domingo, 14 de junio de 2020

La lluvia está en mí



D. H. Lawrence


La lluvia está en mí. Cae,
cae y fluye,
más allá de la memoria.

El mar está en mí. Golpea,
ay golpea tan profundo,
tan impenetrablemente oscuro,
y de repente brota en un albor nevado,
cual leopardos de nieve que se yerguen
trizando enfurecidos las paredes del alma;
luego de nuevo ruedan partiendo rumorosos
con un eterno duelo de sibilante rabia.

Resuena el viejo mar en el fondo del hombre.

                                                                                                  (1929)



There is rain in me

There is rain in me,
running down, running down, trickling
away from memory.

There is ocean in me,
swaying, swaying, o so deep
so fathomlessly black
and spurting suddenly up, snow-white, like snow-leapords rearing
high and clawing with rage at the cliffs of the soul
then disappearing back with a hiss
of eternal salt rage; angry is old ocean within man.

                                                                                                       (1929)


Traducción de Gastón Baquero


Gastón Baquero. Poesía completa, Madrid, Editorial Verbum, 2da ed. 2013, pp. 312-13.


miércoles, 10 de junio de 2020

A los pintores. Sobre los Estados Unidos considerados como un paisaje




Richard Howard



No un edificio, sino esta tierra; no una jaula,
estas aguas: el país es un cuerpo
y como tal hay que tratarlo:
cuando el tiempo está claro,
piensa en el pasado;
en el porvenir cuando turbio. Así hicieron los hombres
hasta lograr una metrópolis
a partir de residuos: hojas, paja, botellas
flotantes, cajas vacías, todo un continente
al que, como a toda otra cosa,
no se puede pedir que abandone de golpe sus harapos
para quedar desnudo,
a sol y sombra expuesto. Tiempo
-tiempo costó para juntar en los estanques vastos
hasta los comienzos, esqueleto
y cartílagos, arterias
y vesícula: si nuestro Sublime no va más allá
de algunas cosas como latas
de cerveza y tenedores plásticos, éso no es
todo lo que podemos decir, ni es ése
el Dios en que en verdad confiamos.
Quien crea transformando
conoce al fin esta alegría:
nosotros mismos -el Maestro
de la Aserción Calificada así lo quiso-,
nosotros mismos fuimos creados
por todo lo que hubo que soportar,
hasta dominar el pasado: un acuerdo
con la realidad no es
forzosamente agradable,
pero quizás haya en el mundo,
alrededor nuestro, ciertas cosas (¿es una playa una cosa?
¿un río entre farallones rojos ?) que apacigüen,
como cualquier ruina es capaz de hacerlo,
o como los ritos funerarios de Foción,
digamos así, en la distancia...
Quizás no haya diferencia
entre nosotros, entre el Dios
y su Templo -ése sería el triunfo,
la intacta cosa americana,
nuestro Maestro de Dogmática
Duda apela al valor para renovarse.

Tenemos otro Maestro, oíganlo –
no es, por cierto, ni calificado
ni dogmático, es simplemente un hombre que está allí,
en la escena: "Aquí, un buen día,
en medio de la arena y de la sal
una brisa constante sopla desde el mar,
brilla el sol, huele a junco, rumor
de olas, entre el silbido
y el rugido, se entrelazan,
blanco lácteo, las crestas. Ocioso
me bañé, un paseo desnudo por la costa,
tibia y gris, como antaño.
Mis compañeros a lo lejos,
en aguas más profundas (con amenazas
dignas de Júpiter contra los dioses
los llamé, como desde Homero)".
Porque hasta Walt requiere un dios
-requiere a Homero, al Homero de Pope,
para hacer de cada momento algo más que un hecho
simple, algo que perturba como una mosca,
que zumba y no canta.

