domingo, 29 de mayo de 2022

Strozzapreti



Silvano Russo


A punto de partir hacia el Po,

me hablaste de la arquitectura marcial de Turín.

Yo escrutaba las vitrinas bien surtidas de pastelitos,

y chocolate para llevar, caliente,

para un frío no a tono con nuestros abrigos,

ya sabes, de entretiempo.

Te respondí que sobre todo me parecía

una ciudad imperial y mussoliniana,

e hice paréntesis al decirte -más allá de la arquitectura-

que me dolían los pies, tan pesados

como balones de acero.

Luego entramos un momento en la Feltrinelli,

donde nos esperaba una dependiente aficionada a la lírica,

particularmente, en lengua española.

A ratos seguimos hacia el Po, en silencio

bajo la mirada de palacios palaciegos

y de jóvenes alegres y dinámicos que gozaban mordiendo la fantasía

demasiado fantástica del aperitivo:

mezcla de bebidas analcohólicas y entrantes escasos.

A la vuelta, en medio de la locura de aquel sábado helado,

elegiste, por tu intrínseca capacidad de mimetizarte,

cenar en una hostería al aire libre donde comimos

strozzapreti con requesón y espinacas:

un plato no precisamente piamontés.

 

 

 

Strozzapreti

 

Pronti ad andare verso il Po,

mi hai parlato dell’architettura marziale di Torino.

Io scrutavo le vetrine ben germogliate di dolcetti,

e cioccolato da sporto, caldo,

per un freddo non proprio per i nostri cappotti,

lo sai, di mezza stagione.

Ti ho risposto che mi pareva più che altro

una città imperiale e mussoliniana,

e ho fatto parentesi al dirti -più là dell’architettura-

che mi facevano male i piedi, così pesanti,

come palloni d’acciaio.

Dopo tutto ciò, siamo entrati un attimo nella Feltrinelli,

dove ci aspettava una commessa affezionata alla lirica,

innanzitutto in lingua spagnola.

A tratti camminiamo verso il Po, senza parlare

sotto lo sguardo dei palazzi palaziale

e dei ragazzi gioiosi e scattanti che si godevano a morsi la fantasia

troppo fantastica dell’aperitivo:

mischio di bevande analcooliche e antipasti scarsi.  

Al ritorno, in torno alla follia di quel sabato ghiacciato,

hai scelto, per la tua intrinseca capacità di mimetizzarti,  

di cenare in una trattoria all’aria aperta,

dove mangiamo strozzapreti con ricotta e spinaci:

un piatto non precisamente piemontese.


 


Traducción: Dolores Labarcena 




 

viernes, 20 de mayo de 2022

Salomé


 

Efrén Rebolledo


Son cual dos mariposas sus ligeros

pies, y arrojando el velo que la escuda,

aparece magnífica y desnuda

al fulgor de los rojos reverberos.

 

Sobre su oscura tez lucen regueros

de extrañas gemas, se abre su menuda

boca, y prodigan su fragancia cruda

frescas flores y raros pebeteros.

 

Todavía anhelante y sudorosa

de la danza sensual, la abierta rosa

de su virginidad brinda al tetrarca,

 

y contemplando el lívido trofeo

de Yokanán, el nubil cuerpo enarca

sacudida de horror y de deseo.



viernes, 29 de abril de 2022

Pero existe el poeta extrañado en la belleza

 


Caridad Atencio


En Los Vegueros,[1] Premio de la Bienal de Poesía de la Habana 2019, el tiempo de lo(s) muerto (s) puede ser un solo cuerpo: el propio. Entonces se crea una geografía otra y angustiante que da testimonio del absurdo y de una esencia de dolor profundo que no muta, por eso emparenta con la muerte, aunque su “argumento es la condición humana considerada en sí misma, no como acontecimiento histórico.”[2]

El suceso de las muertes de los 11 vegueros cubanos que ofrendaron sus vidas en la recordada sublevación, víctimas del colonialismo español en 1723, le sirve a la autora para, con un sintomático lenguaje paradójico y pleno de enumeraciones negativas, propias de su estilo, dar testimonio de un cataclismo que recorre al mundo y la penetra a ella, pues no existe ni el fruto, ni su muerte:

NECRÓPOLIS LOCAL

Hace mucho tiempo no existe el mundo. No existo yo, como no existen la pérdida y la descendencia. Hace mucho tiempo me vi entre los escombros y las ramas cortadas. No existe la raíz, como no existen el silencio y la humedad. Por eso estoy viva. Aunque hace mucho tiempo me rasgué durante 16 minutos los párpados y me estrujé miles de veces la memoria para olvidar lo inalterable de mi existencia. Ha pasado todo este tiempo, el otro tiempo, nuestro tiempo, ha pasado sin gloria ni existencia para el hierro.[3]

Este “hierro” me recuerda a la conocida metáfora martiana en el poema de igual nombre, pues son las armas, el cambio, la acción del hombre sobre algo, la fundación por fundición, de algo nuevo: la hazaña. Asistimos a la personificación o performance dramático de un estado, de una condición extrema de cataclismo para el humano, “y a partir de ahí hurga en la existencia, en las razones de ser y del ser […] frente al aparente sin sentido de nuestro estar en el mundo”.[4] Todo lo cual encuentra un asidero en la propia confesión de la autora de que estas páginas son fruto de la experiencia del terrible tornado que azotó hace varios años a La Habana, y de su viaje, haciendo donaciones a los damnificados por los municipios de la ciudad. Es así que sobre el yo lírico se personifica el acto de exhumar, y es él el protagonista del estremecimiento extremo. Por momentos, y hacia el final del poema “Exhumación 27. 01.19” siento que se representa la famosa exhumación de la Milagrosa del Cementerio de Colón, en el afán de la autora de atraer sucesos, personajes y cosas, y reflejar lo que se levanta, lo que queda después de la muerte:” Quiero que me pongan este abrazo encima / Quiero que me pongan este hijo encima”.  La casa es el cementerio, y, por extensión, también lo es la ciudad. En este viaje del pasado al presente, y del presente al pasado de la urbe, de Cuba, y del mundo, porque el discurso toma esas medidas, se redimensiona la ciudad desde su cotidiano renacer, y el yo lírico se aferra a la memoria del sitio al que pertenece:

LA CIRUELA  LA EMBAJADA  LA COLONIA

_

En estas estampas religiosas dibujo sus retratos
Por los hijos de los hijos
Y los hijos de los hijos
Que se encuentran inscritos en la tarja:

________El gallego, la negra, el jíbaro
________La ciega, el borracho, la muda

________El postrado, la santera, el hijo
________La curandera, la jabá, el trillo
________El epiléptico, la asmática, el chino
________La ciega, el infartado, la Chiqui
________La grúa, la presidenta, el barco
________El esquizofrénico, el enano, la linda
________El macho, el bobo, la coja
________El bodeguero, la loca, el majá
________El negro, la flaca, el bárbaro
________El macao, la lucha, la sirena
________La espiritista, la úlcera, la embarazada
________La gastritis, la pensión, el gato
________El buche, la rabia, el pez peleador
________La cría, el buzo, la enfermera.

Pongamos una fecha en su honor
27 de enero de 2017
Pone en el suelo una cruz
María se me aparece bailando
También canta, canta una canción de cuna
Canta para ti desde todos los tiempos.[5]

Aquí se confunden cualidad, condición, profesión, enfermedad, sentimiento y poder sustantivo, y se erige, por qué no, en un singular retrato de los cubanos. Se trata aquí de sugerir, ¿construir? o revelar con el recurso de la negación la esencia del mundo en el “acto tremebundo de la supervivencia”.[6] Pero se invoca una presencia, hay una invocación de alguien, de un destino, de alguien malogrado, de un destino malogrado. Es una niña llamada María, que, al parecer, murió del cólera en La Habana en 1833, a ella se le hace venir: “el poeta sueña con ella”, y se aparece y canta una canción de cuna o “canta para ti desde todos los tiempos”. Es quien, en forma de visión, en este mundo de presencias y apariciones, de clausuras, muertes y ecos que sobreviven, cierra este breve pero curioso cuaderno en momento plástico o casi cinematográfico: “Y los vegueros, mirándome se preguntan / Qué hace esta mujer llorando y con el pelo mojado / Metiéndosele en los ojos y la boca.”[7]

