lunes, 7 de septiembre de 2015

En La Habana





   Raymond Roussel 


  En La Habana vivía en… una pareja de huérfanos, A… L…, de catorce años, y su hermana melliza M… 
 Descendientes de una familia de colonos españoles, los dos hermanos crecieron bajo la afectuosa tutela de una vieja señora, su tía abuela S…, persona simple y eficiente, suerte de marimacho entrenada para resolver por sí misma todos los asuntos. 
 Los dos mellizos, como suele suceder, habían crecido de manera desigual en el seno materno: M… había acaparado la mayor parte de los jugos vitales, en detrimento de A… quien, de una fragilidad sin remedio, había llegado a la adolescencia de milagro. 
  Entre A… y M… reinaba el fanático cariño propio a los dúos mellizos. Además A…, muy dotado, sabía ejercer sobre su entorno un saludable ascendente, que alcanzaba sin duda a su hermana. En el colegio reinaba en su clase y, ostentando un suplemento de prestigio por su título de veterano, fruto de una grave enfermedad que lo había obligado a repetir, aconsejaba a unos, defendía a otros o, con una palabra, dirimía una diferencia. 
  Dos ejemplos dan la medida de su autoridad. 
  Entre sus compañeros estaba el hijo de N… O… –un arribista famoso en todo el país– y el de R… V…, cuyo nombre recordaba un misterioso escándalo. 
  Simple doméstico de un terrateniente, N… O…, gracias a un buen billete de lotería, había podido, todavía jovencito, sentar los fundamentos de una fortuna que, avaro y dotado, se había, en un cuarto de siglo, vuelto considerable. 
  Pero sus orígenes le valían, por parte de los cubanos acomodados, una evidente frialdad – que quiso vencer a través de la compra de un título. 
  Viajó a Roma – y volvió Conde del papa. 
  Sin embargo, los snobs cubanos, para nada deslumbrados, consideraron los hechos como una provocación y se ofendieron. No solamente rechazaron al nuevo noble, sino que se organizaron para hacerle llegar anónimamente una carta, revestida de un rico encuadernamiento con una visible corona condal. Significaba acabar finalmente con las pretensiones aristocratizantes de un antiguo valet campesino. 
  El conde de O… comprendió – y se mantuvo tranquilo. 
  Sobre todo que prontamente lo iban a acaparar otras ocupaciones. 
  La Habana festejaba en ese tiempo a una troupe lírica italiana, que tenía como gran estrella a la bella y galante A…, llamada la “reina de la vocalización”. 
   El repertorio de canto no ofrecía nada suficientemente firme como para hacer plenamente valer su virtuosismo único, A… había hecho arreglar para su voz, sobre versos inspirados por el título, la pianística Fileuse de D… Allí se sucedían sin tregua, alcanzando sutiles efectos imitativos, episodios de naturaleza cromática, vedados para los talentos medios. Y, verdadera proeza digital, la ejecución de la obra, gracias a la garganta, se convirtió en una milagrosa hazaña. 
 Esa hazaña A… la llevaba a cabo sin aparente esfuerzo, alcanzando, en un perpetuo pianissimo, una velocidad extrema, que no hacía padecer jamás la singular puesta en valor de las notas agrupadas sobre la que se apoyaba cada sílaba. 
  Después de cada último acto, imperiosas aclamaciones forzaban a A… a cantar su Fileuse, que la llevaban siempre al triunfo. 
   La primera vez que O… vio a A… aparecer en escena, sintió frente al estallido de belleza un gozoso escalofrío, presto a sumarse al sonido de su voz. Su deseo, creciente de acto en acto, llegó al clímax cuando al final de la habitual Fileuse, dando el máximo de su prestigio, la hizo superarse como artista para iluminar una apoteosis. 
  Cuando después de una fácil conquista, O… escucha, en plena luna de miel, hablar de la partida de la troupe, su angustia muestra la fuerza de su pasión, y realiza, para que abandonara la escena que aún le quedaba, impresionantes ofertas a A…, quien, percibiendo su poder y teniendo que explotar a fondo la situación, las rechaza; excepto el casamiento – y se mantuvo así hasta que él cedió. 
