Antonio Armenteros
“No existe una verdad. Hay
contaminaciones, curiosidad, búsquedas. Y son ellas las que le consienten a los seres humanos escucharse. Comprenderse…”.
Massimo Cacciari
En los últimos tiempos me llaman la atención en demasía, por denominarlas
de algún modo, las falsas novelas policiacas. No pretendo ahondar en esta definición,
en sus evidentes fallas. Aludiremos cual nota por arribita que, resulta obvio
la carencia, entre otras cosas, de bandidos y policías, amén de avances
científicos y de tramas que engarcen como debieran. Pero promocionados por la
bonanza económica de la Semana Negra del Café Gijón, en Asturias, o el Premio
Hammett, etcétera, muchos Paduritas aparecieron de los años noventa hacia acá entre
nosotros, queriendo, intentando, forcejeando por ser el autor del ciclo: Las cuatro estaciones. Puede que estemos
ante el neopoliciaco cubano.
No es, claro está, el
caso que nos ocupa. Aunque puede ser clasificada como falsa policiaca, en el
otro extremo resulta —exprofeso— mucho más que esto. Para empezar, es una
novela escrita por una mujer, santiaguera de pura cepa, publicada en España y
que por primera vez entra al ruedo. Ella, la autora/creadora/emisora, se nos
había mostrado con anterioridad: pujante, vital, asombrosa y austera; en otro
género literario, tal vez el género
tremendo de la Literatura: La poesía. Su libro de poemas, ganador del
Premio Calendario en 2002, estoy seguro que es uno de los poemarios capitales
del periodo, debut aparte. Me refiero, nada más y nada menos, al cuaderno de
versos: Las puertas dialogadas, de
Dolores Labarcena (Santiago de Cuba, 1972) que nos sorprende con la novela Kruschov, por la Editorial Verbum, 2015,
en su colección de Narrativa y ahora en Edición Kindle, Amazon, 2020.
Labarcena, en su narrativa, no deja títere con cabeza. No
recuerdo, luego de Nunca antes habías visto
el rojo (1996), de José Manuel
Prieto González —por nuestros lares—, una manera más profunda y sólida de
emprenderla contra el kitsch cubano y mundial. Las revistas insulsas, de falso glamour.
Incluso la denomina, cinismo galopador: Rose
Rose. Las ferias banales, la feria del can(es), el deporte de los
burgueses: el tenis, sus clubes. Los terapeutas, las terapias, Freud, sus
seguidores, sus rivales, el festín —acuático— de las bananas, en hoteles y
sitios lujosos, todo descrito de un modo cruel, despiadado: único. Puede y debe
definirse como una novela minimalista, de economía escritural sospechosa, en
esa zona asombrosa en que se movía, y nos enseñó a leerlo Thomas Bernhard. También
(co)existen —ejemplo de placer, sabrosura sin par— muchas otras
señales/lecturas, otras novelas en lo interno de esta fábula detectivesca.
¿Comenzamos a entendernos, le cogen la pista al asunto? Entonces ha llegado el
instante de comentar que Dolores, su relato, emprende una sofisticación
filosófica de total deconstrucción, en voz de Derrida.
Prefiero, acto de gusto y para gustos se han inventado los
colores, como reza el refrán popular, conceptualizarla cual cuenti-novela, o sea, este tipo de
relato que se puede leer con independencia de la trama, de lo (d)escrito, o
narrado. El periodista Parado, sujeto obsesivo/compulsivo está en busca de sus
primicias judiciales, pesquisas que lo llevan a encontrarse con personajes lacónicos,
enigmáticos, secos, llenos de grisuras que no se aclaran o se muestran del
todo. Entonces lo inesperado: brota la historia de las variadas razas caninas,
en especial las que les son útiles a la autora para desarrollar sus intensos
juegos narratológicos, las mutaciones de estado. Extraño catálogo de mascotas o
no, difuminado por el espacio novelesco, hasta el final sorpresivo/sorprendente
casi —como bien asegura el editor— autista.
Leyéndola, eterno admirador del universo canino de Jack
London, recordé una anécdota de los años ochenta, en una Rusia que se desmorona
a velocidad supersónica. Un autor de una región autónoma, se dio a relatar los
desmanes del Socialismo Real Soviético, en su República Autónoma, a través de
las peripecias de un perro de nombre Stefan, un verdadero pillo/pícaro de esos
días, emulador de nuestra: La vida de
Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (1554). El resultado
es que dicho libro de cuentos logró eludir la censura real soviética de la
época. Si leemos bien, la autora con sencillez escoge los elementos que mejor
se insertan en su discurso. Estoy dando un rodeo para referirme a la dramaturgia
escritural del relato, constituye otro de esos giros gustosos, una trampa, no
olvidar que la epístola —es un género femenino total—. Dolores Labarcena lo
subvierte casi todo, por lo tanto no resulte extraño que narre desde un punto
desconocido hacia otro aún más ignoto, de esas historias apoyadas en intensas
asociaciones, exigencias estéticas lejos de las cronologías negras, de eso trata
su concepto. Aunque las desviaciones, las conexiones son en realidad
inclinaciones a la risotada. Una rara instrumentación entre argucia e ingenio,
humorismo e inteligencia, nada, que asistimos a un ejercicio provocativo,
enigmático que se introduce en el juego de las apariencias, o sea, un libro
contradictorio. No deseo robarles un minuto más de placentera lectura. Por
favor: solicite el libro, pídaselo al amigo español, al pepe de la casa, de la familia, ahora que Cuba, su Cultura ocupan
un lugar privilegiado en el concierto de las naciones del mundo. Una artista
nos regala su talismán, enmascarado en una novela, un juego irónico, un
suspense de potencia psicoanalítica: Kruschov.
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