En el cuaderno, dado el dolor y el desgarramiento, el amor es como algo que agregan a nuestro cuerpo, que no se sabe si lo vamos a recibir o nos definirá cuando se coloque sobre nosotros. Los paisajes a través de los años van juntando sus manos renegadas, van siendo los mismos, si viajamos sin piedad hacia atrás, pero “existe el poeta extrañado en la belleza”[8], quien repara en que” los objetos, las personas, los sitios  que aparecen encarnan maravillas, inscritos en su propia aniquilación”[9], el poeta que sueña con la niña – visión, el poeta que puede pronunciar el nombre, y que sabe, con Cesare Pavese, que la condición de todo impulso poético, por elevado que sea, es siempre una atenta referencia a las exigencias éticas, y también prácticas, como es natural del ambiente donde se vive.




[1] -Martha luisa Hernández Cadenas. Los Vegueros, Colección Sur, La Habana, 2019.

[2] -Eugenio Montale. “Autorretrato”. Revista Unión, n. 94, 2019, La Habana, p. 36.La autora ha afirmado sobre la naturaleza de este cuaderno: “Me gustaría que el lector se sintiera atraído por la relación de un cuerpo con la memoria de la pérdida”. Giselle Lucía Navarro. “El universo creativo de martica Minipunto” Entrevista a Martha Luisa Hernández Cadenas. Isliada.

[3] - Martha Luisa Hernández Cadenas. Ob. cit, p. 9.

[4] - M.L.H.C. Ob. cit, p. 9.

[5] -MLHC. Ob. cit, p. 16 - 17.

[6] . MLHC. Ob. cit, p. 12.

[7] - MLHC. “Los Vegueros”, Ob. cit, p. 19.

[8] - MLHC. Ob. cit, p. 12.

[9] - Pura López Colomé. “A la altura de sí mismo” en Seamus Heaney. Obra reunida. Trilce ediciones, México, 2015, p. 21.




sábado, 26 de marzo de 2022

Manuel Corona

 


Nicolás Guillén

 

La Habana ha recobrado rápidamente su ritmo normal. Es decir, su tumulto ordenado, su vocerío lleno de templanza, su ponderada desorbitación… Luego de las fiestas de Pascua, ya un poco lejanas, y las más recientes de Año Nuevo y de Reyes, el habitante de este rincón antillano hállase entregado a la desagradable tarea de arreglar cuentas consigo mismo.

Claro que allí entran también las cuentas que tiene que arreglar con los demás. Porque es ya clásico (al menos entre nosotros) que después del torbellino suscitado por la grasienta conmemoración de la divina natividad, los acreedores (que son deudores a su vez) han de esperar hasta febrero para cobrar los adeudos… de noviembre.

Hay, pues, un mes económicamente muerto, y es enero. Caras largas, cejijuntas; ojos perdidos en un cielo pitagórico de cálculos matemáticos; tardíos remordimientos; tumultuosa aglomeración de cuentas por coñac, por whisky, por champaña. Ese mundo sombrío, en fin, que sucede a lo que fue alegría desordenada y en medio del cual entramos precisamente en el año «nuevo», el que deseábamos lleno de las consabidas venturas para todos, comenzando desde luego por nuestra ventura personal.

Solo que enero comenzó en forma harto cruel con la música popular cubana, pues nos ha arrebatado a Manuel Corona… ¿Y quién era Corona?, preguntará el lector venezolano. Corona era un trovador que no solo cantaba canciones, sino que las componía, entre ellas algunas que se hicieron famosas. No sabía una nota de música, pero tocaba muy bien la guitarra; no medía sus versos al modo clásico, puestos en fila, con los consonantes «en las puntas» (como en la anécdota de don Ricardo Palma), pero sus letras rezumaban gracia, límpida frescura de manantial que brota muy de debajo de la tierra.

