martes, 2 de abril de 2024

Octavio Paz

 

José Lezama Lima

 

En el chisporreo del remolino

el guerrero japonés pregunta por su silencio,

le responden, en el descenso a los infiernos,

los huesos orinados con sangre

de la furiosa divinidad mexicana.

El mazapán con las franjas del presagio

se iguala con la placenta de la vaca sagrada.

El pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta

y la convierte en un caracol sangriento.

En Río el carnaval tira de la soga

y aparecemos en la sala recién iluminada.

En la Isla de San Luis la conversación,

serpiente que penetra en el costado como la lanza,

hace visible las farolas de la ciudad tibetana

y llueve, como un árbol, en los oídos.

El murciélago trinitario,

extraño sosiego en la tau insular,

con su bigote lindo humeando.

Todo aquí y allí en acecho.

Es el ciervo que ve en las respuestas del río

a la sierpe, el deslizarse naturaleza

con escamas que convocan el ritmo inaugural.

Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.

La voz ordenando con la máscara a los reyes de Grecia,

la sangre que no se acostumbra a la tenaza nocturnal

y vuelve a la primigenia esfera en remolino.

El sacerdote, dormido en la terraza,

despierta en cada palabra que flecha

a la perdiz caída en su espejo de metal.

El movimiento de la palabra

en el instante del desprendimiento que comienza

a desfilar en la cantidad resistente,

en la posible ciudad creada

para los moradores increados, pero ya respirantes.

Las danzas llegaron con sus disfraces

al centro del bosque, pero ya el fuego 

había desarraigado el horizonte.

La ciudad dormida evapora su lenguaje,

el incendio rodaba como agua

por los peldaños de los brazos.

La nueva ordenanza indescifrable

levantó la cabeza del náufrago que hablaba.

Sólo el incendio espejeaba

el tamaño silencioso del naufragio.



lunes, 1 de abril de 2024

Octavio Paz, lector de Freud

 


Rubén Gallo


De todos los libros publicados por Freud, el que más influencia tuvo en México fue Moisés y la religión monoteísta. Frida Kahlo lo leyó y en 1945 pintó un cuadro –Moisés– que intenta darle una forma pictórica a los argumentos de Freud sobre la historia del judaísmo. Unos años después, a fines de la década de los cuarenta, un Octavio Paz muy joven se topó con el Moisés de Freud y, al igual que Kahlo, se propuso crear una nueva obra inspirada por esta lectura. El diálogo que Paz entabló con Freud culminó con la publicación, en 1950, de El laberinto de la soledad.

En una entrevista con Claude Fell, Paz recordó la fuerte impresión que le causó Moisés y la religión monoteísta. “El estudio de Freud sobre el monoteísmo judaico”, contó, fue el detonador de su reflexión sobre ese “mundo de represiones, inhibiciones, recuerdos, apetitos y sueños que ha sido y es México”. La revelación de Paz es una invitación a leer El laberinto de la soledad como una versión mexicana del Moisés y la religión monoteísta de Freud.

El laberinto de la soledad es un ensayo acerca de la identidad mexicana, uno de tantos libros acerca del carácter nacional publicados en la primera mitad del siglo XX. Paz fue el primero en usar las ideas freudianas para explicar la cultura mexicana. En ocho capítulos, El laberinto... analiza varios “mitos” mexicanos, desde la popularidad de las máscaras hasta el Día de Muertos, y ofrece una perspectiva general de la historia del país, desde la Conquista hasta la década de 1940.

Pero, ¿cómo se relaciona El laberinto... con el Moisés... de Freud? A pesar de que la temática de ambos libros no podría ser más distinta –uno es un libro acerca de la identidad mexicana; el otro, un análisis acerca del surgimiento del monoteísmo– hay una serie de semejanzas sorprendentes entre los dos. Freud escribió Moisés... durante la década de los treinta; Paz escribió El laberinto... pocos años después, en la década de los cuarenta. Ambos son libros escritos en el exilio: Freud terminó su libro en Londres; Paz elaboró la mayor parte de su ensayo en París, mientras trabajaba en la embajada mexicana. Tanto Moisés... como El laberinto... son autobiografías veladas; ambos autores analizan la identidad cultural desde una posición marginal: Freud vivía en un país de habla alemana pero se consideraba a sí mismo un “judío sin dios”; Octavio Paz nació en México, pero pasó parte de su infancia y un periodo muy importante de su vida adulta viviendo en el extranjero –una experiencia que, como relata en Itinerario, le valió ser acusado de ser extranjero en su propio país–. Ambos, Moisés... y El laberinto... son exploraciones de una subjetividad compleja, que no encaja dentro de los paradigmas ortodoxos de la identidad nacional, cultural o religiosa.

