martes, 19 de agosto de 2025

Colección Betania/ Caminando sin halo ni alas


Aquí presentamos Caminando sin halo ni alas. Imágenes y aforismos / Wandering Without Wings or a Halo. Images and Aphorismos (Betania, 2025) poemario bilingüe (español-inglés) de la poeta cubana Laura Ymayo Tartakoff (Case Western Reserve University) residente en Cleveland, EE UU. Edición digital e impresa; 64 pp. ISBN: 978-84-8017-476-3. PV: 15,00 euros ($20.00).

Otros poemarios de la profesora Laura Ymayo Tartakoff en Betania:

Entero lugar (1994).

Íntimo color. Cuaderno de Poesía, música y viajes (2002).

* Ángeles y peces: Los mitos y el misterio. Un breve libro bilingüe de poemas /  Angels and Fish: Myths and Mystery. A Brief Bilingual Book of Poems 
(2021).









domingo, 17 de agosto de 2025

Pasaje para cien poetas


 

"Este dossier recoge los vínculos entre Vicente Huidobro y Cuba; más una relación por fuera que por dentro de la literatura insular, involucra a Alejo Carpentier en París, y a Gastón Baquero en el firmamento poético. Salva documentos como el "Canto a Lindbergh", cuya versión original -publicada en La Habana en 1927- se suponía desaparecida, o la entrevista que concedió para Bohemia. Una serie de sospechas, de hilos quebrados, a modo de seguimiento, de investigación de rastros. Hay mensajes remotos y lejanos proyectos, un diálogo sobre mecanización de la música, crónicas, reseñas, cartas, fotografías y hasta un autógrafo".

Lo que comenzó como una revista casera, Potemkin ediciones (2013-2016),  y que contó con la colaboración de numerosos escritores cubanos, acompañando al archivo Hotel Telégrafo, se presenta ahora como un proyecto más allá de lo digital. 

El catálogo incluirá material previamente publicado en el blog, obras rescatadas o menos conocidas de escritores hispanoamericanos, antologías, traducciones, libros personales, etc. Todo bajo secreto sumario. 




Electra y el extraterrestre amarillo


"Bunggi Peloso te habla al oído. En el principio fue la Academia. Después la confusión de los géneros. Por eso este libro los revisita por separado: poesía, cuento, crónica, teatro. Biografías no menos reales que paranormales. Informes sobre el coffinismo, los chotekires y otras tribus en extinción. Una animalia propia: píndalos, mantícoras, el rinoceronte de Diktetamkuú. En fin, un ejercicio que convoca sin cortapisas a sus ilustres predecesores: Jules Renard, Marcel Schwob, Alfred Jarry, René Daumal". 

Lo que comenzó como una revista casera, Potemkin ediciones (2013-2016),  y que contó con la colaboración de numerosos escritores cubanos, acompañando al archivo Hotel Telégrafo, se presenta ahora como un proyecto más allá de lo digital. 

El catálogo incluirá material previamente publicado en el blog, obras rescatadas o menos conocidas de escritores hispanoamericanos, antologías, traducciones, libros personales, etc. Todo bajo secreto sumario. 




domingo, 10 de agosto de 2025

Alabanza de lo lejano

 

Paul Celan


En el venero de tus ojos

viven las redes de los pescadores de la mar errabunda.

En el venero de tus ojos

el mar mantiene su promesa. 


En ella arrojo yo,

un corazón que entre los hombres ha morado, 

lejos de mí mis vestiduras y el resplandor de un juramento. 


Más oscuro en lo oscuro, más desnudo estoy. 

Tan sólo al desertar soy fiel. 

Yo soy tú cuando soy yo. 


En el venero de tus ojos

derivo y sueño un rapto. 


En una red, una red queda apresada

y nos abandonamos enlazados. 


En el venero de tus ojos

estrangula su cuerda un ahorcado. 



Traducción: José Ángel Valente 



domingo, 20 de julio de 2025

Virgilio, sácanos de este infierno



Luis Chitarroni


Se pasó la vida dándole la espalda a cuanta persona o cosa le pudiera sacar beneficio, dándole a la escritura un valor y una valía excepcionales y únicos, insulares. Tal vez por eso también, el único libro de poemas que dejó, La isla en peso, no pretenda sino averiguar a dónde llegamos y dónde estamos en cada momento de nuestras vidas, en las islas instantáneas que el pleno instante no se toma el trabajo de moldear: “Poseo más estigmas en el cuerpo/ que los que exige su iglesia”, escribe el autor de La carne de René.

Desde que se lee el primer cuento de Virgilio Piñera, casi seguramente el insomnio que Silvina Ocampo, Borges y Bioy incluyen en su antología fatal, oímos que a nuestras espaldas Virgilio se va. Oímos, vale decir, Virgilio crea un efecto acústico de vacío, de alejamiento, de concavidad. Si se tratara de una mera ilusión (creo no ser supersticioso), qué curiosidad averiguar aquello que oiría quien estuviera de veras con él cuando el escritor cubano se fuera de veras. Gombrowicz, por lo menos, en El Querandí o en la Confitería Rex, en tiempos en que Virgilio formaba parte de la logia, partida o comité que se dedicaba a traducir Ferdydurke del polaco.

Muchas otras cuestiones plantea esa traducción, pero en cuanto a Virgilio sólo una: ¿por qué se le habrá ocurrido a Witoldo que Virgilio podía intentarla? ¿Lo había leído Gombrowicz en castellano, o de Virgilio emanaba el mismo coraje y el mismo miedo para no reverenciar el mundo, sobre todo el mundo intelectual?

Virgilio Piñera nació en 1912 en Cárdenas, Matanzas, Cuba, y pasó los primeros años de su vida entre Guanabacoa y Camagüey. ¿Guajiro mixto? Ocupó, para algo que necesitó desocupar el escritorio primero, poemas, ensayos, teatro (que acaso podría ocupar el primer lugar), narraciones de variada extensión. Así como su vida fue atestiguada por lo menos por tres escritores, su devoción por la poesía cubana tiene también tres apóstoles: Julián del Casal, Juan Clemente Zenea y José Jacinto Milanés.

