Guillaume Apollinaire
Cerca del bulevar, calle
Laffitte, 8, había antes de la guerra una tienda, verdadera barahúnda donde se
amontonaban los cuadros de pintores contemporáneos y donde el polvo reinaba por
doquier.
Desde la guerra, está cerrada. El
señor Vollard, quizá, renunció a su comercio para librarse por entero a su
fantasía de escritor y a la redacción de sus recuerdos sobre los pintores y
autores que frecuentó. No olvidará hablar de su sótano que fue famoso de 1900 a
1908, época en la que me anunció que renunciaba a comer en "su sótano de
la calle Laffitte"; se había vuelto demasiado húmedo.
Todo el mundo ha oído hablar de
ese famoso hipogeo. Era incluso de buen tono ser invitado allí para almorzar o
cenar. Por mi parte, asistí a algunas de esas comidas. Embaldosado, las paredes
totalmente blancas, el sótano parecía un pequeño refectorio monacal.
La cocina era sencilla, pero
sabrosa; alimentos preparados según los principios de la vieja cocina francesa,
aún en vigor en las colonias, platos guisados largo tiempo, a fuego lento, y
realzados con aliños exóticos.
Podemos citar entre los
comensales de esos ágapes subterráneos, primeramente un gran número de hermosas
mujeres, después al señor Léon Dierx, Príncipe de los poetas; al príncipe de
los dibujantes, señor Forain; a Alfred Jarry, Odilon Redon, Maurice Denis,
Maurice De Vlaminck, José María Sert, Vuillard, Bonnard, K. X. Roussel,
Aristide Maillol, Picasso, Émile Bernard, Derain, Marius-Ary Leblond, Claude
Terrasse, etc., etc.
Bonnard pintó un cuadro que
representa el sótano y, si bien lo recuerdo, Odilon Redon aparece en él.
Léon Dierx estuvo en casi todas
esas comidas. Allí fue donde aprendí a conocerlo. Ya por entonces su vista disimula.
Los que lo vieron por la calle o en las ceremonias poéticas que presidía con
tanta serena majestad no tienen idea del ben humor del viejo poeta.
Su alegría sólo decrecía cuando
se recitaban sus versos y casi siempre había algún joven que, levantándose de
pronto, le decía a bocajarro una de sus poesías.
Una noche la señora Berthe
Reynold recitó uno de sus poemas, y lo hizo tan bien que el Príncipe de los
poetas no se enfadó. Pero hete aquí que uno de los comensales, que no obstante
pretendía conocer al dedillo tanto París como la poesía de su tiempo, pregunta
en voz alta: "¿Es de Lamartine o de Victor Hugo?" Fue preciso que el
señor Vollard contara veinte historias a propósito de los naturales de Zanzibar
para que el señor Dierx se decidiera a sonreír.
Léon Dierx contaba con gusto
historias de los tiempos en que estaba en el ministerio. Realizaba su labor
soñando con la poesía. Una vez, debía escribir a un archivista de la
subprefectura y en lugar de "señor Archivista", escribió "señor
Anarquista", lo que causó gran escándalo en la subprefectura.
Los pintores favoritos de Léon
Dierx eran Corot, Monticelli y Forain.
Una noche que salíamos del sótano del señor Vollard, el Príncipe de los poetas me invitó a ir a buscarlo a su casa de Batignolles. Me recibió con amabilidad.
En las paredes, Decamerones
pintados por Monticelli estaban junto a bocetos de Forain, y los personajes
antiguos y diapreados de uno parecían mezclarse con las siluetas modernas y
espirituales del otro, para formar una corte extraña y lírica para ese príncipe
casi ciego de la aristocrática República de las letras.
Parnasiano, mostraba indulgencia
hacia los poetas de todas las escuelas (así se llaman los partidos en el país
de la poesía).
"Todas las teorías, pueden
ser buenas -decía él-, pero sólo las obras cuentan."
Se expresaba con reserva sobre
las letras contemporáneas, pero si se le ocurría pronunciar el nombre de
Moréas, su voz se ahuecaba y se adivinaba que una preferencia secreta
determinaría su elección, si un soberano tuviera que elegir.
Me dijo también:
“Nuestra época de prosa y ciencia
ha conocido los poetas más líricos. Su vida, sus aventuras, constituyen la
parte más extraña de la historia de nuestro tiempo.
"Gérard de Nerval se mata para escapar de las miserias de la existencia, y el misterio que rodea su muerte no ha sido aún explicado.
Baudelaire murió loco, ese
Baudelaire cuya vida se conoce tan mal, a pesar de los biógrafos y editores
epistolares. ¿Acaso no se ha hablado de sus vicios y de sus amantes? Se asegura
ahora que, en sus Memorias, Nadar se esfuerza por demostrar que Baudelaire
murió virgen.
En ese mismo momento, un poeta de
primer orden, un poeta loco vaga por el mundo... Germain Nouveau dejó un día el
liceo donde enseñaba dibujo y se hizo mendigo, para seguir el ejemplo de San
Benoît Labre. Después se fue a Italia, donde pintaba y vivía vendiendo sus
cuadros. Ahora sigue las peregrinaciones y he sabido que ha ido a Bruselas, a
Lourdes, a África. Loco, es mucho decir, Germain Nouveau tiene conciencia de su
estado. Este místico no quiere que se le llame Loco y Poverello lírico, quiere
que respecto a él sólo se emplee la palabra Demente.
Unos amigos han publicado algunos
de sus poemas, y como ha renunciado a su nombre, no se ha puesto en el libro
más que esta indicación mística como un nombre religioso: P. N. Humilis. Pero
su humildad se molestaría con esta publicación, si se enterara."
Léon Dierx volvió a encender su
pipa de espuma de mar. Sacudió su hermosa cabeza de largo pelo cano.
Germain Nouveau todavía puede
pintar -dijo, yo ya no puedo hacerlo. Mi vista ha disminuido hasta tal punto
que estoy casi ciego. Ya no puedo leer los libros que me envían. En tiempos, me
recreaba pintando. Y no conozco nada más feliz que la vida de un paisajista..."
Este Príncipe que venía de las islas ha dado paso a otro Príncipe de los poetas, Paul Fort, apenas mayor que un servidor.
Fue en el sótano de la calle
Laffitte donde se compuso el Gran almanaque ilustrado.* Todo el mundo
sabe que los autores son Alfred Jarry en cuanto al texto, Bonnard en cuanto a
las ilustraciones y Claude Terrasse en cuanto a la música. Respecto a la
canción, es del señor Ambroise Vollard. Todo el mundo sabe esto y sin embargo
nadie parece haber notado que el Gran almanaque ilustrado ha sido publicado sin
nombres de autor o de editor.
La noche en que imaginó casi todo
lo que compone esta obra digna de Rabelais, Jarry espantó a quienes no lo
conocían, pidiendo después de cenar el tarro de encurtidos que se comió con
glotonería.
Muchos de los antiguos comensales
echarían de menos ese rincón pintoresco de París, la bóveda blanca de ese
sótano donde, cerca de los bulevares, se disfrutaba de una gran quietud y sin
ningún cuadro en las paredes.
*El texto fue publicado de hecho
con el título de Almanach illustré du père Ubu, en español Almanaque
ilustrado del padre Ubú.
Guillaume Apollinaire: El paseante de las dos orillas, Colección Errantes, 2009, traducción y notas de Elena Fons y Jérome Gauchet; epílogo de J. Ignacio Velázquez.
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