domingo, 26 de abril de 2020

Luis XVI


   
Alberto Savinio

El punto débil de la Revolución Francesa, es que es una revolución francesa. Con esta frase de aire frívolo, simplemente queremos decir que todo lo que sucede en tierra de Francia son hechos cuyo valor "aparente" supera con creces el valor "real". Los franceses son maestros en el arte de crear el affaire. ¿Y qué es la revolución de 1789 si no un affaire, y el más grande de todos?

Se ha hablado mucho sobre la ejecución de Luis XVI. Pero esta trágica novela fue compilada por emigrantes monárquicos, por personas que no tenían voz ni voto en la revolución: no era de su competencia. Además de esto, esta trágica novela ha sido alimentada por las largas tergiversaciones que precedieron inútilmente a la muerte del rey, y por el patético encarcelamiento de la familia real en el Temple, y por el misterio que hábilmente llegó a rodear el destino del Delfín. Todo para mostrar que la muerte de Luis XVI no tiene si no una importancia romántica. En cuanto a la importancia política, es parte de las prácticas administrativas ordinarias. Una vez que se admitió el hecho revolucionario, la persona del rey debía desaparecer de inmediato. ¿Y qué desaparición más radical que la obtenida mediante el dispositivo del afamado Guillotin? Es absurdo que Luis XVI haya logrado sobrevivir bajo la dictadura de la Carmañola. Es absurdo que haya usado tantos subterfugios para evitar la solución fatal, entre los cuales, el más lamentable, haber aceptado el estatus civil del "ciudadano Capeto".

Asomado a un entrepiso en la rue de Ricbelieu, Chateaubriand ve avanzar desde el final de la calle una multitud. Marcha en la vanguardia una especie de sansculotte. Este, que en lo alto de una pértiga sostiene una cabeza cortada, la levanta hacia el entrepiso del "vizconde" y lo invita a participar de la fiesta.

Este episodio de Memorias de Ultratumba ilustra mejor que cualquier disquisición histórica el verdadero carácter de la revolución francesa. Hecho histórico, sí, pero lleno de horror y sangre, más que de resultados prácticos. Es cierto que a fines del siglo XVIII, el arte de la revolución todavía estaba en pañales. Más que a la técnica de la nueva ideología, estaba dirigida a la degollina. Revolución plebeya, revolución mal hecha. A tal punto que, al cabo de unos años, eso que debía ser el fruto de la revolución, desaparece en medio del imperialismo más pomposo. No en vano, en la edificación de París, la plaza de la Bastilla es tan pequeña en comparación con la Plaza de la Estrella.

En nuestro dibujo, las cabezas -cabezas y no más altezas- de Luis y de Maria Antonieta, han caído como frutos demasiado maduros del árbol de la guillotina. Este dibujo es una naturaleza muerta. Los ojos de los soberanos se levantan de la muerte. Sin embargo, puede ser que recurran a esa Providencia, a ese Derecho Divino que es el padre y el cuidador de los gobernantes. Y en sus labios florece esa sonrisa "monárquica", que a falta de cualidad más corpórea, era el máximo decoro, la gracia suprema de aquel rey, de aquella reina.


Versión M. Varón de Mena

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