¿Hemos dicho ya todo lo que teníamos que decir?
¿Estamos ya aquí como en nuestra casa,
nuestro lugar es éste? Siguiendo los límites
entre los Estados, una vista aérea dio a Gertrude
Stein su visión propia, "con razón
estuve siempre por el cubismo
y por todo lo que vino después."
Líneas rectas ("compáralas con las otras,
con esas que avanzan por donde quiera:
nada más limpio y nítido
que los mapas de América"); de los nombres indios
nadie sabe; sólo se reconocen;
de los latinos ¿quién se acuerda?
Ni siquiera nos recordamos
a nosotros mismos, sólo el barrio
en que vivíamos, lo que allí aprendimos
(¿un pantano, es una cosa? ¿y lo que el sol hace
con las ventanas del poniente cuando,
cristal por cristal, las va alumbrando?).
Hasta qué punto pertenecemos al pasado
lo sabemos sólo cuando hemos trabajado
para sobrevivir y prescindir de él.
A la altura del cuerpo,
hasta que caiga donde pueda, sabemos
cuál es la lección de nuestros esfuerzos:
Quien crea algo nuevo, tiene que aniquilar
algo viejo. En lo que construimos,
en lo ya construido, en el trabajo mismo
hay ya otro trabajo que trata de aflorar.
Lo ayudamos aniquilando; no estamos como en casa
en este clima literal,
terreno sin metáfora, sin
referencia a la preferencia:
las hojas son demasiado verdes, las rocas
demasiado rojas, el mar que nos rodea
es un mar de blasfemias silenciosas.
Todo es demasiado nuevo para nosotros,
y, de cierto modo, también demasiado viejo:
no estamos seguros: lo sabemos.
Conocer es nuestra esperanza, cuando miramos
por la ventana, a lo lejos, por encima
del farallón.
Cambiamos, y nuestro propio cambio
cambia lo que miramos: este cuerpo amado,
corrupto, que se extiende.


Traducción Severo Sarduy


Revista de la Universidad de México, junio 1984.


sábado, 6 de junio de 2020

El pueblo ha de perdurar




Carl Sandburg 


             El pueblo que aprende y desatina perdurará.
Le engañarán, le venderán, le volverán a vender
y volverá a la tierra a nutrir sus raíces;
el pueblo tan extraño en renovarse y regresar,
que no podemos reírnos de su capacidad de aguante,
el mamut descansa entre sus dramas ciclónicos.

El pueblo tan a menudo dormido, cansado, enigmático,
es un vasto conglomerado de unidades que dicen:

           “Me gano la vida.
           Gano bastante para ir tirando
           y eso me lleva todo el tiempo.
           Si tuviera más tiempo.
           haría más por mí
           y tal vez por los otros.
           Leería y estudiaría
           y discutiría las cosas
           y averiguaría…
           Eso lleva tiempo.
           Ojalá tuviera tiempo.”

El pueblo tiene dos caras: es trágico y es cómico:
héroe y rufián: fantasma y gorila que
gime con su boca de gárgola: “Me
compran y me venden…como si fuera un juego…
un día me soltaré…”

           Después de haber sobrepasado
Las márgenes de la necesidad animal,
La torva línea de mera subsistencia,
Entonces llegó el hombre
Al ritual más profundo de sus huesos,
A las luces más livianas que cualquier hueso,
Al momento de pensar en las cosas,
A la danza, a la canción, al cuento,
A las horas entregadas al ensueño,
 Después de haber marchado.

Entre las infinitas limitaciones de los cinco sentidos
y los anhelos sin fin del hombre por lo eterno
el pueblo se agarra al insulso imperativo de comer y trabajar
mientras tiende la mano, cuando se presenta la coyuntura,
hacia las luces que están más allá de la prisión de los cinco sentidos,
recuerdos más duraderos que el hambre y que la muerte.
Y este tender la mano es cosa viva.
Los alcahuetes y mentirosos lo han violado y hollado.
Pero aún está vivo este tender la mano
para alcanzar luces y recuerdos

El pueblo conoce la sal del mar,
la fuerza de los vientos
que azotan las esquinas de la tierra.
Toma el pueblo la tierra
de tumba de descanso y cuna de esperanza.
¿Quién más habla por la Familia Humana?
El pueblo está a tono y paso
con las constelaciones de la ley universal.