 La intromisión en su existencia de una esposa con un pasado vergonzoso no hizo más que agravar el ostracismo que padecía O… –y contra el que decidió luchar una vez más. 
  Fue en las carreras, en honor de Cuba, donde pergeñó su plan. Participar le valdría una aceptación de elegancia –y relaciones en el mundo brillante del turf
   Funda una escudería y elige los colores, en honor de A…, verde, blanco y rojo de la bandera italiana, aprovechando cualquier oportunidad para honrarla gracias a visibles homenajes, pese a la desaprobación de las personas pudorosas. 
  Pero si la pareja tuvo en el hipódromo algunos éxitos deportivos, la indiferencia fue la única respuesta y O…, contrariado, no tarda en vender todos sus caballos. 
  A sus sinsabores le sigue una alegría: el nacimiento de un hijo. 
  Ahora bien, era precisamente ese hijo, S… d’O…, entonces de catorce años, que A… L… tenía como camarada. 
   Un compañero lo trató durante el estudio, en una pelea en voz baja, de hijo de valet y de ramera, S… entonces respondió desafiándolo. 
   Llegado el recreo, A…, a los primeros golpes de puños, se interpuso, y se informó de lo sucedido. Visto el carácter odioso del insulto quiso que S… recibiera públicas excusas –y fue como siempre deferentemente obedecido. 
  En cuando a V… hijo, sufría injustamente los efectos de ciertas sospechas que planeaban sobre su padre. 
 Este, huérfano desde temprano, había, a su mayoría de edad, malgastado rápido un modesto patrimonio y, de aspecto seductor, había entonces buscado… y encontrado una heredera. 
 Varios años de gran vida acabaron con la dote, y los suegros irritados pensionaron muy poco a la pareja – desde entonces alcanzada por dificultades que se acrecentaron con el nacimiento de un niño. Ahora bien, apenas hablaban de la bendición, que a la misma hora morían misteriosamente el padre y la madre del recién nacido. 
  La autopsia dio la prueba de un doble envenenamiento. 
  Una investigación fracasa buscando indicios en la alimentación. Obligatorio fue buscar en otra parte y se terminó sospechando de la goma de un stock de estampillas de origen conmovedor. 
 Dos años antes el Americano T… había intentado, en su navío El B…, un audaz reconocimiento polar. 
  Cuando fue largamente superado el tiempo de su retorno, una suscripción pública se abrió para que se puedan comenzar las investigaciones. 
  Una estampilla fue especialmente creada, la que, mostrando al B… perdido en los hielos, acompaña rápidamente las cartas que se envían. 
 A más de uno se le obligaba hábilmente, enviándole autoritariamente una hoja con cien estampillas –e inmediatamente pasaba a domicilio un cobrador pidiendo el pago. 
  Ahora bien, a los suegros de V… una hoja de este tipo les había llegado, usándola sin tardar, reservando una buena acogida al cobrador. 
   Murieron dos semanas después. 
   Quedaban seis estampillas –con goma envenenada, informó el análisis. 
  Como no se pudo encontrar el sobre, la investigación giró en vacío y abortó. Pero las sospechas cayeron brutalmente sobre el afortunado V… –sin alcanzar a su mujer, que gozaba de una universal estima. 
   Las cosas, sin embargo, no habían salido desde entonces del dominio del chismerío. 
  Sin embargo, curtido por el sentimiento de la semejanza en la vulnerabilidad, V… hijo había castigado con sus manos durante las excusas públicas dirigidas a S… d’O… 
  Fuera de sí, el agresor busca una venganza que no pudo, anónima, mas que valerle una nueva lección. 