Este gusto por lo propio, que es a veces lo más ajeno, se desprende de su vida a los arañazos, no sin violencia, como sus idas (dudosamente escapes o regresos), como sus fugas. De modo que el escritor pequeñito, provisto casi siempre de un paraguas, merece como pocos la caracterización de cine mudo con que se proponen a la vez evocarlo y averiguarlo. En realidad, el Virgilio legendario se pega al Virgilio anónimo, que le dio prioridad de huida a Buenos Aires; sospechaba en ella un cosmopolitismo que nunca se propuso explorar. O que exploró de sobra, a su manera enjuta.

Dio con Gombrowicz porque el tropiezo parece ser el gag imprescindible de los cómicos de slapstick. En realidad, da la sensación de que anduvo por la ciudad como caminaba por La Habana, como solía verlo o acompañarlo Antón Arrufat, quien le dedicó un libro incomparable, Entre él y yo, que guarda esos secretos favoritos de la profesión, los que se niegan a confesar aquello que revelan, una verdad general pero difusa; no vale la pena averiguarla.

Los escritores que van de aquí para allá sin motivación real, como perdidos, son autistas a los pies de alguna circunstancia o circunspección obligatoria. Es ese método pérfido el que le permite saber qué renglones o estrados caminarán después sus personajes: René, que ya había recorrido El camino de toda carne, de Samuel Butler, o Electra Garrigó, comediante y mártir.

Cuando las caminatas de Virgilio tenían un destino, el derrotero solía ser olímpico. Iba por el Paseo, donde está la estatua de bronce de Zenea. Que vivió en el destierro para volver y ser fusilado, con las acusaciones de traidor y espía, rumbo a la casa de Lezama Lima.

Si a Julián del Casal, Virgilio pudo decirle: “Como un pájaro ciego/ que vuela en la luminosidad de la imagen/ mecido por la noche del poeta, una cualquiera entre tantas insondables/ vi a Casal/ arañar un cuerpo liso/ bruñido,/ arañándolo con tal vehemencia/ que sus uñas se rompían,/ y a mi pregunta ansiosa respondió/ que adentro estaba el poema.”

“Apártate de él”, le dijo a Antón Arrufat Eloísa Lezama, hermana del poeta de Enemigo rumor, “es un pájaro de talento amargo”. Rapsodia de los rasguños del mulo, a todo pareció tratar de igual modo Virgilio, algo que inventa un repertorio de matices, porque los objetos y los sujetos son lo que exigen diferencias de grado y desagrado, sobre todo cuando se intenta averiguar de ellos la circunstancia de su concentración en la entrada en materia.

Virgilio fue un experto en eso porque era su “pasión y su paciencia”. Esta última, en resumen parece poca, pero la vida entre reinos que se gastan es a la vez como una partida (de ajedrez) y una canción de gesta.

Virgilio vigila la hora de su reloj pulsera para asegurar su puntualidad. “La puntualidad es la cortesía de los reyes”, se vanagloria. Es una máxima stendhaliana, que tiene la modestia feliz de su repertorio inefable, despojado de las respetables ínfulas de La Rochefoucauld y otros moralistas. Stendhal se había tomado la responsabilidad y el trabajo civil de no serlo. Virgilio la de ser, como Arrufat, un “muerto civil”, el huésped de la hospitalaria beatitud de otros difuntos en civilidad.

Va con su paraguas y los espaguetis, parte de la frugal ración que se permiten después de leer en voz alta –dramaturgos insulares– la obra de alguno de ellos. Contra el manjar lezamesco, contra su cornucopia, esta cena racionalizada. Por circunstancias ajenas a sus voluntades literarias, ambos escritores deben de seguir enfrentándose.

En una literatura tan austera y secreta, Virgilio Piñera es un maestro de la adjetivación; nunca parece que la necesita, sino, sustantivo como Brancusi, sólo que no la necesita. Llega a ella con la misma abstinencia que camina, que se dirige a algo, estatua de la que sospecha, y merece, extraer el trofeo y enigma, o ritual del que saldrá con algo valiosamente íntimo, por ignorancia o por indiferencia.

Virgilio supo escribir en contra, como Gombrowicz. Y contra aquello que no supo, sabía oponer el fantasma de su vocación sin consuelo, esqueleto quijotesco exento de vehemencia y armadura. Por eso queda atrás, dándonos la espalda. No le importa que nos alejemos por un rato. Sabe que, aun con la certidumbre de no encontrarlo, vamos a regresar a buscarlo. A encontrar su vastísima ausencia que en nada se parece a su apariencia. O que imploraremos, como lo hace Severo Sarduy: “Es por eso que a Roma, y de rodillas,/ iré a exigir que lo proclamen santo”.



Publicación original en Clarín; tomado de Incubadora. Archivo, Academia & Aceleración de Ideas.

©Piñera y Gombrowicz en Buenos Aires 


sábado, 19 de julio de 2025

El slow return

 



Luis Chitarroni 


Porque un segundero irredento, una

 

tonsura alrededor, un derrotero,

un empeine jurásico, una irrevocable

circunstancia, el edicto de Nantes. Porque alguna

niaiserie en compota, una saga

rojinegra, cárdena, Stendhal

 

cuando una ciénaga agrupada

agolpada, encabalgada como la tormenta cejijunta

de Empson. La negrura

en general. La cerrazón.

                                                     Oíd, mortal.

 

Acaso merezcamos

todas las veleidades

las paradojas en falsete

del espacio exterior.

 

Acaso nos hayamos

atorado

de prestar atención

a todo lo que juiciosamente

nos rodea, nos cierne, nos ciñe,

 

y el propósito siguiente,

como un paso que nos negamos

a dar, ensucie

el círculo de tiza caucasiano

o un anciano lo reduzca,

calzada, círculo al fin, Giotto,

derrota de la moral

por esprit de géometrie.

 

Santo y seña sin interés,

remoto Monte Calvo,

descenso. Scrotum,

oid, mortal.

Nos consta, nos consta

que no recibiremos

 

Putas en Bizancio.

Linneus, Oh (Ío) Linneus!

Que nadie nos granjeará

 

Amistad con los mandarines,

los mandamases,

la silva estrella, toda preocupación

formal estéril es, habida cuenta

de que babea (Lezama dixit)

el principio formal

 

y ahora o nunca. Ahora, nunca

(lo mismo da) los sempiternos

garabatos de cualquier teología,

trazados en la giba de contrato

del camello o dromedario

que no pasará por el agujero,

 

ingenuamente predica:

oíd, mortal.

