lunes, 24 de enero de 2022

Mensaje a Severo Sarduy



Manuel Díaz Martínez


No pediré que te proclamen santo

ni en Roma ni en La Habana ni en París,

aunque bien visto tú estuviste a un tris

de ser canonizado en vida: tanto


supiste ser tal cual eras, y tanto

nos gustaba que tú fueras así

—tan nuestro, tan de todos, tan de ti—

que en este mundo parecías santo.


No pediré tu canonización

porque en Roma y con esa religión

tu destino sería una capilla.


Como hijo de Elegguá que eras, diré

a los orishas antillanos que

te nombren Ángel de la Jiribilla.



Tomado de Memorias para el invierno (1995)


jueves, 6 de enero de 2022

Pavor



Carlos Montenegro 


Comenzó a descalzarse pretendiendo penetrar con la mirada la oscuridad en la que la blancura de las sábanas era solo un presentimiento.

Como el disgusto ocasionado por la carencia de fósforos y el miedo que acababa de pasar, le tenían los nervios en punta, tiró bruscamente, uno tras otro, los zapatos debajo de la cama, en la cual, después de acostarse, se fue tranquilizando poco a poco.

Al rato sonrió acordándose de su hermano; sintiéndose orgulloso de él, de la seguridad con que andaba por aquellas calles tan simétricas, tan semejantes las unas a las otras que parecían gemelas; calles de inmensos edificios llenos de la pretensión de barrenar el ciclo. Además, ¿no era digna de admirarse la soltura con que hablaba aquella lengua bárbara, que a él se le hacía sin modulaciones: aullidos semejantes entre sí, como las calles, gemelos los unos a los otros? Sí, era admirable su serenidad en aquella urbe donde todo era confusión. Por algo la llamaban la Babel Moderna.

Ahora en su mente —tenía los ojos abiertos sin ver nada en la absoluta oscuridad, sin más ruidos que el monótono tic-tac del despertador barato que desesperaba encima de la mesa de noche, aumentando el silencio— se atropellaban los recuerdos del día y de la víspera, tal cual si la confusión que emanaba de la ciudad se le hubiese metido en el cerebro.

Ora se destacaba uno, ora otro que rápidamente era opacado, sustituido por otro distinto, hasta que por fin, tal vez por la atención que en él había despertado, o porque fue origen del miedo que acababa de sufrir, reprodujo clarísimamente la escena de su presentación a los vecinos de la casa.

Tornó a sonreír, un poco molesto, por la cortedad que mostró en ese acto. Hasta más tarde no le hizo gracia el barajeo de su neto y vulgarísimo “tanto gusto” con los aullidos exóticos e ininteligibles de las señoras reunidas en el hall de la casa.

Se estremeció acordándose de un detalle de la escena de presentación, causa de su pánico. Cuando después de saludar a las señoras reunidas en coro se dirigió a una que, separada del grupo, parecía estar en espera de su turno, el hermano, le había detenido violenta y férreamente por el brazo. Al volverse, extrañado, lo halló palidísimo.

—¿Qué? ¿Qué te sucede?

Su hermano, sin responder palabra, después de saludar rápido y nervioso a las señoras algo inmutadas, lo llevó hasta el cuarto y allí le dijo, todavía con un ligero temblor contagioso en los labios:

—Es una lazarina, leprosa; esa mujer está leprosa, no la toques jamás, hermano.

A través de la inquietud que le había ocasionado el peligro corrido, le pareció recordar en aquel rostro semicubierto por un ligero velo, manchas rojizas y azulosas, fosforescentes como escamas de pez y vagamente imaginó que la mujer había hecho ademán de extenderle la diestra, toda corroída por el mal, una mano larga, enflaquecida, en la que asomaban desnudas, descarnadas materialmente, las falanges de los dedos tal cual si las hubiese metido en algún ácido corrosivo...

Tornó ahora a estremecerse y a echar de menos los fósforos. Los ojos abiertos, apagados por la oscuridad, ensayaron otra vez en ella la impotencia de la mirada.

Le extrañó que en aquella ciudad tan rica se alumbrase la gente con gas y se dijo que su hermano no debió dejarlo solo en aquel lazareto. 

¿Por qué lo había dejado solo? Se sonrió: sí, él sabía por qué su hermano se había mudado de alojamiento. Cuando de niños dormían juntos siempre reñían porque sus pies tropezaban, y la noche anterior se despertaron tres veces por la misma razón.