Pero hay una diferencia decisiva entre los dos libros: El laberinto... es el primer gran libro de Paz, mientras que Moisés... fue el último de Freud. El primero es una obra de juventud –Paz tenía 36 años cuando publicó El laberinto...–, y el segundo fue un testamento, una despedida escrita por un hombre de 83 años que se estaba muriendo de cáncer. Las diferencias de estilo y de tono entre ambos libros constituyen un buen ejemplo de lo que Edward W. Said ha de nido como el “estilo tardío”.

A diferencia de Kahlo, Paz se enfocó en las ideas teóricas, en la interpretación psicoanalítica que Freud hizo de la civilización –un proceso marcado por traumas, represiones y ansiedades inconscientes–, y aplicó este modelo al análisis de la historia de México.

Paz adaptó la noción freudiana de transmisión logenética, la posibilidad de que los recuerdos y los traumas puedan ser transmitidos inconscientemente de una generación a la siguiente. En Moisés, Freud propone que cada individuo posee una “herencia arcaica... que comprende... huellas mnemónicas de las vivencias de las generaciones anteriores”, una “propiedad heredada” que “solo precisa ser reanimada, pero no adquirida”. En su ensayo Paz aplica esta idea a la historia mexicana al analizar la persistencia de huellas inconscientes –principalmente la soledad, el tema central del ensayo– desde la Conquista hasta el siglo XX. Al igual que las ruinas mnemónicas de Freud, la soledad parece ser una condición heredada, que elude a la consciencia y produce efectos psíquicos terribles.

El laberinto de la soledad sigue el argumento de Moisés y la religión monoteísta de manera muy cercana. Hay tres conceptos clave que Paz toma del ensayo de Freud en su análisis de la historia mexicana: el complejo de Edipo, el concepto de Geistigkeit (es decir: la idea de que hay un avance en la intelectualidad) y, por último, la teoría del malestar en la cultura.

La lectura que hizo Paz de Moisés y la religión monoteísta es parte de una tendencia más amplia: en la primera mitad del siglo XX un gran número de intelectuales latinoamericanos usaron el psicoanálisis como modelo para pensar la identidad nacional. Figuras como el mexicano Samuel Ramos, los peruanos Honorio Delgado y José Carlos Mariátegui o el argentino Ezequiel Martínez Estrada buscaron en los escritos de Freud las herramientas conceptuales para analizar la historia y la cultura de sus naciones. En esos años, el psicoanálisis se ubicó como el modelo preferido para sondear la cultura nacional, para diagnosticar sus patologías y proponer soluciones terapéuticas. Pero el caso de México es único: solamente en nuestro país la identidad nacional fue pensada con base en un texto sobre el judaísmo. El laberinto de la soledad bien pudo haberse llamado El laberinto de la soledad judía


Letras Libres, 26 de enero de 2020 (versión breve del capítulo “Monoteísmos” del libro Freud en México: historia de un delirio, FCE, 2014). 


viernes, 22 de marzo de 2024

La casa del loco

 

Cristina Annino

 

Entro lentamente en la casa del loco;

no abro las persianas, no quito el polvo.

Llego a su cuarto que todavía duerme

en la mañana demasiado aire para ojos

de pálido doliente marrón. Miro

la nuca rígida y el cuerpo que no siente

siquiera el pijama. 

Me siento a su lado y le traigo el asfalto

limpiándolo del ruido, del olor del mes,

del peso de la gente.

Intento no abrumarlo con nada;

su cuerpo vacío es una habitación: sueños

soplan en pompas de viejo dolor.

¿Qué es la razón? Llego y me acuesto

al pie de su cama como a una planta

y entra dentro de mí, del loco, casi

cable eléctrico, una blanca, cansada,

atroz vitalidad.

 

La casa del folle

 

Entro piano nella casa del folle;

non apro le persiane, non tolgo la polvere.

 Arrivo ala sua camera che ancora dorme

 nel mattino troppa aria per occhi

 di dolente marrone pallido. Guardo

 la nuca rigida e il corpo che non sente

 neppure il pigiama.

 Mi siedo accanto e gli porto l'asfalto

 ripulendolo del rumore, da l'odore del mese,

 dal peso de la gente.

Cerco di non affollarlo di niente;

il suo corpo vuoto è una stanza: sogni

vi soffiano dentro bolle di vecchio dolore.

 La ragione cos'è? Arrivo qui e mi stendo

al piede del suo letto come a una pianta

ed entra dentro di me, dal folle, quasi

fune elettrica, una bianca, stanca

atroce vitalità.

