sábado, 12 de junio de 2021

El odio de un patriota

 

Christopher Domínguez Michael

 

No es lo mismo ser patriota que nacionalista. Mientras que un nacionalista suele batirse por abstracciones (raza, soberanía, Estado), un patriota combate por franjas más concretas y precisas como la tierra natal, algunos recuerdos, ciertas personas. Al menos así lo creía Eliseo Reclus, aquel geógrafo y anarquista francés. Un libro como Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante es un insólito testimonio de patriotismo. A lo largo de 600 páginas, compuestas de artículos escritos entre 1968 y 1992, Cabrera Infante ratifica el inmenso poder corrosivo de la prosa de combate que no ceja de ridiculizar a Fidel Castro y a su tiranía. Pero Mea Cuba no es una denuncia más de la sevicia del régimen castrista. Es una obra escrita en una de las prosas más punzantes del castellano contemporáneo. Y con esa fuerza, la de la dignidad de las palabras, Cabrera Infante dibuja con sabrosa precisión al dictador, rescata a la cultura cubana del secuestro y se autorretrata como uno de aquellos escritores latinoamericanos, tan escasos hoy día, que han sabido defender su verdad por encima de la servidumbre ideológica.

La sorna y la ironía son un veneno letal, aunque moroso, en el cuerpo de los tiranos. Por ello, cada vez que Fidel Castro aparece en Mea Cuba, el lector ríe ante el grotesco espectáculo de un hombre sin grandeza, a quien la aberración histórica convirtió en dueño de la isla. Y tras Castro van desfilando los rostros de las víctimas y de los verdugos, de los tontos útiles y de los turistas del trópico revolucionario. La trama del castrismo alcanza a ser develada con mayor audacia en el texto consagrado a la centenaria tradición del suicidio en Cuba. Desde José Martí hasta los revolucionarios defenestrados o decepcionados, el suicidio parece ser la forma electiva que la rebelión individual ha tomado entre los cubanos.

Cabrera Infante confiesa odiar a Castro como un judío odia a Hitler. Esa renuncia a la complicidad “objetiva”, a las circunstancias atenuantes de todo tipo que tan útiles han sido para justificar a Castro en los cinco continentes, es una de las virtudes totales de Mea Cuba. El odio de Cabrera Infante es un odio con método. Todas y cada una de las historias trágicas registradas en Mea Cuba están sustentadas en fuentes tan precisas como fidedignas. Exiliado desde 1965, Cabrera Infante no ha perdido un día fuera de cuba, acopiando toda la información necesaria para socavar la telaraña de mentiras que sostiene a Castro desde hace más de treinta años.

El metódico desprecio que Cabrera Infante siente por los propagandistas extranjeros del castrismo –Gabriel García Márquez, Graham Greene, Julio Cortázar y tantos otros –no impide que comprenda las contracciones de personeros literarios del régimen como Alejo Carpentier o Nicolás Guillén. Cabrera Infante analiza con severidad no exenta de simpatía por las debilidades humanas tanto la cobardía del gran novelista –que obedeció a Castro tras haber servido a Pérez Jiménez- como la comedia de equivocaciones sufrida por el poeta mulato, obsesionado por el prestigio que le otorgó la revolución. Y, desde luego, la hiel de Cabrera Infante se vuelve ternura para sus muertos, aquellas víctimas, fuera y dentro de Cuba, del totalitarismo: Calvert Casey, Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, Néstor Almendros, el comandante Arcos.

Los editores mexicanos de Mea Cuba advierten al lector sobre la importancia del libro para quienes no somos cubanos. Tienen razón. Ya es hora que los mexicanos hagamos nuestro propio examen de conciencia en relación a la cuba castrista. Es probable que sea mi generación, la de quienes nacismos precisamente cuando el triunfó la revolución cubana en Cuba, la que mayor provecho saque de Mea Cuba, pues crecimos identificando, para bien o para mal, a la isla con su comandante. Es enriquecedor que Cabrera Infante nos recuerde la importancia de una cultura cubana que existió antes de Castro y sabrá reaparecer. En Mea Cuba flota el recuerdo de La Habana cosmopolita y brillante del ajedrecista Capablanca o de ese cuentista maravilloso que fue Lino Novás Calvo, aquella Cuba que era, nada menos, que la puerta del Nuevo Mundo y que hoy es uno de los últimos reductos de la podredumbre del siglo XX.

México es, y da vergüenza decirlo, un país cuyas élites políticas e intelectuales padecen esa castroenteritis que Cabrera Infante diagnostica como una desastrosa epidemia internacional ¿Quién pedirá cuentas a Echeverría y López Portillo por su tierna amistad con Castro? ¿Qué clase de prensa “democrática” tenemos, eterna cronista del fraude del país electoral, pero anonadada con el maravilloso espectáculo de las “elecciones” cubanas? ¿Qué tipo de confianza podemos otorgar a la vocación democrática de la oposición neocardenista cuando considera que la libertad política es buena para Michoacán pero no para Cuba? ¿Hasta cuándo estaremos escuchando a los universitarios morralinos solidarizarse con todos los pueblos del universo mientras llaman gusanos a los desterrados cubanos? Ya es hora de analizar ese equívoco que emparenta al juarismo con el castrismo y que ha llegado hasta el pueblo llano. Y no puede dejar de recordarse a ese teórico de la democracia en México que ha comparado a Castro con Montesquieu. Si alguno de los piadosos peregrinos que “van por Cuba” quiere regresar a tiempo, hará bien en leer Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante.

