miércoles, 20 de enero de 2021

a antonin artaud



Mario Cesariny 


I.


Habrá gente con nombres que les queden bien.

No es mi caso. 

Cada vez que alguien me llama Mario

cada vez que alguien me llama Cesariny

cada vez que alguien me llama de Vasconcelos

se produce en mí una violenta contractura mandibular 

una cuchillada atroz por atrozmente pérfida. 


¿Cómo que Mario, cómo que Cesariny, 

como oh dios mío eso de Vasconcelos?

¿Y por qué quieren inocular en mi cuerpo 

una caricatura a todas luces marrana?

Qué andaban haciendo a la sazón los padres en los baptisterios

para recibir en plena cara semejante fajo de estructuras

tan incalificables como inadecuadas

en acto tan intransferible como la vida…puro

si yo no sé de ustedes si nada tengo en las manos yo vomito 

yo no quiero

yo nunca me adherí a las comunidades prácticas de clavar con clavos

las partes      más vulnerables      de la materia


Yo estoy solo en este avance

de cuerpos

contra cuerpos

inexpiables. 


Mi nombre si existe debe existir escrito en algún lugar 

"tenebroso y cantante" suficientemente glacial y horrible

para que sea imposible encontrarlo

sin enfilar en modo alguno por la carretera

del Coraje 

porque a este respecto –y creo que digo bien-

ninguna garantía de lectura gratis

se ofrece al viandante.


Por otro lado, si yo tuviese un nombre

un nombre que fuese      realmente      mi nombre

eso provocaría

calamidades terribles

como sacudidas de tierra

dentro de la piel de las cosas

de los astros

de las cosas

de las heces

de las cosas


II.


Habrá una edad para nombres diferentes de estos 

habrá una edad para nombres

puros

nombres que magneticen

constelaciones

puras

que hagan irrumpir en los nervios y en los huesos

de los amantes

inexplicables construcciones radiantes

dispuestas a circular entre la mugre

de dos bocas

puras


Ah no será el esperma torrencial lucífero 

ni la locura de los sabios      ni la razón de nadie. 

No será siquiera quién sabe      el único maestro vivo

el fin de la espantosa danza de los cuerpos

donde pontificaste      con el martillo en mano


Puesto que habrá una edad en que serán olvidados por completo

los grandes nombres opacos que hoy damos a las cosas.


Habrá

un despertar.



a antonin artaud


I

 

Haverá gente com nomes que lhes caiam bem.

Não assim eu.

De cada vez que alguém me chama Mário

de cada vez que alguém me chama Cesariny

de cada vez que alguém me chama de Vasconcelos

sucede em mim uma contracção com os dentes

há contra mim uma imposição violenta

uma cutilada atroz porque atrozmente desleal.

 

Como assim Mário como assim Cesariny 

como assim ó meu deus de Vasconcelos?

Porque é que querem fazer passar para o meu corpo

uma caricatura a todos os títulos porca?

Que andavam a fazer com a minha altura os pais pelos baptistérios

para que eu recebesse em plena cara semelhante feixe de estruturas

tão inqualificáveis quanto inadequadas

ao acto em mim sozinho como a vida . . . puro

eu não sei de vocês eu não tenho nas mãos eu vomito . . . eu

não quero

eu nunca aderi às comunidades práticas de pregar com pregos

as partes . . . mais vulneráveis . . . da matéria

 

Eu estou só neste avanço

de corpos

contra corpos

Inexpiáveis

 

. . O meu nome se existe deve existir escrito nalgum lugar 

«tenebroso e cantante» suficientemente glaciado e horrível

para que seja impossível encontrá-lo

sem de alguma maneira enveredar pela estrada

Da Coragem

. . porque a este respeito — e creio que digo bem — 

nenhuma garantia de leitura grátis

se oferece ao viandante

 

