Nueva entrega
de Potemkin ediciones. Literatura de cajón:
vidas de escritores fatales rescata las trayectorias de tres figuras importantes
del siglo XX hoy olvidadas, así como obras principalísimas de estos autores. De
Étienne Moreau, novelista, dramaturgo y ensayista francés nacido en Pamiers en
1897 y radicado en Barcelona hasta la caída de la Segunda República -cuyo
legado sigue en disputa por sus herederos-, recuperamos la pieza teatral en
cinco actos Paraninfo de los estados limítrofes, absurdo pleno con toques
futuristas, escrita en los años cincuenta y que ha resistido la prueba del tiempo.
Silvano Russo, poeta italiano que navegó al margen de las principales
corrientes del novecientos, con vínculos en su juventud con el Grupo 63, y sin
dudas una de las voces más irónicas de la Emilia-Romaña, pasó casi toda su vida
fuera de su país donde solo recientemente comienza a ser reconocido. Por
último, el poeta y cónsul cubano Diwaldo Salom y Andraca de la generación de
Arpas Amigas, tal vez el más olvidado entre los bardos de la isla, muerto por
inmolación en Palma de Mallorca en 1928, y al que devolvemos con total
exhaustividad al lugar que merece en la poesía hispanoamericana. Seguro que
esta selección no defraudará.
domingo, 1 de septiembre de 2024
Vidas de escritores fatales
viernes, 30 de agosto de 2024
El sombrero de Zequeira
Francisco Morán
para Pedro Marqués de Armas
Por la puerta de ayer de Monserrate
traje las joyas y el manto de la piña,
el reloj de la Habana, la lampiña
fuente de la sed y el disparate.
Traje la pompa y el aire que me abate,
el hedor de la muerte, la rapiña,
los ojos asustados de la niña
por un viejo color de escaparate.
Por la puerta de ayer de la Tenaza
llevé el agua a las quintas, la modorra,
los triunfantes despojos habaneros,
e instalé mi locura en las terrazas,
en la ciudad incesante que se borra
cada vez que me pongo este sombrero.
miércoles, 14 de agosto de 2024
La educación por la piedra
Para la Feria del Libro
A
Ángel Crespo
Hojeada, la hoja de un libro retoma
lo lánguido vegetal de hoja hoja,
y un libro se hojea o se deshoja
como bajo el viento el árbol que lo dona;
hojeada, la hoja de un libro repite
fricativas y labiales de vientos antiguos,
y nada finge viento en hoja de árbol
mejor de lo que el viento en hoja de libro.
Sin embargo, la hoja, en el árbol del libro,
más que imitar al viento, lo profiere:
la palabra en ella urge a voz, que es viento,
o ventolera, que barre la podredura a cero.
Silencioso: sea cerrado o abierto,
incluso lo que grita adentro, anónimo:
sólo expone el lomo, puesto en el estante,
que apaga en pardo todos los lomos;
modesto: sólo se abre si alguien lo abre,
y opuesto tanto al cuadro en la pared,
abierto toda la vida, como a la música,
viva apenas en cuanto vuelan sus redes.
Pero a pesar de eso y a pesar de lo paciente
(se deja leer donde quieran), severo:
exige que le extraigan, o interroguen;
y jamás exhala: cerrado, lo mismo abierto.
Para a Feira
do Livro
A Ángel Crespo
Folheada, a folha
de um livro retoma
o lânguido
vegetal de folha folha,
e um livro se
folheia ou se desfolha
como sob o vento
a árvore que o doa;
folheada, a folha
de um livro repete
fricativas e
labiais de ventos antigos,
e nada finge
vento em folha de árvore
melhor do que o
vento em folha de livro.
Todavia, a folha,
na árvore do livro,
mais do que imita
o vento, profere-o:
a palavra nela
urge a voz, que é vento,
ou ventania,
varrendo o podre a zero.
Silencioso: quer
fechado ou aberto,
incluso o que
grita dentro, anónimo:
só expõe o lombo,
posto na estante,
que apaga em
pardo todos os lombos;
modesto: só se
abre se alguém o abre,
e tanto o oposto
do quadro na parede,
aberto a vida
toda, quanto da música,
viva apenas
enquanto voam as suas redes.
Mas apesar disso
e apesar do paciente
(deixa-se ler
onde queiram), severo:
exige que lhe
extraiam, o interroguem;
e jamais exala: fechado, mesmo aberto.
