miércoles, 14 de agosto de 2024

La educación por la piedra

 

Para la Feria del Libro

 

                                                        A Ángel Crespo

 

Hojeada, la hoja de un libro retoma

lo lánguido vegetal de hoja hoja,

y un libro se hojea o se deshoja

como bajo el viento el árbol que lo dona;

hojeada, la hoja de un libro repite

fricativas y labiales de vientos antiguos,

y nada finge viento en hoja de árbol

mejor de lo que el viento en hoja de libro.

Sin embargo, la hoja, en el árbol del libro,

más que imitar al viento, lo profiere:

la palabra en ella urge a voz, que es viento,

o ventolera, que barre la podredura a cero.

 

Silencioso: sea cerrado o abierto,

incluso lo que grita adentro, anónimo:

sólo expone el lomo, puesto en el estante,

que apaga en pardo todos los lomos;

modesto: sólo se abre si alguien lo abre,

y opuesto tanto al cuadro en la pared,

abierto toda la vida, como a la música,

viva apenas en cuanto vuelan sus redes.

Pero a pesar de eso y a pesar de lo paciente

(se deja leer donde quieran), severo:

exige que le extraigan, o interroguen;

y jamás exhala: cerrado, lo mismo abierto.

 

 

Para a Feira do Livro

                                                       

                                                        A Ángel Crespo

 

Folheada, a folha de um livro retoma

o lânguido vegetal de folha folha,

e um livro se folheia ou se desfolha

como sob o vento a árvore que o doa;

folheada, a folha de um livro repete

fricativas e labiais de ventos antigos,

e nada finge vento em folha de árvore

melhor do que o vento em folha de livro.

Todavia, a folha, na árvore do livro,

mais do que imita o vento, profere-o:

a palavra nela urge a voz, que é vento,

ou ventania, varrendo o podre a zero.

 

Silencioso: quer fechado ou aberto,

incluso o que grita dentro, anónimo:

só expõe o lombo, posto na estante,

que apaga em pardo todos os lombos;

modesto: só se abre se alguém o abre,

e tanto o oposto do quadro na parede,

aberto a vida toda, quanto da música,

viva apenas enquanto voam as suas redes.

Mas apesar disso e apesar do paciente

(deixa-se ler onde queiram), severo:

exige que lhe extraiam, o interroguem;

e jamais exala: fechado, mesmo aberto.


                                           Ver o bajar libro entero Aquí



sábado, 10 de agosto de 2024

Ferdydurkistas

  


Virgilio Piñera 


Ferdydurke produjo en los círculos de la élite polaca una fuerte conmoción. Según el juicio de un crítico: “admiración rayana en la idolatría”. Aquí en Buenos Aires, en pequeños grupos, esta obra despertó una curiosidad inusitada. En mi sentir (y creo que para las quince o veinte personas que ayudaron a su traducción) la lectura de una página más me confirmaba que Ferdydurke estaba a la par de las cumbres de la literatura contemporánea. El hecho de sacrificar largos meses en la difícil, casi ímproba versión de Ferdydurke, quitará, supongo, a mis palabras todo sabor de barato elogio. Por otra parte, como ningún libro teme más, odia más y presta más valor al juicio humano que éste, conviene hablar con sinceridad.

Ferdydurke es un libro de choque, de combate. Estas humorísticas aventuras de un hombre infantilizado constituyen un escándalo literario, pero escándalo de la más alta seriedad. Atacando ¡y con qué audacia! ciertas básicas falsificaciones del mundo actual que hasta ahora se nos escapaban, Ferdydurke nos procura una especie de alivio psíquico, o dicho de otro modo, representa una descarga.

Artísticamente, es obra de una riqueza enorme. El lector mismo se dará cuenta de la calidad de esta poesía violenta y baja, del brillo y la profundidad de este teatro grotesco y locamente humorístico, de la amplitud y fuerza del estilo, y sobre todo, de tantos y tantos descubrimientos artísticos y psicológicos diseminados en sus páginas. El ultramodernismo de Gombrowicz, por juntarse con la sencillez de espíritu, espontaneidad y frescura de alma, se vuelve vital y natural. Nada de los estériles refinamientos que caracterizan al arte moderno. Aquí un hombre contemporáneo, realista y cuerdo, dotado de fuerte personalidad, busca y encuentra sus propios medios de expresión. Y esto le basta.

Mirado Ferdydurke por su lado intelectual constituye una revisión de todo nuestro modo de ser cultural. Se puede estar o no de acuerdo con las sorprendentes tesis de Gombrowicz, pero no cabe duda de que Ferdydurke apunta y acierta a uno de los más drásticos y sensibles nervios de nuestra cultura. Y es una revisión especialmente valiosa para Hispanoamérica -clásico continente de la inmadurez.