La primera vez se comentó el caso alegremente, como un dulce recuerdo de la infancia, a la segunda el hermano se había reído, a la tercera encogió las piernas, se revolvió en la cama y sin decir palabra se quedó dormido nuevamente.

¿Sería por eso? Sin acordarse más de la leprosa se dio a pensar en su hermano con fruición. Hacía una hora apenas que lo acompañara hasta la puerta de la casa, después de llevarlo al teatro, del que salieron tardísimo. Todas las luces en la casa estaban apagadas. Completamente a oscuras la escalera y los corredores. Al final de uno de ellos, el de la derecha, estaba su cuarto. ¿El de la derecha? 

Le restaba seguridad el fenómeno de la confusión que la simetría monótona de la ciudad le hizo sufrir desde que desembarcó en ella. Pero, no obstante... sí, no cabía la más ligera duda, era el último cuarto del corredor de la derecha.

Al pensar que no tenía fósforos se acordó instantáneamente de que en la casa se alumbraban con gas y bajó rápido la escalera con la esperanza de alcanzar todavía a su hermano. La calle estaba desierta. Por temor a perderse no quiso alejarse demasiado, y además pensó que a aquella hora todos los establecimientos estaban cerrados...

Esperar a un transeúnte para pedirle un fósforo era poco menos que imposible. ¿Quién iba a entenderse con aquellos salvajes?

Recordó haber leído en un magazine que un individuo mató impunemente a otro que lo detuvo en la calle a altas horas de Ia noche pidiéndole candela para encender su cigarro, alegando que aquello fue un pretexto para robarle. Decididamente debía acostarse a oscuras. Entró en la casa y al cruzar por el hall divisó, bañado por el reflejo amarillento de la luna, macabro, el sillón de la leprosa. Un escalofrío lo estremeció. Bajo aquella impresión, a tientas, se internó en el corredor derecho siguiéndolo hasta el final. Mientras caminaba admitió la posibilidad de que de alguna de aquellas puertas saliese la mano descarnada, corroída, llena de lepra, a estrecharle la suya que se adentraba tanteando como la de un ciego y bruscamente las guardó en el bolsillo. Entró en el cuarto malhumorado contra el crispamiento de los nervios que sentía agarrotársele y ya encerrado, mientras se desnudaba, el principio de pánico se disolvió en disgusto...

Hacía lo menos una hora que todo esto había ocurrido, ahora solamente le restaba un ligero desvelo producido sin duda alguna por el ruidoso tic-tac del despertador, demasiado cerca de la cama. Mejor lo llevaría a un rincón del aposento.

Se levantó, y al alargar el brazo para cogerlo, todos los nervios de su cuerpo se le contrajeron y saltaron flagelándolo. 

¡Aquel reloj era cuadrado y el que su hermano le dejó era redondo! La mano crispada sobre el reloj comenzó a temblarle produciendo sobre el mármol de la mesa de noche un ruido semejante al fallo de la chispa de un motor.

¡Era redondo!

Tuvo como una lucidez y se acordó, por encima de su terror, de la torpe confusión que hacía dos días lo aquejaba. Todo estaba explicado. ¡Qué redondo, ni redondo!, cuadrado y bien cuadrado era el reloj, lo demás: confusión, simple confusión emanada de aquella ciudad maldita por el soplo de Dios, como la antigua Babel enloquecida.

Lentamente, con un ligero temblor de piernas, consecuencia de los choques sufridos, llevó el despertador a un rincón de la estancia y volvió a acostarse. 

Al desperezarse en la cama y tropezar seguramente con un pliegue de las sábanas, tuvo la leve impresión de que era un pie humano y se acordó de las riñas infantiles con su hermano mayor.

¡Cómo se iba a reír cuando le contase los miedos que había pasado! Se arrebujó bien entre las sábanas y al unir su cara con la almohada la sintió húmeda en tanto un olor raro, indefinido, como un lejano olor a polvos de aristol, olor de lepra, le penetró por las narices hasta el cerebro a la vez que su oído, independizado del estridente ruido del reloj, sintió algo semejante a una respiración entrecortada, jadeante, afanosa...

Sentándose en la cama alargó los brazos suplicantes y un estertor se escapó de su garganta: su mano había tropezado en el aire con las falanges de los dedos carcomidos de la leprosa en cuya cama estaba acostado.


Orto, Año XXVII, no. 2, enero de 1928. 

