domingo, 27 de septiembre de 2015

Suficiente





Dolores Labarcena


Coqueteando con las musas, entre el Steinway y el cielo raso de su cuartucho en Manhattan, así vivió y murió… ¡Qué contar! No es época de misticismos. El tedio suprimió la parábola del bosque, la caseta del bosque, y al guardabosque... Ceniceros repletos de colillas. Tónicas a medio tomar. Odesa repasando un libreto. Iván de pésimo humor por no traer paraguas. Gracias a Dios el entierro fue sin retrasos. Pongo mi cabeza en el picadero que la pelirroja de negro era una pianista húngara. Laszlo salvó las partituras de Paul. ¡Un milagro! Paradójico, ¿no? Al enterarme no hice más que recordar la definición poco realista de un realista sobre la Appassionata: Maravillosa y sobrehumana. ¡Qué contar! ¿Cómo? ¿Cuándo? Solo supimos el “dónde”.  







viernes, 25 de septiembre de 2015

Un algodón de 'Las meninas' para Michel Foucault




Severo Sarduy

Con Michel Foucault desaparece no sólo un pensamiento, sino más bien el arte de descomponer el pensamiento, la demostración de que en él nada, absolutamente nada, es natural ni eterno. Ni siquiera la idea de verdad. ¿Quién piensa, de dónde surge lo pensado, y qué es? Para responder a esa pregunta Foucault comienza al revés: ¿sobre qué se debe pensar? Su respuesta: ante todo sobre lo más evidente, sobre eso que se nos impone como una verdad absoluta.
Su obra demuestra que precisamente lo más neto -digamos la noción de locura, la de castigo, la de deseo y hasta la de Hombre- no es eterno ni ha estado presente en todos los tiempos, sino que es un fenómeno de cultura, incluso de otra cultura: un efecto de civilización.
La continuidad histórica, por ende, es una ilusión. Lo que cuenta no es trazar un hilo desde el pasado, sino marcar rupturas, diferencias.
Hay que buscar, pues, escarbar en nuestra cultura para saber de dónde surgen nuestras certitudes, qué otro saber las produjo, o qué grupo humano las inventó.
En resumen: Foucault fue un arqueólogo, alguien que escrutaba, que leía -como en una vista aérea- bajo el suelo aparentemente liso y sin texturas de nuestra lógica, la red inaparente, las vetas de nuestro saber.
El concepto de Razón, por ejemplo, nos aparece hoy como lo más indiscutible, y en función de él determinamos la capacidad. de un individuo para formar parte o no, del intrincado tejido social; sin embargo esa Razón hubo que forjarla, fabricarla, excluyendo, a la locura, encerrándola, expulsándola fuera de la ciudad donde hasta entonces -lo que se excluía era la lepra- sobrevivía y coexistía con la lógica al uso.
Lo mismo sucede con la "buena conducta" en el sentido legal del término. A la constatación de que la prisión fracasa al tratar de reducir los crímenes, había que sustituir una hipótesis de Foucault: la prisión ha logrado producir la delincuencia y los delincuentes, que forman un medio aparentemente marginal pero controlado por ese centro supervisor que se manifiesta hasta en la construcción de las prisiones. Es el ojo que lo ve todo, ése que desde la torre central vigila y controla lo que ocurre en el interior de cada celda, hasta el sueño: el amo panóptico. El medio de la delincuencia queda determinado precisamente por el hecho de estar totalmente bajo vigilancia. Con estos análisis Foucault, no sólo elucidó un medio sino que esbozó reformas que hoy se efectúan, los jóvenes disidentes de nuestra sociedad lo siguieron, vieron en él una verdadera salida: la invención de otra moral.
Se borra así en esta arqueología de Foucault, cuyas ruinas están en lo más profundo de lo evidente, de la verdad de una época, hasta la noción de Hombre, que Foucault, por cierto, consideraba como una invención muy reciente. Y lo que es más, de esta noción Foucault anunciaba también el próximo fin.
¿Cómo era Michel Foucault? Sobre todo alegre, con una carcajada inimitable, casi siempre irónica.
Y tan ágil que, a gatas, en su apartamento, traía, como un felino orgulloso de la caza, precisamente el libro buscado, en las inestables pirámides que de modo mágico aún dejaban por dónde pasar.
Llegó a escribir no sobre un bureau imperio, como éste en que garabateo estas líneas póstumas, sino sobre dos planchas de madera que soportaba un urgente andamiaje.
Algo lo horrorizaba en estos últimos tiempos, y era que lo elogiaran, aun si era merecidamente, y al mismo tiempo, o con ese pretexto, atacaran a otro.
Nunca fue efusivo, ni nostálgico. Yo creo que quería liberamos -y sobre todo liberarse- de la angustia del deseo. Llegamos, pues, por el camino menos previsto, que es siempre el bueno, al budismo.
Espacio puro
Sospecho que siempre quiso instalarse, mudarse, en California o aquí en París, a un espacio puro, de tranquilidad y de placer. Pero, cosa importante: este espacio, este lugar sin nombre, no se encontraba bajando sin freno la vertiente del hedonismo, sino al contrario, subiendo -aunque parezca paradójico- la de la moral: liberarse del yo, para llegar al dominio, como querían los griegos que él evoca en su último libro, El uso de los placeres, a la plena maestría de sí.
Señalo algo último, que es una vuelta de significante. En Madrid, en una comida, hace unos días, el pintor Gironella me contaba cómo habían limpiado Las meninas, cómo eran ahora un cuadro luminoso y nítido. Quise conservar -y aún quiero- por puro fetichismo, un algodón de esa limpieza, como el cartílago que, se venera del esqueleto disperso de un santo.
Había pensado, ya que le debemos la lectura más penetrante de ese cuadro, enseñarle ese algodón a Michel Foucault.


