lunes, 15 de julio de 2024

Rubén, cisne o búho en nuevas constelaciones


Alberto Baeza Flores

 

A José Coronel Urtecho, por su amistad en la Isla Española; a Pablo Antonio Cuadra, por sus poemas en “La poesía sorprendida”; a Ernesto Cardenal y a Ernesto Mejía Sánchez –y en ellos a la nueva poesía de Nicaragua- en el Primer Centenario del nacimiento de Rubén Darío.

 

 

Cisne o Búho. No sé.

La noche es tan confusa como tu alma de arcángel dolorido.

Te apoyas con tu luz en la puerta de nuestra América india, 

                                                                                          entredormida

y tu sombra se extiende iluminada de misterio

hacia el umbral del Paraíso.

 

Eres melancólico y distinto como tu país que se asoma

a todos los ojos del planeta,

De océano a océano como el aire errabundo,

y alzas la flor volcánica de Centroamérica que despierta

y donde nuestros pueblos ven madurar unitivas constelaciones.

 

París es niebla, ahora, junto a tu mesa del café pleno y solitario,

donde Verlaine se muere poco a poco de invierno y mansedumbre

o de brumosas horas melancólicas en busca de los lechos de ausentes 

                                                                                                             hospitales.

Tus ídolos están aún borrachos de infinito

y Grecia se sienta a conversar con ellos de cosas familiares.

Pero tú eres el que llegas y ya has partido a nuestra América,

el que te acabas de embarcar a nuestros países y te quedas en París

para beber otro poco de niebla o de nostalgia.

 

Rubén, como el asombro de los ángeles;

Darío, tu reino es todo de la tierra.

He visto otra vez el París que sufrías y cada día soñabas,

y he hablado con el Sena a ver si todavía se acuerda un poco de tu voz.

Viajo ahora en el tren –en tu tren de neblina invernal-

hacia el polvo silencioso de España.

Y veo los huesos de los siglos que tú nos enseñaste a ver,

y escucho la tos de eternidad de Quevedo y miro el párpado de oro

de Góngora insomne de relámpagos.

 

El tiempo ha roto los pedestales, pero lo que amabas está en algún sitio

del adiós o del reencuentro de las nubes fugaces,

mientras los astronautas imaginan el día que se abrirá

como una flor en Marte,

como una grieta de silencio, allá en Venus,

y la nueva poesía nos visita en forma de ostras de humo

que cruzan el espacio.

 

Te asomas ahora a un neblinoso balcón.

No sé si aún tiemblas ante los milagros que todavía te esperan

y lo que ves es que giran los siglos sin destruirse en su centro,

que cien años son apenas una bisagra.

Sé que me entiendes y que el tiempo está ciego de tanto espacio,

que el espacio anda mudo de tanto tiempo.

Sólo tú ves, más allá de las palabras secretas,

de qué manera tan simple vuelve a ordenarse la esperanza.



Cuadernos hispanoamericanos, 212-16, 1967, p. 629-30. 



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