tu cuerpo va a la tumba.

 

¡Ay, Alma! él es tu siervo, su ruina

tu ganancia ha de ser. La pasajera

sombra da en precio de la luz divina;

 

sáciate adentro, sé muy pobre afuera

y a quien nos come comerás, de suerte

que acabará el morir, muerta la Muerte.



Traducción de Gabriel de Zéndegui 



miércoles, 1 de mayo de 2024

Ropas y músculos

 


Gabriel de Zéndegui

 

Cuando un joven sale del colegio con la cabeza llena del vaho irisado de las ilusiones y el corazón palpitante de abnegados impulsos pensando en los hombres de Plutarco, figúrase que el mundo será un anchuroso foro, cerrado por noble pórtico que detrás tiene la olímpica llanura; figúrase que los estadistas se parecerán al bello Alcibíades y los sabios a Platón de la robusta espalda; que los ciudadanos todos, discutiendo con calor sobre la industria, la guerra, la ciencia, el arte y la filosofía, agitarán desnudos brazos vigorosos, y que al sentarse dejarán entrever entre los pliegues elegantes de la toga las nervudas y blancas piernas.... Mas al cumplir los treinta años ya habrá tenido tiempo el colegial de convalecer de su error y de rectificar sus alucinaciones, de ver que la sociedad de hoy no tiene la natural grandeza de la helena, sino que más bien parece un colosal teatro Guignol en que casi todos los muñecos, estadistas y pensadores inclusive, movidos por grosero artificio, sin personalidad, chillan con la voz de falsete de Polichinela sus absurdas monsergas, sin saber ni lo que dicen, como las placas del fonógrafo; que en su mayoría esos pseudo-filósofos y políticos ocultan bajo el paño de Sedán un raquítico tórax o un vientre de batracio, y articulaciones amenazadas de tumores blancos, o de las concreciones de uratos de cal y soda, y que de este modo nada bueno podrán pensar ni disponer para los que tienen la desgracia de creerlos u obedecerlos. Ya, en fin, el colegial habrá leído libros que no se leen en la escuela, como el Sastre Sastreado de Carlyle, esa tremenda sátira de peregrinísimo estilo cuyas palabras repercuten en la inteligencia del lector como si fueran ecos de los golpes de piquetas revolucionarias violando sacras arcas y aras.

He aquí, en dos palabras, la filosofía del Sartor Resurtas, libro estupendo: todas las ceremonias, ritos, costumbres e instituciones que los hombres han creado, no son más que los vestidos que de tiempo en tiempo han arreglado para su adorno, comodidad o protección. Esos trajes, como las demás obras humanas, envejecen, se deshacen y ponen inservibles; y a pesar de los parches, remiendos y lavatorios que se le hagan, habrá que tirarlos, más tarde o más temprano, y que sustituirlos con otros nuevos. Y, por último, que muchos de los trajes que usan los hombres contemporáneos se encuentran en deplorable estado y no pueden servir por más tiempo. Esto lo escribe -¡y de qué modo!- el original profesor Teufelsdróckh (*) en un manuscrito abandonado por un desconocido en la puerta de Andrés Futteral (saco de pienso), vecino de la aldea de Eutepfuhl (charco de patos).

¡Ah! la filosofía del traje ¡qué cosa tan honda! De ella se desprende la miseria humana, su instinto adulador o de simiana imitación, cuando se deja imponer por el roi soleil, que era pequeñito de estatura, las peluconas de tres pisos y los tacones altos; y nos explicará también la correspondencia que existe entre las ideas y costumbres de un pueblo y su manera de vestirse: -cómo en las sociedades donde predomina el espíritu militar los trajes son breves y ceñidos al cuerpo, porque ese corte conviene a los hombres que deben hacer ejercicio; y que, en cambio, en las sociedades regidas por la teocracia es amplio y largo el traje, venerándose el talar más que ninguno, ya que a maravilla le sirve a gentes físicamente ociosas y abdominalmente desarrolladas....