Imagen: Martin Lewis. 


domingo, 26 de diciembre de 2021

viernes, 24 de diciembre de 2021

Hacia Santiago


Luciano Erba

 

Me encuentro en los espacios intermedios

en un camino de tierra y arbustos

los ojos perdidos hacia los montes

no sé si cantábricos o gallegos

me encuentro sin rastro de etapas

de parada, de partida, de arribo

no encuentro fuentes ni cruces

ni robledales en el altiplano

apenas un girasol selvático

asoma en un campo de heno

no muy diferente de una huella

de neumático en el barro reseco,

del polvo, de todas las malezas,

de las grandes nubes sobre nosotros.

 

 

Verso Santiago

 

Mi ritrovo negli spazi intermedi

su una strada di terra e cespugli

a perdita d’occhio verso i monti

non so se cantabrici o galleghi

mi ritrovo senza traccia di tappa

di sosta, di partenza, di arrivo

non incontro fonti né incroci

né querce in gruppo sull’altopiano

uno stento girasole selvatico

spunta da un campo di biada

non meno diverso da un segno

di ruota nel fango riarso

dalla polvere, da tutti gli sterpi

dalle grandi nuvole sopra di noi.

 

 

Traducción de Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas

 


domingo, 19 de diciembre de 2021

Reunión de Colectivo

 


Antonio Armenteros

 

Primer Asunto:

Aparentaba un amanecer distinto, llovía y ninguno de nosotros se atrevió a desandar la provinciana ciudad, o a comprar reservas alimentarias suficientes para el resto del mes. Teníamos la televisión encendida durante la jornada, estábamos en huelga: protestábamos, porque si existen situaciones límites, también hay soluciones prácticas y no por capricho de jóvenes extranjeros alocados, sino por necesidad espiritual de una época dada, época que en su decadencia nos excluía con sus signos vitales cada vez más injustos y débiles. Agotamiento de la imaginación, de la capacidad creadora, de la receptibilidad del sistema educativo ruso y por estos motivos nosotros nos fuimos a protestar: Creamos una huelga. Por lo tanto aquella fecha para mí se convirtió en el día de La Comuna en Rusia, con principios básicos: Liberté, Egalité y Fraternité… Nadie se acordó de invitar al Amor.

El primer caso en ser analizado fue el de Sergito que hace unas semanas insiste en querer regresar a la isla y dejar inconclusos los estudios. A esta altura de la Asamblea ya habían intervenido varios de los miembros del Colectivo estudiantil y dos de los invitados –no convidados y sí impuestos por la Oficina de Educación Superior de Moscú. Solicité la palabra a la Presidencia alzando el brazo –me aburrían los patrones seudodemocráticos de nuestras reuniones, esa obligación calculadora, fría que se eriza ante el menor indicio de erosión o de autenticidad no paternalista.

–Compañeros... dije exponiendo las circunstancias de la anterior resolución de Sergio.

Concluí y me senté a escuchar los argumentos de los oficinistas sobre la imposibilidad de tipo ideológica en primer lugar –de carácter económico en segundo lugar– de aceptar las razones de Sergio junto a las nuestras. Aquellas expresiones estereotipadas de los burócratas ahondaron mi aversión a los teóricos y las doctrinas.

–No hay porque complacer al compañerito Sergio, no tenemos que tratarlo con indulgencia, nos resta solo entender y a su vez hacerle comprender que el Estado Revolucionario gastó en su viaje una gran cantidad de recursos, por lo tanto es inadmisible que un joven comunista se comporte como un turista burgués, o un millonario en viaje a Europa de placer y lo que puede resultar peor: ¡Que el Colectivo le permita regresar al país sin una actitud crítica y autocrítica sobre tal comportamiento, es ilógico observar que nosotros evadimos el esfuerzo revolucionario y la orientación comunista de avanzada que tal actitud exige! –No sé para los demás, pero para mí semejante galimatías era digno del cantinfleo más absurdo, el “pelado” aparecía ante nosotros de nuevo, los funcionarios tratan de explicar el caso de Sergito atrapados en las condiciones de la Guerra Fría, el pensamiento dogmático que determina el embrutecimiento y la cementación cerebral de muchos. Para estos ministrantes les era cara la idea de un Colectivo monolítico, con decisiones compactas. En medio de esta apetencia de rara unidad las contradicciones, ni las polémicas y mucho menos las ideas tienen cabida.

Sergio en los días de exámenes posteriores recorrió cada una de las Repúblicas Soviéticas y, no se presentó en el Instituto; tuvimos que organizar otra reunión a la carrera, está vez para enviarlo de retorno a la isla. Ahora expulsado y triplicadas las refutaciones económicas de los oficiales. En estos instantes Sergio es traductor de Inglés…, a veces lo veo acompañado de su hijo y su perrito Rugai por los parques de Miramar, por ahí en la vida corta:

Feliz.