   1993

 

Christopher Domínguez Michael: Servidumbre y grandeza de la vida literaria, 1998, Editorial Joaquín Mortiz, México, D. F., pp. 42-44.


domingo, 6 de junio de 2021

Husmeando en la biblioteca


Pedro Marqués de Armas


Casi puede seguirse el rastro de los escritores que han pasado por Villa Waldberta. No hay más que echar un vistazo en las dedicatorias o libros de autor. Gao Dei, Minah, Hussin, Karet, Mankiw, Thobi, Herbert (no el polaco), Xavi Sierra… En fin, todas las “regiones literarias del mundo”. El elenco de compatriotas es variopinto: Montero, Mujica, Solar & Valdés. Los relatorios no están a la vista sino en gavetas. Cada becario tiene la suya, donde se archivan, además de manuscritos, curriculums, CDs., recortes de prensa, souvenirs y hasta tickets de metro y lavandería.

La gaveta de Gao Dei es curiosa: contiene una muñequita de cuerda que baila la “Danza China” de Tchaikovsky. A Gao se le reconoce en los círculos literarios de Occidente por su capacidad para “romper barreras”, el único que ha sabido conjugar el “verso trunco” con motivos más exteriores, a la manera epigramática de Horacio.

 

午后随笔

 

女侍沉甸甸的乳房

草梅冰激凌

遮阳伞礼貌地照顾我

太阳照顾一只潮虫

汉们吹响子空酒瓶

我和烟卷一起走神

警笛,收缩着地平线

限制了我的时间

龙头千吼的西合院

升起了无为的秋

 

Apuntes vespertinos

 

las tetas enormes de la camarera

helado de frambuesa

un toldo me cubre amablemente

el sol mima a un escarabajo de agua

palurdos soplan botellas vacías de vino

mi cigarro y yo soñamos

una sirena anuda el horizonte

limita mi tiempo

un grifo aúlla en el patio del conjunto de departamentos

el otoño se alza indiferente

 


Fragmento del relato inédito Diario del lago Starnberg (2014). 


domingo, 30 de mayo de 2021

Nicolás Guillén Landrián



                                            En un barrio viejo, 1963

               Tomado del canal de YouTube de Víctor Rodolfo Jiménez 


                        

                              

miércoles, 19 de mayo de 2021

Prudencia

 



Dolores Labarcena


Te presento a Prudencia. Mírala, dijo Prudencio y le enseñó una fotografía a Píriz donde se veía sonriendo con algo semejante a un radio encima de una mesa. Como todos los que han desfilado por aquí al saber la novedad, Prudencio también estuvo en la Sierra. Al bajar, el destino es así, ambiguo, enmarañado, Alfredo Guevara lo metió de sonidista en el ICAIC. Como bien indica el nombre con que la bauticé, continuó Prudencio, su principal característica es la discreción. ¿La ves? Consta de tres partes. La de arriba se llama Eco, la del medio, que es la que realmente ejecuta gran parte del trabajo, se llama Enfoque, y la de abajo, ligera e invisible, Emisión. Observa, Chivo, fácil de transportar.  

Píriz le echó un vistazo a la fotografía:

–¿Qué es, un radio o una cámara de vídeo? Estás acabando, Prudencio. Este año la ANIR te premia seguro.

Prudencio, poniendo el portafolio en la cama, respondió:

–¿La ANIR?... ja, ja, ja. ¡Qué va!… Chivo, ¿desde cuándo no nos vemos? Hace cuatro años que salí del ICAIC. Ahora estoy en el ICAP: Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Somos eso, una máquina de hacer amigos. Mi tarea es orientar, tutelar y seguir a todos los becarios extranjeros. ¿Has visto a tu oncólogo? Lleva siete años aquí. Apréndete el apellido, Chivo. Ni Lifonisabo ni Lefunisabo. Mkuki Lifunisabo. Natural de Kinsasa. Somos eso, Chivo, una máquina de hacer amigos. Nada es gratis. Nuestra premisa no es regalar, sino compartir, enseñar, adiestrar. Tendemos, a través de nuestro Organismo, lazos de amistad con los países del Tercer Mundo. Solidarios, Chivo... Li-fu-ni-sa-bo. Apréndetelo. Es simple. Si oyeras los apellidos que aprendí gracias a la mnemotecnia: Egwuekwe, Ghoochannejhad, Alamieyeseigha, Onwuatuegwu, Chukwumereije…

Interrumpiendo su excéntrica capacidad, Píriz le pidió a Prudencio ver de nuevo la fotografía.

–No, Chivo, te enseño mejor a Prudencia. La tengo aquí. Te expliqué que es ligera, fácil de transportar. Para que veas, vaya, la pruebo contigo.

