sábado, 18 de abril de 2020

Expediente o exposición de mascotas




Antonio Armenteros 


        “No existe una verdad. Hay contaminaciones, curiosidad, búsquedas.  Y son ellas las que le consienten a los seres humanos escucharse. Comprenderse…”.
                                                                                                                                                                                                                                                                                Massimo Cacciari


En los últimos tiempos me llaman la atención en demasía, por denominarlas de algún modo, las falsas novelas policiacas. No pretendo ahondar en esta definición, en sus evidentes fallas. Aludiremos cual nota por arribita que, resulta obvio la carencia, entre otras cosas, de bandidos y policías, amén de avances científicos y de tramas que engarcen como debieran. Pero promocionados por la bonanza económica de la Semana Negra del Café Gijón, en Asturias, o el Premio Hammett, etcétera, muchos Paduritas aparecieron de los años noventa hacia acá entre nosotros, queriendo, intentando, forcejeando por ser el autor del ciclo: Las cuatro estaciones. Puede que estemos ante el neopoliciaco cubano.

No es, claro está, el caso que nos ocupa. Aunque puede ser clasificada como falsa policiaca, en el otro extremo resulta —exprofeso— mucho más que esto. Para empezar, es una novela escrita por una mujer, santiaguera de pura cepa, publicada en España y que por primera vez entra al ruedo. Ella, la autora/creadora/emisora, se nos había mostrado con anterioridad: pujante, vital, asombrosa y austera; en otro género literario, tal vez el género tremendo de la Literatura: La poesía. Su libro de poemas, ganador del Premio Calendario en 2002, estoy seguro que es uno de los poemarios capitales del periodo, debut aparte. Me refiero, nada más y nada menos, al cuaderno de versos: Las puertas dialogadas, de Dolores Labarcena (Santiago de Cuba, 1972) que nos sorprende con la novela Kruschov, por la Editorial Verbum, 2015, en su colección de Narrativa y ahora en Edición Kindle, Amazon, 2020.

Labarcena, en su narrativa, no deja títere con cabeza. No recuerdo, luego de Nunca antes habías visto el rojo (1996), de José Manuel Prieto González —por nuestros lares—, una manera más profunda y sólida de emprenderla contra el kitsch cubano y mundial. Las revistas insulsas, de falso glamour. Incluso la denomina, cinismo galopador: Rose Rose. Las ferias banales, la feria del can(es), el deporte de los burgueses: el tenis, sus clubes. Los terapeutas, las terapias, Freud, sus seguidores, sus rivales, el festín —acuático— de las bananas, en hoteles y sitios lujosos, todo descrito de un modo cruel, despiadado: único. Puede y debe definirse como una novela minimalista, de economía escritural sospechosa, en esa zona asombrosa en que se movía, y nos enseñó a leerlo Thomas Bernhard. También (co)existen —ejemplo de placer, sabrosura sin par— muchas otras señales/lecturas, otras novelas en lo interno de esta fábula detectivesca. ¿Comenzamos a entendernos, le cogen la pista al asunto? Entonces ha llegado el instante de comentar que Dolores, su relato, emprende una sofisticación filosófica de total deconstrucción, en voz de Derrida.

Prefiero, acto de gusto y para gustos se han inventado los colores, como reza el refrán popular, conceptualizarla cual cuenti-novela, o sea, este tipo de relato que se puede leer con independencia de la trama, de lo (d)escrito, o narrado. El periodista Parado, sujeto obsesivo/compulsivo está en busca de sus primicias judiciales, pesquisas que lo llevan a encontrarse con personajes lacónicos, enigmáticos, secos, llenos de grisuras que no se aclaran o se muestran del todo. Entonces lo inesperado: brota la historia de las variadas razas caninas, en especial las que les son útiles a la autora para desarrollar sus intensos juegos narratológicos, las mutaciones de estado. Extraño catálogo de mascotas o no, difuminado por el espacio novelesco, hasta el final sorpresivo/sorprendente casi —como bien asegura el editor— autista.

Leyéndola, eterno admirador del universo canino de Jack London, recordé una anécdota de los años ochenta, en una Rusia que se desmorona a velocidad supersónica. Un autor de una región autónoma, se dio a relatar los desmanes del Socialismo Real Soviético, en su República Autónoma, a través de las peripecias de un perro de nombre Stefan, un verdadero pillo/pícaro de esos días, emulador de nuestra: La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (1554). El resultado es que dicho libro de cuentos logró eludir la censura real soviética de la época. Si leemos bien, la autora con sencillez escoge los elementos que mejor se insertan en su discurso. Estoy dando un rodeo para referirme a la dramaturgia escritural del relato, constituye otro de esos giros gustosos, una trampa, no olvidar que la epístola —es un género femenino total—. Dolores Labarcena lo subvierte casi todo, por lo tanto no resulte extraño que narre desde un punto desconocido hacia otro aún más ignoto, de esas historias apoyadas en intensas asociaciones, exigencias estéticas lejos de las cronologías negras, de eso trata su concepto. Aunque las desviaciones, las conexiones son en realidad inclinaciones a la risotada. Una rara instrumentación entre argucia e ingenio, humorismo e inteligencia, nada, que asistimos a un ejercicio provocativo, enigmático que se introduce en el juego de las apariencias, o sea, un libro contradictorio. No deseo robarles un minuto más de placentera lectura. Por favor: solicite el libro, pídaselo al amigo español, al pepe de la casa, de la familia, ahora que Cuba, su Cultura ocupan un lugar privilegiado en el concierto de las naciones del mundo. Una artista nos regala su talismán, enmascarado en una novela, un juego irónico, un suspense de potencia psicoanalítica: Kruschov.


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