Por outro lado, se eu tivesse um nome

um nome que me fosse . . . realmente . . . o meu nome

isso provocaria

calamidades

terríveis

como um tremor de terra

dentro da pele das coisas

dos astros

das coisas

das fezes

das coisas

 

II

 

Haverá uma idade para nomes que não estes

haverá uma idade para nomes

puros

nomes que magnetizem

constelações

puras

que façam irromper nos nervos e nos ossos

dos amantes

inexplicáveis construções radiosas

prontas a circular entre a fuligem

de duas bocas puras

 

Ah não será o esperma torrencial diuturno

nem a loucura dos sábios . . . nem a razão de ninguém

Não será mesmo quem sabe . . . ó único mestre vivo

o fim da pavorosa dança dos corpos

onde pontificaste . . . de martelo na mão

 

Mas haverá uma idade em que serão esquecidos por completo

os grandes nomes opacos que hoje damos às coisas

 

Haverá

um acordar



Traducción: Pedro Marqués de Armas


miércoles, 13 de enero de 2021

Ayuden a ese hombre

                                      


Pedro Marqués de Armas


Sala Barcardí. Aparte, delante de un pequeño estrado, conversan animadamente. Por encima, se ve la cabeza del pianista, que comienza a tocar una conocida pieza de época. 

Antiga: Viví veinte años en México, ¿sabe?

Artaud: Algo de eso me insinuó vuestro amigo.

Antiga: Y estudié la fiebre amarilla en Veracruz. A fondo, como todo lo que hago.

Artaud: Una suerte de peste americana. ¿No?

Antiga: Exacto, que mata al hombre blanco en un pispas. Pero la hemos erradicado.

Artaud: ¿La fiebre?

Antiga: Sí, gracias a un sabio nuestro. ¡Acabamos con el mosquito!

Artaud (soltando una risotada, y poniéndose luego serio): Con los indios, querrá decir. Ja, ja. (La mandíbula de Artaud sigue temblando cuando deja de reír y los ojillos se le hunden.)

Antiga (persuasivo): No. Con los casos de fiebre… Ni soldados ni turistas. Ya no muere nadie en estas tierras.

Flora (intercediendo): Pero tenemos peste blanca. Aquí mismo, en este país, se lleva por delante cada año 9582 niños.

Lesbia (de coletilla): Y el flagelo de matonismo.

Antiga: Puedo asegurarle que son inmunes… los indios. 

Artaud (ufano): Ya lo sabía. Mire si he estudiado ese asunto. Por cierto, la homeopatía da resultados.

Artiga (sorprendido): Entonces conoce mi estudio. Fue traducido al francés. Sostengo que el Euphatorium perfoliatum, administrado a tiempo, corta el vómito negro.

Artaud: ¿Cuál dice?

Antiga: “La inmunidad a la fiebre amarilla entre los lacandones”. 

Artaud: No. No tengo el gusto. Pero déjeme anotarlo. (Saca del bolsillo un cuaderno escolar y apunta el título). (Añade sonriente): Vengo vacunado por los astros.

Antiga: Se lo haré llegar. Será un honor.

Artaud: Sabe. Para mí el poema de Reyes ha sido una inspiración. Esas sí son yerbas.

Antiga: Ya, ya. Quiere decir “Yerbas del tarahumara”.

Artaud: Sí, ese mismo. Pero también un relato de Justo Sierra. Eso sí es comprender.

Antiga (boquiabierto): -----------------------.   

Artaud (mandíbula bamboleante):----------------------.

Con la misma, Artaud comienza a impartir una breve charla sobre el concepto “trópico” y sus relaciones con la metafísica-por-venir. Pone a Sierra por las nubes. Los interlocutores se miran y miran para Antiga.

Antiga (serio): Por cierto, cambiando de tema. Cualquier cosa que quiera publicar tiene las puertas abiertas. Soy corresponsal de mérito de Carteles.

Artaud: Se lo agradezco. Siempre viene bien unas pelas.

