Giorgio Agamben
Con Caproni asistimos a la despedida de todas las figuras propias
de la ateología. La despedida es ciertamente un momento característico del
segundo Caproni: (entendiendo como segundo la etapa que se anuncia con Congedo del viaggiatore cerimonioso, [Despedida del viajero ceremonioso, 1965];
pero mientras la infidelidad horderliniana se basaba precisamente en la idea de
que “la memoria de los seres celestiales no se acaba, aquí domina una sobria
“determinación de prescindencia”, en la que incluso el pathos ateológico queda
definitivamente arrinconado y la memoria de los seres divinos y humanos se
eclipsa, dejando tras de sí un paisaje completamente vacío de figuras. Por eso
Caproni consiguió expresar, acaso en mayor medida que ningún otro poeta
contemporáneo, sin sombra de nostalgia ni de nihilismo, el ethos, y casi, la Stimmung
de la "soledad sin Dios”, de la que habla el "Anexo" del libro Il franco cacciatore [El libre cazador] (“Irrespirable para la
mayoría. Dura e incolora como un cuarzo. Negra y transparente (y cortante) como
la obsidiana. La alegría que ella puede dar es inexpresable. Significa el
acceso -cortada de raíz toda esperanza- a todas las libertades posibles, incluida
aquella (la serpiente se muerde la cola) de creer en Dios aun a sabiendas -definitivamente-
de que Dios no está ni existe. Pero en la “ceremonia” infinita de la despedida,
a la que ya habíamos asistido en el Libre
cazador y en el Conde (y será entonces
posible, en verdad, como se ha observado agudamente, leer en el "Rechazo del
invitado” algo así como una Última Cena ya poco memorable), se agrega ahora una
despedida de la despedida misma, para internarse en regiones de un desajuste
cada vez más extremo entre el hombre y el Dios.
En este sentido,
resulta decisivo que tanto el Conde como
Res amissa tengan en su centro una figura
de la impropiedad. La Bestia del Cande es algo que por excelencia no pertenece
a nadie, (la fiera bestia es, en la tipología
jurídica, el tipo mismo de la res nullius
[cosa de nadie]), mientras el bien que está en cuestión en el último libro es
una res amissa, no en el sentido de
la res derelicta [cosa abandonada]
(que, según los juristas romanos, se vuelve nuevamente objeto de propiedad en
el instante en que alguien la recoge), sino a la manera de algo que permanece inapropiable
para siempre. Así como la Bestia del Conde
no era tanto una alegoría del mal (con igual legitimidad se podría ver en ella,
según una equivalencia típicamente caproniana, una cifra de la vida y del
lenguaje) cuanto de su radical impropiedad; de modo que el único mal verdadero no
era en el fondo, otra cosa que el tan encarnizado como vano intento humano de
capturarla y apropiársela, de esta misma forma la res amissa no es otra cosa que la inapropiabilidad y el carácter no
figurativo del bien (ya sea este, a su vez, naturaleza o gracia, vida o
lenguaje –o, como se lee en el primer esbozo del poema, la libertad-). La Bestia
y la res amissa no son entonces,
cosas distintas, sino las dos caras de una misma desapropiación de un único don
-o, mejor dicho, la res amissa no es
otra cosa que la Bestia convertida definitivamente en algo inapropiable, la
despedida de toda caza y de toda voluntad de apropiación (según una indicación
que comparte también la obra tardía de Carlo Betocchi: “El mal y el bien son
dos espejos / de la misma ilusión: que es la de creernos dueños, del propio ser...".
En este sentido debe entenderse la estrecha correspondencia que Caproni
instituye entre sus dos últimos libros: en su conjunto, ambos constituyen las
tablas de un díptico, en el que se compendia el preámbulo del nuevo ethos, es decir de la nueva casa de los
"deshabitantes" de la tierra.
La ciudad y la poesía
Caproni es el más urbano de los poetas italianos del siglo XX. En ningún otro la poesía vive completamente de la ciudad y en la ciudad. Montale y Penna, en quienes vibra una tensa atmósfera metropolitana, quedan indisolublemente ligados, uno al agreste paisaje ligur y el otro a la dulce campiña urbana. La poesía de Caproni es, en cambio, inexorablemente de la ciudad. No sólo Génova (“¡estoy hecho de Génova!”) y Livorno, sino también, de modo un tanto secreto y casi sofocado, la nunca nombra Roma –pero no la Roma monumental e histórica sino la casi periférica e impura del barrio en que el poeta vivió largo tiempo: Monteverde (en las contiguas variantes de “viejo” y “nuevo”). Cuando, al final, en su poesía comienza a aparecer un campo deshabitado, cada vez más agreste y nocturno, ello corre paralelo a la maravillosa ruptura del metro caproniano. Su propia poesía es la que se deshace y desvanece en los angustiados paisajes del Conte y de Res amissa. De este modo, Caproni ha vivido ejemplarmente, tras el juvenil sueño genovés, el fin de la ciudad en la fase del capitalismo que comienza en los últimos años setenta y que seguimos viviendo, sin signos visibles de salida.
Fragmento del ensayo “Inapropiada
manera” seguido del anexo “La ciudad y la poesía”, ambos en El final del poema. Estudios de poética y
literatura. Traducción y prólogo de Edgardo Dobry, Adriana Hidalgo editora,
2016.
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