Resulta difícil prever la suerte de este mensaje entre nosotros, sobre todo cuando no nos llega de París… Creo, sin embargo, que con estas breves líneas no hago otra cosa sino disparar el primer tiro en la batalla que tarde o temprano van a librar los ferdydurkistas de Hispanoamérica. Téngase bien presente que en el caso de este libro no se trata de una novela más.

 

Texto de solapa a Ferdydurke de Witold Gombrowicz, Buenos Aires, Argos, 1947.


martes, 6 de agosto de 2024

Juventud de Ferdydurke

 

Witold Gombrowicz


Quiero concluir el relato sobre mi pasado argentino. Ya he descrito el estado de espíritu en que regresé de La Falda a Buenos Aires.

En aquel entonces me hallaba a miles de kilómetros de la literatura. ¿El arte? ¿Escribir? Todo eso se había quedado en el otro continente, como detrás de un muro, muerto… y yo, “Witoldo”, acriollado ya, aunque de vez en cuando aún me presentaba como escritor polaco, era solo uno de tantos expatriados que hospedaba esta pampa, despojado hasta de la nostalgia del pasado. Había roto… y sabía que la literatura no podría procurarme en esta Argentina agraria y ganadero ni situación social ni bienestar material. Entonces, ¿para qué? Sin embargo, en la segunda mitad del año 1946 (pues el tiempo sí corría), encontrándome, como tantas veces, con los bolsillos totalmente vacíos y sin saber dónde obtener algún dinero, tuve una inspiración: le pedí a Cecilia Debenedetti que financiara la traducción de Ferdydurke al español, reservándome seis meses para hacerlo. Cecilia asintió de buena gana. Me dediqué entonces al trabajo, que se efectuaba así: primero traducía como podía del polaco al español y después llevaba el texto al café Rex donde mis amigos argentinos repasaban conmigo frase por frase, en busca de las palabras apropiadas, luchando con las deformaciones, locuras, excentricidades de mi idioma. Dura labor que comencé sin entusiasmo, solamente para sobrevivir durante los meses próximos; mis ayudantes americanos también lo encaraban con resignación, como un favor que había que hacer a una víctima de la guerra. Pero, cuando teníamos traducidas algunas páginas, Ferdydurke, libro ya muerto para mí, que yacía sobre la mesa como cualquier otro objeto, empezó de repente a dar signos de vida… y percibí en los rostros de los traductores un interés creciente. ¡Más tarde, ya con evidente curiosidad, comenzaron a penetrar en el texto!

Pronto la traducción comenzó a atraer gente y algunas sesiones se vieron colmadas de asistentes. Pero quien tomó el asunto a pecho, como algo propio, que ocupó la “presidencia” del “comité” formado por algunos literatos para dar la última redacción, fue Virgilio Piñera, escritor cubano recién llegado al país. Sin su ayuda y la de Humberto Rodríguez Tomeu, también cubano, quién sabe si se hubieran salvado las dificultades de esta –como calificó la crítica- notable traducción. Evidentemente no era por casualidad que Piñera y Rodríguez Tomeu, dos “niños terribles” de América, hastiados hasta lo indecible, hastiados y desesperados ante las cursilerías del savoir vivre local, pusieran sus afanes al servicio de esta empresa. Olfateaban la sangre. Anhelaban el escándalo. Resignados de antemano, a sabiendas de que “no pasaría nada”, de antemano vencidos, estaban sin embargo hambrientos de lucha post mortem. Se advertían en ellos las terribles debilidades de la aristocracia espiritual americana, crecida rápidamente, alimentada en el extranjero, que no encontraba en su continente nada en qué apoyarse. Pero –y no fueron pocos los americanos de este tipo que encontré- la muerte les daba una vitalidad particular, al aceptar el fracaso como algo inevitable tenían una capacidad de lucha digna de envidia. Humberto Rodríguez Tomeu se vistió, frente a la llovizna de conferencias, recitales poéticos y demás actos culturales, con un impermeable, impregnado de un humor mortalmente impávido. El alma trágica de Virgilio Piñera se manifestó con fuerza poco común en su novela La carne de René, publicada algunos años después, obra en la que la carne humana aparece sin posibilidad de redención, como servida en un plato, como algo totalmente carente de cielo. ¿A qué se debe, en última instancia, el sadismo de esta carnicería, tan hondamente americano que para la América no oficial, oculta, dolorida, podría servir casi de himno? ¿No sería ése el dolor del americano culto que no logra encontrar su propia poesía… el cual, enfurecido por no ser lo bastante poético, se vuelve contra las fuentes de la vida, blasfemando?