Antiga (animado y llamando a Flora y a Lesbia, que sostienen sendas copas en sus manos): Arriba, saquémosno una foto.

Se colocan delante de la cámara. Antiga le hace una señal al fotógrafo con su bastón. Clic, clic, clic. Se oyen los últimos acordes de El Santo del Hacendado.

 

domingo, 3 de enero de 2021

Anima Mundi

 



Rogelio Saunders 

 

                                                 para A.I.D.

  

A ella, una vez más,

a ella siempre, a ella,

porque fue más valerosa

que todos nosotros juntos.

Y mientras el tirano, César ridículo, se bamboleaba

en su atalaya-retablo como la escultura-

títere del Orador de Pablo Picasso (más digna, sin duda,

de consideración y de alabanza),

ella moría, silenciosamente,

no contra él, ni a causa de él,

sino ignorándolo,

con indiferencia verdaderamente olímpica,

majestuosa como lo Femenino Mismo.

Capaz de deslizarse, no tan solamente

por entre las edades y los comportamientos,

sino a través de los cuerpos y de las voluntades,

ya que la femineidad no es el reposo

(así como la masculinidad no es el avance).

Nada ha sido fijado definitivamente,

sino que todo está desde siempre en movimiento.

Todo está desde siempre desplazándose:

lo Masculino sobre lo Femenino,

lo Femenino sobre lo Masculino,

como a lo largo de un ramillete de ejes.

Formando infinitas figuras: todas

las geometrías posibles (y aun las imposibles).

Lo Femenino aquí, allí. Lo Masculino

aquí y allí también, indecidibles.

Según la luz, según la hora, según

el oído y el ojo o esas presunciones

que son la base de la verdad y de la belleza.

Indecidibles, pues, como las piernas de Céline. En sobresalto

recorriendo los holocaustos y los mapas.

Tía Céline con sus muletas y su gato barcino,

agitando frenéticamente los brazos desde el fondo de un embudo

de tierra.

Quel probleme.

Ella sonreía.

Ella sonreía siempre, como la Madonna de Da Vinci.

Ella sonríe siempre como lo Perdido.

Como lo Anhelado, entonces, como el Presente imposible.

Ella me ha mirado fijo con sus ojos nublados,

transparentes y oscuros como las pupilas de la Muerte.

Partons-nous! ¡Partamos!–le había dicho—

hacia los campos helados de Cynara

y todo el resto será literatura.

Pero todo el resto, como lo sabía Shakespeare, es silencio.

Silencio sobre silencio sobre silencio.

Y todo, así, debía terminar por repetición,

como en las partidas de ajedrez mediocres.

Un equilibrio que no agradecerá nada.

Supremo ejercicio vacío de la mente,

plenariamente vacía tras su ejercitación suprema.

Como un vaso formándose la sílaba,

naciendo de la nada, como un jinete de Faulkner.

¡Oh, Maestro! Yo estoy muerto y todos están muertos.

Sólo ella está viva: espectro insoportable.

Espejo sin defectos, que refleja

no tan sólo los semblantes y los gestos,

sino el pasado y el porvenir –y lo que hay entre ellos.

Las intenciones y las representaciones.

Voluntad y representación: no hay otra cosa.

Cuánta razón tenía Schopenhauer.

El Bien y el Mal no son más que dos caras

de un dado cuyos lados son infinitas caras

y cuyos sobresaltos son constelaciones.

Morfolalias fascinantes. Holocaustos.

Universos que transmigran y que estallan.

¡Parpadeos de los dioses!

Esto en lo que concierne al mundo: al in-mundus.

Voluntad y representación: cópula inconclusa.

Interminable confusión entre la que vivimos.

Presuposición bajo la que alentamos,

perseguimos, obramos, representamos, huimos…

Ah, raza maldita: tu destino era el polvo.

Salvo la absurda confianza de la Forma.