  A una hora determinada, entra en el dormitorio vacío y, bien calificado en dibujo, hace en carbonilla en la pared, detrás de la cama del joven V…, un croquis insultante titulado “El doble golpe del Papa”, en donde dos coches fúnebres marchaban en fila, al lado de un ángulo encuadrado por una gran estampilla de la catástrofe polar. 
  Comenzó a odiar su obra cuando vio que su descubrimiento provocó un malestar general –y el llanto del interesado. 
 Pero de hecho, A… agrupa a todo el mundo –y reprueba doblemente una injuria que, cobardemente anónima, golpeaba al hijo en la persona de su padre. 
  Después se hizo crear tan bien la imagen de una rehabilitación por sus confesiones que llorando, a su turno, de culpabilidad, se arrodilla frente a su víctima, culpándose y pidiendo perdón. 
  Es fácil imaginar cuáles debían ser en una hermana –y melliza– los efectos de una potencia dominadora tan grande ya sobre simples camaradas. 
  Cada palabra de A… era para M… razón de fe, y gustosa hubiera dejado todo por el triunfo de una causa pedida por él. 
  Y justamente, lleno de inclinaciones por la bondad activa, el precoz adolescente no dejaba de abrazar, a veces, grandes sueños humanitarios –que proyectaba audazmente realizar algún día. 
 Especialmente, muy arraigado a su isla natal, hubiera querido que a partir de una imitación intensiva de Europa naciera un refinamiento civilizatorio. 
 En efecto, admiraba ardientemente a Europa –a la que lo ligaba por otra parte su sangre española– tierra de grandes recuerdos, de sólidas tradiciones, de obras maestras de arte, de mentes sublimes, despreciando en cambio el industrialismo de la nueva América. Y muy seguido en sus confidencias a M…, se apasionaba, por un futuro lejano, con sus planes inspirados por ese patriotismo especial. 
  ¡Pero ay, ese futuro! No iba a alcanzarlo. La muerte, que había, desde la cuna, sobrevolado, lo llamó a los veinte años, carcomido por un mal del pecho –bajo la mirada azorada de M…, para siempre desconsolada. 
   Sin embargo, el sentimiento de una misión sagrada a cumplir la sostenía en su desdicha. 
  A…, en su lecho de muerte, le había solemnemente invocado realizar en su reemplazo su sueño patriótico –y, con el brazo tendido, ella le había jurado obediencia. 
  Un año más tarde, pasada en años moría su tía abuela, dejándole una fortuna que iba a permitirle comenzar su campaña. 
  Sintiendo primero cuan poco podía sin colaboración, publica y reparte gratuitamente un folleto conteniendo un explícito llamado de ayuda. Allí se exponía el desiderátum de A… –y el proyecto de fundar, con los partidarios de sus ideas, un club mixto cuyos miembros se reunirían en la casa de M… 
 Afirmativamente comprensivos, numerosos intelectuales adhirieron con patriótico entusiasmo. 
   Todo club debe ser gobernado; una votación tuvo lugar y, en el primer escrutinio, M… fue unánimemente elegida presidente. 
  Decidieron entonces inventar alguna insignia para ella, que al portarla, en las sesiones, afirmara su autoridad. 
  Así reflexiona aguda y seriamente y, durante un tiempo, insatisfecha, termina, a fuerza de replanteos, por adoptar una idea audaz, rechazada de entrada por superar el objetivo planteado. 
 Se trataba, en efecto, no de un simple suplemento ornamental, sino de una prenda completa. 
  Entre las porcelanas exhibidas siempre en las vitrinas de su living, había un Secuestro de Europa. Una graciosa compostura, calcada de la de la historia, que completada con una polera rosa, se convirtió en el traje presidencial. 
  La sesión del estreno adquirió un tono de solemnidad inaugural. Por primera vez reinaba la actividad en la búsqueda de las decisiones a tomar. Y finalmente fue encargado a cada uno la misión de aportar características propias para demostrar la superioridad europea. 
  Pasaron algunas semanas, en las que M… recibió, como alegato por su causa, los treinta documentos siguientes… 