Oíd, Godzilla.

No esperaban esto. La puñalada trapera,

el anuncio litoral

esta tonsura epilógica, episcopal

me gustaría ser Yervuchenko, Vachel Lindsay

                                        ¡Walt Whitman!

 

Después de sonrojar y sonrojarme,

y sonrojadamente arrojar

lejos la estrella equidistante

 

a tu grupa mi moral

 

esta plegaria retoza.

Rezo, equidistante estrella, vivir

de a ratos así. Vivir, sí, de a ratos.

 

¿Cómo pedirle al Maestro,

cómo pedirle a Rumí.

Autorización para, ah, Sarlo o serlo?

¿SAKI?

 

Ah, Barabtarlo. No ese poeta al rastrón

-no se es poeta al rastrón-.

Oíd, mortal.

 

Se espera y expide de veras

se esquiva la posta y la venia

se reconcomian se desdeñan

 

Pensar que ayer

crédito le di.

 

Aunque nada tengan ya

que ver el spermatikos logos

con los barbelognósticos,

con los heterocistos.

 

No se es poeta al rastrón

no se es poeta al rastrón

interroga de nuevo a los enhiestos.

Inaugura en raíz íntima

de los internados

la salud mental.

Virtuoso por fin

el leve viento

que gracias a su oído de sermón oí.

 


De Una inmodesta desproporción, Buenos Aires, Mansalva, 2023, pp. 181-84.


jueves, 10 de julio de 2025

Un gato en un piso vacío

 


Wislawa Szymborska

 

Morir, eso no se le hace a un gato.

Porque qué puede hacer un gato

en un piso vacío.

Trepar por las paredes.

Restregarse entre los muebles.

Parece que nada ha cambiado

y, sin embargo, ha cambiado.

Que nada se ha movido,

pero está descolocado.

Y por la noche la lámpara ya no se enciende.

 

Se oyen pasos en la escalera,

pero no son ésos.

La mano que pone el pescado en el plato

tampoco es aquella que lo ponía.

 

Hay algo aquí que no empieza

a la hora de siempre.

Hay algo que no ocurre

como debería.

Aquí había alguien que estaba y estaba,

que de repente se fue

e insistentemente no está.

 

Se ha buscado en todos los armarios.

Se ha recorrido la estantería.

Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.

Incluso se ha roto la prohibición

y se han desparramado los papeles.

Qué más se puede hacer.

Dormir y esperar.

 

Ya verá cuando regrese,

ya verá cuando aparezca.

Se va a enterar

de que eso no se le puede hacer a un gato.

Irá hacia él

como si no quisiera,

despacito,

con las patas muy ofendidas.

Y nada de saltos ni maullidos al principio.


 

Trad. Abel A. Murcia Serrano


jueves, 3 de julio de 2025

Dostoievski

  


JAHANBEGLOO

¿Puede hacerse un paralelo entre el personaje de Bazarov y algún personaje de Los endemoniados?

BERLIN

No, porque Dostoievski realmente odiaba a los radicales. Usted sabe que él mismo lo fue antes de 1849. Lo cierto es que empezó a pensar que eran materialistas destructivos que trabajaban contra la salvación del hombre por la fe cristiana; una fuerza satánica. Cuando oyó que Netchaiev estaba envuelto en el asesinato de un miembro de su propio partido, sin duda un traidor, pero en realidad porque pensaba que la complicidad en un crimen cohesionaría al grupo, se convenció de que en aquello iban a caer todos los revolucionarios. Los endemoniados es una referencia al Nuevo Testamento: Cristo hace que el diablo posea a los canallas gadarenos, y éstos se ahogan. De ese texto tomó Dostoievski el concepto de endemoniados. Pensaba que los revolucionarios pueden llegar a infectar a la gente común de locura satánica, llevándola a destruirse inevitablemente. La revolución, para Dostoievski, era un cami-o hacia la autodestrucción, y Netchaiev un ejemplo extremo de las consecuencias últimas del pensamiento revolucionario: mentiras, perversión moral, asesinato, pecado contra el Espíritu Santo, deshumanización total.

JAHANBEGLOO

Parece que Dostoievski hubiera profetizado el advenimiento de la Revolución rusa y el stalinismo.

BERLIN

Así es. Estoy seguro de que habría reaccionado igual que Solzhenitsin. Solzhenitsin se cree Tolstoi, pero se parece mucho más a Dostoievski.

JAHANBEGLOO

¿Por qué denunció Dostoievski a Turgueniev?

BERLIN

Porque lo consideraba occidental y, por tanto, traidor a las aspiraciones del espíritu ruso. En Baden-Baden se lo dijo. Turgueniev era un liberal, un miembro de la intelligentsia, mientras que la salvación estaba únicamente en la Santa Rusia.

JAHANBEGLOO

¿Cómo es que nunca ha escrito usted sobre Dostoievski? 

BERLIN

Me doy cuenta de que es un genio, pero no me identifico mucho con su filosofía de la vida; es demasiado religioso para mí, y encima clerical. Además, leer a Dostoievski me amedrenta: puede llegar a dominarme totalmente. De pronto uno se encuentra en una pesadilla, el mundo personal se le vuelve obsesivo, siniestro, y uno quiere escaparse. No quiero escribir sobre esto. Es demasiado fuerte, demasiado oscuro para mí. Soy irremediablemente secular. El cristianismo de Dostoievski es de esa clase en que la santidad limita con la locura.

JAHANBEGLOO

¿Como en Kafka?

BERLIN

No. Kafka es más compasivo. Es más realista. En Kafka todo está descrito con cierta ironía y los objetos son de lo más naturales. Dostoievski es como una lupa. Si uno pone una lupa sobre un papel a la luz, lo chamusca. El papel se distorsiona. Lo mismo hace Dostoievski con la realidad. La luz es tan fuerte que quema. Esto lo dijo el crítico Mi-jailovski, que llamó a Dostoievski "talento cruel", y es cierto. Hay momentos en que es demasiado salvaje, como D. H. Lawrence o Knut Hamsun. 