Hölderlin hermoso, hermoso como una

urna de Keats y como el mismo

John Keats con un sombrero de ala ancha,

pájaro inmortal bajo los sauces.

Hölderlin herido por el rayo,

llorando en el regazo inmemorial de un carpintero.

Y Keats muerto a los veinticinco años,

mirando la gota de sangre única sobre la sábana.

Bring me the candle, Brown, and let me see this blood.

That drop of blood is my death-warrant.

¡Esa gota de sangre es mi sentencia de muerte!

Keats también herido por el rayo.

El mismo sosiego portentoso. La misma

celestial imparcialidad; el mismo auto anonadamiento.

Porque

dar a los otros el titulo exorbitante de “Majestades”,

es como confundirse uno mismo con un pájaro que picotea.

Es el colmo de la sencillez y de la sabiduría.

Es algo sutil como un paisaje de nieve.

Como una gota de sangre en un paisaje de nieve.

Como la huella de un pie desvaneciéndose en un paisaje de nieve.

¡La misma orientalidad griega!

El mismo gran estilo que mezclaba

la belleza y la verdad por medio de la especie

de poderosa ingenuidad que era su firma y su fuerza.

Su lenguaje y su encanto. Y cuya consecuencia

fue la fusión inimitable del gesto con la geometría.

La cohabitación asombrosa del ethos con el infinito.

Y todo esto, imagen sin contrarréplica,

es por ti que lo sé, mon tonneau des Danäides.

Es por ti, por ti que, en torno a mi cabeza,

vuelan las lecturas como hojas, como sábanas.

Sin duda, como auras

que toman por un tesoro esta calavera indecidible.

Sin saber que nada elige, que todo

es  elegido. Y que ellas serán —un día, como en un raptus—

mi alimento terrestre.

Esto también lo sé por ti, por tus amados ojos

ornados por dos arcos forjados como por orfebres

de Artajerjes, expertos en miniaturas,

como corresponde a la dignidad de una sacerdotisa del Asia Menor.

Así lo vio Pasolini.

Así también lo veo yo.

La tiranía de la Forma es el instante

de elección en que la mente (la vacía

mente mandálico-laberíntica)

se prende (libertada-recluida) de un punto,

como una mariposa de un vórtice de llama

o como una luciérnaga de un monolito mudo.

Se prende (se des-prende), luciola, se disgrega,

en deriva, en muerte, en rupta, ad infinitum,

y cae allí con todo lo que sabe,

con el exceso efímero absoluto

(ya que nada dura tanto como la centella),

o mejor dicho con todo lo que quiere

y que no sabe que quiere, pues el Ser

es lo que escapa siempre a lo que quiere

para fingir que lo contiene todo:

el Cielo y el Infierno —y lo que hay entre ellos.

Y tal vez el Ser es verdaderamente todo,

sólo que en realidad

no se trata de eso,

aunque sin duda es éste el engaño más antiguo:

Maia, más poderosa que todos

los patriarcas de la Historia juntos.

Más poderosa que el Todopoderoso.

Hijo que ha olvidado su origen o que lo ha reprimido.

En fin: todo ese loco asunto de la Caída.

 

Tu impuro nombre es mi piel. Mi sonrisa.

Mi ofrenda, mi manto, mi altar y mi sepulcro.

Mi cáliz y mi llama.

Porque, como lo dijo Kierkegaard,

hay que haber llegado al fondo de la abyección y de la locura,

colmado por la culpa como por un vino espeso,

para estar dispuesto a emprender la aventura absoluta

         del Cristianismo.

Donde lo que brillaba, sobre todas las cosas, era la Femineidad,

antes de que los Tristes Pensadores echaran a perder el asunto.

 

A ti (¿a quién, si no?), a ti,

Forma Perenne de lo que no dura.

Moribundia eterna, como un gesto

para nadie, un sabor de fruta,

el olor de un cuerpo, el sonido

de agua de un beso o el sonido

de agua y de piedra de un cuerpo sobre otro cuerpo.