  Traducción Damián Tabarovsky


 En La Habana es un texto inconcluso que Raymond Roussel escribió entre 1928 y 1932 y sólo se publicó a principios de los 60 en la revista L’Arc con edición de John Ashbery. Damián Tabarovsky lo comentó y tradujo al castellano (Diario de poesía).

viernes, 7 de agosto de 2015

El llanto de la excavadora. V y VI





Pier Paolo Pasolini


V
    
Un poco de paz basta para revelar
dentro del corazón la angustia,
límpida como el fondo del mar
    
en un día de sol. En eso reconoces
sin probarlo, el mal
allí, en tu lecho, pecho, muslos
    
y pies abandonados, como
un crucifijo, o cual Noé
borracho, soñando, ingenuamente ajeno
    
a la alegría de los hijos que sobre él,
fuertes y puros, se divierten…
El día ya está sobre ti,

en el cuarto, como un león dormido.
    
¿Por qué caminos el corazón se encuentra
pleno, perfecto incluso en esta
mezcolanza de beatitud y dolor?
    
Un poco de paz… Y lo que despierta en ti
es la guerra, es Dios. Apenas se distienden
las pasiones, se cierra la fresca
    
herida, y te pones ya a gastar
el alma, que parecía del todo agotada,
en acciones de sueños que no aportan
    
nada.. Y he aquí que encendido
por la esperanza -viejo león
maloliente de vodka, Kruschov
    
impreca al mundo por su ofendida Rusia-
de pronto te das cuenta que sueñas.
Parece incendiar en el feliz agosto
    
de paz, todas tus pasiones, todo
tu interior tormento,
toda tu ingenua vergüenza
    
de no estar –sentimentalmente-
en el punto donde el mundo se renueva.
Al contrario, aquel nuevo soplo de viento
  
te echa atrás, donde todo viento
cae; y allí, tumor
que se recrea, reencuentras
    
el viejo crisol del amor,
el sentido, el espanto, el placer.
Y justo en aquel sopor
    
está la luz… en aquella inconsciencia
de infante, de animal o ingenuo libertino,
está la pureza…los más heroicos

furores de aquella fuga, el más divino
sentimiento en aquel grosero acto humano
consumado en el sueño matutino.



VI

En la hoguera abandonada
del sol matutino –que arde, de nuevo,
limando las construcciones, sobre los marcos

recalentados –desesperadas
vibraciones raspan el silencio
que perdidamente sabe de vieja leche,
    
de plazotelas vacías, de inocencia.
Al menos ya desde las siete, aquel vibrar
crece con el sol. Pobre presencia
    
de una docena de obreros ancianos
con los harapos y las camisetas ardientes
por el sudor, cuyas raras voces,
    
en lucha contra los dispersos bloques
de fango y desprendimientos de tierra,
parecen deshacerse en aquel temblor.

Pero entre los obstinados golpes 
de la excavadora, que parece ciega,
ciega resquebraja, ciega aferra
    
como si no hubiese meta,
un grito imprevisto, humano,
nace, y a trechos se repite,
   
tan loco de dolor que de súbito
ya no parece humano y deviene 
muerto clamor. Luego, despacio,
    
renace, en la luz violenta,
entre los edificios cegados, nuevo, igual,
grito que solo quién está muriendo
    
puede, en el último instante, arrojar
a este sol que todavía cruel esplende
ya endulzado por un poco de aire de mar…
    
Está gritando, abrumada
por meses y años de matutinos
sudores –acompañada por la muda

cuadrilla de sus picapedreros,
la vieja excavadora: pero junto al fresco
descampado revuelto, o en el breve

confín del horrísono siglo veinte
se halla la barriada… Es la ciudad,
hundida en un claror de fiesta,
    
-y es el mundo. Llora aquello que tiene fin
y recomienza. Aquello que era área herbosa,
espacio abierto, y deviene corral,
    
blanco como cera,
cerrado en un decoro que es el rencor;
aquello que era casi una vieja fiera
 
de frescos estucos desnivelados al sol,
y se vuelve nuevo aislamiento, bullente
en un orden que es apagado dolor.
 
Llora aquello que cambia, incluso
para hacerse mejor. La luz
del futuro no cesa un solo instante

de herirnos; es aquí, que quema
en cada uno de nuestros actos cotidianos,
angustia incluso en la confianza
    
que nos da vida, en el ímpetu gobettiano
hacia estos obreros que alzan, mudos,
en los distritos del otro frente humano,

su rojo trapo de esperanza.
    
                                                                              1956




Traducción: Pedro Marqués de Armas 




martes, 28 de julio de 2015

¡Mueran los gachupines!




Salvador Novo



¡Mueran los gachupines!
Mi padre es gachupín,
el profesor me mira con odio
y nos cuenta la Guerra de Independencia
y cómo los españoles eran malos y crueles
con los indios —él es indio—,
y todos los muchachos gritan que mueran los gachupines.
Pero yo me rebelo
y pienso que son muy estúpidos:
Eso dice la historia
pero ¿cómo lo vamos a saber nosotros?



La Historia




sábado, 25 de julio de 2015

El gallo habanero






José Juan Tablada



En el matinal gallinero
con el rendimiento caballero,
en torno a su hembra enreda
el arabesco de su rueda
sin cesar el gallo habanero;

cual blanco albornoz el plumón
envuelve su fiero ademán;
¡por su cresta-fez bermellón
y el alfanje de su espolón,
el gallo es un breve sultán!