 


Versión: Pedro Marqués de Armas


jueves, 7 de marzo de 2024

Una hora con Freud

 

Michael Ignatieff

 

Aquel otoño Berlin hizo una visita al más famoso refugiado de la Europa nazi, Sigmund Freud. La mujer de Freud estaba emparentada con un amigo de la familia, Oscar Phillip. A través de este intermediario, Isaiah quedó en ir a la casa de Mansfield Gardens un viernes por la tarde en octubre de 1938. Le abrió la puerta el propio Freud, que le invitó a pasar a su célebre despacho con las estatuillas y figuritas egipcias y griegas dispuestas ya sobre cualquier espacio libre de su escritorio y en las vitrinas y estanterías. Cuando Freud le preguntó a Berlin a qué se dedicaba, e Isaiah le respondió en alemán que intentaba enseñar filosofía, Freud le respondió con sarcasmo: “Entonces pensará que soy un charlatán”. No estaba nada lejos de la verdad, pero Berlin protestó: “Doctor Freud, ¿cómo puede pensar una cosa así?” Freud entonces señaló hacia una figurilla que había sobre la chimenea. “¿Adivina de dónde es?” Cuando Berlin le dijo que no tenía ni idea, Freud contestó: “Es de Megara. Veo que no es usted pretencioso”. A continuación le explicó que había llegado hasta Londres gracias a la intercesión de la princesa Marie Bonaparte e inquirió si Isaiah tenía algún conocimiento sobre los miembros de la familia real griega. Cuando éste dijo que no, Freud respondió: “Veo que no es usted un esnob”.

Concluida esta parte del interrogatorio, Freud empezó a reflexionar en voz alta sobre la posibilidad de establecerse profesionalmente en Oxford. Berlin dijo que con seguridad los servicios del doctor Freud estarían muy solicitados en un lugar como Oxford, y mentalmente imaginó una placa de latón discreta y bruñida en alguna puerta de Oxford que rezara “Dr. Freud, consulta de 2 a 4 de la tarde” y una fila de neuróticos de dos kilómetros de longitud.

En ese momento la esposa de Freud, una mujer dulce de setenta y tantos años, entró con un gesto divertido e irónico en la cara y preguntó: “Usted conoce a mi primo Oscar. ¿Es un judío practicante?” Berlín dijo que lo era. Ella continuó: “Toda mujer judía desea encender las velas del Sabat los viernes por la noche, pero este monstruo”, y señaló a su marido, “lo prohíbe. Dice que es superstición”. Freud asistió gravedad burlona y dijo: “La religión es superstición”. Claramente, aquello era una broma entrelazada en el tejido mismo de su matrimonio.

Después de esto, los Freud, su nieto Lucian y Berlin tomaron el té en el jardín, en una atmósfera que, según recordaba Berlin, era pura Viena circa 1912. El anciano Freud estaba en la etapa penúltima de su cáncer de mandíbula, pero no dio una sola muestra de dolor, malestar o lamentación. Cuando hubieron tomado el té, Berlin se marchó, con el sentimiento de haber pasado una hora en compañía no de un genio, pero sí de un viejo doctor judío, inteligente, malicioso y sabio.


Traducción: Eva Rodríguez Halffter


Isaiah Berlin. Su vida, Taurus, 1999, pp. 129-30.

 

sábado, 2 de marzo de 2024

Estacas


Luis Miguel Nava 


Mis huesos están encajados en el desierto, no hay uno sólo en mi cuerpo que se escape.

Clavados todos en la arena del desierto, unos tras otros, alineados.

Sería absurdo hablar de esqueleto.

La piel fue entretanto enterrada, algunos ya han caminado sobre ella. ¿Quién diría? La piel, antes izada, una bandera, casi una corona.

El viento se apoderó de mis vértebras. El sol mismo que entre ellas brilla es descarnado, un sol desierto, donde el desierto penetró.

Quizás podríamos lavarlo, este desierto, quién sabe, o amarrarlo, amordazarlo. La piel garantiza el espacio, el resto luego se verá.

 

Estacas


Os meus ossos estão espetados no deserto, não há um só no meu corpo que lhe escape.

Cravados todos eles na areia do deserto, uns a seguir aos outros, alinhados.

Seria absurdo falar-se de esqueleto.

A pele foi entretanto soterrada, há quem já tenha caminhado em cima dela. Quem diria? A pele, outrora hasteada, uma bandeira, quase uma coroa.

O vento apoderou-se-me das vértebras. O próprio sol que entre elas brilha é descarnado, um sol deserto, onde o deserto penetrou.

Talvez pudéssemos lavá-lo, este deserto, quem sabe, ou amarrá-lo, amordaçá-lo. A pele garante o espaço, o resto logo se veria.


Traducción: Pedro Marqués de Armas