JAHANBEGLOO

Bueno, es la luz del genio. 

BERLIN

No, es el fuego. Distorsiona la realidad.

JAHANBEGLOO

¿Está de acuerdo con Sergei Bulgakov, cuando sostiene que las novelas de Dostoievski expresan el dolor moral y la enfermedad de la conciencia de la intelligentsia rusa?

BERLIN

No estoy de acuerdo. Porque yo estoy de parte de la intelligentsia rusa -gente esencialmente sana, aunque inquieta- y contra Bulgakov. En un tiempo Bulgakov había sido uno de ellos, pero se convirtió. La observación a que usted alude la hizo después de hacerse cura. Tras la Revolución de 1905, los que buscaban la salvación espiritual se dieron a pensar que la intelligentsia rusa se había equivocado; para ellos 1905 fue una especie de bancarrota. Habían empezado en la izquierda y se volcaron bruscamente a la derecha, contra las reformas radicales, contra toda acción política; y se volvieron hacia sí mismos, buscando salvarse mediante la transformación individual.

JAHANBEGLOO

¿De ese modo cambió Berdiaiev?

BERLIN

Sí.


Isaiah Berlin en diálogo con Ramin Jahanbegloo, Anaya & Muchnik, 1993, pp. 224.


miércoles, 25 de junio de 2025

A mi padre

 


Leonardo Sinisgalli


El hombre que regresa solo

tarde en la noche de la viña

agita los nabos en la bañera

brota del callejón con la paja

manchada de verdín.

El hombre que lleva tan fresca

suciedad en sus zapatos, olor

de fresca noche en su ropa

se detiene en la fuente, habla

con un estanciero que arranca hinojos.

Es un hombre, un pequeño hombre

al que observo de lejos.

Un punto vivo en el horizonte.

Quizás su pupila

se ilumine esta noche

junto al estanque 

donde seca su frente.

 


A mio padre


L’uomo che torna solo

A tarda sera dalla vigna

Scuote le rape nella vasca

Sbuca dal viottolo con la paglia

Macchiata di verderame.

L’uomo che porta così fresco

Terriccio sulle scarpe, odore

Di fresca sera nei vestiti

Si ferma a una fonte, parla

Con un ortolano che sradica i finocchi.

È un uomo, un piccolo uomo

Ch’io guardo di lontano.

È un punto vivo all’orizzonte.

Forse la sua pupilla

Si accende questa sera

Accanto alla peschiera

Dove si asciuga la fronte.



Traducción: Pedro Marqués de Armas 


domingo, 22 de junio de 2025

Campos Elíseos

 


Leonardo Sinisgalli


Más allá de la dulce provincia del Agri

alcanzaron las costas soñadas,

oscuros muertos familiares.

Sus cadáveres han alimentado

el verdor de los huertos.

Los campos de habas se han extendido

allende las puertas:

Donde la edad de las rosas ardió soberbia,

las cabras pisan la tierra

en días de sequía.

 


Campi Elisi

 

Di là dalla dolce provincia dell’ Agri

siete approdati alle rive sognate,

oscuri morti familiari.

Le vostre salme hanno dato salutre

al verde degli orti.

I campi di fave si sono allargati

oltre i cancelli:

Dove arse superba l´età delle rose

le capre pestano la terra

nei giorni di siccitá.

 


Traducción: Pedro Marqués de Armas



sábado, 7 de junio de 2025

Vía Velasca



Leonardo Sinisgalli


Tantos años de trasiego 

casi la ha desfondado, la calle

increíblemente es más estrecha. 

Esta es mi hora, mi hora querida.

Recuerdo la noche en que a la tenue luz 

todo rumor se apagó y repicó mi nombre 

en sueños hasta desaparecer. 

La calle se curva, el día

gotea desde los tejados:

Esta dulce hora suena en el pecho.

No es más que una larva remisa  

la luz, un destello: dentro de la pecera

un pez se ilumina.


Via Velasca


Il calpestìo di tanti anni

L’ha quasi affondata, la via

Incredibilmente si è stretta.

Questa è l’ora mia, la mia ora diletta.

Io, ricordo la sera che alla fioca

Luce si spense ogni rumore, un grido

Disse il mio nome come in sogno e sparve.

La via s’incurva, sgocciola

Il giorno dalle cime dei tetti:

Quest’ora dolce suona nel petto.

Non è che una larva restìa

La luce, un barlume: entro la boccia

Di vetro un pesce s’illumina.



Versión: Pedro Marqués de Armas 



domingo, 1 de junio de 2025

La tragedia de las hermanos siameses


José Manuel Poveda

 

Nacieron juntos, deformemente juntos. Estaban unidos por el vientre, y tenían un solo estómago e intestinos comunes; pero cada uno tenía su corazón y su pensamiento. El padre extraño y la madre oscura que los engendraron, quisieron separarlos; pero al comprender que un hermano no viviría sin el otro, esperaron a que muriera por sí mismo aquel doble hijo único. Sin embargo, el monstruo logró sobrevivir a su propio absurdo, y los hermanos siameses fueron creciendo juntos, monstruosamente juntos. Durante años, los dos hermanos no tuvieron concepto sino de una sola existencia.

Como las necesidades eran las mismas; como la educación, las sensaciones, las percepciones eran idénticas; como su odiosa fraternidad abdominal los obligaba a estar de acuerdo perfecto en todo, a gritar con gritos simultáneos y a moverse con gestos complementarios, los hermanos siameses no pudieron imaginar, durante largos años, que fueran dos seres distintos. El dolor contraía a un mismo tiempo sus músculos; todas las necesidades bestiales los movían con isócronos movimientos. El monstruo ponía entonces en marcha sus cuatro piernas, o alzaba en desesperación los cuatro brazos, o lloraba con un llanto acorde por sus dos bocas abiertas. Sólo las sensaciones leves, aquellas que originan los deseos lentos, conocían un intervalo discriminativo; uno de los hermanos siameses la experimentaba primero, y el otro la recibía como un eco. Así, cuando en las tardes claras, sentados sobre sus piernas recíprocas, paseaban en cochecito, se les veía imitarse los gestos con suaves reflejos idiotas, sin observarse el uno al otro, pero tan íntimamente ligados como si fueran un solo espíritu. Y, no obstante, la infancia del monstruo fue triste. Repulsivo a causa de su grotesca anomalía, jamás logró ser acariciado. Siempre a distancia de todos, y capaz de despertar la curiosidad, pero incapaz de provocar las ternuras, el ser absurdo ignoró siempre todo amor, mimo, cariño, abrazo; y sólo tuvo en torno suyo el silencio y el desprecio.