Junto a la gallina coqueta,
de pronto su blanca silueta
fija en soberbia rigidez,
como el gallo de la veleta
o el caballo del ajedrez...

Echando atrás el cuello empina;
¡y en enfático frenesí,
rasga la matinal neblina,
sobre el jardín que ilumina
con su agudo kikirikí!




viernes, 24 de julio de 2015

Charada China




Roger Caillois


Un asombroso ejemplo lo ofrece el éxito de la Charada China (Rifa Chiffá) en Cuba. Esa lotería, “cáncer incurable de la economía popular”, según la expresión de Lydia Cabrera, se juega por medio de una figura de chino dividida en treinta y seis partes, a las cuales se asigna igual número de signos, seres humanos, animales o alegorías diversas: el caballo, la mariposa, el marino, la monja, la tortuga, el caracol, el muerto, el barco de vapor, la piedra preciosa (que se puede interpretar como una mujer bonita), el camarón (que es también el sexo masculino), la cabra (que también es algo sucio, además del órgano sexual femenino), el mono, la araña, la pipa, etc., (1). La banca dispone de una serie correspondiente de viñetas de cartón o de madera. Saca o hace sacar una al azar, que envuelve en un pedazo de tela y expone a las miradas de los jugadores. La operación se llama “colgar al animal”. Acto seguido, procede a la venta de los juguetes, cada uno de los cuales lleva el carácter chino que designa tal o cual figurilla. Entretanto, algunas comparsas van por las calles tomando las apuestas. A la hora señalada, se descubre el emblema envuelto y se entrega a los ganadores treinta veces su apuesta. La banca concede el diez por ciento de sus ganancias a sus agentes.

El juego se presenta así como una variante más gráfica de la ruleta. Pero si en la ruleta son posibles todas las combinaciones entre los diferentes números, los símbolos de la Rifa Chiffá se reúnen según afinidades misteriosas. En efecto, cada cual posee o no uno o varios compañeros o ayudantes. Así, el caballo tiene como compañera a la piedra preciosa y como ayudante al pavo real, el pez grande como compañero al elefante y como ayudante a la araña. La mariposa no tiene compañero, pero sí tiene a la tortuga como ayudante. En cambio, el camarón tiene por compañero al venado, pero no tiene ayudante. El venado tiene tres compañeros, el camarón, la cabra y la araña, pero no tiene ayudante, etc. Naturalmente, lo indicado es jugar a la vez al símbolo escogido, a su compañero y a su ayudante.

Además, los treinta y seis emblemas de la lotería se agrupan en seis series (o cuadrillas  desiguales): los comerciantes, los elegantes, los borrachos, los mendigos, los caballeros y las mujeres. De nuevo, los principios que determinaron la distribución se antojan de lo más oscuros: por ejemplo, la serie de los curas se compone del pez grande, de la tortuga, de la pipa, de la anguila, del gallo, de la monja y del gato; la de los borrachos, de la muerte, del caracol, del pavo real y del pez chico. El universo del juego está reñido por esa extraña clasificación. Al principio de cada partida, y luego de haber “colgado al animal”, la banca anuncia una adivinanza (charada) destinada a guiar (o a confundir) a los participantes. Se trata de alguna frase de significado equívoco, como la siguiente: “Un hombre a caballo camina muy lentamente. No es tonto, pero está borracho y con su compañero gana mucha plata” (2). El jugador hace entonces conjeturas sobre si debe jugar a la serie de los borrachos o a la de los caballeros. También puede apostar al animal que encabeza a la una o la otra. Pero sin duda es alguna palabra señalada con menor claridad la que da la clave de la adivinanza.

En otra ocasión, la banca declara: “Quiero hacerles un favor. El Elefante mata al cerdo. El Tigre lo propone. El Venado va a venderlo y se lleva el paquete”. Un viejo jugador explica que basta con reflexionar: “El Sapo es brujo. El Venado es ayudante del brujo. Lleva el paquete maléfico. Éste contiene la brujería que un enemigo ha hecho a alguien.  En ese caso, el Tigre contra el Elefante. El Venado sale con el paquete. Va depositarlo donde le dijo el brujo. ¿Acaso no está claro? ¡Buena jugada!  Se gana con el 31, con el Venado, porque el Venado sale corriendo”.