 27 de junio de 1984


lunes, 21 de septiembre de 2015

La edad de la luna




Leonardo Sinisgalli



Quien ama demasiado la naturaleza corre el riesgo de perder el resto del mundo. El poeta debe rechazar las monerías de la creación. La naturaleza parece fabricada para los inocentes, los enfermos, quizá para los idiotas. El niño desde sus primeras creaciones, no hace más que escarnecerla. El niño, como el poeta, es enemigo de la evidencia.   

                                                      

Nos hemos dejado seducir por el rechazo del método, por una cierta improvisación genial. La poesía hecha a la carrera. La poesía que surge de noche o asoma sólo en trance. La pitonisa que pierde el control y dice necedades sublimes o pueriles enigmas. Creemos encontrar siempre alguna tuberosa en medio del rastrojo, la perla en la basura. Nos hemos vestido con ropas usuales, nos hemos contentado con los apuntes escritos en los puños o en los recortes de periódico. Hemos hinchado la felicidad de un instante hasta ilusionamos de llenar una vida. Nada de liturgia, de ritos, de bohéme. Nuestra poesía surge de días, banales, nace sin fundamento sobre un cúmulo de detritus, sobre un terreno agotado.

                                                        

No es posible hacer del poeta un speaker ni tampoco un sacerdote. Es muy difícil lograr una conquista con un ejército de mendigos. Resulta imposible sostener a una tribu sólo con parábolas y proverbios, sin recurrir a las Ieyes. ¿Qué es lo que le envidiamos a los Verlaine, a los Nietzsche, a los Campana? No tanto su poesía cuanto sus vidas. Un equipo de poetas puede convertirse en un equipo de burócratas. Quizá es el único remedio para salvar la poesía. Para salvar la poesía es preciso formular una disciplina, una regla, transformarla en instituto, arrancarla a la voluptuosidad de los hobbies. Transformar a la pléyade en rigurosísima staff, talvez en confraternidad. Existen muchas disciplinas, la ateniense, la espartana, la claustral, la kafkiana. Rechazar decididamente las soluciones cortesanas, renacentistas o chinas. Ya no es posible hacer un Poeta de un vagabundo, de un haragán, de un degenerado. Es más probable que surjan de los seminarios y las escuelas politécnicas. Fermi. Galois y Caccioppoli ¿acaso perdieron su genio al frecuentar las escuelas y los laboratorios? Es necesario garantizar a los poetas la libertad, que es lo contrario del libertinaje. Es preciso combatir el equívoco del malditismo, de los ladrones del fuego, de los hijos del Sol. Acabar al fin con los milagros execrables.