Durante la infancia esa realidad le era sensible sólo por una vaga conciencia de su soledad; y en tales instantes el monstruo lloraba, sin saber por qué, sacudido por un cierto terror indefinible. Más tarde, cuando los hermanos siameses comprendieron ya el lenguaje de los hombres, y pudieron imaginar el sentido de algunas palabras abstractas, el sentimiento de soledad y de terror trocóse en un extraño impulso de rebelión, de protesta exasperada contra una injusticia cuya fuente no sabían ver en sí mismos. Y así llegaron a considerar a los hombres como un adversario enorme y lejano;  y entonces se abrazaron como para luchar estrechamente con el enemigo sin contorno que los perseguía a sonrisa y a desdén. Pero no en vano cada uno de los hermanos siameses tenía su corazón y su pensamiento. Las dos cabezas, unidas en una sola voluntad por las necesidades comunes, debieron llegar a pensar palabras, y hubieron de sentir diversamente, sobre el corazón, el eco de sus palabras. Iban comprendiendo, con lentitud, su vida y la vida; y a causa de que la iban comprendiendo de distinta manera, según sus facultades peculiares, al cabo se miraron en los ojos y quisieron formular en silencio una pregunta nueva. "Hermano", prorrumpieron simultáneamente, pero la palabra hermano se les heló en la boca, y ya después no se atrevieron a decirse lo que habían pensado.

Desde ese día, empero, comenzaron a distanciarse los hermanos inseparables. Uno era más bueno; otro era más fuerte. Uno era más simple; otro más soberbio. Uno era más un corazón; el otro era más un espíritu. Uno clavaba en el otro los ojos tristes; el otro miraba hacia lo lejos. Jamás se explicaron, ni discutieron nunca. El vientre común les conservaba el acuerdo supremo de los deseos bestiales, y del llanto y de la risa; y así conservaban una sola voluntad. Pero, un día tras otro, dejaron de amarse. El uno, el que era más corazón, recelaba y sufría. El otro, el que era más espíritu, despreciaba y soñaba. Llegaron a odiarse sin palabras cuando comprendieron, al fin, que su propia fraternidad monstruosa era la causa del dolor común; cuando supieron que eran desgraciados sencillamente porque eran inseparables. Así vivieron todavía mucho tiempo, y pasearon entre las multitudes su soledad colérica. Así, convertidos en un espectáculo, fueron lanzados a que ganaran su pan de las muchedumbres; y conocieron a todos los hombres, y aprendieron, en los propios rostros de los espectadores que salían, por millares, a su paso, toda su propia miseria y su esclavitud abominable. Fue en ese viaje por entre las turbas como precisaron los hermanos siameses la necesidad de estar solos, y el horror de no poder estarlo nunca.

Y al fin llegó a pesarles de tal modo su fraternidad sin nombre, que, al quedar entregados el uno al otro, el hermano soberbio volvía el rostro, para respirar; y el hermano simple cerraba los ojos, para dormir. Una noche, terminada la penosa jornada, los hermanos siameses se tendieron, rostro con rostro, sobre sus costados. El hermano bueno cerró los ojos. El hermano fuerte se le quedó mirando. Se quedó mirándolo con los ojos fijos, muy abiertos y muy fijos. Y quizás por tenerlos tan abiertos  y tan fijos, de pronto los ojos se le llenaron de lágrimas, y después se le llenaron de sangre. El hermano simple abrió los ojos, sobresaltado como por un alerta íntimo; pero ya el hermano soberbio se le había aferrado al cuello, y lo ahogaba, y, como la víctima lanzara un grito, el victimario le aplastó la boca con la boca, y le clavó los labios con los dientes. Y así, en silencio, continuó ahogando el hermano al hermano, loco, sublevado, en un frenesí de odio delirante, sin objeto y sin raciocinio; en un terrible temblor de crimen y de sacrificio,  hasta que el hermano dejó de moverse, exánime de la misma muerte que había perpetrado.

Así quedaron muertos los hermanos siameses; pero sus bocas cosidas parecían entonces besarse furiosamente; y el abrazo de agonía era más íntimo, más estrecho, más confiado, más amante que nunca, como si por primera vez se hubieran abrazado libremente.


jueves, 29 de mayo de 2025

La mujer que cantaba

 


José Manuel Poveda

 

Todas las noches, a la misma hora, era el mismo grito. Hace ya varios años de que no lo escucho, y lo siento vibrar todavía en mis oídos, y hoy como siempre me estremece el alma. Precisamente las noches en que el silencio es más profundo, aquellas en que nos parece que ninguna palabra humana va a ser oída por los hombres, son las que me recuerdan con mayor intensidad la voz sin palabras.

Era en mis días de desastre, los que pasé oculto entre los palmares y los vegueríos del Anama, asustado de mi suerte y seguro de que no podría sobrevivir a mis desgracias. Estaba avergonzado de mi vida, comprendía lo vulgar de mis caídas, y trataba de estar solo para recobrar algún dominio de mi alma, el control de mi pensamiento, fuerzas inesperadas que me sirvieran a mí mismo para dominarme el corazón rebelde. Escribía durante la noche estrofas enfermizas; trazaba largas páginas de prosas creadoras, más fuertes que mis brazos y más altas que mi frente. Entonces trataba de curar con remedios de inteligencia los males instintivos, y me hacía un poco mejor para salvarme de un descenso irreparable.

Siempre estaba solo, y nunca escuchaba a nadie. Me creía conocedor de todos los secretos de los hombres, y mi interés no estaba en descubrir verdades ya sabidas, sino en expresar los pensamientos y los sentimientos de todos aquellos incapaces de expresarlos con sus labios ni con sus manos.