El juego es de origen chino (3). En China, una alusión enigmática a los textos tradicionales hacía las veces de charada. Después del choteo, un letrado se encargaba de justificar la verdadera solución, apoyándose en citas. En Cuba, lo que se necesita para la interpretación correcta de las charadas es el conocimiento general de las creencias de los negros. La banca anuncia: “Un pájaro pica y se va”. Nada más transparente: los muertos vuelan, el alma de un muerto es comparable a un ave porque puede introducirse donde quiere en forma de lechuza, existen almas en pena, hambrientas y rencorosas. “Pica y se va”: es decir, causa la muerte inesperada de un ser vivo que no lo sospechaba. Entonces, es conveniente jugar al 8, a la muerte.

El “perro que muerde todo” es la lengua que ataca y calumnia; la “luz que alumbra todo” es el 11, el gallo que canta al salir el sol; el “rey que todo lo puede”, el 2, la mariposa que también es el dinero; el “payaso que se pinta en secreto”, el 8, que es el muerto al que se cubre con una mortaja blanca. Esta vez, la explicación sólo es válida para los profanos. En realidad, se trata del iniciado (ñampe o ñáñigo muerto), durante una ceremonia secreta, el sacerdote le traza en efecto signos rituales con una tiza blanca en el rostro, las manos, el pecho, los brazos y las piernas (4).

También una compleja clave de los sueños ayuda a presentir el número ganador. Sus combinaciones son infinitas. Los datos de la experiencia se distribuyen entre los números fatídicos. Estos llegan hasta el 100, gracias a un libro que se deposita en la banca de la Charada y se puede consultar por teléfono. Ese repertorio de correspondencias ortodoxas da lugar a un lenguaje simbólico considerado “muy útil de conocer para penetrar en los misterios de la vida”. En todo caso, la imagen con frecuencia termina sustituyendo al número. En casa del tío de su mujer, Alejo Carpentier ve a un muchacho negro hacer una suma: 2+9+4+8+3+5=31. El muchacho no anuncia los números sino que dice: “Mariposa, más elefante, más gato, más muerte, más marino, más monja igual a venado”. Asimismo, para significar que 12 entre 2 igual a 6, dice: “Puta por mariposa igual a tortuga”. Los signos y las concordancias del juego se proyectan a la generalidad del saber.

La Charada China se halla suficientemente difundida, aunque prohibida por el artículo 355 del Código Penal de Cuba. Desde 1879 se han elevado numerosas protestas contra sus daños. Los obreros sobre todo arriesgan el poco dinero que poseen, y, como dice un autor, pierden en ella hasta el alimento de los suyos. Por necesidad no juegan mucho, pero lo hacen sin cesar, pues se “cuelga al animal” cuatro o seis veces al día. Se trata de un juego en el que el fraude es relativamente fácil. Como la banca conoce la lista de apuestas, por poco hábil que sea, nada le impide cambiar, en el momento de descubrirlo, el símbolo en que las apuestas se acumularon peligrosamente por otro, más o menos desdeñado (5).

En todo caso, honrados o no, se considera que los banqueros rápidamente hacen fortuna. En el siglo pasado, se dicen que ganaban hasta cuarenta mil pesos diarios, uno de ellos volvió a su país con un capital de doscientos mil pesos de oro. En la actualidad, se calcula que existen en la Habana cinco grandes organizaciones de Charada y más de doce pequeñas. En ellas se juegan más de doscientos mil dólares diarios(6).

Notas

1) Los mismos símbolos se encuentran en un juego de cartas utilizado en México para los juegos de dinero, cuyo principio es semejante al del loto.

2) Rafael Roche: La policía y sus misterios en Cuba, La Habana, 1914, pp. 287-293.

3) Sabido es que, junto a San Francisco, la Habana tiene una de las aglomeraciones chinas más importantes fuera de China.

4) De una comunicación de Lydia cabrera.

5) Rafael Roche, ob.cit. p. 293.

6) De una comunicación de Alejo Carpentier y de acuerdo con documentos suministrados por él mismo. 

(Texto de 1962)



Roger Caillois: Los juegos y los hombres. La máscara y el vértigo; trad. Jorge Ferreiro. Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 244-250.