Ver o bajar libro entero Aquí
sábado, 10 de agosto de 2024
Ferdydurkistas
Virgilio Piñera
Ferdydurke produjo en los círculos de la élite polaca una fuerte conmoción. Según el juicio de un crítico: “admiración rayana en la idolatría”. Aquí en Buenos Aires, en pequeños grupos, esta obra despertó una curiosidad inusitada. En mi sentir (y creo que para las quince o veinte personas que ayudaron a su traducción) la lectura de una página más me confirmaba que Ferdydurke estaba a la par de las cumbres de la literatura contemporánea. El hecho de sacrificar largos meses en la difícil, casi ímproba versión de Ferdydurke, quitará, supongo, a mis palabras todo sabor de barato elogio. Por otra parte, como ningún libro teme más, odia más y presta más valor al juicio humano que éste, conviene hablar con sinceridad.
Ferdydurke es un libro de choque, de combate. Estas humorísticas aventuras de un hombre infantilizado constituyen un escándalo literario, pero escándalo de la más alta seriedad. Atacando ¡y con qué audacia! ciertas básicas falsificaciones del mundo actual que hasta ahora se nos escapaban, Ferdydurke nos procura una especie de alivio psíquico, o dicho de otro modo, representa una descarga.
Artísticamente, es obra de una riqueza enorme. El lector mismo se dará cuenta de la calidad de esta poesía violenta y baja, del brillo y la profundidad de este teatro grotesco y locamente humorístico, de la amplitud y fuerza del estilo, y sobre todo, de tantos y tantos descubrimientos artísticos y psicológicos diseminados en sus páginas. El ultramodernismo de Gombrowicz, por juntarse con la sencillez de espíritu, espontaneidad y frescura de alma, se vuelve vital y natural. Nada de los estériles refinamientos que caracterizan al arte moderno. Aquí un hombre contemporáneo, realista y cuerdo, dotado de fuerte personalidad, busca y encuentra sus propios medios de expresión. Y esto le basta.
Mirado Ferdydurke por su lado intelectual constituye una revisión de todo nuestro modo de ser cultural. Se puede estar o no de acuerdo con las sorprendentes tesis de Gombrowicz, pero no cabe duda de que Ferdydurke apunta y acierta a uno de los más drásticos y sensibles nervios de nuestra cultura. Y es una revisión especialmente valiosa para Hispanoamérica -clásico continente de la inmadurez.
Resulta difícil prever la suerte de este
mensaje entre nosotros, sobre todo cuando no nos llega de París… Creo, sin
embargo, que con estas breves líneas no hago otra cosa sino disparar el primer
tiro en la batalla que tarde o temprano van a librar los ferdydurkistas de
Hispanoamérica. Téngase bien presente que en el caso de este libro no se trata
de una novela más.
Texto de solapa a Ferdydurke de Witold Gombrowicz, Buenos Aires,
Argos, 1947.
martes, 6 de agosto de 2024
Juventud de Ferdydurke
Witold Gombrowicz
Quiero concluir el relato sobre
mi pasado argentino. Ya he descrito el estado de espíritu en que regresé de La
Falda a Buenos Aires.
En aquel entonces me hallaba a miles de kilómetros de la literatura. ¿El arte? ¿Escribir? Todo eso se había quedado en el otro continente, como detrás de un muro, muerto… y yo, “Witoldo”, acriollado ya, aunque de vez en cuando aún me presentaba como escritor polaco, era solo uno de tantos expatriados que hospedaba esta pampa, despojado hasta de la nostalgia del pasado. Había roto… y sabía que la literatura no podría procurarme en esta Argentina agraria y ganadero ni situación social ni bienestar material. Entonces, ¿para qué? Sin embargo, en la segunda mitad del año 1946 (pues el tiempo sí corría), encontrándome, como tantas veces, con los bolsillos totalmente vacíos y sin saber dónde obtener algún dinero, tuve una inspiración: le pedí a Cecilia Debenedetti que financiara la traducción de Ferdydurke al español, reservándome seis meses para hacerlo. Cecilia asintió de buena gana. Me dediqué entonces al trabajo, que se efectuaba así: primero traducía como podía del polaco al español y después llevaba el texto al café Rex donde mis amigos argentinos repasaban conmigo frase por frase, en busca de las palabras apropiadas, luchando con las deformaciones, locuras, excentricidades de mi idioma. Dura labor que comencé sin entusiasmo, solamente para sobrevivir durante los meses próximos; mis ayudantes americanos también lo encaraban con resignación, como un favor que había que hacer a una víctima de la guerra. Pero, cuando teníamos traducidas algunas páginas, Ferdydurke, libro ya muerto para mí, que yacía sobre la mesa como cualquier otro objeto, empezó de repente a dar signos de vida… y percibí en los rostros de los traductores un interés creciente. ¡Más tarde, ya con evidente curiosidad, comenzaron a penetrar en el texto!