Estaba completamente solo. No tenía más compañeros que los aceros y los maderámenes de la vivienda rústica, construida contra los vientos del mar del sur; no miraba nada ajeno que no fuera los paisajes estrechos, iguales e invariables, de las vegas cercanas y de las palmas tísicas, tranquilas y calladas como las aguas del Ariguanabo.

Pero una voz de mujer, una voz lejana y vibrante, llegó hasta mi soledad como un pájaro perdido que lanzara por mi ventana la tormenta. Era la voz de una mujer que cantaba, todas las noches y a la misma hora; una mujer desconocida, que sólo por su canción podía interesarme, y a la cual no había visto nunca; que no fue ni ha sido nunca para mí otra sino “la mujer que cantaba”.

Sus canciones no eran como las guajiras que en la playa de Cajío, cerca de los manglares interminables, o junto a las cañas y los guanos de San Antonio y dentro de las mismas vallas de gallos, en noches de orgía campesina, yo había gozado con Rufina. No eran tampoco canciones de moda, traídas del extranjero y repetidas por tenores de teatro chico. No eran tampoco cantares rústicos de cantadores orientales, ni de sones, ni de tristes, ni de boleros. Las canciones de la mujer que cantaba eran solamente un grito.

Eran un grito, una serie de gritos, un grupo de gritos, modulados, medidos, alargados, sostenidos, combinados. Eran gritos rítmicos, melódicos, armónicos; pero eran solamente gritos. Esas canciones sin palabras eran mudas. No se quejaban, no protestaban; no hablaban de amor, ni de olvido, ni de engaño, ni de desesperación, ni de crimen, ni de odio. No expresaban ningún motivo poético, ni sentimental, en ninguna forma lírica. Eran solamente un grito. Me parece que lo escucho todavía. 

Aquella canción única llegó a ser para mí, una noche tras otra, tanto como una compañera. Voz de mujer, aquella voz traía a mi soledad una mujer. Voz de ansiedad, traía sílabas ansiosas a mis labios. Yo podía hablar por ella y expresarla. Ella levantaba pensamientos míos anulados, deseos casi extinguidos. Revivía en mí pasiones muertas. Yo me sentía, mientras aquella mujer cantaba, acompañado dentro de mí mismo por un alma nueva dentro de mi alma, como si mi propio espíritu quisiera decir palabras suyas que jamás hasta entonces pudo descubrir. Y así necesitaba de aquella voz nocturna como se necesita a una compañera, la que acaricia, comprende, consuela, y que nos expresa con su boca nuestras ansias. Y yo me preguntaba cómo era posible que encontrara elocuencia, verdad y un alma viva, en una voz tan igual siempre y tan sin palabras, que no era en realidad otra cosa que un grito. Yo me lo preguntaba, pero nunca quise contestarme.

Una noche (¡qué noche, qué recuerdo imborrable en mi vida!) esperé la cantata nocturna con una ansiedad extraña. Estaba intranquilo, como el que teme que la Esperada no va a llegar, que la promesa jurada no va a ser cumplida. Y cuando resonó el canto de siempre, yo sonreí con la felicidad del amante que, tras una larga espera, ve llegar a su querida.

Mas aquella noche (¡qué noche; qué recuerdo imborrable en mi vida!) la canción fue más breve que nunca. La voz era exacerbada, violenta y sin ritmos. Parecía una voz loca, un canto de desastre, un grito de auxilio o de alarma; un aviso de catástrofe. La encontré rara como nunca, incomprensible. No era la misma voz, la que tanto me hizo soñar, recordar, presentir. Aquel era otro grito distinto, un grito de muerte, de sobresalto, de blasfemia, de despedida para siempre. Un grito de madre a la que se le muere un hijo; un grito de hembra a la que le matan a su hombre; un grito desesperado de quien se siente herido el corazón. Yo estaba agitado, inquieto, mientras la voz cantaba. Después hubiera querido buscarla, responderle, interrogarla, y gritar yo también a su lado.

Pero de pronto se escucharon otros gritos, otras voces extrañas. Ya no era sólo su voz: era otra voz de multitud que se congrega. Después fue su voz muda: ya había cesado el canto y se escuchaba un clamor de muchedumbre en pánico. Yo vi por la ventana reflejos de incendio: la claridad de una llamarada. Salí entonces a la calle, exasperado. Y vi que: un rancho pequeño, a varios metros de distancia, estaba ardiendo, y que muchos hombres corrían hacia él. Después no vi sino un montón de yaguas quemadas y un cuerpo de mujer, en el suelo; un cuerpo quemado, con las ropas quemadas, con el cabello quemado. Vi la cara ennegrecida por el fuego y la boca abierta, como si cantara. Era el cuerpo de la mujer que cantaba. Yo quise verla más cerca, más cerca, para levantarla, besarla, salvarla. Quise verla más cerca, pero ya no pude ver nada.

 

Orto, Manzanillo, X, n. 28, p. 4, 30 de septiembre de 1921. Imagen: Joan Miró, La danza del fuego


domingo, 25 de mayo de 2025

Senderos hacia Milita

 

Pedro Marqués de Armas 

 

La mujer de Poveda, la hembra-macho de nuestros campos, no quería que Poveda escribiera.

Si lo veía escribiendo, le decía: Así que otra vez haciendo versitos. Y Poveda respondía: No, Milita, son cosas del Juzgado.

La mujer del hombre importante, del abogado en que el poeta se había convertido, lo tenía amarrado. Casi que lo apartó de las drogas.

Por eso, cuando el poeta se fue del aire, a vuelo de sapo, la viuda entró en un duelo rabioso. Y Dios la castigó de nuevo llevándose a uno de los hijos.

Cada vez que abría el armario y veía la levita colgando, le daba un ataque, sobre todo si era sábado (porque Poveda murió un sábado).

Ya no volvía de los pueblos: Media Luna, Maffo, Matías. Únicamente merodeaban los curiosos. Que si había sido un gran hombre, que si un gran poeta, que Dios lo tenga en la gloria.

Y Milita se sentía cada vez más rabiosa.

Antes entraba un salario y no faltaba de nada.

Un sábado, porque era sábado, sacó los cajones donde había echado la papelería del difunto y los llevó al patio.

Encendió una hoguera y fue arrojándolos uno tras otro. 

Un cuaderno “así de grande” que, se supone, era la novela que escribía de noche, la Amante, como decía Milita con malicia, en la que llevaba doce años trabajando.