 

Segundo Asunto:

En los siguientes casos no deseaba intervenir luego de observar cómo era que actuaban los funcionarios cubanos aliados con la dirección apócrifa del Colectivo. En los demás operaba el temor de la posible expulsión a Cuba, cual invisible espada de Damocles pendiendo sobre las cabezas, y nadie intervenía, ni opinaba. Los tres monitos sabios: No hablo, no oigo, no veo. El decano del Instituto –parte rusa– leyó un extenso manifiesto acusatorio sobre nuestros camaradas, los cuales serían nombrados, comenzó el conteo regresivo:

–Iremos caso por caso… –Explica el inquisidor obeso y continuó:

–Higinio Álvarez, mal estudiante, resumiendo anda desbocado detrás de nuestras muchachas.

Se refería a las muchachas rusas, o sea el burócrata leía traduciendo literalmente al español las opiniones del Rector del Instituto… ¿Acaso desean que ande apareándose o enamorándose de camellas o cabras?

–Es falta de respeto y contestón. Leía el numerario y una alegre sonrisa ilumina su obeso rostro.

El azar posee sus propios mecanismos para imponerse, por idéntica falta a principios del siglo XVIII cubano, los amos esclavistas enviaban al cepo a sus esclavos. Bueno, la servidumbre rusa[1] no nos era extraña. Sabíamos que su único delito era haberle roto la cabeza a un ruso, con el bafle del equipo de música en una discoteca. El alumno ruso seguía a todas partes a Higinio desde que supo por boca de su amiga –concretamente novia en ruso– que el cubano constituía su nuevo amor. Lo empujaba sin motivo aparente por los corredores y las escaleras; cierta tarde incluso escupió a Higinio delante de todos –incluida la muchacha– y le gritó despectivo: ¡Chimpancé, sureño de mierda, vuelve a tu selva, salvaje! Se pone en movimiento el aparato democrático que a mí me parece demagógico:

Votación: 38 a favor, 5 en contra y nadie se abstiene.

Medida Disciplinaria: Expulsión del Centro Educacional y de la URSS, por ende, del Colectivo. Se va para Cuba en el próximo vuelo de Cubana de Aviación.

Marcador: 1 X 0 –A favor del Decano.

– ¡Pedro Gonzáles! –Al escuchar su nombre se levantó impelido por la voz del grueso funcionario, que pronuncia su nombre con la fuerza del tañido de una campana.

–Mal estudiante, le faltó el respeto a una profesora.

Lo sabíamos, conocíamos que su delito consiste en haber entrado en horas no regulares al dormitorio de la pedagoga, invitado por ella misma. La educadora a su vez era la amante del Rector, el cual tuvo la pésima idea de visitar a la catedrática sin aviso previo, coincidiendo con Pedrito que a esa hora se hallaba en el inmueble. El monarca abrió la puerta con sus miles de llaves y se encontró con un cuadro digno del erotismo de Oscar Kokoschka, los tortolitos estaban desnudos sobre el piso, ya habían realizado el amor furiosamente en el lecho. Fueron rodando, rodando hasta llegar casi a los pies del Decano frente a la puerta. Un triángulo de expulsión/tensión amoroso. Se abre otra paradoja frente a los ojos burócratas mal entrenados. Pedro no se delataría, ni a él, ni a la profesora. El Rector no lo quería ver más en el Instituto. Un capítulo extraño: ¿Qué coño estábamos analizando? En los ojos de Pedro se encendió una lucecilla de temeridad y la turbiedad en aumento casi apagó su mirada. Se puso de pie y escuchó el paradójico veredicto:

Votación: 38 a favor, 5 en contra y nadie se abstiene.

Medida Disciplinaria: Expulsión. Se va en el próximo vuelo de Cubana de Aviación.

Marcador: 2 X 0 –A favor del Decano. Otro regalo más del Emperador.