Pero nosotros abandonamos a esas grandes inteligencias críticas, adivinadoras de la arcana relación entre los humanos actos, como las de Carlyle y Herbert Spencer, que parecen lanzar antorchas encendidas en la profundidad de una negra cripta donde se libra un combate por la luz, el trabajo de revelarnos por qué motivo, hoy, los hombres que se dicen elegantes usan esas botas puntiagudas de charol con taconazos que contrarían la anatomía y autonomía del pie, esos pantalones cuyo modelo fueron las patas del elefante, esos levitones, y esos tubos de chimenea sobre la cabeza… Dígannos esos sabios varones por qué las mujeres civilizadas se clavan aún anillos en las orejas; y se ponen esos talles de avispa -sólo el mentarlos nos estremece- y esos bultos por detrás que harían llorar de lástima, de dolor y rabia a un mozo ateniense… Queremos hoy ocuparnos de otra cosa: de la contradicción que existe entre los trajes modernos de la clase acomodada y la afición que se ha desarrollado generalmente por los ejercicios corporales.

No parece natural que quienes se visten con tantas piezas de ropa incómodas gusten al mismo tiempo de la independencia de los movimientos del cuerpo, hoy que rige la noción de la lucha por la vida, la supervivencia del más activo. Valga lo que valiere nuestra observación, vamos a ilustrarla con un ejemplo práctico. No recordamos haber visto ningún boxer inglés o americano, ni el mismo Sullivan, a ningún atleta profesional de circo, pista o gimnasio, que luciera bien en su traje de calle. Nos parecía que siempre andaban entorpecidos con sus faldones y con la pretina, que los brazos se les enredaban y las piernas se les trababan. En cambio ¡cuán gloriosos salían con kninckerbockers y nudo el torso! ¡cuánta gracia en sus movimientos al presentarse en la arena con sus jerseys ajustados, encarnados o azules, descubiertos los músculos vibrantes como apretados haces de cuerdas de violín!

Se dirá quizás que esos hombres se visten por lo general de cualquier modo y a cualquier precio en los almacenes de ropa hecha del Bowery, o en la Rag Fair de Middlesex Street de Londres. Bien, ¿y qué? Siempre su cuerpo sano, su cuerpo diestro y bello vale más que la ropa fina de los metafísicos gotosos y estadistas doctrinarios y cenceños del día. Y cuidado, que ese cuerpo así cultivado es el mismo que tanto se aplaudía en las fiestas panateneas, que se conservan cinceladas por Fidias en el friso del Partenón; ese cuerpo elástico y recio sabía entender y aplaudir a Pericles, el brioso sportsman, cuando hablaba sin dar un solo grito ni hacer un solo gesto desde las gradas de ese propio Partenón, que mandó fabricar para desesperarnos de envidia.

El profesor Teufelsdróckh tiene en su manuscrito un pasaje bellísimo donde se cotiza el precio del traje que encima nos ponemos, todo compuesto de despojos: -de la piel curtida de los becerros, del producto de la tonsura de los carneros, de la saliva de los gusanos, de la piel de perros ahogados o envenenados, con que cubrimos por vanidad, que abrigan, nuestras manos, órganos cuasi divinos, dígalo Galeno. Pregúntanos el alemán atrabiliariamente qué sería "de esas pomposas ceremonias, coronaciones regias, recepciones, etc.; etc.;" si por potencia de una varita mágica de súbito cayeran.... ¿lo digo?... las ropas todas de la compañía dramática que las representa, y los duques, los grandes, los obispos, los generales, y sus señoras, la misma personalidad ungida, todos los hijos de sus respectivas madres, quedarán de repente sin siquiera la camisa puesta? No sé si reír o llorar. Imaginaos desnudo al duque de Sopla-Pajas perorando ante una Cámara de Lores todos desnudos también y el banco de la oposición, el ministerial, las tribunas, con gente en cueros ¡Infandum! ¡infandum!...