                                                                              

Los críticos le piden a la poesía conceptos y sistemas. Leo agudos análisis, me informo acerca de todas las operaciones quirúrgicas, algunas muy delicadas, que ellos conducen con la mordaza puesta para llegar a la médula espinal del pobre poeta deshuesado. Le atribuyen capacidades nerviosas, intelectuales, dialécticas. Buscan la lógica en los poetas. ¡Y pensar que la filosofía de los poetas es una cosa tan pobre comparada con su poesía! Su inocencia ayuda a la poesía mucho más que la ciencia. Mi esfuerzo por escribir versos se ha debido precisamente al desprecio de mi sabiduría. He ido creciendo sin obtener ninguna certidumbre que pudiera servir de estructura para mi poesía. Creo que aún no sé cuál sea precisamente el oficio del poeta. No conozco una sola norma válida en tal sentido. No es posible prever los buenos o malos resultados. Nunca le he pedido a la poesía que me ayude a resolver mis problemas. No he tenido la posibilidad ni la paciencia de conformar mi desorden según los caprichos de la poesía y la inspiración. He esperado en horas determinadas. El poeta no predispone: cosecha. Sus predilecciones pueden parecer desconcertantes: crea las jerarquías en el momento. No anda en pos de la liebre: busca la unidad. Los versos tienen una concatenación que no se revela en la superficie. Convergen hacia un punto donde las estratificaciones pueden ocultar un corazón inhallable, pese a cualquier sondeo. El crítico, a menudo, es ese pequeño animal que se arrastra sobre la esfera y nunca llegará al centro, porque no conoce la fórmula, la forma.



Comienza a disgustamos demasiado tarde la voluptuosidad expresiva, como cuando logramos distinguir una golosina de una porquería que deja de apetecernos. Creíamos que la belleza debía vestir los cambiantes atuendos de la naturaleza; que la belleza era la imagen dela vida, triunfo de la sangre, de la energía. La belleza no es el destino del arte. El arte es pérdida, no ganancia.



El tedio desinfla a lo verdadero, desarma a la realidad. Destruye los nexos, borra los confines.



Después de tantas lecturas obscenas, casi hasta gastarme toda la plata y el cuerpo: después de tanto fanatismo y peregrinaciones, regresa el puro, grácil y delicado perfil de un poeta de la doctrina y de la soledad, compañero del dolor y de la muerte. Sin ninguna obscenidad, sólo cierto vicio, algún pecado pueril, y su sabiduría sin improvisaciones, sin escándalo.



Quien busca los mitos no los encuentra. La poesía los ha rechazado.



La identidad y la simetría vista por un ciego. Las facciones son la música de los sordos. Las ecuaciones: las manos acaparan una conquista del intelecto. No puede resolver ecuaciones quien pierde los sentidos, quien sueña, quien se envenena, quien duerme.



El poeta es llevado necesariamente a contradecirse, anegarse, a destruirse. En los poemas recoge sus huesos, sus fragmentos, su ropa, sus excrementos.



No hay que pedirle fe a la Poesía. No es agua, no es vino. No apaga la sed ni adormece. Ni siquiera nutre.

                                                                                  

Grande o pequeño, el poeta sobrevive en su obra. Tengamos piedad de él. Muy pocos, a los elegidos, tienen la suerte de morir en el momento justo. Condenado a crecer tras la gloria que iluminó su frente de muchacho, esconde el cetro y termina sus días en un lugar clandestino. Se aparta en una tienda o en un bazar, en un almacén o en una oficina. Vivo aún, se sepulta en la memoria de los compañeros.