Prudencio sacó del portafolio unos audífonos y se los puso a Píriz en los oídos.

–¿Qué es esto, Prudencio? No oigo nada.

–Ten paciencia, Chivo. Déjame trancar la puerta–dijo con cierto sigilo–. Eso que tienes puesto y no oyes, es Eco, la parte de arriba. Cuando lo conecte, escucharás Radio Enciclopedia y de forma simultánea, yo escucharé lo que se hable, no solo en el baño sino en todas y cada una de las habitaciones de esta planta. Ahora viene Enfoque.

Abrió de nuevo el portafolio y esta vez sacó un bulto de postales fotográficas, del cual escogió una especialmente para Píriz y lo invitó a observar:

–¡Cojollo! El presidente Urrutia y el Héroe de Yaguajay. ¡Camilo, Prudencio, Camilo!

–Positivo, positivo. Pero para la carreta, Chivo, tranquilo. Falta Emisión. Échale un vistazo a la postal –dijo y sacó dos imanes minúsculos, imperceptibles, y los pegó a las suelas de las chancletas de Píriz–. Ahora ve al baño. Eso emite ondas magnéticas, es el localizador. Dile a tu sobrina que te ayude. Menos Enfoque, que es quien desencadena los verdaderos sentimientos del objetivo y, por ende, las reacciones, las otras partes, Eco y Emisión, se activan gracias a un mando a distancia que llevo en el doble fondo del portafolio junto al receptor y un walkie-talkie por si se precisa intervención. El radio de acción, si no hay interferencias ambientales o de terceros, es de quinientos metros cuadrados. Hagámoslo, Chivo. Verás lo eficaz que es Prudencia.

Mientras tanto, Prudencio y su portafolio salieron de la habitación para saludar a Lifunisabo. Y como la curiosidad es igual o peor que el cáncer, no le quedó más remedio a Píriz que pedirle a Magdalena que lo llevara al baño. Además del palo de suero y toda la guindaleja que le cuelga, Prudencio le encasquetó a Prudencia. Y ahora qué, preguntó Magdalena mientras lo sentaba en la taza del baño. ¡¿Que qué haces?! Dale, muévete, Magdalena. Apúrate. Coge la postal y quítame las chancletas… ¡Coño! Quítamelas. Llama a cualquiera. ¡Corre! Di que tengo un dolor que no aguanto, chilló Píriz como un descerebrado y lanzó los audífonos. En un santiamén el baño se convirtió en el camarote de los hermanos Marx. Vinieron cuatro enfermeras, Lifunisabo y Prudencio. Venga, compañero Germán. Lo ayudaremos a acostarse, dijo una. Y lo llevaron casi en volandas hasta la cama. ¿Qué le ocurre, compañero Germán? ¿Dónde le duele?, preguntó Lifunisabo. ¡En todo esto! ¡En todo esto!, clamaba Píriz formando círculos y círculos en el abdomen sin indicar un lugar concreto… Relájese. Tranquilícese, le indicaré un avafortan, expresó Lifunisabo.  Chivo, perdóname, dijo Prudencio al salir Lifunisabo y las enfermeras. Y comenzó a dar un sinfín de justificaciones, por ejemplo: “No sabía que estuvieras tan jodido”. “Chivo, coraje”. “Los hombres como tú mueren de pie”. “Pide, tus deseos son órdenes”…, y etcétera. Pena me da contigo, Prudencio. Ni sé de qué va. Pero seguro que es efectivo, útil. Eres un gran innovador y racionalizador, dijo Píriz con los ojos entrecerrados.

Magdalena que vio a Prudencio como una gallina clueca sacando a Emisión de las chancletas, se levantó del sillón para darle a Enfoque, que la dejaba olvidada en la mesita.  

–Mire, compañero, se le queda esto…

–No se me olvida, muchacha. Tu tío perteneció a la Columna de Camilo. Cómo se me ocurre… Un hombre sencillo, leal. Un héroe.

–¿Quién, mi tío?

–Camilo, Camilo… Mmm… Y tu tío también, también. Un héroe anónimo. Toma. Se la regalo.

Al deshacerse de la postal Prudencio soltó un “hasta la vista, camarada”. Unjú, unjú. Saluda de mi parte a Alfredo, respondió Píriz.

 



Fragmento de la novela No quiero llanto, Betania 2020. 



domingo, 9 de mayo de 2021

Réquiem



Anna Ajmátova 


V. 


Hace diecisiete meses que grito 

LLamándote a casa. 

Me he arrojado a los pies del verdugo, 

Por ti, hijo mío, horror mío. 

Todo ha perdido sus contornos, 

Y ya soy incapaz de distinguir 

A la fiera del hombre, al hombre de la fiera, 

Ni sé cuánto falta para la ejecución. 

Me encuentro sola, rodeada de flores

Polvorientas, del tintinear del incensario, 

Y de las huellas que no conducen a ninguna parte. 

Mientras me mira fijamente a los ojos 

Anunciándome la próxima muerte, 

Una estrella inmensa. 



Traducción de José Manuel Prieto