–Abel Pestano Almenares. –Apareció al fin un signo que nos indica la existencia de una madre entre nosotros. Figura controvertida, se cree o considera el líder natural –leía ahora el otro empleado bajito y calvo–, aconsejó e inculcó en sus condiscípulos la peregrina conjura de no asistir a las clases el día 10 de Octubre, fecha significativa en Cuba, pero que aquí en la URSS[2] no dice nada, aquí celebramos jubilosamente el Triunfo del Gran Octubre, por el nuevo calendario Gregoriano[3] en Noviembre. Su actitud de franco desafío y desacato a las autoridades educacionales compulsionó a nuestros camaradas soviéticos a solicitar nuestra intervención en tan delicado asunto y convocar esta reunión o asamblea urgente y bla, bla, bla… Comprendimos que viéndonos ignorados y  encontrándonos abandonados por ambas directivas; luego de pasar hambre y no recibir estipendio alguno, decidimos por unanimidad designar a Abel, por su dominio del idioma ruso, como nuestro legítimo representante o Jefe de Colectivo –más tarde fue removido de su cargo por estos funcionarios aparecidos a última hora y contra de nuestras voluntades. Lo cual nos alecciona sobre el real irrespeto de las autoridades rusas y cubanas a nuestras librepensadoras decisiones.

Votación: 38 a favor, 5 en contra y nadie se abstiene.

Medida Disciplinaria: Se va para Cuba en el próximo vuelo de Cubana de Aviación.

Marcador: 3 X 0 –A favor del Decano. Fin de la Reunión.


Tercer Asunto:

– ¿Dónde está el compañerito que habló primero?  Como al inicio levanté el brazo disciplinadamente.

–Lo esperamos con los nuevos jefes del Colectivo y el buró del Comité de Base de la UJC en el hotel. Se dirigió hacia mí el grasoso ministrante, me miró con ojos sagaces, pero sin verme en realidad, pues, cree que cuando se es joven, uno es sencillamente incapaz de comprender las cosas.

Recuerdo el regreso de los muchachos cerca de las cuatro de la madrugada del hotel, violando el reglamento moral de la Residencia que fija como hora límite de ingreso la una del alba. Nos contaron chistes verdes dichos por el Rector y lo describían esperanzados de la siguiente manera: “El tipo es un vacilón, chévere de verdura. Aquello fue lata, lata, la gran comelata y todo gratis”. Al final los demagogos le entregaron a cada uno de ellos treinta rublos y enviaron los tuyos con ellos. No los aceptaste… “Havana Club siete años, Vodka Anillos Dorados, oye, tremenda cumbancha te perdiste, camaleón”. Jaranean felices.

En lo interno me sentía complacido por no haber participado en esa farsa del hotel y quedarme ayudando solidariamente a mis compañeros: Pedro, Higinio y Abel a empacar sus objetos. Sergio se iría después –dos o tres meses más tarde–, y le escribí una extensa carta a mi viejo donde intento explicar lo sucedido, la intromisión en nuestros asuntos de las largas manos del oso ruso.


Cuarto Asunto:

Abel, por ser hijo de no sé quién, pero muy influyente, continuó sus estudios en París, ahora mal vive como especialista en ballet. A veces llega una postal o una invitación a mi puerta con su nombre bien claro: Abel. En ocasiones recuerdo que luego de aquella reunión tuve que estudiar como nadie, pues, existen ciertas intervenciones, ciertas frases, ciertas actitudes que un Rector o Decano, aunque no te acuse directamente, no puede permitir.

 

Quinto Asunto:

Masia, la rusalka que escucha mis desvaríos se inquieta, recordándome al Kafka de La muralla china: “Qué tortura la de ser gobernado por leyes que se ignoran... ¿Por qué mejor no me expulsan y me prohíben que haga preguntas?” Antes de perder por completo la noción de las cosas, percibo cual si fueran retazos de películas ya observadas los signos desacordes de aquel día y Masia me acaricia la cabeza diciéndome: “Ya pasará. ¡Todo pasa, cariño!” Ella no podía medir el grosor del agujero que se había abierto en mí alma. No tenía sentido alguno explicarle aquellos síntomas de la estupidez humana, aun cuando se agregue que por lógica no puede entenderlo. En lo sucesivo mi virtud esencial será moverme en Rusia con extrema prudencia.

 

Sexto Asunto:

FINAL.

 

                              Novovóronezh, Rusia, tierras negras central, 1989.

 


[1]Que viene del latín servus, o sea espécimen de contrato comercial y jurídico típico del feudalismo que imperó en Rusia.

[2] Se refiere a la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Disueltas el 25 de diciembre de 1991 mediante un intento de golpe de estado.

[3]El calendario Gregoriano vino a sustituir en 1582, suplantando 4 al Calendario Juliano. En Rusia por ser un país de religión ortodoxa y no querer reconocer la influencia de un Papa Católico como Gregorio XIII en la reforma del antiguo calendario no se adoptó hasta 1918, luego del triunfo de la Revolución de Octubre de 1917.