Traducción Guillermo Fernández


Tomado de La Colmena, 2002. 


sábado, 19 de septiembre de 2015

Luciano Erba




La Gran Jeanne

La Gran Jeanne no hacía distinciones
entre ingleses y franceses
siempre que hicieran con las manos
lo que ella decía,
habitaba en el puerto, su hermano
trabajaba conmigo
en el 43.
Cuando me vio en Lausana
donde yo pasaba en traje estival
dijo que podía salvarla
y que su mundo estaba allí, en mis manos
y en mis dientes que comieron liebres
en la alta montaña.

En el fondo
hubiera querido la Gran Jeanne
convertirse en una dama:
llevaba ya un sombrero
azul, largo, con tres vueltas de tul.

  
El gato intelectual

Explora todas las cajas
patrulla todos los cajones
curiosea para descifrar,
es el gato hermenéutico.
Su pensamiento fuerte es maullar
de noche entre los pararrayos del techo
su pensamiento débil pero magistral
roncar frente a la chimenea.


Ecuación de primer grado

Tu camiseta nueva, Mercedes
de algodón mercerizado
tiene ese olor de los grandes almacenes
donde nos equipaban de blancos
larguísimos sombreros para el mar
¡querida provisión de sombra! para esperar
en estaciones florecidas de petunias
padres blanquitrajeados! para amar
sobre las vías del tren flores comprimidas
por mercancías dulcemente desempacadas!

Y mañana, Mercedes,
deshojar las páginas del tiempo perdido
entre merengues y sorbetes en la Biffi Scala.


La Grande Jeanne

La Grande Jeanne non faceva distinzioni
tra inglesi e francesi
purchè avessero le mani fatte
come diceva lei
abitava il porto, suo fratello
lavorava con me
nel 1943.
Quando mi vide a Losanna
dove passavo in abito estivo
disse che io potevo salvarla
e che il suo mondo era lÏ, nelle mie mani
e nei miei denti che avevano mangiato lepre in alta montagna.

In fondo
avrebbe voluto la Grande Jeanne
diventare una signora per bene
aveva già un cappello
blu, largo, e con tre giri di tulle.


Un gatto intellettuale

Esplora tutte le scatole
perlustra tutti i cassetti
curiosare per decifrare
questo è il gatto ermeneutico.
Il suo pensiero forte è miagolare
di notte tra i parafulmini sul tetto
il suo pensiero debole ma sapienziale
ronfare davanti al caminetto.


Un’equazione di primo grado

La tua camicetta nuova, Mercedes
di cotone mercerizzato
ha il respiro dei grandi magazzini
dove ci equipaggiavano di bianchi
larghissimi cappelli per il mare
cara provvista di ombra! per attendervi
in stazioni fiorite di petunie
padri biancovestiti! per amarvi
sulle strade ferrate fiori affranti
dolcemente dai merci decollati!

E domani, Mercedes
sfogliare pagine del tempo perduto
tra meringhe e sorbetti al Biffi Scala.



Versiones Pedro Marqués de Armas




viernes, 11 de septiembre de 2015

Dos o tres elegancias





Virgilio Piñera


Con dos o tres elegancias,
de la moda encantadoras elegancias,
-un drapeado por aquí, un pliegue por allá-
se harán las piruetas necesarias
para escapar a las trampas mortales.
El aire que circula es divino,
la tarde cae blandamente como el plumón de un cisne,
un helado, huérfano de la boca ávida,
se derrite con su caramelo en la copa.
¡Cuídate! Esquiva con el drapeado y el pliegue
esa mesa en que el helado se derrite,
también sobre ella está el final de tu vida,
mas con dos o tres elegancias puedes escapar:
¡Escapa! Desoye esos violines quejumbrosos,
ellos te arrastrarían a los antros,
haz de modo que las elegancias los aniquilen,
los disequen abandonándolos a la entrada de un museo.
Con dos o tres elegancias,
óyelo bien, con dos o tres...
esquivarás a los que visten túnicas de plomo,
a los que todo lo ven, menos las elegancias,
a los que se confunden con la noche,
a los que desoyen los dictados de la moda,
de la moda, por supuesto, peligrosa,
ésa que se compone de dos o tres elegancias
para escapar a las trampas mortales.



                                                
                                                                    14/agosto/72