viernes, 11 de marzo de 2022

Un fantasma de nubes



Guillaume Apollinaire

 

Como era la víspera del catorce de julio

Hacia las cuatro de la tarde

Bajé a la calle para ver a los saltimbanquis


Esa gente que hace suertes al aire libre

Empieza a ser escasa en París

En mi juventud eran tanto más numerosos

Casi todos se han marchado a provincia


Tomé el bulevar Saint-Germain

Y en una placita situada entre Saint-Germain-des-Prés y la estatua de Danton

Di con los saltimbanquis


La muchedumbre los rodeaba muda y resignada a esperar

Me abrí lugar en aquel círculo para verlo todo

Pesos formidables

Ciudades de Bélgica alzadas a pulso por un obrero ruso de Longwy

Pesas negras y vacías que tienen por barra un río congelado

Dedos que enrollan un cigarrillo amargo y delicioso como la vida


Numerosas alfombras sucias cubren el suelo

Alfombras con pliegues indelebles

Alfombras que ya son casi color de polvo 36

Y en las que algunas manchas verdes o amarillas

Persisten como una tonada que nos persiguiera


Imagina al personaje huraño y flaco

La ceniza de sus padres le brotaba como barba entrecana

Así mostraba toda su herencia en el rostro

Parecía soñar con el futuro

Mientras maquinalmente tocaba el organillo

Cuya lenta voz era un lamento maravilloso

Gluglús gallos y gemidos sordos


No se movían los saltimbanquis

El más viejo llevaba unas mallas de ese oro violáceo

que tiñe las mejillas de ciertas muchachas aunque

frescas ya cerca de la muerte

Ese rosa anida en los pliegues que a menudo rodean sus bocas

O cerca de las narices

Es el rosa de la traición


Aquel hombre llevaba así a cuestas

El innoble color de sus pulmones


Brazos brazos por todas partes vigilantes


El segundo saltimbanqui

Sólo iba vestido de su sombra

Lo miré largamente

Pero su rostro se me escapa

Es un hombre sin cabeza


Otro más tenía todo el aire de un granuja

De un apache en que se aunaran bondad y crápula

Con sus pantalones bombachos y sus calcetines con ligas

No recordaba acaso al alcahuete a medio ataviarse


Cesó la música y hubo negociaciones con el público

Céntimo a céntimo fue arrojada la suma de dos francos

cincuenta sobre la alfombra

En vez de los tres francos que el viejo había fijado

como precio de los números


En cuanto estuvo claro que nadie daba más

Se decidió empezar con la función

De debajo del organillo salió un saltimbanqui diminuto vestido de rosa pulmonar

Con pieles en tobillos y muñecas

Lanzaba gritos cortos

Y saludaba apartando amablemente los brazos

Con las manos abiertas


Con una pierna hacia atrás preparada para la genuflexión

Saludó hacia los cuatro puntos cardinales

Y cuando caminó sobre una bola

Su cuerpo esbelto se transformó en música tan

delicada que no hubo espectador a ella insensible

Un duendecillo sin ninguna humanidad

Pensó cada cual

Aquella música de las formas

Borraba la del organillo

Tocada por el hombre del rostro cubierto de antepasados


El pequeño saltambanqui se pavoneaba

Tan armoniosamente

Que el organillo cesó de tocar

Y el organillero escondió el rostro entre las manos

Sus dedos se parecían a los descendientes de su destino

Fetos minúsculos que le salían de la barba

Nuevos gritos de pielroja

Música angélica de los árboles

Desaparición del niño

Los saltimbanquis levantaron a pulso las pesas

En juegos malabares


Pero cada espectador buscaba ya en sí mismo al niño milagroso

Siglo oh siglo de las nubes



 

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