Te presento a Prudencia. Mírala, dijo Prudencio y le enseñó
una fotografía a Píriz donde se veía sonriendo con algo semejante a un radio
encima de una mesa. Como todos los que han desfilado por aquí al saber la
novedad, Prudencio también estuvo en la Sierra. Al bajar, el destino es así,
ambiguo, enmarañado, Alfredo Guevara lo metió de sonidista en el ICAIC. Como
bien indica el nombre con que la bauticé, continuó Prudencio, su principal
característica es la discreción. ¿La ves? Consta de tres partes. La de arriba
se llama Eco, la del medio, que es la que realmente ejecuta gran parte del
trabajo, se llama Enfoque, y la de abajo, ligera e invisible, Emisión. Observa,
Chivo, fácil de transportar.
Píriz le echó un vistazo a la fotografía:
–¿Qué es, un radio o una cámara de vídeo? Estás acabando,
Prudencio. Este año la ANIR te premia seguro.
Prudencio, poniendo el portafolio en la cama, respondió:
–¿La ANIR?... ja, ja, ja. ¡Qué va!… Chivo, ¿desde cuándo no
nos vemos? Hace cuatro años que salí del ICAIC. Ahora estoy en el ICAP:
Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Somos eso, una máquina de hacer
amigos. Mi tarea es orientar, tutelar y seguir a todos los becarios
extranjeros. ¿Has visto a tu oncólogo? Lleva siete años aquí. Apréndete el
apellido, Chivo. Ni Lifonisabo ni Lefunisabo. Mkuki Lifunisabo. Natural de
Kinsasa. Somos eso, Chivo, una máquina de hacer amigos. Nada es gratis. Nuestra
premisa no es regalar, sino compartir, enseñar, adiestrar. Tendemos, a través
de nuestro Organismo, lazos de amistad con los países del Tercer Mundo.
Solidarios, Chivo... Li-fu-ni-sa-bo. Apréndetelo. Es simple. Si oyeras los
apellidos que aprendí gracias a la mnemotecnia: Egwuekwe, Ghoochannejhad,
Alamieyeseigha, Onwuatuegwu, Chukwumereije…
Interrumpiendo su excéntrica capacidad, Píriz le pidió a
Prudencio ver de nuevo la fotografía.
–No, Chivo, te enseño mejor a Prudencia. La tengo aquí. Te expliqué
que es ligera, fácil de transportar. Para que veas, vaya, la pruebo contigo.
Prudencio sacó del portafolio unos audífonos y se los puso a
Píriz en los oídos.
–¿Qué es esto, Prudencio? No oigo nada.
–Ten paciencia, Chivo. Déjame trancar la puerta–dijo con
cierto sigilo–. Eso que tienes puesto y no oyes, es Eco, la parte de arriba.
Cuando lo conecte, escucharás Radio Enciclopedia y de forma simultánea, yo
escucharé lo que se hable, no solo en el baño sino en todas y cada una de las
habitaciones de esta planta. Ahora viene Enfoque.
Abrió de nuevo el portafolio y esta vez sacó un bulto de
postales fotográficas, del cual escogió una especialmente para Píriz y lo
invitó a observar:
–¡Cojollo! El presidente Urrutia y el Héroe de Yaguajay.
¡Camilo, Prudencio, Camilo!
–Positivo, positivo. Pero para la carreta, Chivo, tranquilo.
Falta Emisión. Échale un vistazo a la postal –dijo y sacó dos imanes minúsculos,
imperceptibles, y los pegó a las suelas de las chancletas de Píriz–. Ahora ve
al baño. Eso emite ondas magnéticas, es el localizador. Dile a tu sobrina que
te ayude. Menos Enfoque, que es quien desencadena los verdaderos sentimientos
del objetivo y, por ende, las reacciones, las otras partes, Eco y Emisión, se
activan gracias a un mando a distancia que llevo en el doble fondo del
portafolio junto al receptor y un walkie-talkie por si se precisa intervención.
El radio de acción, si no hay interferencias ambientales o de terceros, es de
quinientos metros cuadrados. Hagámoslo, Chivo. Verás lo eficaz que es
Prudencia.
Mientras tanto, Prudencio y su portafolio salieron de la
habitación para saludar a Lifunisabo. Y como la curiosidad es igual o peor que
el cáncer, no le quedó más remedio a Píriz que pedirle a Magdalena que lo
llevara al baño. Además del palo de suero y toda la guindaleja que le cuelga,
Prudencio le encasquetó a Prudencia. Y ahora qué, preguntó Magdalena mientras
lo sentaba en la taza del baño. ¡¿Que qué haces?! Dale, muévete, Magdalena.
Apúrate. Coge la postal y quítame las chancletas… ¡Coño! Quítamelas. Llama a
cualquiera. ¡Corre! Di que tengo un dolor que no aguanto, chilló Píriz como un
descerebrado y lanzó los audífonos. En un santiamén el baño se convirtió en el
camarote de los hermanos Marx. Vinieron cuatro enfermeras, Lifunisabo y
Prudencio. Venga, compañero Germán. Lo ayudaremos a acostarse, dijo una. Y lo
llevaron casi en volandas hasta la cama. ¿Qué le ocurre, compañero Germán?
¿Dónde le duele?, preguntó Lifunisabo. ¡En todo esto! ¡En todo esto!, clamaba
Píriz formando círculos y círculos en el abdomen sin indicar un lugar concreto…
Relájese. Tranquilícese, le indicaré un avafortan, expresó Lifunisabo. Chivo, perdóname, dijo Prudencio al salir
Lifunisabo y las enfermeras. Y comenzó a dar un sinfín de justificaciones, por
ejemplo: “No sabía que estuvieras tan jodido”. “Chivo, coraje”. “Los hombres
como tú mueren de pie”. “Pide, tus deseos son órdenes”…, y etcétera. Pena me da
contigo, Prudencio. Ni sé de qué va. Pero seguro que es efectivo, útil. Eres un
gran innovador y racionalizador, dijo Píriz con los ojos entrecerrados.
Magdalena que vio a Prudencio como una gallina clueca
sacando a Emisión de las chancletas, se levantó del sillón para darle a
Enfoque, que la dejaba olvidada en la mesita.
–Mire, compañero, se le queda esto…
–No se me olvida, muchacha. Tu tío perteneció a la Columna
de Camilo. Cómo se me ocurre… Un hombre sencillo, leal. Un héroe.
–¿Quién, mi tío?
–Camilo, Camilo… Mmm… Y tu tío también, también. Un héroe anónimo. Toma. Se la regalo.
Al deshacerse de la postal Prudencio soltó un “hasta la
vista, camarada”. Unjú, unjú. Saluda de mi parte a Alfredo, respondió Píriz.
Fragmento de la novela No quiero llanto, Betania 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario