Carl Sandburg
El pueblo que aprende y desatina perdurará.
Le engañarán, le venderán, le volverán a vender
y volverá a la tierra a nutrir sus raíces;
el pueblo tan extraño en renovarse y regresar,
que no podemos reírnos de su capacidad de aguante,
el mamut descansa entre sus dramas ciclónicos.
El pueblo tan a menudo dormido, cansado, enigmático,
es un vasto conglomerado de unidades que dicen:
“Me gano la vida.
Gano bastante para ir tirando
y eso me lleva todo el tiempo.
Si tuviera más tiempo.
haría más por mí
y tal vez por los otros.
Leería y estudiaría
y discutiría las cosas
y averiguaría…
Eso lleva tiempo.
Ojalá tuviera tiempo.”
El pueblo tiene dos caras: es
trágico y es cómico:
héroe y rufián: fantasma y
gorila que
gime con su boca de gárgola:
“Me
compran y me venden…como si
fuera un juego…
un día me soltaré…”
Después de haber sobrepasado
Las márgenes de la necesidad
animal,
La torva línea de mera
subsistencia,
Entonces llegó el hombre
Al ritual más profundo de sus
huesos,
A las luces más livianas que
cualquier hueso,
Al momento de pensar en las
cosas,
A la danza, a la canción, al
cuento,
A las horas entregadas al
ensueño,
Después de haber marchado.
Entre las infinitas limitaciones de los cinco sentidos
y los anhelos sin fin del hombre por lo eterno
el pueblo se agarra al insulso imperativo de comer y trabajar
mientras tiende la mano, cuando se presenta la coyuntura,
hacia las luces que están más allá de la prisión de los cinco
sentidos,
recuerdos más duraderos que el hambre y que la muerte.
Y este tender la mano es cosa
viva.
Los alcahuetes y mentirosos lo han violado y hollado.
Pero aún está vivo este tender
la mano
para alcanzar luces y
recuerdos
El pueblo conoce la sal del
mar,
la fuerza de los vientos
que azotan las esquinas de la
tierra.
Toma el pueblo la tierra
de tumba de descanso y cuna de
esperanza.
¿Quién más habla por la
Familia Humana?
El pueblo está a tono y paso
con las constelaciones de la
ley universal.
El pueblo es policromo,
es espectro y es prisma
apresado en movible monolito,
un órgano de temas que varían,
un clavilux de poemas de color
en donde el mar ofrece niebla
y la niebla se disipa en
lluvia
y el ocaso del Labrador se
reduce
a un nocturno de estrellas
claras,
sereno en el rocío disparado
de la aurora boreal.
El cielo de altos hornos está vivo.
El fuego rompe en blanco y zigzaguea
disparado en metálico crepúsculo.
El hombre tarda mucho en llegar.
El hombre todavía triunfará.
Aún puede el hombre marchar hombro con hombro con su
hermano:
Este viejo yunque se ríe de tanto martillo roto.
Hay
hombres que no se venden.
Los
nacidos en fuego se hallan bien en el fuego.
Y las
estrellas no hacen ruido.
No se
puede impedir que el viento sople.
El
tiempo es el gran maestro.
¿Quién
vive sin esperanza?
En lo oscuro con un gran fardo de penas el pueblo marcha.
En la noche, con una paletada de estrellas encima
para siempre, el pueblo marcha:
“¿Adónde?
¿Y ahora qué?”
Traducción Eugenio
Florit
Antología de la poesía norteamericana contemporánea, Unión Panamericana,
1955, p. 17-20.
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