Mal, muy mal parecería la corte de ese modo, y el Parlamento asimismo; pero nuestros atletas parecerían bien. El filósofo de la ropa, ¿cómo es que en todo su libro no ha dicho que el traje de músculos que la naturaleza ha puesto sobre el esqueleto de nuestra especie, es invariable tanto como bello? Es una inconsútil vestidura blanca y enrojecida en ocasiones por el torrente interno de la sangre: bien vale la pena de que se cuide como ningún otro traje artificial, aunque fuera bordado de oro y perlas, ya que no podemos mudarlo sino con la vida.

Y demos fin al articulillo éste diciéndole a los lectores que se vistan como les dé la gana, poco nos importa; pero ¡por Dios! que debajo del paño de Sedán o de la grosera chamarreta, se sienta un tórax firme y amplio, la plancha dura y corrugada del vientre, los brazos de hierro; y bajo la funda del pantalón de baile o de trabajo, un par de piernas como las del veloz Aquiles, el hijo de Peleo!

 

(*) Cualquiera que sepa alemán dirá lo que significa esta palabra literalmente traducida.

 

La Habana Elegante, 12 de abril de 1891, p. 7.

 

sábado, 27 de abril de 2024

Multifacético como un poliedro


Gastón Baquero


De los varios octavios paz que hay en Octavio Paz me quedo con el poeta Octavio Paz. Multifacético como un poliedro polisémico, como un verso de Mallarmé, este mexicanísimo don Octavio encierra en su corpachón de hombre recio y bien plantado el proteísmo en vivo, el giraldillo de alma despierta en carne viva.

Tengo recuerdos personales de otros mexicanos de mirada al mundo: José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet. De Octavio paz tengo los recuerdos-cicatrices de sus grandes poemas de juventud y leídos a su vez en mi juventud bulimiosa de poesía.

Leer Piedra de sol es como ser invitado a un banquete donde el plato principal es alma hispanoamericana cocida a fuego lento. Vocación y pasión del hombre hispanoamericano es entremeterse en el Mundo, asistir a sus guerras y a sus fiestas, a sus odios y a sus amores. Vallejo se entrecruza aquí con Neruda, y Salomón de la selva se abraza con Porfirio Barba, y León de Greiff guiña el ojo a Eliot y a Bretón al mismo tiempo. De Piedra de sol se viaja hacia Semillas para un himno, viendo asomarse a la ventana A Vicente Huidobro. Luego el atlético Octavio Paz pega un salto empujado por el surrealismo de traje americano, que es dos veces surrealista. Se entra alucinadamente en la lectura de la prosa de ¿Águila o sol? con sus aforismos finales, rodrigón indispensable para seguir Octavio Paz adentro y disfrutar de Ladera este o/y el prodigio de puro poema que es Blanco, un trabajo fulgurante que lleva de la mano al Reino Poesía aun al más negado a descubrir cuánta belleza hay en palpar lo que da del vacío y de la nada. Tantas “lecturas” tiene un poema merecedor de su nombre.

La magnitud de la poesía de Octavio Paz se ve como opacada por los otros resplandores de este creador incesante, el del proteísmo alucinante. El ensayista Paz, el colaborador tenaz en periódicos y revistas, el padre de Taller ayer y de Vuelta hoy, el conferenciante, está-en-todas-partes-Paz, no dejan ver en su exacta dimensión la poesía de este gigante de gestos suaves y palabras amables. Tantas cosas hace y es Octavio Paz, que literalmente puede decirse que es la voz, la conciencia, la palpable y carnal presencia de México. Para un poeta grande esto puede resultar -como ha resultado ya- en el caso dañino para el conocimiento y el reconocimiento cabal de su poesía.