El pueblo es policromo,
es espectro y es prisma
apresado en movible monolito,
un órgano de temas que varían,
un clavilux de poemas de color
en donde el mar ofrece niebla
y la niebla se disipa en lluvia
y el ocaso del Labrador se reduce
a un nocturno de estrellas claras,
sereno en el rocío disparado
de la aurora boreal.

El cielo de altos hornos está vivo.
El fuego rompe en blanco y zigzaguea
disparado en metálico crepúsculo.
El hombre tarda mucho en llegar.
El hombre todavía triunfará.
Aún puede el hombre marchar hombro con hombro con su hermano:

Este viejo yunque se ríe de tanto martillo roto.
           Hay hombres que no se venden.
           Los nacidos en fuego se hallan bien en el fuego.
           Y las estrellas no hacen ruido.
           No se puede impedir que el viento sople.
           El tiempo es el gran maestro.
           ¿Quién vive sin esperanza?

En lo oscuro con un gran fardo de penas el pueblo marcha.
En la noche, con una paletada de estrellas encima
para siempre, el pueblo marcha:
           “¿Adónde? ¿Y ahora qué?”


Traducción Eugenio Florit


Antología de la poesía norteamericana contemporánea, Unión Panamericana, 1955, p. 17-20.


domingo, 31 de mayo de 2020

Muerte de Clarice Lispector





Ferreira Gullar


Mientras te enterraban en el cementerio judío
de Caju
(el soterrado resplandor de tu mirada
resistiendo aún)
el taxi recorría conmigo la orilla de la Lagoa
en dirección a Botafogo
Y las piedras y las nubes y los árboles
en el viento
mostraban alegremente
que no dependen de nosotros



Traducción: Pedro Marqués de Armas



miércoles, 27 de mayo de 2020

Mallarmé



André Gide 


Habría que prohibirse expresamente protestar ante las críticas, responder a las acusaciones; pero hay algunas que le iluminan a uno y a las que habría que estar agradecido por obligarle a uno a examinar bajo una luz nueva un viejo problema.

Desde ese momento ya no se trata de defenderse; pues es perfectamente justo decir, por ejemplo, que las cuestiones sociales, los impedimentos exteriores, etc., no figuran en mi obra. Puede ser incluso perfectamente justo reprochármelo y dudo hoy de si fue muy hábil por mi parte abstraer de ese modo mi literatura; pero está fuera de duda que no lo hice sin darme cuenta, ni sin quererlo, sino deliberadamente.

Creo, bien mirado, que Mallarmé fue la causa de ese extraordinario desvío respecto a la vida que fue la consigna de los poetas de esa época y de ese clan (me refiero al de sus admiradores). Ciertamente protesté contra ello, y todo mi esfuerzo, muy pronto, fue por el contrario el de acercar mis escritos a la vida. Pero, allí donde me creí muy hábil y donde quizá me equivoqué —y ello también bajo la influencia de Mallarmé— fue al no tomar en cuenta (y al pensar que no merecía ocupar nuestro arte) más que emociones, pasiones, sentimientos y resentimientos, susceptibles de ser sentidos por todos los hombres.

Es más: pretendí aclarar ciertos problemas, ciertos dramas, inherentes a la naturaleza misma del hombre (como el de Prometeo por ejemplo) independientes de los accidentes exteriores, de lo que llamábamos entonces las «contingencias»; no porque ésas no pudieran ser importantes a su vez; sino porque me parecía que se arriesgaban a falsear, por su intervención, un problema que se trataba en primer lugar de aislar convenientemente.
     
Todo eso estaba estrechamente ligado a la idea de duración, muy mallarmeana. Hoy día ya no se comprende que, sin estar loco, el artista pueda preocuparse de lo que se hará de su obra después de su muerte.

                                                                  Diario, 8 de febrero 1933

Traducción: Laura Freixas
Imagen: Retrato de Mallarmé por Paul Gauguin