El Olvido, en suma. Las canciones.

Toda la música que somos

y que no somos.

La tristeza, el nudo melancólico,

el aliento estrangulado: todo

el idioma patético de los pobres seres humanos.

La pobre gente de Dostoievsky desde lo alto

hasta lo bajo y desde la izquierda

hasta la derecha y también en sentido contrario.

Lecturas y más lecturas hasta que se apagan las luces,

y se secan los océanos y desaparecen las ciudades.

Y el mundo mismo, como una pequeña pelota,

se va saltando y perdiéndose por entre las constelaciones

que forman el iris del ojo y la pupila

dentro del iris de tu ojo, Antigua.

Homenaje final al imposible final de lo Inconcluso.

Y así como Flaubert pudo decirles

(sabiendo muy bien lo que decía)

a los Tristes Pensadores,

a los Maliciosos de toda laya,

a los Astutos y a los Ingenuos,

a los Sutiles y a los Inconformes,

a los Inocentes y a los Culpables: Madame

Bovary c‘est moi, así yo puedo

hoy decir también al polvo y al viento que lo han creado todo:

Yo soy tú misma. Yo únicamente soy yo

por el hecho evidente-sencillísimo de que soy tú misma.

Alma del mundo acurrucada en el fondo ciego del ojo.

Vuelta de espaldas al Contemplador como en aquel cuadro

famoso que creo que es de Rembrandt,

con el pulgar en la boca y cuyo gesto (de Rembrandt y tuyo)

divide todo espacio más hermosamente

que ningún espejo. Porque ese gesto (¿infantil?)

es la luz y la nieve. El multiplicador y lo multiplicado.

El Momento, el Instante, la Hora Perfecta

en que me vuelvo sobre ti, mirándome.

Oscuro como la carne y la sangre dentro de la matria oscura.

A punto de concebir y de engendrar,

de convocar y de comandar, de proveer y de necesitar.

A un tiempo la hoja y el cálamo, el color y la línea,

la superficie y el punto. La materia

y la vibración insonora en que se resuelve la materia.

La gota y la sábana que son el hecho y el símbolo,

el acto y el sueño, lo terrenal y lo absoluto.

Espíritu de la creación confundido con el seno turbio de las aguas,

en sí mismo meditando más allá de todo pensamiento.

Caos magnífico al que me entrego poligeométricamente,

como Ícaro al sol con las absurdas alas desplegadas.

 

¿A quién, pues, si no a Ti?

Imagen, Eternidad, Sonrisa.

 

                                                                                (28.7-16.9.1993)

Fotografía de Václav Chochola 


domingo, 27 de diciembre de 2020

Miguel de Marcos: El Día del Periodista









El Periodismo en Cuba. Cuartillas leídas en el Directorio del Retiro de Periodistas el "Día del Periodista" en 1941. 




martes, 22 de diciembre de 2020

Cuando todos se vayan



Jorge Teillier 

 

                                                               a Eduardo Molina Ventura

  

Cuando todos se vayan a otros planetas

yo quedaré en la ciudad abandonada

bebiendo un último vaso de cerveza,

y luego volveré al pueblo donde siempre regreso

como el borracho a la taberna

y el niño a cabalgar

en el balancín roto.

 

Y en el pueblo no tendré nada que hacer,

sino echarme luciérnagas a los bolsillos

o caminar a orillas de rieles oxidados

o sentarme en el roído mostrador de un almacén

para hablar con antiguos compañeros de escuela.

 

Como una araña que recorre

los mismos hilos de su red

caminaré sin prisa por las calles

invadidas de malezas

mirando los palomares

que se vienen abajo,

hasta llegar a mi casa

donde me encerraré a escuchar

discos de un cantante de 1930

sin cuidarme jamás de mirar

los caminos infinitos

trazados por los cohetes en el espacio.