Insisto, en el momento de redactar este saludo que quiere ser auspicioso en los ochenta años de Octavio Paz, en que no debemos dejarnos distraer por los numerosos octavios paz de Octavio Paz, porque en realidad él es un caso más, doloroso por cierto, del intelectual hispanoamericano y español -pensemos en Ortega- triturado y torturado por las obligaciones y servidumbres extrapoéticas.

A este poeta hay que rescatarlo, precisamente ahora que estrena sus ochenta primaveras, de los cien otros quehaceres que estorban al creador, que merman su libertad, aunque esta le fuese acordada “bajo palabra”.

Quien escribió los poemas de Octavio Paz, bien exento está de pelear en otros frentes. Cierto que Hispanoamérica está huérfana de Guías, pero ya está bien de sacrificar a sus mejores hijos ante el altar vacío de dioses y de luz. El poeta grande al castillo vigía de sus poemas. Quede lo demás, las batallas pequeñas, para quienes no tienen el don de la palabra liberadora. Al Moloch de la historia currente pidamos que nos devuelva el poeta. Que de los varios octavio paz nos quedemos -se queda el Mundo- con el egregio Octavio Paz, el Poeta.



Tomado de Gastón Baquero. Geografía literaria (1945-1996), ed. de Alberto Díaz-Díaz, Madrid, Huerga y Fierro Editores, S.L.U., 2010. 

 

miércoles, 10 de abril de 2024

José Juan Tablada traducido por Samuel Beckett


  

LOS GANSOS


Por nada los gansos

tocan alarma

en sus trompetas de barro.


The geese on their

clay trumpets sound

false alarms.

 

LA TORTUGA


Aunque jamás se muda,

a tumbos, como carro de mudanzas

va por la senda la tortuga.

 

Although he never stirs from home

the tortoise, like a load of furniture,

jolts down the path.

 

HOJAS SECAS


El jardín está lleno de hojas secas

nunca vi tantas hojas en sus árboles

verdes, en primavera.

 

The garden is thick with dry leaves:

on the trees I never saw

so many green, in spring…

 

LOS SAPOS


Trozos de barro,

por la senda en penumbra

saltan los sapos.

 

Lumps of mud, the toads

along the shady path

hop…

 

MARIPOSA NOCTURNA


Devuelve a la desnuda rama,

nocturna mariposa,

las hojas secas de tus alas.

 

Restore to the bare bough,

nocturnal butterfly,

the dry leaces of your wings!

 

EL RUISEÑOR


Bajo el celeste pavor

delira por la única estrella

el cántico del ruiseñor.

 

The nightingale beneath

the awe of heaven raves

its psalm to the sole star.



                              De Un día…Poemas sintéticos, 1919.


HONGO


Parece la sombrilla

este hongo policromo

de un sapo japonista.

 

The multicolored mushroom seems

a Japanese toad´s

parasol.


LIBÉLULA


Porfía la libélula

por emprender su cruz transparente

en la rama desnuda y trémula…

 

The dragonfly strives patiently

to fasten its transparent cross

to the bare and trembling bough.

 

VUELOS


Juntos, en la tarde tranquila

vuelan notas de Ángelus,

murciélagos y golondrinas.

 

Mingled, in the quiet evening,

chimes of angelus and bats

and swallows fly.


 SANDÍA


¡Del verano, roja y fría

carcajada,

rebanada

de sandía!

 

Red cold

guffaw of summer,

slice

of watermelon!


                              De El jarro de flores, 1922.

