Louis-Ferdinand Céline
El trabajo será breve; doce páginas apenas. Pero doce páginas
de densa poesía, de agrestes imágenes. Con arreglo al clasicismo de entonces,
está redactada en latín, y del más fácil. Se titula: La vida de las plantas. Es un pretexto para celebrar las virtudes
del rododendro, de la vellorita, de la peonía y de algunos otros vegetales. De
paso, el autor se complace en hacernos constatar fenómenos de gran importancia,
pero totalmente obvios; entre otros que, si el calor del sol favorece la
eclosión de las flores, el frío, por el contrario, les es enteramente
perjudicial. No existe nada más simple, pero para una muestra de patetismo he
aquí ésta: «¡No hay espectáculo —escribe— Semmelweis que regocije más el
espíritu y el corazón de un hombre que el de las plantas! ¡El de estas
espléndidas flores de variedades maravillosas, que exhalan olores tan suaves!
¡Que proporcionan al gusto los más deliciosos jugos! ¡Que alimentan nuestro
cuerpo y le sanan de las enfermedades! El espíritu de las plantas inspira la
cohorte de los poetas del divino Apolo, que se maravillaban ya de sus formas
innumerables. La razón del hombre se niega a comprender estos fenómenos, que no
puede aclarar, pero que la filosofía natural adopta y reverencia: en efecto, de
todo lo existente emana la omnipotencia divina.» No le faltan a la tesis otros
pasajes de la misma melodiosa inspiración y de igual valor. Su maestro Skoda,
que presidía el tribunal de la Facultad, le preguntó, sin duda por no
permanecer inactivo, si sería posible sustituir el mercurio por el jugo de
ciertas flores en el tratamiento de las enfermedades, y le rogó que argumentase
este delicado tema: «Medicina y Sentimiento». Todo ello en mal latín, que quede
claro. Lo esencial para nosotros es saber que fue recibido doctor en medicina
aquel día, que algunos autores sitúan en marzo, otros en mayo, en todo caso, en
la primavera de 1844.
Traducción de Juan García Hortelano
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