Ningún cubano que hoy tenga más de cuarenta años habrá olvidado las composiciones de Corona. Yo recuerdo, allá en mi lejano bachillerato, la boga obsesionante de Santa Cecilia, cuyo ritmo lánguido subía y bajaba lentamente, en un alarde de ingenua complicación técnica:

Por tu simbólico nombre de Cecilia,

tan supremo que es el genio musical…

De aquella época son también otras canciones que alcanzaron larguísima divulgación: Mercedes, Adriana, y una guaracha titulada Acelera, Ñico:

Acelera, Ñico, acelera,

acelera y ponte en primera…

Pero sobre todas, Longina, hermana gemela de Santa Cecilia, de modo que no puede hablarse de una sin que la otra nos venga en seguida a los labios:

En las sensuales líneas

de tu cuerpo hermoso

hay un tema que destaca

sensibilidad…

Por cierto que Longina –llamada Longina O’Farril– vive todavía. Era hace treinta años una mujer de cuerpo flexible, negra, de altos senos y ojos relampagueantes. Hoy ha engordado, naturalmente, y la mirada brilla menos, pues los años no pasan en vano. Pero todavía da pruebas de que fue lo que fue. A causa de la muerte de su cantor, surgió en estos días a un plano de súbita actualidad.

–A la una de la mañana –cuenta Longina– tocaron a mi puerta para darme la noticia de la muerte de Manuel, y eso me hizo una horrible impresión. Estaba y estaré agradecida a él. Corona ha muerto, pero la mujer que le inspiró una de sus mejores canciones está viva y lo recordará sin cesar. En cierto modo él me inmortalizó. Hubiera querido estar a su lado en el instante en que lanzó su último suspiro. Yo sabía que se hallaba enfermo, tuberculoso, y sabía también que no se cuidaba, que se había entregado a la bebida, sin importarle su estado físico. Puedo decir que Corona se suicidó, porque si se hubiera cuidado un poco habría vivido algún tiempo más…

Corona se sabía herido de muerte. La propia Longina dice que cuando alguien le pedía que abandonara «el trago», contestaba el viejo trovador invariablemente:

–¿Para qué quiero vivir unos cuantos días más, dándome cuenta de todo? El alcohol al menos me hace creerme bien y me permite compartir el tiempo que me queda con aquellos amigos y amigas de mi juventud…

Hace unos meses encontré a Corona en uno de los cafetuchos situados frente a la Estación Terminal. No hablaba con él hacía años, cuando la terrible enfermedad no había estragado su cuerpo. Flaco, flaquísimo, los ojos hundidos, el mentón en proa, la voz cavernosa.

–¿No te acuerdas de mí?

–Claro que me acuerdo –le dije–. Tú eres Corona…

–Yo soy Corona –respondió a su vez–, pero me muero. Mírame cómo estoy.

Lo invité a una copa y la bebió ávidamente con mano temblorosa.

–Un día quiero verte –concluyó al despedirme de él–. Me gustaría cantarte las viejas cosas. Yo soy el autor de Santa Cecilia y de Longina… ¿No te acuerdas?

La verdad es que esas dos canciones constituían su orgullo.

Al entierro de Manuel Corona solo fue un puñado de amigos, los fieles de siempre. Sindo Garay, el patriarca; Rosendo Ruiz, Tata Villegas, Gonzalo Roig (que despidió el duelo), Pancho Majagua y algunos más.

Poco antes de morir (en un cuarto oscuro del cabaret Jaruquito), el infeliz trovador había expresado su último deseo: café y guitarras. Por eso cuando la comitiva fúnebre regresó del cementerio de Marianao, donde quedaban sus despojos, Sindo Garay propuso:

–Ahora vayamos a casa; hay que cumplir la voluntad de Manuel… Y en casa del glorioso autor de La bayamesa se reunieron los compañeros de Corona. Allí, como quien cumple un rito, cantáronse sus viejas melodías subrayadas por breves tazas de negro café.

Por lo demás, la desaparición de este modesto músico vernáculo denuncia nuevamente esa grotesca antinomia que existe entre la vida y la muerte de nuestros artistas populares, aplastados por una sociedad ciega «que mata a un hombre del mismo modo que hiela una manzana». Vivos, se les desconoce y hasta desprecia; muertos, se les exalta ruidosamente y, como si el tránsito fuera un nacimiento, surgen a una nueva vida: la vida que tanta falta les hiciera cuando vivían en realidad.

¿Quiénes de los que hoy gastan millares de dólares en lujos inútiles, en vicios lujosos, llegaron nunca hasta la tenaz miseria del trovador para poner en ella la realidad de una dádiva decorosa, o la dádiva, aunque fuera irreal, de una promesa? ¿Cuántos de los que ahora pregonan el mérito de aquel sencillo forjador de belleza se le acercaron antaño para musitar en sus días de angustia lo que hoy gritan, batiendo el parche hipócrita, junto al caído? ¿Corona? ¡Bah! Era apenas un mulato guitarrero…

Sin embargo, él durará más, muchísimo más que los que piensan que durarán toda la vida. Porque su obra de ingenuo creador está ligada por abajo, por la raíz, por la tierra húmeda y fecunda, al pueblo de cuya sangre, de cuyo espíritu se nutrió.