Nadie supo muy bien de qué trataba Senderos de Montaña, anunciada una vez como “novela histórica" o de la "emancipación nacional". 

Tres cuadernos medianos que, según conjeturas, eran sus diarios y donde, además de anotar sus visiones, sueños y lecturas, registraba con escrúpulo las dosis de morfina.  

Otros, más pequeños, en que se veían algunos caracteres chinos y que tal vez se correspondan con sus últimos y ya átonos poemas.

Cartas, dibujos, acuarelas del amigo Boti, un diploma de Derecho.

Y, finalmente, la traducción completa de Rimes Byzantines de Augusto de Armas, su ídolo parnasiano. 

Todo eso ardió.

Cuando acabó de incinerar el último papel, Milita sintió una extraña paz y se tendió a la sombra de una algarroba. Pero no le duró mucho. A la noche intentó quitarse la vida empinándose un frasco de arsénico. 

Curioso que, habiendo obrado con fuego, no se diera candela.


lunes, 12 de mayo de 2025

José Juan Tablada

 

Ramón López Velarde 

Yo, que me senté a la mesa de sus buenos tiempos cocineros, acabo de mirarlo comer un aséptico platillo de chícharos. Luego, con su venía, recogí de los originales que desplegaba en su cuarto de hotel, como un contrabandista sus tesoros, estos apuntes: “Sin amargura cantará el poeta, llevándose la mano a los riñones, ¡oh mutas de mi dieta!”.

Uno de estos días, el general Lucio Blanco llamaba a Rafael López “el gato en la leña”. Recojo la definición. En un estricto sentido para decir que aquí donde hay ese gato, donde Díaz Mirón es el puma y donde González Martínez es el búho, Tablada es el ave del paraíso. Como tal, induce a error a los que lo juzgan personaje de frivolidad y de moda. Porque la química de sus colores y el secreto de su dibujo se esconderán sin remedio a los hojalateros que, con sus pitos de agua, se asoman a la línea de fuego de la poesía.

La misma cosa se ha negado al autor de “Ónix” en la vida y en el arte: cordialidad. Examínenlo con ojos sociales o políticos los que así quieran. Quienes posean conciencia literaria, carecen de derecho para ignorar la emoción que palpita desde la alborada del Florilegio hasta Li-Po. Verdad que Al sol y bajo la luna contiene más de una página de decaimiento; pero también otras culminantes, como aquella, ya divulgada: “Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida...”. Un día... es, simplemente, un libro perfecto, no sólo por su médula vital, sino por la victoria que las modalidades expresivas consiguen sobre la crasa dicción de la ralea. Si los grandes poetas son aquellos que ejecutan el círculo vicioso de la vida, como Campoamor, cuando decía “las hijas de las madres que amé tanto, me besan hoy como se besa a un santo”, habrá que concluir que Tablada escaló esa categoría, pues ejerce la facultad serpentina de alcanzarse a sí mismo. Entresaco de mis recuerdos un volantín de los que echa a andar cada vez que le viene en gana: “Taumaturgo grano de almizcle, en el teatro de tu aroma el pasado de amor revives” (Un día...).

Ciertamente, la Poesía es un ropaje; pero, ante todo, es una sustancia. Ora celestes éteres becquerianos, ora tabacos de pecado. La quiebra del Parnaso consistió en pretender suplantar las esencias desiguales de la vida del hombre con una vestidura fementida. Para los actos trascendentales -sueño, baño o amor-, nos desnudamos. Conviene que el verso se muestre contingente, en parangón exacto de todas las curvas, de todas las fechas: olímpico y piafante a las diez, desgarbado a las once; siempre humano. Tal parece ser la pauta de la última estética libre de los absolutismos de la perfección exterior.

Dentro de semejante inspiración, Tablada experimenta nuevas rutas. Extravagancia, declaran algunos. Es posible. Por lo que a mí toca, me sostengo curioso, oliendo la pólvora sin humo del portalira y haciendo votos porque el tema de la excentricidad no ciegue a los visitantes del laboratorio ni los encolerice. Nada más amargo que tratar a empellones los asuntos del espíritu.

En prosa y en verso ha tenido el estilo espadachín, sin el cual el literato moderno se expone a ser arrollado por las turbas. En verso y en prosa, su numen significa el agua de contra-cólera para los atacados de vulgaridad atmosférica.

Las sustancias de su química pueden perder o salvar a los lectores, según la disposición de alma con que se acerquen. El practicante estulto o bajo perecerá en la belleza explosiva de un hipnotismo de lo cromático, al convencerse de Carolina Otero o de la Pestet, en Florencia.

En nuestra lírica, sus frascos son, acaso, los verdaderos endiablados, y el cerebro que ha suprimido las calaveras en las etiquetas está, de seguro, amasado en rojo, merced a una plétora de claveles.

Loor a la musa de la falda guinda.

Mañana, al caer, conforme a sus propias palabras, “como pesado tibor y al deshojarle al viento el pensamiento como una flor” (Li-Po), alzarán el grito de que hemos perdido un poeta de arte eximio, un fruto que nos envidiará la madurez de los cenáculos europeos. Mientras eso ocurre y ojalá yo no lo contemple, José Juan Tablada, tu plenitud de lira, resiste a lo obtuso y se renueva, por innominado sortilegio, en el estanque de la diplomacia. Acumula, sin cesar, el mineral que se defiende de los óxidos de los siglos; sobre la fábula retentiva en que se basa la inmortalidad, repetirá la sentencia de Paul Fort: “Los Reyes Magos están sepultados en mi jardín”.

 

                                                                                                Marzo de 1920

Revista de Revistas, México, 10 de enero de 1937.


domingo, 11 de mayo de 2025

Antonin Artaud

 

André Gide


Hacia el fondo de la sala -de aquella querida y antigua sala del Vieux Colombier que podía contener trescientas personas aproximadamente- se hallaba una media docena de bufones que se presentaba a esta sesión con la esperanza de divertirse. ¡Ah, no dudo que habrían sido interceptados por los amigos fervientes de Artaud repartidos a lo largo y ancho de la sala! Pero no: tras un tímido intento de abucheo, ya no fue necesario intervenir... Asistimos a este prodigioso espectáculo: Artaud triunfaba, tenía a raya la burla, la insolente estupidez; dominaba...