 

martes, 9 de abril de 2024

Samuel Beckett, traductor de poesía mexicana

 



Gastón Baquero


Llevaba tiempo el Nobel sin posarse en la frente de alguien absolutamente indiscutible y exento de presiones ambientales, raciales o políticas. Ya que parece que dejarán morir a Ezra Pound sin el premio -en el fondo, está pagando una interpretación demasiado literal del poema del Cid y de sus lecturas juveniles de los clásicos españoles-, alegra que, por lo menos, el premio no vaya a uno de esos señores de quienes hay que buscar explicaciones e intrusiones extraliterarias: que si el año pasado dieron a Rusia su disgusto, que si la raza amarilla está disgustada, que si a Borges no se le puede dar porque, igual que Rómulo Gallegos, no aplaude la tiranía cubana…

Samuel Beckett es lo que podemos llamar un Nobel sin muletas, un Nobel por sí mismo, por su sola e imponente obra. Personalmente debo confesar que Samuel Beckett es una de las pocas personas que me dan miedo. Desde que vi en París “Esperando a Godot”, decidí dos cosas con este hombre: no perderme ninguno de sus libros y no permitirle nunca “entrar” en mi mundo interior. Viene de Kafka en ciertos aspectos, pero en Kafka hay siempre una teología, una grandeza del hombre, aun cuando sea víctima de fuerzas terribles e inexorables. En Beckett, la humillación del hombre ante el vacío, la aturdida condición del pobre ser humano, pedalea en torno a un absurdo tan devastador y absoluto, que resulta terriblemente penoso admitirlo.

Pero de lo que me propongo hablar en esta pequeña nota de actualidad no es del “caso” Beckett, ni de su significación en las letras contemporáneas (es uno de los autores más imitados, más saqueados y, por lo mismo, de los menos citados), sino de un aspecto poco conocido suyo: el de traductor de poesía escrita en lengua española. A Beckett se le debe nada menos que la traducción de toda una antología de poesía mexicana. Se cumplía así un deseo de la UNESCO, que encarga a grandes figuras unas traducciones, consciente de que el solo nombre de los autores hispanoparlantes, en algunos casos, no dice bastante a los lectores europeos. Así, “Enriquillo” del dominicano Galván (una de las novelas más proespañolas escritas en América) fue traducida por Robert Graves, y las poesías de Gabriela Mistral fueron traducidas por el gran poeta negro americano Langston Hughes. Para la poesía mexicana se escogió a Samuel Beckett. Estimo que sus traducciones resultan muy literales, acaso por afán de fidelidad, que éste es un problema eterno de la traducción, y más en poesía. De la meticulosidad con que trabajó este libro Beckett nos da cuenta, primero, esa fidelidad asombrosa, ese “al pie de la letra” que se observa, y luego, su declaración de que el texto fue revisado por Gerald Brenand. (A ese se le debe, como es sabido, uno de los libros más bellos sobre Andalucía, el titulado “Al sur de Granada, donde, entre otras cosas, hallamos rastros de la visita de Virginia Woolf a España.) pero la poesía es la poesía, y una traducción lo que puede entregar es una noticia del rumbo que se encierra en el poema, pero casi nunca del poema mismo.

Veamos una pequeña muestra de Beckett traductor en un fragmento del conocidísimo soneto "No me mueve mi Dios para quererte", que es habitual en América adjudicarlo a Miguel de Guevara, el michoacano. Donde el poeta pone: "No me tienes que dar porque te quiera, / pues aunque lo que espero no esperara, / lo mismo que te quiero te quisiera"; Beckett traduce: "I need no gift of thee to make me love thee, / for though my present hope werw all despair, / as now I love thee I should love thee still". Y otra vez comprobamos la fidelidad en el famoso piropo de don Francisco A. de Icaza a Granada: "Dale limosna, mujer, / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada"; aquí Beckett pone: "Woman, give him alms, / for in life there is nothing / so terrible as being / eyeless in Granada." Los tropiezos mayores están, lógicamente, al llegar a poetas como Ramón López Velarde, uno de los seis u ocho poetas-poetas que ha dado nuestra América. Pero de todos los autores sale Beckett mostrando por lo menos una enorme voluntad de acertar, y una seriedad absoluta en su oficio. Creo que éstas son características constantes de toda su obra. La elección de poemas fue obra de Octavio Paz. No hay más que decir.