Para tales espíritus, Ferdydurke podría resultar atractivo. En lo que a mí se refiere, no había leído el libro desde hacía siete años, estaba borrado de mi vida. Ahora lo leía de nuevo, frase tras frase… y sus palabras carecían para mí de importancia. La Nada de las palabras, la Nada de las ideas, problemas, estilos, actitudes, aun la Nada de la Rebelión, la Nada del Arte. ¡Palabras, palabras, palabras!... Todo eso no lograba curarme, el esfuerzo sólo me hundió más en el verdor de mi inmadurez. ¿Para qué había enfrentado una vez más esta inmadurez sino para que me arrastrara consigo? En Ferdydurke están en pugna dos amores y dos tendencias; una hacia la madurez y otra hacia la inmadurez eternamente rejuvenecedora… el libro es la imagen de alguien que, enamorado en su madurez, pugna por la madurez. Más, era evidente que no lograba sobreponerme a ese amor ni civilizarlo, y él, agreste, ilegal, secreto, me devastaba igual que antes, como una fuerza prohibida. Y… ¡qué impotencia la del verbo frente a la vida!

Sin embargo, ese texto inocuo para mí, se volvía eficaz con el mundo exterior. Frases para mí muertas, renacían en otros… ¿de qué otro modo podía explicar que de repente el libro se volviera valioso y cercano a esta juventud literaria?... Y eso no sólo como arte, sino como acto de rebelión, de revisión, de lucha. Comprobaba en esos jóvenes que había tocado puntos de la cultura sensibles y críticos, y a la vez veía como ese ardor que, aislado en cada uno de ellos, no hubiese durado a lo mejor mucho, empezaba a consolidarse entre ellos por el efecto de una excitación y una reafirmación recíproca. Pues bien, si eso ocurría con ese grupito, ¿por qué no tendría que repetirse con otros cuando Ferdydurke fuera publicado? ¿Podría tener el libro aquí en el extranjero la misma repercusión que en Polonia, o quizás aún mayor? Mi libro era universal. Uno de los escasos libros capaces de conmover al lector de calidad más allá de las fronteras nacionales. ¿Y en París? Descubrí que la carrera mundial de Ferdydurke no pertenecía sólo a la región de los sueños (cosa sabida pero que yo había olvidado). 


Traducción: Sergio Pitol


Diario argentino, Adriana Hidalgo editora S. A.,  2001. 


lunes, 15 de julio de 2024

Rubén, cisne o búho en nuevas constelaciones


Alberto Baeza Flores

 

A José Coronel Urtecho, por su amistad en la Isla Española; a Pablo Antonio Cuadra, por sus poemas en “La poesía sorprendida”; a Ernesto Cardenal y a Ernesto Mejía Sánchez –y en ellos a la nueva poesía de Nicaragua- en el Primer Centenario del nacimiento de Rubén Darío.

 

 

Cisne o Búho. No sé.

La noche es tan confusa como tu alma de arcángel dolorido.

Te apoyas con tu luz en la puerta de nuestra América india, 

                                                                                          entredormida

y tu sombra se extiende iluminada de misterio

hacia el umbral del Paraíso.

 

Eres melancólico y distinto como tu país que se asoma

a todos los ojos del planeta,

De océano a océano como el aire errabundo,

y alzas la flor volcánica de Centroamérica que despierta

y donde nuestros pueblos ven madurar unitivas constelaciones.

 

París es niebla, ahora, junto a tu mesa del café pleno y solitario,

donde Verlaine se muere poco a poco de invierno y mansedumbre

o de brumosas horas melancólicas en busca de los lechos de ausentes 

                                                                                                             hospitales.

Tus ídolos están aún borrachos de infinito

y Grecia se sienta a conversar con ellos de cosas familiares.

Pero tú eres el que llegas y ya has partido a nuestra América,

el que te acabas de embarcar a nuestros países y te quedas en París

para beber otro poco de niebla o de nostalgia.

 

Rubén, como el asombro de los ángeles;

Darío, tu reino es todo de la tierra.

He visto otra vez el París que sufrías y cada día soñabas,

y he hablado con el Sena a ver si todavía se acuerda un poco de tu voz.

Viajo ahora en el tren –en tu tren de neblina invernal-

hacia el polvo silencioso de España.

Y veo los huesos de los siglos que tú nos enseñaste a ver,

y escucho la tos de eternidad de Quevedo y miro el párpado de oro

de Góngora insomne de relámpagos.

 

El tiempo ha roto los pedestales, pero lo que amabas está en algún sitio

del adiós o del reencuentro de las nubes fugaces,

mientras los astronautas imaginan el día que se abrirá

como una flor en Marte,

como una grieta de silencio, allá en Venus,

y la nueva poesía nos visita en forma de ostras de humo

que cruzan el espacio.

 

Te asomas ahora a un neblinoso balcón.

No sé si aún tiemblas ante los milagros que todavía te esperan

y lo que ves es que giran los siglos sin destruirse en su centro,

que cien años son apenas una bisagra.

Sé que me entiendes y que el tiempo está ciego de tanto espacio,

que el espacio anda mudo de tanto tiempo.

Sólo tú ves, más allá de las palabras secretas,

de qué manera tan simple vuelve a ordenarse la esperanza.



Cuadernos hispanoamericanos, 212-16, 1967, p. 629-30.