Pronto la traducción comenzó a atraer gente y algunas sesiones se vieron colmadas de asistentes. Pero quien tomó el asunto a pecho, como algo propio, que ocupó la “presidencia” del “comité” formado por algunos literatos para dar la última redacción, fue Virgilio Piñera, escritor cubano recién llegado al país. Sin su ayuda y la de Humberto Rodríguez Tomeu, también cubano, quién sabe si se hubieran salvado las dificultades de esta –como calificó la crítica- notable traducción. Evidentemente no era por casualidad que Piñera y Rodríguez Tomeu, dos “niños terribles” de América, hastiados hasta lo indecible, hastiados y desesperados ante las cursilerías del savoir vivre local, pusieran sus afanes al servicio de esta empresa. Olfateaban la sangre. Anhelaban el escándalo. Resignados de antemano, a sabiendas de que “no pasaría nada”, de antemano vencidos, estaban sin embargo hambrientos de lucha post mortem. Se advertían en ellos las terribles debilidades de la aristocracia espiritual americana, crecida rápidamente, alimentada en el extranjero, que no encontraba en su continente nada en qué apoyarse. Pero –y no fueron pocos los americanos de este tipo que encontré- la muerte les daba una vitalidad particular, al aceptar el fracaso como algo inevitable tenían una capacidad de lucha digna de envidia. Humberto Rodríguez Tomeu se vistió, frente a la llovizna de conferencias, recitales poéticos y demás actos culturales, con un impermeable, impregnado de un humor mortalmente impávido. El alma trágica de Virgilio Piñera se manifestó con fuerza poco común en su novela La carne de René, publicada algunos años después, obra en la que la carne humana aparece sin posibilidad de redención, como servida en un plato, como algo totalmente carente de cielo. ¿A qué se debe, en última instancia, el sadismo de esta carnicería, tan hondamente americano que para la América no oficial, oculta, dolorida, podría servir casi de himno? ¿No sería ése el dolor del americano culto que no logra encontrar su propia poesía… el cual, enfurecido por no ser lo bastante poético, se vuelve contra las fuentes de la vida, blasfemando?
Para tales espíritus, Ferdydurke podría
resultar atractivo. En lo que a mí se refiere, no había leído el libro desde
hacía siete años, estaba borrado de mi vida. Ahora lo leía de nuevo, frase tras
frase… y sus palabras carecían para mí de importancia. La Nada de las palabras,
la Nada de las ideas, problemas, estilos, actitudes, aun la Nada de la
Rebelión, la Nada del Arte. ¡Palabras, palabras, palabras!... Todo eso no
lograba curarme, el esfuerzo sólo me hundió más en el verdor de mi inmadurez.
¿Para qué había enfrentado una vez más esta inmadurez sino para que me
arrastrara consigo? En Ferdydurke están en pugna dos amores y dos tendencias;
una hacia la madurez y otra hacia la inmadurez eternamente rejuvenecedora… el
libro es la imagen de alguien que, enamorado en su madurez, pugna por la
madurez. Más, era evidente que no lograba sobreponerme a ese amor ni
civilizarlo, y él, agreste, ilegal, secreto, me devastaba igual que antes, como
una fuerza prohibida. Y… ¡qué impotencia la del verbo frente a la vida!
Sin embargo, ese texto
inocuo para mí, se volvía eficaz con el mundo exterior. Frases para mí muertas,
renacían en otros… ¿de qué otro modo podía explicar que de repente el libro se
volviera valioso y cercano a esta juventud literaria?... Y eso no sólo como
arte, sino como acto de rebelión, de revisión, de lucha. Comprobaba en esos
jóvenes que había tocado puntos de la cultura sensibles y críticos, y a la vez
veía como ese ardor que, aislado en cada uno de ellos, no hubiese durado a lo
mejor mucho, empezaba a consolidarse entre ellos por el efecto de una
excitación y una reafirmación recíproca. Pues bien, si eso ocurría con ese
grupito, ¿por qué no tendría que repetirse con otros cuando Ferdydurke fuera
publicado? ¿Podría tener el libro aquí en el extranjero la misma repercusión
que en Polonia, o quizás aún mayor? Mi libro era universal. Uno de los escasos
libros capaces de conmover al lector de calidad más allá de las fronteras
nacionales. ¿Y en París? Descubrí que la carrera mundial de Ferdydurke no
pertenecía sólo a la región de los sueños (cosa sabida pero que yo había
olvidado).
Traducción: Sergio Pitol
Diario argentino, Adriana Hidalgo editora S. A., 2001.