lunes, 1 de abril de 2024

Octavio Paz, lector de Freud

 


Rubén Gallo


De todos los libros publicados por Freud, el que más influencia tuvo en México fue Moisés y la religión monoteísta. Frida Kahlo lo leyó y en 1945 pintó un cuadro –Moisés– que intenta darle una forma pictórica a los argumentos de Freud sobre la historia del judaísmo. Unos años después, a fines de la década de los cuarenta, un Octavio Paz muy joven se topó con el Moisés de Freud y, al igual que Kahlo, se propuso crear una nueva obra inspirada por esta lectura. El diálogo que Paz entabló con Freud culminó con la publicación, en 1950, de El laberinto de la soledad.

En una entrevista con Claude Fell, Paz recordó la fuerte impresión que le causó Moisés y la religión monoteísta. “El estudio de Freud sobre el monoteísmo judaico”, contó, fue el detonador de su reflexión sobre ese “mundo de represiones, inhibiciones, recuerdos, apetitos y sueños que ha sido y es México”. La revelación de Paz es una invitación a leer El laberinto de la soledad como una versión mexicana del Moisés y la religión monoteísta de Freud.

El laberinto de la soledad es un ensayo acerca de la identidad mexicana, uno de tantos libros acerca del carácter nacional publicados en la primera mitad del siglo XX. Paz fue el primero en usar las ideas freudianas para explicar la cultura mexicana. En ocho capítulos, El laberinto... analiza varios “mitos” mexicanos, desde la popularidad de las máscaras hasta el Día de Muertos, y ofrece una perspectiva general de la historia del país, desde la Conquista hasta la década de 1940.

Pero, ¿cómo se relaciona El laberinto... con el Moisés... de Freud? A pesar de que la temática de ambos libros no podría ser más distinta –uno es un libro acerca de la identidad mexicana; el otro, un análisis acerca del surgimiento del monoteísmo– hay una serie de semejanzas sorprendentes entre los dos. Freud escribió Moisés... durante la década de los treinta; Paz escribió El laberinto... pocos años después, en la década de los cuarenta. Ambos son libros escritos en el exilio: Freud terminó su libro en Londres; Paz elaboró la mayor parte de su ensayo en París, mientras trabajaba en la embajada mexicana. Tanto Moisés... como El laberinto... son autobiografías veladas; ambos autores analizan la identidad cultural desde una posición marginal: Freud vivía en un país de habla alemana pero se consideraba a sí mismo un “judío sin dios”; Octavio Paz nació en México, pero pasó parte de su infancia y un periodo muy importante de su vida adulta viviendo en el extranjero –una experiencia que, como relata en Itinerario, le valió ser acusado de ser extranjero en su propio país–. Ambos, Moisés... y El laberinto... son exploraciones de una subjetividad compleja, que no encaja dentro de los paradigmas ortodoxos de la identidad nacional, cultural o religiosa.

Pero hay una diferencia decisiva entre los dos libros: El laberinto... es el primer gran libro de Paz, mientras que Moisés... fue el último de Freud. El primero es una obra de juventud –Paz tenía 36 años cuando publicó El laberinto...–, y el segundo fue un testamento, una despedida escrita por un hombre de 83 años que se estaba muriendo de cáncer. Las diferencias de estilo y de tono entre ambos libros constituyen un buen ejemplo de lo que Edward W. Said ha de nido como el “estilo tardío”.

A diferencia de Kahlo, Paz se enfocó en las ideas teóricas, en la interpretación psicoanalítica que Freud hizo de la civilización –un proceso marcado por traumas, represiones y ansiedades inconscientes–, y aplicó este modelo al análisis de la historia de México.

Paz adaptó la noción freudiana de transmisión logenética, la posibilidad de que los recuerdos y los traumas puedan ser transmitidos inconscientemente de una generación a la siguiente. En Moisés, Freud propone que cada individuo posee una “herencia arcaica... que comprende... huellas mnemónicas de las vivencias de las generaciones anteriores”, una “propiedad heredada” que “solo precisa ser reanimada, pero no adquirida”. En su ensayo Paz aplica esta idea a la historia mexicana al analizar la persistencia de huellas inconscientes –principalmente la soledad, el tema central del ensayo– desde la Conquista hasta el siglo XX. Al igual que las ruinas mnemónicas de Freud, la soledad parece ser una condición heredada, que elude a la consciencia y produce efectos psíquicos terribles.

El laberinto de la soledad sigue el argumento de Moisés y la religión monoteísta de manera muy cercana. Hay tres conceptos clave que Paz toma del ensayo de Freud en su análisis de la historia mexicana: el complejo de Edipo, el concepto de Geistigkeit (es decir: la idea de que hay un avance en la intelectualidad) y, por último, la teoría del malestar en la cultura.

La lectura que hizo Paz de Moisés y la religión monoteísta es parte de una tendencia más amplia: en la primera mitad del siglo XX un gran número de intelectuales latinoamericanos usaron el psicoanálisis como modelo para pensar la identidad nacional. Figuras como el mexicano Samuel Ramos, los peruanos Honorio Delgado y José Carlos Mariátegui o el argentino Ezequiel Martínez Estrada buscaron en los escritos de Freud las herramientas conceptuales para analizar la historia y la cultura de sus naciones. En esos años, el psicoanálisis se ubicó como el modelo preferido para sondear la cultura nacional, para diagnosticar sus patologías y proponer soluciones terapéuticas. Pero el caso de México es único: solamente en nuestro país la identidad nacional fue pensada con base en un texto sobre el judaísmo. El laberinto de la soledad bien pudo haberse llamado El laberinto de la soledad judía


Letras Libres, 26 de enero de 2020 (versión breve del capítulo “Monoteísmos” del libro Freud en México: historia de un delirio, FCE, 2014). 


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