Conocía a Artaud desde mucho tiempo atrás, como también su zozobra y su genio. Nunca como entonces me pareció tan admirable. De su ser material subsistía únicamente lo expresivo. La gran silueta desgarbada, el rostro consumido por la flama interior, las manos del que se ahoga, ora tendidas hacia un inasible auxilio, ora estrujadas por la angustia, ora envolviéndole casi siempre con ardor la cara, ocultándola y revelándola alternativamente, todo en él nos narraba la espantosa miseria humana, una especie de condena sin remedio, sin más escapatoria que la de un lirismo frenético que alcanzaba al público por medio de groseros destellos, imprecatorios y blasfemos. Y desde luego era posible encontrar de nuevo ahí al actor maravilloso en el que era capaz de convertirse este artista; pero era su mismo personaje el que ofrecía al público, con una especie de fanfarronería desvergonzada en la que se transparenta una autenticidad total. La razón se batía en retirada; no solamente la suya, sino la de toda la audiencia, la de todos nosotros, espectadores de aquel drama atroz, reducidos al papel de comparsas malévolos, de mamarrachos y de patanes. ¡Ah, no, ninguno de los presentes tenía ya ganas de reír!; e, incluso, Artaud nos había quitado a todos las ganas de reír por mucho tiempo. Nos había constreñido a su trágico juego de rebelión contra todo aquello que, admitido por nosotros, era para él, hombre más puro, inadmisible.

Nous ne sommes pas encore nés.

Nous ne sommes pas encore au monde.

Il n'y a pas encore de monde.

Les choses ne sont pas encore faites.

La raison d'être n'est pas trouvé...

Al salir de esta memorable sesión, el público callaba. ¿Qué podía uno decir? Acabábamos de ver a un hombre miserable, atrozmente sacudido por un dios, como a la entrada de una profunda gruta, antro secreto de la sibila en donde no se tolera lo profano, en donde, como en un Carmelo poético, un vates es expuesto y ofrecido a la cólera divina, a la voracidad de los buitres, víctima y sacerdote al mismo tiempo... No sentíamos avergonzados de volver a ocupar nuestro sitio en un mundo en el que la comodidad está hecha de capitulaciones.

 

Traducción: Glenn Gallardo

 

Apareció en el diario Combat el 19 de marzo de 1948, y en el número especial dedicado a Antonin Artaud de la revista 84, núms. 5-6, 1948. [N. del T.]

"Aún no hemos nacido. / No estamos todavía en el mundo. / Todavía no hay mundo. / Las cosas aún no han sido hechas. / La razón de ser no ha sido encontrada..." [N. del T.]

André Gide. La pasión moral (ensayos escogidos), UNAM, 2007, pp. 163-66.


lunes, 5 de mayo de 2025

1886

 

Gottfried Benn

 

La Pascua terminó tarde,

en el Elba florecían ya los saúcos,

pero al inicio de diciembre una increíble nevada

todo el tráfico ferroviario

en el norte y el centro de Alemania

por semanas ante ella sucumbió.

 

Paul Heyse publica una tragedia en un acto:

es la tarde nupcial, la joven descubre

que su esposo alguna vez a su madre amó,

todos muertos hace mucho. Como sea,

de la tía que la hacía de madre

recibe una ampolleta de morfina:

“No desperdiciar el dulce remedio.”

Cae atrás, busca aferrarle la mano,

la mano deTheodor (sombrío, grita):

“¡Lydia! ¡Mujer! ¡Dame té!”

Título: “Entre los labios y el cáliz”.

 

Inglaterra conquista Mandalay,

abre el amplio valle del Irawaddi al comercio mundial.

Madagascar anexado a Francia;

Rusia expulsa al príncipe Alejandro

de Bulgaria.

 

La Unión Ciclista Alemana

tiene quince mil socios.

Güssfeld logra por vez primera

la cumbre del Mont Blanc

por la ruta del Gran Mulet.

Los lebreles sobre las perreras de Pequín,

protectorado de Tula,

pecho típicamente manchado,

cazadores de lobos,

en muestra en Berlín, en la exposición canófila

Asmodey obtiene la medalla de oro.

 

Turgueniev visita todos los días

a las hermanas Viadot, en Baden Baden,

serán inolvidables,

su canción preferida, que se escucha rara vez,

Wenn meine Grillen schwirren

(Schubert),

a menudo leen Ekkehard de Scheffel.

 

Son redescubiertos:

pitecántropo,

restos primordiales,

rudimentos de Java;

se extingue

el pajarillo de Hawai

llamado “chupa miel”

por el plumaje real

con una mancha amarilla en sus alas.

 

Guerra a las palabras extranjeras,

luna, zéfiro, crisálida,

mil ochenta y ocho palabras del Fausto

germanizadas deben ser.

Revueltas de los empleados

por la clausura de los negocios las tardes de los domingos

votos socialdemócratas

en las elecciones de Berlín: 68 mil 535.

El barrio de Tiergarten es progresista.

Singer da su primer

discurso electoral.

Décimo tercera edición del Konversationslexikon

de Brockhaus.

 

Los diarios critican la escenificación

de la Potencia de las tinieblas de Tolstoi.

Una gota de veneno de Blumenthal

en vez de contar sobre un amplio consenso:

“Sobre la cabeza del conde Albrecht Vahlberg,

que goza de una posición de cuidado en la sociedad

de la capital,

se asoma una oscura nube”.

Zola, Ibsen, Hauptmann resultan fastidiosos,

Salambó falla,

Liszt cosmopolita,

aparece la columna

“La palabra del lector”

que quiere saber algo

de los calambres de la pantorrilla

y sobre la expulsión de cuerpos extraños.

 

1886...

año de nacimiento de algunos expresionistas

entre ellos el director de orquesta Furtwängler,

del compañero de estudios Kokoschka,

del mariscal de campo von W.(†)

 

Multiplícase el capital

en Schneider-Creuzot, Krupp-Stahl, Putiloff.


1944

 

Traducción José Manuel Recillas

 

Tomado de Gottfried Benn. Material de lectura, UNAM, 2013, p. 35-38.