 

El Nacional, Caracas, 1950.

 

Prosa de prisa, Tomo II. Compilación y notas, Ángel Augier. Editorial Arte y Literatura, 1975.

 

viernes, 11 de marzo de 2022

Un fantasma de nubes



Guillaume Apollinaire

 

Como era la víspera del catorce de julio

Hacia las cuatro de la tarde

Bajé a la calle para ver a los saltimbanquis


Esa gente que hace suertes al aire libre

Empieza a ser escasa en París

En mi juventud eran tanto más numerosos

Casi todos se han marchado a provincia


Tomé el bulevar Saint-Germain

Y en una placita situada entre Saint-Germain-des-Prés y la estatua de Danton

Di con los saltimbanquis


La muchedumbre los rodeaba muda y resignada a esperar

Me abrí lugar en aquel círculo para verlo todo

Pesos formidables

Ciudades de Bélgica alzadas a pulso por un obrero ruso de Longwy

Pesas negras y vacías que tienen por barra un río congelado

Dedos que enrollan un cigarrillo amargo y delicioso como la vida


Numerosas alfombras sucias cubren el suelo

Alfombras con pliegues indelebles

Alfombras que ya son casi color de polvo 36

Y en las que algunas manchas verdes o amarillas

Persisten como una tonada que nos persiguiera


Imagina al personaje huraño y flaco

La ceniza de sus padres le brotaba como barba entrecana

Así mostraba toda su herencia en el rostro

Parecía soñar con el futuro

Mientras maquinalmente tocaba el organillo

Cuya lenta voz era un lamento maravilloso

Gluglús gallos y gemidos sordos


No se movían los saltimbanquis

El más viejo llevaba unas mallas de ese oro violáceo

que tiñe las mejillas de ciertas muchachas aunque

frescas ya cerca de la muerte

Ese rosa anida en los pliegues que a menudo rodean sus bocas

O cerca de las narices

Es el rosa de la traición


Aquel hombre llevaba así a cuestas

El innoble color de sus pulmones


Brazos brazos por todas partes vigilantes


El segundo saltimbanqui

Sólo iba vestido de su sombra

Lo miré largamente

Pero su rostro se me escapa

Es un hombre sin cabeza


Otro más tenía todo el aire de un granuja

De un apache en que se aunaran bondad y crápula

Con sus pantalones bombachos y sus calcetines con ligas

No recordaba acaso al alcahuete a medio ataviarse


Cesó la música y hubo negociaciones con el público

Céntimo a céntimo fue arrojada la suma de dos francos

cincuenta sobre la alfombra

En vez de los tres francos que el viejo había fijado

como precio de los números


En cuanto estuvo claro que nadie daba más

Se decidió empezar con la función

De debajo del organillo salió un saltimbanqui diminuto vestido de rosa pulmonar

Con pieles en tobillos y muñecas

Lanzaba gritos cortos

Y saludaba apartando amablemente los brazos

Con las manos abiertas


Con una pierna hacia atrás preparada para la genuflexión

Saludó hacia los cuatro puntos cardinales

Y cuando caminó sobre una bola

Su cuerpo esbelto se transformó en música tan

delicada que no hubo espectador a ella insensible

Un duendecillo sin ninguna humanidad

Pensó cada cual

Aquella música de las formas

Borraba la del organillo

Tocada por el hombre del rostro cubierto de antepasados


El pequeño saltambanqui se pavoneaba

Tan armoniosamente

Que el organillo cesó de tocar

Y el organillero escondió el rostro entre las manos

Sus dedos se parecían a los descendientes de su destino

Fetos minúsculos que le salían de la barba

Nuevos gritos de pielroja

Música angélica de los árboles

Desaparición del niño

Los saltimbanquis levantaron a pulso las pesas

En juegos malabares


Pero cada espectador buscaba ya en sí mismo al niño milagroso

Siglo oh siglo de las nubes