Dolores Labarcena
Coqueteando
con las musas, entre el Steinway y el cielo raso de su cuartucho en Manhattan,
así vivió y murió… ¡Qué contar! No es época de misticismos. El tedio suprimió
la parábola del bosque, la caseta del bosque, y al guardabosque... Ceniceros
repletos de colillas. Tónicas a medio tomar. Odesa repasando un libreto. Iván de
pésimo humor por no traer paraguas. Gracias a Dios el entierro fue sin retrasos.
Pongo mi cabeza en el picadero que la pelirroja de negro era una pianista
húngara. Laszlo salvó las partituras de Paul. ¡Un milagro! Paradójico, ¿no? Al enterarme no hice más que recordar la definición poco realista de un
realista sobre la Appassionata: Maravillosa
y sobrehumana. ¡Qué contar! ¿Cómo? ¿Cuándo? Solo supimos el “dónde”.
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